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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Nozuko y la situación de las jóvenes en Soweto

Tras seguir durante varios días a la abuela Elizabeth y sus nietos y bisnietos en la precaria chabola en la que subsisten en la barriada de Kliptown, ha llegado la hora de sacar la cámara y sentarme a hablar con cada uno de ellos para tratar de descubrir cómo se ven a sí mismos en esa situación tan precaria, brutalmente marcada por el sida y la pobreza.

Lo primero de todo: un retrato familiar en la puerta de la vivienda. Con irreprimible algarabía, eufóricos ante esta visita que los ha arrancado del tedio y la frustración de ese universo rodeado de muros infranqueables que es la miseria, los niños se lavan empleando un cubo de agua y una gastada barra de jabón. Carecen de privacidad alguna, por lo que se turnan en una esquina y dan la espalda al resto para tratar de mantener cierta intimidad a pesar de la falta de espacio. Después buscan y rebuscan debajo de las camas, en cajas, sus mejores ropas para salir en la fotografía.

Nozuko, la mayor de las nietas de granny Elizabeth, viste a una de las niñas en la habitación. Es la que más ayuda a la abuela con las tareas de la casa. Es su mano derecha al frente de la familia. Una joven de 23 años, que me sorprende por su lucidez, honestidad y entusiasmo. Cuando está lista sale al patio, al igual que el resto. Y durante unos minutos, con la ayuda de mi querido Jerry, los acomodo frente a la casa hasta que están listo para que los fotografíe. «Es para España», les digo sonriente. Y todos me devuelven la sonrisa de forma generosa. Pero lo cierto es que, como me confesará más tarde Nozuko, no saben dónde está España.

Cuando la madre de Nozuko murió a causa del sida, la abuela Elizabeth se hizo cargo de ella. Fue la primera en fallecer. Después la siguieron sus tres otras hijas, en apenas unos años. Y fue así cómo se quedó al frente de esus 22 nietos y biznietos.

Nozuko tiene un hijo de ocho años: Thandi. Y está embarazada nuevamente. Me habla con absoluta honestidad. Algo que le agradezco profundamente. A su lado, granny Elizabeth, que no oye bien, hace muecas y gestos para tratar de seguir la conversación.

«Cuando tuve al niño esperaba que mi novio se hiciera cargo de él. Pero aunque tiene trabajo no nos ayuda», afirma Nozuko. Y recuerdo que su hijo, Thandi, me dijo con orgullo «mi papá tiene un DVD». Por un momento la imagino llevando al niño los domingos a ver a su padre, con la intención de estar en buenos términos con él, con la esperanza de que un día las ayude a salir de la miseria.

«Para las chicas del barrio de chabolas la única opción es buscar un buen novio, que las cuide, que las proteja. Y los hombres lo saben y se aprovechan. Eso les da poder sobre la mujeres. Te dicen: yo soy el hombre y mando», continúa Nozuko.

Lo que me comenta ya lo he escuchado en muchas otras entrevistas. La poligamia, el machismo. Los hombres que tienen varias mujeres, por tradición cultural, por una mera cuestión de poder. Y son los que en muchas ocasiones se niegan a usar profilácticos con esas chicas atrapas en la miseria, haciendo que el sida continúe expandiéndose por los barrios, de casa en casa.

«Esta es una vida muy dura», afirma Nozuko. «Ponemos plástico en las ventanas, en las grietas de las paredes, pero las ratas se meten y muerden a los niños durante la noche. Y yo me quedé embarazada muy joven y no tengo estudios y no consigo trabajo».

Nozuko se acerca a Elizabeth, la abraza y me dice con lágrimas en los ojos, levantando el tono de voz: «Si no fuera por la abuela… Ella me acogió cuando mi madre murió. Y cuida de todos nosotros. No es justo, después de una vida de trabajo que le haya tocado esto. No sé qué vamos a hacer el día que no esté más aquí».