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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Reencuentros en Calcuta: Rabindra

Tengo una irrefrenable pasión por la comida callejera. Ya sea en India, Etiopía o Brasil, siempre que veo un chiringuito en la acera me acerco para ver qué vende, qué manjar grasiento y saturado de sabores encontraré esta vez. Se trata, casi siempre, de los platos más característicos, más especiados y coloridos de los lugares que visito.

En Calcuta me apasionan los rolls callejeros de huevo frito, los puris con patatas, el muri coronado por chili y cebolla. Aprovecho un alto en la filmación de Un día más con vida, me siento en un local de chapa y madera situado en Chowringee Road, frente al Indian Museum, un lugar decadente, lleno de telarañas, que apenas visité en una ocasión a lo largo de los tres años en los que viví en esta ciudad.

El joven que fríe los espaguetis sobre la plancha de acero, de pie junto a los coches que recorren la avenida sin dejar de hacer sonar sus bocinas, envuelto en el humo de los autobuses, me recuerda a alguien, pero no sé a quién. Mientras prepara la comida, sudado, con aspecto de fatiga, lo observo preguntándome cuándo lo conocí, en qué circunstancias.

Cuando vuelvo al hotel por la noche, repaso el disco duro del ordenador hasta que doy con lo que estoy buscando. Por un parte, sonrío. Me alegra el descubrimiento. El pequeño Rabindra, que pasaba los días haciendo comida para los transeúntes, es ahora un adolescente. La misma mirada, la misma expresión en el rostro, aunque transformada por el paso del tiempo.

Por otra parte, me causa cierta tristeza comprobar que, cinco años más tarde haberlo conocido y retratado, sigue allí, sin haberse movido un ápice, parado en las calles de Calcuta, jornada tras jornada. Me digo que tengo que encontrar un rato para volver a conversar con él, y para preguntarle qué ha sido de su vida en estos cinco años. Pero primero, leo con detenimiento lo que escribí acerca de él en año 2002:.

“Envuelto en telas raídas, recostado sobre periódicos y cajas de cartón, Rabindra duerme junto a su padre bajo el puente que la municipalidad de Calcuta acaba de terminar de construir en la confluencia entre Chowringee Road y Park Street, dos de las arterias más concurridas de la ciudad.

Rabindra me dice que es muy duro tener que dormir en la calle. Cuando llueve, durante el monzón, le cuesta conciliar el sueño debido a la humedad y los mosquitos. Si cae tanta agua que la calle se inunda, se ve obligado a pasar la noche sentado en el marco de alguna ventana o en los peldaños de alguna escalera, con sus cosas entre los brazos para que no se las roben.

– Lo peor es la policía – me explica -. Como la estación está muy cerca vienen siempre a molestarnos. Nos despiertan en mitad de la noche dándonos bastonazos y nos dicen que nos vayamos, que volvamos a nuestra aldea.

– ¿Y qué piensas en esos momentos?

– Pienso que no es justo que nos traten de esa forma, como si no fuéramos personas. Mi padre les da un poco de dinero o unos cigarrillos. No me gusta que le hablen así a mi padre.

– Y cuando no consigues dormir, ¿cómo haces para trabajar al día siguiente?

A veces estoy cocinando y me quedo dormido de pie. Se me cierran los ojos del sueño. Pero bueno, ya estoy acostumbrado.

Rabindra se levanta a las cuatro de la mañana, se lava en una bomba de agua situada en el parque del Maidan y recorre lentamente las dos manzanas que lo separan del precario puesto de comida ambulante en el que prepara espaguetis para los clientes«.

Continúa…

Fotos: Hernán Zin

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