Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La lucha contra la fístula en Etiopía (1)

“Lo triste es que mis amigas de la infancia, que no sufrieron este problema, siguen con sus maridos, tienen hijos, son felices, y yo me he quedado sin nada”, me dice Sonia y permanece en silencio, mirándome pero sin mirarme, ausente. Acto seguido, las lágrimas recorren su rostro, enmarcado en un hijab de color verde. Becky Kiser, la mujer que le ha dado la oportunidad de un nuevo comienzo, y que sigue de cerca la entrevista, se pone de pie y la abraza. “Eres una persona extraordinaria”, le dice en amárico.

Me sorprende que el llanto de Sonia no es efusivo, como debería serlo tras la sucesión de ultrajes y rechazos injustificables que ha padecido, sino contenido, sosegado. No vislumbro en ella atisbo alguno de pena por sí misma, sino dignidad, fuerza, y hasta cierto punto rabia. “Si mi marido no me hubiese echado de casa, las cosas serían distintas”, agrega.

La siguiente joven a la que entrevisto, Samsán, parece aún una niña, por lo que me cuesta situarla en la terrible historia que me cuenta. Otro parto complicado. Otro hijo que nació muerto. Otra fístula obstétrica, esa lesión que se produce entre la vagina y la vejiga, y que convierte sus vidas en un calvario físico y mental ya que no pueden contener sus esfínteres. Otro marido que la rechazó. “¿Y tus padres?”, le pregunto. “Ellos me apoyaron”, me explica. “El problema fueron los vecinos. Comenzaron a mirarme mal, a comentar, y me tuve que ir de la aldea.”

“En la sociedad etíope las mujeres que sufren fístulas son marginadas. Muchos maridos las encierran en sus casas y las dejan morir de hambre. En el mejor de los casos las echan porque las consideran malditas, embrujadas”, me explica Becky, artífice del proyecto “Trampled Rose”, que pertenece a la organización “Mujeres para las mujeres”

“Cuando vine a Etiopía, de vacaciones, no sabía qué era la fístula. El guía turístico que me estaba mostrando Addis Abeba tenía justamente a su hermana en el hospital, donde la estaban a punto de operar de este mal. Como nos hicimos amigos, me pidió que lo acompañara y fue entonces cuando descubrí a estas mujeres del campo que llegan a la gran ciudad, sin saber leer ni escribir y que acaban tiradas en las aceras”, continúa Becky.

Lo encuentro más estimulante de la historia de Becky es que vive de vender productos de cosmética para una conocida firma en Colorado. No tiene formación en cooperación ni se dedica al trabajo social. Sin embargo, aquel día se dijo que tenía que hacer algo por las víctimas de la fístula. Y actuó en consecuencia. En cuatro años creó una organización que acoge a cientos de mujeres y que sigue creciendo rápidamente. Becky me demuestra que para transformar la realidad a nuestro alrededor no necesitamos grandes recursos ni ser expertos en materia alguna, sino tener voluntad de compromiso.

“Cada tres meses vuelvo a los Estados Unidos para trabajar y ganar dinero. Mi labor en Etiopía es voluntaria” me explica Becky, cuyos hijos están ya casados y tienen sus propias familias.

Continúa…