Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Días de ilusión en las sórdidas arenas del exilio saharaui

Los niños del campamento de refugiados de Dajla corren emocionados, se empujan, buscan lugar frente a la pantalla. Sobre alfombras reverberantes de calor, pletóricas de polvo del desierto, se amontonan para ver la película que acaba de comenzar. Los ojos negros, de trémulas pupilas, bien abiertos, sorprendidos, hipnotizados frente a esas fascinantes imágenes que emanan del haz de luz del proyector.

Es la primera vez que van al cine en su vida. Y la emoción que experimentan resulta evidente. Estar a su lado, ser testigo de este descubrimiento tan extraordinario y de la forma en que lo viven, me recuerda a la India, donde las personas no sólo van a ver las películas sino que, en cierta medida, participan en ellas. Establecen una distancia mucho más próxima a la narración que nosotros. Aplauden cuando el bueno gana una pelea, gritan enfadados cuando el malo hace alguna putada. Bailan y cantan en el momento en que empiezan esas frenéticas coreografías bollywoodienses.

Y en el Sáhara, en estos primeros días de desembarco del universo cinematográfico en las arenas del desierto, niños y jóvenes comentan lo que sucede en el film, se levantan, van, vienen. Las sombras de sus perfiles se recortan en el haz de luz del proyector y aparecen en la pantalla sin que a nadie parezca realmente molestarle. Recostado a su lado, en esas mismas alfombras que nos abrazan con el calor que han acumulado a lo largo del día, tengo también por momentos la sensación de estar inmerso en alguna escena de Amarcord, la magnífica obra en que Fellini recuerda su infancia en Rimini. Y comprendo maravillado que aquí, donde los lazos comunitarios son tan férreos, tan determinantes para la supervivencia en medio de la aridez del exilio, el vínculo con la ficción no es individual como en Occidente sino más bien una experiencia de plácida ensoñación colectiva.

El arribo del cine a los refugiados saharauis, que hasta ahora no tenían más que algunos viejos televisores, de señal desdibujada y lluviosa, es consecuencia del Festival Internacional de Cine del Sáhara (Fisahara), una iniciativa del director Javier Corcuera que en este año celebró su cuarta edición. Y sobre las que ya os anticipó mi excepcional compañero de viaje y prestigioso guionista: José Ángel Esteban.

El Fisahara, que terminó el pasado domingo, dura cinco días, y comienza con una carrera de camellos que da el aldabonazo de partida, que despierta a los habitantes del campamento de refugiados del letargo y el tedio de la existencia en la hamada argelina. Esta cuarta edición tuvo lugar en la wilaya de Dajla, la más postergada y olvidada debido a su posición geográfica, por lo que su impacto en la vida cotidiana de sus 28 mil moradores fue aún mayor.

También contribuye a la sensación de gran evento, de hecho extraordinario, la participación de numerosos actores, directores y productores que intentan, con su presencia, convocar a los medios para alcanzar así el otro objetivo fundamental de esta iniciativa: llamar la atención al mundo sobre la situación del pueblo saharaui.

Este año han viajado a la wilaya de Dajla Carmelo Gómez, Silvia Abascal, Carlos Iglesias, Guillermo Toledo, Rosa María Sardá, Verónica Forqué, Juanjo Puigcorbé. Se han proyectado películas como Alatriste, El camino de san Diego, El laberinto del fauno, Salvador, Un franco 14 pesetas, La noche de los girasoles, Volver, Vete de mí, así como numerosos documentales.

Continúa…