Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Entradas etiquetadas como ‘iv festival de cine del sahara’

Creación, encuentro y fraternidad en el desierto del Sáhara

El Festival Internacional de Cine del Sáhara tiene la virtud de llevar la magia del universo cinematográfico a los refugiados que malviven en el exilio de la hamada argelina aguardando estoicamente a que el mundo cumpla de una vez por todas con las promesas tantas veces postergadas y les brinde la posibilidad de decidir sobre su futuro. Un encuentro especialmente significativo, fascinante, iluminador, para muchos niños y jóvenes saharauis que nunca antes habían tenido la posibilidad de ver una película en gran formato, proyectada sobre una pantalla.

Pero el Fisahara no se limita a situar a los refugiados en el rol de espectadores sino que va más allá y, a través de diversos talleres, les descubre los entresijos de ése mismo universo y los convierte también en participantes activos. Durante los cinco días que dura el festival decenas de niños y adolescentes tienen la posibilidad de asistir a cursos de guión, realización, animación, edición y radio.

Esta fantástica vuelta de tuerca de la iniciativa creada por Javier Corcuera, autor de películas documentales como Invisibles (2007), El mundo a cada rato (2004) y La guerrilla de la memoria (2002), la emparenta con proyectos que ya hemos visitado en este blog: la escuela de periodismo audiovisual del Observatorio das Favelas en el complexo Maré de Río de Janeiro; o Witness, la organización de Peter Gabriel, con base en Nueva York, que entrena a activistas sociales para que utilicen cámaras de vídeo para denunciar violaciones a los derechos humanos. Y se fundamenta en una idea crucial para cambiar los equilibrios de poder en el mundo: que esté en manos de los propios habitantes del Sur enseñar al resto del planeta su realidad, en lugar de que siempre sea la mirada de Occidente, tanta proclive a subestimar al otro, a caer en estereotipos, la que los retrate.

Una vez que termina el Fisahara las herramientas empleadas en las aulas quedan allí para que sucesivas camadas de estudiantes puedan aprender a filmar o editar, con lo que asimismo se van poniendo las bases para crear generaciones de narradores. En la ceremonia final de entrega de premios se proyectan los cortos creados por los alumnos. Resulta importante señalar que el festival deja también a su paso videotecas en cada uno de los campamentos.

Otro de los aspectos más estimulantes del Fisahara es que permite la convivencia de quienes llegamos desde el extranjero con los saharuis. Una posibilidad enriquecedora para todos, aunque, en lo personal, creo que el saldo más positivo queda en el haber de los que venimos de fuera. La templanza de este pueblo atrapado en el exilio, su capacidad para seguir adelante a pesar de todo y la sabiduría con que aprecia los pequeños gestos de la vida son lecciones de incalculable valor para nosotros que nos encontramos rodeados de tanta abundancia material que muchas veces perdemos perspectiva y nos ahogamos en un vaso de agua mientras ellos navegan con parsimonia a través de la más feroz y encrespada de las tormentas de arena.

Un partido en un polvoriento campo de fútbol: Sáhara contra el resto del mundo. Un enfrentamiento en el que un servidor, irremediablemente ajeno a los deportes y con sus 35 años demasiado gastados tras tantos periplos por el mundo, dio una imagen bastante lamentable en representación de este periódico. No sólo por la torpeza del desempeño, por esos balones a los que no acertaba a chutar, sino porque terminó dos veces en el suelo, con una pierna cubierta de sangre, y porque tuvo que abandonar, por falta de aire, a los veinte minutos de haber empezado a jugar (disculpen el salto a la tercera persona del singular en esta parte del relato, pero es así como nos expresamos los futbolistas de pro).

También los conciertos que tienen lugar durante la noche, y en los que participaron grupos como Amparanoia, Nur o la extraordinaria cantante saharaui Mariam Hassán, crearon lugares de comunión. Aunque las mejores experiencias, las más próximas y enriquecedoras, tuvieron lugar en las jaimas, junto a las familias que nos alojaron (más adelante escribiré en el blog sobre las fantásticas mujeres que me acogieron, y cuyas vidas merecen una descripción más pormenorizada).

Tras cinco días de convivencia con los habitantes del campamento de Dajla, el domingo, fecha de la partida, llegó acompañado de una acusada sensación de nostalgia. La entrega de premios, por la que las dos películas ganadoras, Hacia el mundo con tus ojos y Azur y Asmar, recibieron una camella blanca, marcaba el comienzo del fin. Los abrazos, el intercambio de direcciones, las promesas de mantener esos vínculos forjados en jornadas emocionalmente tan intensas.

