Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Cartonero por un día junto a la extraordinaria «Loca» Elena

“¡Loca Elena!”, le grita un hombre mayor, levantando la mano en el aire, al verla pasar con su carro cargado de basura por las calles de la ciudad de La Plata. “¿Qué tal Loca Elena?”, le pregunta una mujer de rostro moreno que acomoda verduras en un puesto ambulante. Y a todos, Elena, la «Loca» Elena, les responde con una sonrisa entusiasta, sincera y ausente de dentadura.

He venido a la ciudad de La Plata a jugar a ser cartonero por un día. A seguir a esta mujer de 63 años, la Loca Elena, que lleva dos décadas viviendo de la basura. Desde que se ceba unos mates al alba entre las gallinas y los perros, hasta que se pone a clasificar los desperdicios que ha conseguido en el patio trasero de la chabola en que vive.

La he ayudado a descargar las bolsas llenas de desperdicios. He almorzado con ella las facturas (bollos) rancias y caducas que le regalan en una panadería.

A las cuatro de la tarde me he subido a su carro para partir rumbo a la ciudad en busca de papel, cartón, botellas y latas. Y os aseguro que la loca Elena es una mujer extraordinaria, que me ha deslumbrado por su sentido del humor, su generosidad y su pasión por la vida.

La violencia de la miseria

Y no digo esto de forma sesgada, tratando de mitificarla. Desde que hace 14 años vi en Calcuta cómo un hombre de la calle le partía una piedra en la cabeza a otro, tras una discusión a gritos por un trozo de acera en el que dormir, aprendí que no hay romanticismo en la pobreza, que los olvidados, los postergados, no son santos ni mártires como muchos intentan mostrar.

Sí es cierto que no deja de admirarme encontrar a personas que tienen la templanza y la fuerza para sonreír, para seguir adelante en medio de la mierda, y que tantas veces me han abierto las puertas de su casa, y me han ofrecido todo lo que tenían.

Pero las diferencias sociales son intrínsecamente violentas. Nada más agresivo que un coche de lujo que se para en un semáforo junto a un niño harapiento que no ha comido. Por eso la pobreza genera decadencia. Por eso en los barrios de chabolas abundan también las armas, los asesinatos, las drogas, las violaciones.

El mundo desde un carro de basura

Doña Elena Tassís, la Loca Elena como todos la llaman, me ha fascinado porque dice que “da gracias a la vida por lo que tiene”. “Yo tengo suerte, porque me dieron un carro, por eso cuando veo un pibe en bicicleta que está cartoneando sigo unas cuadras y le dejo las bolsas de basura a él. Yo puedo ir más lejos”, me explica.

Cuando le pregunto por qué no pide ayuda a sus hijos en lugar de salir a buscar desperdicios cada tarde a su edad y con el calor, me responde: “Tienen sus nenes, ¿cómo les voy a pedir que me den de comer? Soy yo la que tiene que darles una mano. Apenas regreso por la noche los pibes vienen corriendo. Siempre encuentro un juguete o una ropita. ¿Yo para qué las quiero?”.

También me sorprende su sentido del humor. A una vecina del barrio de chabolas le grita, señalándome, cuando pasamos con el carro: “¡Viste vos que no me querías prestar a tu marido, el novio que me conseguí!”. Y ambas se ríen a carcajadas.

Acompañarla me ha permitido asimismo sentir la forma en que muchos la miran cuando va con su carro cargado de basura por la calle. Un hombre nos siguió durante varias manzanas con su moto, hasta que me cansé y terminé por mandarlo al carajo.

Quería comprarme la cámara de vídeo con la que estaba filmando a Elena. “Dale boludo, pará, pará, que te pago en dólares”, me gritaba, tal vez deduciendo que era robada. “Lo que pasa es que con esa barba y ese pelo pareces un cartonero”, me dijo Elena, quitándole hierro al asunto.

El infranqueable muro de la miseria

Ahora he vuelto a casa. Tengo un corte en la mano de haber levantado una caja con papeles. Las uñas negras de suciedad. Y me pica todo el cuerpo. Creo que los bollos, atiborrados de dulce de leche, me han caído mal.

Acaba de comenzar a llover. Lo que me recuerda a los días del monzón en Calcuta, cuando salía con mi cámara a acompañar a la gente que vivía en la calle. Y luego, por la noche, me preguntaba con desazón cómo estarían haciendo para dormir bajo la incesante tromba de agua.

Creo que, a los que nacimos en el lado afortunado del mundo, no resulta imposible imaginar cómo es vivir en la miseria. Nos podemos acercar, podemos escuchar, pero las distancias son tan abismales, que la experiencia no pasa de un superficial vislumbre del horror de la marginación.

En una próxima entrada os contaré más sobre Elena. Pienso en el techo plagado de agujeros de su caseta. Me pregunto cómo estará sobrellevando el agua que se cuela entre las chapas y cae sobre su colchón renegrido, mientras me acuesto en mi plácida y limpia cama. Mientras todo el mundo a mi alrededor, en este acomodado barrio porteño, celebra y agradece que la lluvia se haya llevado el agobiante calor de enero.