Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Desembarco en el Sáhara

Una noche de vuelo interminable. Primero la ciudad argelina de Orán, después Tindúf. En esta última nos acoge un aeropuerto silencioso, ausente de viajeros, en el que un par de soldados somnolientos nos sellan los pasaportes.

Y luego, tres horas en camioneta en dirección al sur, hacia las fauces del desierto del Sáhara, dando botes sobre la piedra y la arena, inmersos en el polvo, mientras el sol despunta magnánimo en el horizonte.

Regularmente paramos para estirar las piernas y fumar. La visión del cielo plagado de estrellas resulta sobrecogedora y nos hace reflexionar, al tiempo en que apuramos nuestros cigarrillos, sobre la extraordinaria belleza de la que nos privamos al vivir en ciudades.

Llegamos al campamento de Dajla, el primero de los creados por los refugiados saharauis. Son las ocho de la mañana. Estoy extenuado. Desayuno junto a la familia de la haima en que me alojo y me sumerjo en un profundo sueño. El calor y las moscas me sacan por instantes a una confusa y polvorienta vigilia.

Al cansancio del viaje desde Sudamérica se suma la fatiga de esta nueva travesía. Duermo hasta la tarde sobre unas mantas. Tengo sueños confusos, extraños. Me despiertan las voces de unos niños que juegan próximos a la haima. Esos niños que tienen como campo de esparcimiento al desierto del Sáhara, con su tiempo generoso, sosegado. Uno de ellos tira de un coche que se ha hecho con alambres. El resto sonríe y corre a su lado. Todo un símbolo de la creatividad ante la pobreza, de la irrefrenable pasión de la vida ante la adversidad.

Me cambio y parto hacia la sede del Festival del Cine del Sáhara, la maravillosa iniciativa que nos ha traído aquí, la excusa que justifica nuestra presencia, para compartir con los saharauis su día a día, para aprender, para dar testimonio de la trampa en que se encuentran.

Voy en busca de buenos amigos a los que sabía que iba a encontrar aquí, entre ellos, mi compañero de periódico, a quien siempre leo con admiración, José Ángel Esteban, y a quien le pediré que siga con la narración…