Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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El Comando Vermelho: tortura y mutilación en las favelas

La favela a la que fui hoy, conocida como Sapucai, está dominada por la facción Tercer Comando, enemiga acérrima del Comando Vermelho (Rojo), al que pertenecía Janaina.

Fernando, un joven al que entrevisté esta mañana me contó que su mejor amigo, de 20 años de edad, fue hace dos meses a una favela del Comando Rojo porque salía con una chica que vivía allí. Los traficantes lo cogieron, lo torturaron y lo cortaron en pedazos. Sus restos aparecieron días más tarde en la playa.

Fernando aún está afectado por la muerte de su amigo. No pudo contener las lágrimas cuando me contó la historia. Y me dijo que el Comando Rojo es la más brutal y despiadada de todas las facciones. La única que veja de semajante manera a quienes considera sus enemigos.

Mientras volvía de las favelas, hace unos minutos, atrapado en el lento y desordenado tráfico de entrada al centro de Río de Janeiro, pensaba en Janaina. Observaba su narración desde otra perspectiva.

Retomo la entrevista donde la dejé ayer:

¿Cuál fue el puesto máximo que alcanzaste en la organización?

Llegué a gerente de «boca» [puesto de venta de droga] cuando tenía 20 años, pero sin dejar de ser soldado del «dueño» de la favela. Me gustaba trabajar para él.

¿Tus padres a que se dedican?

Están jubilados. Mi padre era cobrador en la rueda de la fortuna de un parque de diversiones de Río de Janeiro y mi madre, costurera.

¿Tienes hermanos?

Mi madre adoptó a un niño hace diez años. Era de una vecina que no lo quería. Tengo tatuada su inicial en la mano.

Es una buena persona tu madre, generosa.

Una mujer maravillosa.

¿Sabía a qué te dedicabas?

Al principio no. Apenas entré en el tráfico abandoné la escuela y me fui a vivir sola.

¿Cuándo se enteró?

Tenía sospechas pero yo lo negaba. Un día, caminando por la calle, me vio con el fusil en la mano. Cuando fui a su casa me miró de una forma que me hizo sentir muy triste.

¿Ganaste mucho dinero?

Sí, ganaba mucho dinero, pero la policía me lo sacaba. Al final sentía que trabajaba para la policía, por eso empecé a pensar en cambiar de vida.

¿Cómo te lo sacaban?

La primera vez aparecieron en mi casa en medio de la noche. Me encañonaron y me llevaron a un lugar que no conocía. Pensé que me iban a matar. Tú no sabes lo que es despertarse con fusiles que te apuntan a la cara.

¿Te condujeron a una estación de policía?

No, a una casa. Me tuvieron hasta la madrugada mientras sus compañeros se llevaban todo lo que yo tenía: el televisor, las armas, el dinero. Me dejaron si nada.

¿Te maltrataron?

Esa vez no. Al contrario, hasta me preguntaron si quería comer algo. La segunda vez en la que me robaron, unos meses más tarde, me pegaron porque yo no tenía nada para darles. No me habían dado tiempo.

¿Vivías con miedo?

Mucho miedo. Cada dos o tres días me cambiaba de casa. Ya al final estaba muy cansada. Me seguían a todas partes, hasta iban a lo de mi madre para ver si estaba allí.

¿Cómo te sentías en ese mundo de hombres?

Bien, porque me cuidaban, al ser la única mujer entre cuarenta chicos, siempre se preocupaban por mí. Si huíamos de la policía, alguno me ayudaba a subir por los muros, me esperaba, cogía mis cosas.

¿Tuviste novios entre los traficantes?

No porque veía que tenían muchas mujeres. Son muy populares entre las chicas del barrio por el dinero y las armas. Mis novios eran jóvenes de fuera, trabajadores.

¿Hace cuánto que los has abandonado el tráfico?

Cuatro años.

¿Te dejaron hacerlo?

Algunos compañeros me preguntaban «¿por qué te vas?», «¿qué vas a hacer?», pero el dueño de la favela me apoyó. Él me dijo que esta vida no es para nadie.

¿Fue difícil?

Sí, empecé a trabajar como recepcionista y me pagaban al mes 200 reales, lo que ganaba antes en unos días. Tuve algunas recaídas, pero al final abandoné por completo la vida del tráfico. Ya no tengo más contacto ni me interesa saber qué pasa entre las facciones. También tardé un tiempo en convencer a la policía de que me había salido del negocio, si me veían por la calle me metían en el coche y me pedían dinero.

¿Qué opinas de que haya cada día más niños pequeños en el tráfico?

Es muy malo, porque ellos no tienen conciencia del bien y del mal.

¿Vosotros la teníais?

Se dice que «el corazón del bandido está en las plantas de sus pies», pero no es así. Yo sabía distinguir entre el bien y el mal. Tengo miedo de Dios. Te aseguro que si hubiese matado a alguien no estaría hablando aquí contigo. Muchos de los que están en el tráfico van a la iglesia, creen en Dios.

Al principio tu te sentías orgullosa de tu trabajo, de algún modo te gustaba, ¿era así para todos?

No, había muchos chicos que sufrían y tenían miedo. Lo hacían sólo por dinero. No tenían para comer, se habían quedado sin padres. Lo pasaban muy mal.

¿Fallecieron amigos tuyos en los enfrentamientos con otras bandas o con la policía?

Del grupo con el que empecé, sólo uno sigue con vida. Los demás murieron.

¿Qué esperas hacer en el futuro?

Estoy preparando el vestibular (examen de ingreso a la universidad). Quiero estudiar informática.

¿Te arrepientes de lo que has vivido?

Si estuviera en las mismas condiciones, lo volvería a hacer. No me arrepiento.

Janaina sigue trabajando como recepcionista. Tiene 28 años. Vive en una pequeña caseta que se construyó junto a la casa de sus padres. Por las noches estudia. Dice que no le gusta mucho, pero que se esfuerza. Alta, delgada, de cabello negro, es muy atractiva aunque tiene algo inquietante, insondable, en la mirada.

Fotos: Hernán Zin

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