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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Los empleados al poder: empresas sin jefes ni patrones

Tras una década de despilfarro, corrupción y mala gestión, con un nefasto plan de ajuste estructural diseñado por el Fondo Monetario Internacional como telón de fondo, en el año 2001 la Argentina se sumergió en la peor crisis de su historia. Pasó de ser un país con una amplia clase media, a estar escindido en unos pocos ricos y una vasta masa de población postergada, carente de recursos.

Si algo positivo tuvo esta experiencia colectiva tan traumática, fue que despertó a la sociedad, revitalizando a los movimientos de base, que salieron a la calle a protestar, que se sacudieron el letargo de los años noventa, que afrontaron con decisión y creatividad la necesidad de levantar a una nación hundida.

Una de las iniciativas más originales, y que mejores resultados ha dado, ha sido la de toma de empresas. Compañías que los dueños deciden cerrar, quizás por haberse ido a la bancarrota, o por una mera cuestión especulativa, y que los trabajadores hacen suyas por la fuerza.

En cada una de las empresa que visito en Buenos Aires, me sucede algo curioso: hasta el último de los trabajadores me viene a saludar, a comentarme cómo progresa el negocio, ya que todos, desde los encargados de mantenimiento y los guardias de seguridad hasta los coordinadores de marketing y los comerciales son propietarios, directivos y responsables últimos de la compañía.

El artífice de esta verdadera revolución en la forma de concebir los negocios en la Argentina, de estas empresas sin jefes ni patrones, es Luis Caro. Nacido en Villa Fiorito, el mismo barrio de chabolas en que creció Maradona, logró con mucho esfuerzo conseguir el título de abogado a los 36 años. A la ceremonia de entrega del diploma asistió junto a su mujer y sus hijos, y fue fervorosamente aplaudido por compañeros y profesores.

Desde que había comenzado a soñar con estudiar abogacía, supo que, cuando obtuviese el título, no se iba a dedicar sólo a ganar dinero. Su motivación última era la gente de su barrio. Deseaba por ayudarlos a través de la ley, tener la oportunidad de hablar en su nombre y defender sus derechos.

Por mi propia vida en conozco bien lo que significa no tener recursos, desconocer tus derechos y no contar con los medios para defenderlos”, me explica. “Y yo sentía que primero debía conocer la ley para poder después cambiarla a favor de los más pobres”.

La oportunidad de poner en práctica sus aspiraciones sociales le llegó en el año 2000, cuando numerosas empresas comenzaron a cerrar como consecuencia de la crisis económica que despuntaba en el horizonte argentino. Especialista en quiebras, se acercó a algunas de estas compañías para asesorar a los trabajadores que se resistían a abandonar sus puestos de trabajo.

Muchos se habían desempeñado en esas fábricas durante veinte o treinta años, así que, en lugar de regresar a sus casas y esperar una indemnización que nunca les iba llegar, pues la ley de quiebras del menemismo daba prioridad a los bancos acreedores en el cobro de las deudas, se quedaban a luchar”, afirma. “Por la edad que tenían la mayoría, sabían que difícilmente tendrían posibilidades de volver a ser contratados”.

A buena parte de esos trabajadores que tomaban las empresas acogiéndose al derecho a huelga establecido por el artículo 14 bis de la constitución argentina, los alentaba a que no sólo protestasen, sino a que pusieran nuevamente en marcha la producción, a que recuperasen las compañías aprovechando que los propietarios las habían abandonado.

Al principio pensaban que no iban a poder, que no estaban capacitados, pero lo cierto es que ellos conocían esas fábricas mejor que nadie”, me dice. “También les preocupaba no contar con un capital para hacerla funcionar, ya que la mayoría, debido a la suspensión de pagos, llevaban meses sin cobrar sus salarios”.

Lo que Luis Caro explicaba a los trabajadores era que su experiencia y su capacidad constituían en sí mismas un capital con el que poner en marcha las compañías. En los folletos de la organización que ha creado, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas por los Trabajadores, señala que una empresa con 100 obreros que cobran 500 dólares, en cuatro meses cuenta con 200.000 dólares de inversión para comenzar a funcionar.

Continúa…