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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La guerra de la música en Somalia

Los adjetivos para describir la realidad que vive Somalia dan la impresión de haber comenzado a escasear. Hace diez días aparecía la noticia de que la milicia integrista Hezb al Islam había prohibido que las radios emitisien música, pues la considera «no islámica». El mismo grupo insurgente, liderado por Hassan Dahir Aweys, que en el mes de diciembre ordenaba la lapidación por adulterio de un hombre en la ciudad de Afgoye.

Sobre este último hecho escribí un reportaje para El País que intentaba mostrar cómo Hezb al Islam, y la aún más grande y poderosa Al Shabab, comenzaban a parecerse a los talibanes, en parte como consecuencia del arribo a Somalia de yihadistas afganos y paquistaníes.

La reciente prohibición de la música parece significar un nuevo paso hacia el mimetismo con las formas de actuación y la filosofía de los hombres del mulá Omar, que dominaron Afganistán entre 1996 y 2001. Y que desde 2006 se han lanzado en una feroz ofensiva que está poniendo en jaque a las fuerzas de la ISAF.

Imitando a los talibanes

Hablando de mimetismo, Al Shabab no quería ser menos que su organización rival entre los islamistas radicales y decidió la semana pasada prohibir las campanas de las escuelas somalíes. No las considera contrarias al Corán, como la música, pero sí sostiene que se asemejan demasiado a las de las iglesias. Tiempo atrás había inhabilitado las repetidoras de la BBC y VOA.

En realidad, la primera en realizar lapidaciones fue Al Shabab. En agosto de 2008 ordenó enterrar y terminar a pedradas con la vida de Aisha Ibrahim Duhuhulow en la reconquistada ciudad portuaria de Kismayo. Las informaciones iniciales de la prensa local sostenían que Aisha tenía 23 años y que había sido castigada por adulterio. Luego Amnistía Internacional descubrió que no era mayor de 13 años. Además, la niña había sido violada por tres hombres cuando viajaba rumbo a Mogadiscio.

La estrategia de ambas organizaciones se vislumbra con bastante claridad: quieren mostrar que son capaces de terminar con el caos que sufre Somalia desde hace 19 años. No importa la crueldad y el absurdo de los métodos. No importa que se castigue incluso a los hombres que mastican khat. Lo primordial es el orden.

La misma lógica que permitió al mulá Omar salir de Kandahar en 1994 con su ejército de talibs adiestrados en las madrasas de Peshawar y en apenas dos años hacerse con el control del país del Hindu Kush, con excepción del valle del Panshir. La disputa fratricida de los Señores de la guerra, con sus saqueos, violaciones y asesinatos, les había allanado el camino.

Terminar con el caos

Ayer hablábamos en este blog sobre la actualidad de la obra de Mao Zedong. Su teoría sobre la guerra de guerrillas está más vigente que nunca en este mundo en el que han terminado las contiendas bélicas entre Estados y ejércitos regulares. Teoría que sostiene que el apoyo de la gente de a pie resulta fundamental para triunfar en las guerras asimétricas, por eso de que el pueblo es el agua en el que se mueve la insurgencia.

De esta máxima dan la impresión de estar al tanto el gobierno transicional de Sharif Ahmed, que cumple un año en el poder, y la administración Obama. El apoyo militar de EEUU continúa – que no quiere que el islamismo radical se expanda hacia sus grandes aliados en la región: Etiopía y Kenia -, pero de manera más solapada que en tiempos de Bush. Recordemos que fue la invasión etíope de 2006, con respaldo de la CIA, la que dio poder a Al Shabab en detrimento de la Unión de Cortes Islámicas.

La decisión del precario ejecutivo de Sharif Ahmed de cerrar a las radios que no emiten música, que ha colocado a los responsables de las emisoras frente a una disyuntiva no poco compleja – los locutores de la famosa radio Shabelle reemplazaron las canciones por sonidos de disparos, bocinas, galopes de caballo, para abrir sus programas -, se presenta como la respuesta a la misma lógica. Él también quiere dejar claro que tiene la autoridad para terminar con el caos en Somalia.

Foto: Bradi Media