Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Proteger a los trabajadores honestos de Fuerte Apache

En ambientes de acusada violencia urbana, los reclamos más sonoros a las autoridades pidiendo que aumente de la seguridad suelen venir de las clases pudientes, que son las que cuentan con mayores medios para hacer oír su voz.

Esto no quiere decir que sean las más afectadas por la violencia. Como hemos comprobado a lo largo de los años en este blog al conocer diversos escenarios donde prima la inseguridad, son los pobres que viven en zonas marginales los que de forma sostenida sufren las consecuencias de la ausencia de paz social.

Nuestro desembarco hace tres años en las favelas de Brasil coincidió con el asesinato del pequeño João Hélio Fernandes. Un crimen horrendo, que con razón movilizó a la sociedad carioca. Sin embargo, nos llamó mucho la atención que los niños de las propias favelas que morían por balas perdidas en el fuego cruzado entre la BOPE, la policía y los narcos apenas encontraban eco en los medios de comunicación.

Los trabajadores pobres y sus familias, que muchas veces terminan en estas barriadas para poder acceder a puestos laborales en las ciudades, son los más afectados por la falta de seguridad debido a que conviven con los elementos violentos de estos espacios. Día a día se los cruzan en las calles, sufren sus atropellos, sus leyes arbitrarias, sus impuestos irregulares. Se encuentran en medio de las trifulcas que protagonizan los delincuentes entre ellos y con la policía.

Evitar que se vayan

Al menos esto es lo que viene a mi mente cuando un suboficial de la Gendarmería al que acompaño en el barrio bonaerense conocido como Fuerte Apache me dice: “Cada vez que intentamos sacar una de las garitas a los dos minutos tenemos a cincuenta personas protestando frente al cuartel. Los vecinos honestos no quieren que nos vayamos”.

Si bien al recorrer las calles de Fuerte Apache escucho quejas con respecto a los cacheos, detenciones y demás medidas de control que ejerce la Gendarmería, lo cierto es que una parte importante de quienes viven en este complejo de torres decrépitas y de tan mala fama son trabajadores de a pie, que se acercan cada amanecer a las industrias del conurbano bonaerense o que bajan a la ciudad de Buenos Aires para realizar toda clase de labores poco cualificadas y poco remuneradas.

Me vuelve a la memoria asimismo el testimonio de Fernando, un humilde maestro de escuela que vivía en la favela Sapucaí, situada en la Ilha do Governador de Río de Janeiro. La descripción que nos hizo sobre cómo los miembros del Comando Vermelho habían descuartizado a su mejor amigo sólo como una forma de imponer su poder en la zona.

Cada robo, cada asesinato fuera de este ámbito, causa una consternación social que de ningún modo intento minimizar. Pero es importante comprender que los que más sufren de la inseguridad son los propios habitantes honestos de estas regiones marginales, que no tienen solaz alguno ni protección tanto por la impunidad de los delincuentes como por la corrupción endémica de fuerzas de seguridad como la policía bonaerense.

No cuentan con guardias de seguridad, verjas, muros o barrios privados detrás de los que refugiarse.

Fotos: HZ

Una temporada en el bonaerense Fuerte Apache: los gendarmes

«Las noches del fin de semana usamos unos 300 cartuchos de goma», afirma el oficial a cargo de la misión de la Gendarmería en la marginal y violenta barriada conocida como Fuerte Apache, de cuyas calles plagadas de basura y coronadas por decrépitas torres de viviendas salió el futbolista Carlos «El Apache» Tévez. «Pero todo depende. Acá nunca sabés qué va a pasar. Puede estar muy tranquilo y, de repente, se va todo al diablo».

En mi primera visita a Fuerte Apache, cuyo nombre oficial es Ejército de los Andés, entrevisté a jóvenes armados que salen a robar. El inesperado encuentro que tuvimos frente a frente con la Gendarmería me generó no pocas preguntas e inquietudes sobre esta fuerza de seguridad del Estado argentino. Así que espero unos días y regreso. Me dirijo al cuartel que tiene esta fuerza bajo el tanque que provee agua a los vecinos de la barriada.

«Nosotros no estábamos acostumbrados a este tipo de escenario. Nosotros estábamos tranquilos en las fronteras. Pero en 2003 nos pidieron que vengamos acá y tuvimos que adaptarnos a trabajar en un ambiente urbano», continúa el oficial.

La Gendarmería es una organización híbrida que se creó en 1938 para proteger justamente las fronteras, las zonas rurales en colaboración con las policías provinciales, embajadas y sitios estratégicos como centrales nucleares.

A diferencia del Ejército, puede actuar en conflictos internos del país. En las fronteras centra su labor en el narcotráfico y la inmigración ilegal. Depende de los ministerios de Justicia y Defensa. Participó en la guerra de Malvinas y en numerosas misiones de la ONU.

«Vinimos acá porque la policía estaba superada. En la puerta de la comisaría había una montaña de autos que era para defenderse de los chorros que pasaban todos los días y los baleaban», me sigue explicando el oficial.

El encargado de dirigir el desembarco de la Gendarmería en Fuerte Apache, respondiendo al pedido de auxilio del gobernador de la provincia de Buenos Aires, fue el comandante general Gerardo Chaumont, que acaba de ser nombrado jefe del cuerpo policial de las Naciones Unidas en Haití. Así lo cuenta el periódico La Nación:

En la Argentina, el comandante Chaumont lideró la fuerza de gendarmes que tomaron el control de Fuerte Apache en 2003. Entonces, ese barrio del conurbano bonaerense era el bastión de bandas de delincuentes. La Gendarmería instaló allí las prácticas de check point de la ONU y por un tiempo la zona fue recuperada para los vecinos.

Mientras preparo la cámara y los micrófonos para acompañar a los gendarmes en sus misiones por las calles de Fuerte Apache, pienso en las palabras que me ha dicho el oficial. Son las mismas que me dijeron también algunos oficiales de EEUU en Afganistán sobre la adaptación que habían tenido que hacer a la lucha de contrainsurgencia, con la importancia que tiene preservar la seguridad de la población civil, en espacios urbanos.

En esa dirección transformó Robert Gates el último presupuesto de Defensa, limitando proyectos faraónicos como el caza F22 y el Future Combat System. Un campo de acción y una lógica de la violencia en la que Israel tiene una larga experiencia, por eso su actual rol preponderante en el desarrollo de armamento, del que es el cuarto vendedor a nivel mundial, y el entrenamiento de fuerzas de seguridad.

De este modo parece que la confrontación armada en el siglo XXI no pasará por la pugna entre ejércitos regulares pertenecientes a estados sino por las luchas en zonas marginales, a veces altamente pobladas, contra grupos irregulares, movidos por la delincuencia o por reivindicaciones políticas. Un escenario en que la inclusión de estos espacios marginales a través de la inversión pública, el diálogo y la creación de oportunidades de progreso económico y justicia social resultan fundamentales para limitar la gestación de la violencia.