Y, antes de partir hacia el aeropuerto en Tinduf, el manifiesto leído por los profesionales del mundo del cine. Un texto comprometido, agudo, crítico hacia la administración del presidente Zapatero y su política de anteponer los intereses comerciales con Marruecos al justo derecho de los saharauis de volver a sus tierras. Todo un símbolo de lo que se hace evidente cada verano, cuando ocho mil niños llegan a la península, o cuando toneladas de ayuda parten de nuestros ayuntamientos hacia el desierto: que la mayor parte del pueblo español no se olvida de los saharuis aunque sí lo haga su Gobierno.

El Fisahara es el único festival del mundo que tiene lugar en un campamento de refugiados. Sus organizadores dicen que esperan que la próxima ocasión se celebre en un Sáhara libre. En honor a esa gente maravillosa que conocí a lo largo de la última semana, y de las amistades que he forjado en viajes anteriores, no puedo más que desear con todas mis fuerzas que así sea.

Días de ilusión en las sórdidas arenas del exilio saharaui

Los niños del campamento de refugiados de Dajla corren emocionados, se empujan, buscan lugar frente a la pantalla. Sobre alfombras reverberantes de calor, pletóricas de polvo del desierto, se amontonan para ver la película que acaba de comenzar. Los ojos negros, de trémulas pupilas, bien abiertos, sorprendidos, hipnotizados frente a esas fascinantes imágenes que emanan del haz de luz del proyector.

Es la primera vez que van al cine en su vida. Y la emoción que experimentan resulta evidente. Estar a su lado, ser testigo de este descubrimiento tan extraordinario y de la forma en que lo viven, me recuerda a la India, donde las personas no sólo van a ver las películas sino que, en cierta medida, participan en ellas. Establecen una distancia mucho más próxima a la narración que nosotros. Aplauden cuando el bueno gana una pelea, gritan enfadados cuando el malo hace alguna putada. Bailan y cantan en el momento en que empiezan esas frenéticas coreografías bollywoodienses.

Y en el Sáhara, en estos primeros días de desembarco del universo cinematográfico en las arenas del desierto, niños y jóvenes comentan lo que sucede en el film, se levantan, van, vienen. Las sombras de sus perfiles se recortan en el haz de luz del proyector y aparecen en la pantalla sin que a nadie parezca realmente molestarle. Recostado a su lado, en esas mismas alfombras que nos abrazan con el calor que han acumulado a lo largo del día, tengo también por momentos la sensación de estar inmerso en alguna escena de Amarcord, la magnífica obra en que Fellini recuerda su infancia en Rimini. Y comprendo maravillado que aquí, donde los lazos comunitarios son tan férreos, tan determinantes para la supervivencia en medio de la aridez del exilio, el vínculo con la ficción no es individual como en Occidente sino más bien una experiencia de plácida ensoñación colectiva.

El arribo del cine a los refugiados saharauis, que hasta ahora no tenían más que algunos viejos televisores, de señal desdibujada y lluviosa, es consecuencia del Festival Internacional de Cine del Sáhara (Fisahara), una iniciativa del director Javier Corcuera que en este año celebró su cuarta edición. Y sobre las que ya os anticipó mi excepcional compañero de viaje y prestigioso guionista: José Ángel Esteban.

El Fisahara, que terminó el pasado domingo, dura cinco días, y comienza con una carrera de camellos que da el aldabonazo de partida, que despierta a los habitantes del campamento de refugiados del letargo y el tedio de la existencia en la hamada argelina. Esta cuarta edición tuvo lugar en la wilaya de Dajla, la más postergada y olvidada debido a su posición geográfica, por lo que su impacto en la vida cotidiana de sus 28 mil moradores fue aún mayor.

También contribuye a la sensación de gran evento, de hecho extraordinario, la participación de numerosos actores, directores y productores que intentan, con su presencia, convocar a los medios para alcanzar así el otro objetivo fundamental de esta iniciativa: llamar la atención al mundo sobre la situación del pueblo saharaui.

Este año han viajado a la wilaya de Dajla Carmelo Gómez, Silvia Abascal, Carlos Iglesias, Guillermo Toledo, Rosa María Sardá, Verónica Forqué, Juanjo Puigcorbé. Se han proyectado películas como Alatriste, El camino de san Diego, El laberinto del fauno, Salvador, Un franco 14 pesetas, La noche de los girasoles, Volver, Vete de mí, así como numerosos documentales.

Continúa…