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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Juguetes y armas: las peripecias de Papá Noel en Bagdad

El gusto por ciertos juguetes, así como por determinados programas de televisión y grupos musicales, permiten rescatar de tiempos pretéritos las pasiones, idiosincrasia y realidad histórica de generaciones de adultos que algún día fuimos niños.

En mi infancia, encontrar bajo el árbol de navidad un coche Matchbox siempre despertaba un brillo en los ojos. Se trataban de réplicas en miniatura de vehículos reales que uno hacía correr por los pasillos de casa, por los bordillos de las aceras, por los bancos de la escuela, imitando con la boca el sonido del motor, bruuuuuuuuum, o el pitido del claxon, piiii, piiiii, en el caso de que se encontrara con el cochecito de otro niño.

Por la noche, aquel modelo a escala, con las ruedas de plástico gastadas de tanto trajinar por todas partes, volvía a su caja azul, donde descansaba junto a sus compañeros a la espera de otro día de juegos.

Hoy, en algunos mercadillos así como en Ebay, se pueden comprar esos mismos cochecitos que no pocos nostálgicos de las autopistas imaginarias, pobladas de onomatopeyas y carreras a toda pastilla, compran con la esperanza de recuperar aquel sabor inocente, aquella infancia de remolonas e interminables tardes con amigos, que caracterizaron a los años setenta.

Todavía no existía el universo de los videojuegos, al que me asomé por primer vez en mi vida hace unos meses en Afganistán, cuando pasaba las noches jugando junto a los soldados de EEUU al Call of Duty, en la valle de Tagab (para ser siempre derrotado de forma humillante).

Lo que tendríamos, años más tarde, sería un primitivo dispositivo en el que dos rectángulos se movían de forma vertical para pegarle a un punto blanco. Aún había espacio para la imaginación, ya que se suponía que aquello era una pista de tenis.

Juguetes por juguetes en Bagdad

Ciudad Sadr era, hasta la tregua firmada en el mes de mayo, un lugar inexpugnable para las tropas de EEUU en Irak. Desde allí, las milicias del «Ejército de Mahdi» atacaban las zona verde de Bagdad. Algunos de los enfrentamientos más sangrientos de la capital tuvieron lugar justamente en las calles de ese barrio chií rodeado hoy de muros y sometido a una estricta vigilancia.

La decisión del gobierno de Nuri al Maliki de terminar con la vieja ley de “un AK47 por casa”, empuja a las fuerzas estadounidenses e iraquíes a realizar rutinarias inspecciones en las que confiscan cuantas armas encuentran. Sólo pueden permanecer con ellas quienes cuenten con un permiso en regla o que pertenezcan a las fuerzas de seguridad locales.

Según informa Danger Room, los soldados de EEUU también se llevan consigo todo juguete que se asemeje a un arma: tanto sea la réplica de madera de un fusil o una pistola de plástico. Intentan evitar las muertes de inocentes, pues en la distancia aquellos juguetes pueden ser confundidos con armas reales.

El capitán Andrew Slack, que dice que nunca se había imaginado que su misión en Irak pasaría también por confiscar juguetes, no quiere dejar a los niños con las manos vacías.

Consciente de la rabia y el hartazgo de la población civil tras seis años de ocupación, les entrega a los chavales de Bagdad un cochecito Matchbox y una carta en árabe explicando las razones del obligado canje.

Por lo que el Papá Noel iraquí en lugar de traje rojo lleva uniforme de diseño digital, casco, fusil M4 y más que a regalar se dedica al intercambio. Por otra parte, es él quien escribe las cartas.

Generación perdida

Quizás, dentro de algunos años, ellos no sólo se recuerden como la generación que sufrió las consecuencias de las mentiras, los abusos y la guerra inmoral de la peor administración que pasó por la Casa Blanca, que quiso convertir en realidad el sueño imperial de los neoconservadores, y que hizo aún más ricos y poderosos a sus empresarios amigos de la extrema derecha cristiana.

La generación que fue testigo de la lucha fratricida entre suníes y chiíes, y del odio cobarde e inhumano de Al Qeda. La generación del hambre, de los refugiados, de las escuelas cerradas y los hospitales sin médicos, de las calles y los mercados tapizados de cadáveres de inocentes.

Tal vez también se recuerden a sí mismos como la generación a la que le cambiaron los fusiles de madera por los cochecitos Matchbox. Aunque vislumbro que, a diferencia de nosotros, lo harán sin rastro alguno de nostalgia.