Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Cristina: abusos, drogas y muerte en las aceras de Johannesburgo

En las calles hay hombres envueltos en mantas, rodeados de cartones, de basura; coches destartalados, en los huesos. Avanzamos lentamente por esta suerte de gran habitación al aire libre en la que confluyen la miseria y la desesperación. Jerry, con sus dos metros de altura y su brazo ortopédico, que siempre se lo coge con el otro brazo, como si tuviera un niño en el regazo, mira hacia todas partes.

Estamos en el distrito más marginal y postergado de la que es considerada como la ciudad con mayor índice de asesinatos, violaciones y robos del planeta: Johannesburgo. De algún modo, me hace sentir seguro que sea tan temprano. Los primeros rayos de sol empiezan a despuntar tras la fachada de los decadentes edificios que nos rodean. Creo que no tendría el valor de venir aquí de noche.

Pero las preocupaciones y miedos me abandonan cuando me sitúo frente a Cristina, una joven que permanece somnolienta en el precario refugio que se ha hecho con cartones. Su testimonio resulta tan desgarrador que, apenas la escucho, todo lo demás desaparece y ya nada me importa. Ni los hombres que fuman crack a pocos metros y que nos miran con desconfianza. Ni el recuerdo del hotel de mala muerte en que desayunamos, con su cartel en la puerta que decía, al modo de las tabernas del Lejano Oeste: «Prohibido entrar con armas».

Cristina parece encontrarse escindida de la realidad. Las drogas, el cansancio, el dolor, la soledad. Habla de forma cadenciosa, dubitativa, dando la impresión de tener dificultades para encontrar las palabras precisas. «Tengo 18 años. Vivía en Soweto. Mi madre murió de sida y mi padre me pegaba. Por eso me escapé a la calle», nos explica.

«Desde que estoy aquí me hice adicta al crack. Comencé a fumar para poder dormir por las noches y ahora fumo a todas horas», continúa Cristina, en cuyo rostro se vislumbra un rictus de profunda soledad y dolor. «Cuando mi novio duerme conmigo me siento segura. Pero si él no está la gente me saca las mantas. A veces paran coches con hombres que se bajan y me tocan, y me violan. Yo no sé que hacer«.

Una hora más tarde volveremos a buscar a Cristina junto a una trabajadora social del Johannesburg Child Welfare Society, una ONG que tiene centros de acogida para jóvenes de la calle. Durante varios días seguiremos el progreso de Cristina, y de otra adolescente, Thibekili, que padece una situación similar. Veremos su lucha para salir de las drogas, por abandonar la aceras. Una pugna compleja, con resultados desiguales.

Fotos: Hernán Zin