Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de la categoría ‘* KENIA’

¿El final del barrio de chabolas más grande de África?

A lo largo de los años hemos seguido en este blog la vida en Kibera, el barrio de chabolas más grande de África. Hemos conocido la peripecia vital de Patrick Kimawachi y de la fallecida Sharon Kayalo, ambos protagonistas del documental Villas Miseria.

También estuvimos allí cuando se desató la violencia postelectoral en 2008 y las callejuelas de este asentamiento marginal situado en las inmediaciones de Nairobi se convirtieron en un campo de batalla.

¿Por qué tanta atención a Kibera? En primer lugar por una cuestión práctica: Nairobi es nuestra base en África, a la que volvemos una y otra vez para dirigirnos a Ruanda, Congo, Uganda o Sudán. En segundo lugar, estamos convencidos de que buena parte de los desafíos sociales del siglo XX pasarán por estos asentamientos, ya que más de mil millones de personas viven en ellos. Por último nos han empujado a volver a Kibera las amistades que allí hemos forjado.

Viviendas dignas

La llegada al gobierno de Raila Odinga prometía cambios para Kibera, pues el candidato lúo del OMC se presentaba a las elecciones por el distrito de Langata, en el que se encuentra el barrio de chabolas. Hasta el momento se habían proyectado y publicitado innumerables proyectos de desarrollo que nunca llegaban a hacerse realidad para esta barriada ausente de servicios regulares de electricidad, agua corriente o saneamientos.

El pasado 16 de septiembre – cuando nos disponíamos a partir hacia Sudán – la historia de Kibera dio un giro sin precedentes: 1.300 de sus residentes fueron llevados a apartamentos construidos por el gobierno. Las imágenes de los habitantes del barrio cogiendo sus pertenencias y dejando atrás las casetas de adobe y chapa – que excavadoras destruyeron a las pocas horas para evitar que otras personas las habitaran -, abrieron los telediarios en Kenia.

Los afortunados, que dejaron atrás la subsistencia entre las montañas de basura y los flying toilettes, moraban en la zona llamada East Soweto. En los edificios a los que se han mudado pagan cinco euros al mes por el alquiler de una habitación, cuatro por la electricidad y dos por el agua (en lo referido a la vivienda, precio similar al que pagaban por las chabolas).

El camino equivocado

Si tomamos en cuenta que Kibera tiene 800 mil habitantes y que más de la mitad de la población de Nairobi malvive en un centenar de slums, las noticias que hace un mes saltaban a la prensa resultan no demasiado alentadoras.

Para Claudio Torres, arquitecto chileno formado en Italia y una referencia en asentamientos marginales, las razones para no mostrarse demasiado optimista son otras.

“No se está yendo a la raíz del problema que es la falta de oportunidades en el campo. Cada vez que mejoras la vida de alguien en la pobreza abres la puerta para que lleguen otros a ocupar su lugar. Por cada persona que sacas de Kibera hay colas de personas esperando para ocupar su sitio”, sostiene Claudio, que dirige un proyecto de desarrollo en el slum de Mathare – bastión hasta 2007 de la secta mungiki – para la ONG Coopi.

“Para poner fin a esto o tienes mucho dinero o acabas con la corrupción”, prosigue. “Tienes que terminar con el gran negocio que son estos tugurios para los que alquilan las casas, para los que venden el agua, para los que venden el alcohol ilegal. La policía se lleva una buena tajada del negocio del changaá. En América Latina los pobres ocupan los terrenos para hacer sus tugurios, aquí los alquilan”.

“Lo otro que debes hacer es descentralizar, terminar con el atractivo de las grandes megalópolis. Tienes que hacer buenas carreteras, buenas comunicaciones. Tienes que fomentar el desarrollo de las ciudades pequeñas”, nos explica Claudio, al que vamos a ver mientras aguardamos en Nairobi a que nos den los permisos para viajar al campo de refugiados de Dadaab.

Kibera y la muerte de Sharon Kayalo

Conocí a Sharon Kayalo en junio de 2005. Conté su historia de enfermedad sostenida, perpetua, porque mostraba los efectos de las terribles condiciones de Kiberacloacas a cielo abierto, montañas de basura por doquier, ausencia de agua corriente, de luz, de asistencia sanitaria, de saneamientos – en una niña de cuatro años.

Pústulas en la piel, problemas de visión, respiratorios, infecciones en los oídos, que dificultaban su existencia cotidiana, que la privaban de poder asistir a la escuela.

Sharon Kayalo había llegado a Kibera, el barrio de chabolas más grandes de África, junto a sus padres al poco tiempo de nacer. La escasez de terreno para cultivar – algo que padecen de forma sistemática las nuevas generaciones de kenianos, pues las tierras se van parcelando de padres a hijos – los había empujado a abandonar la granja familiar en Kisumu y partir hacia Nairobi en busca de una oportunidad de progreso.

Una historia que se repite no sólo en este país, sino en buena parte del mundo en desarrollo, desde hace décadas. Se estima que en este momento, una sexta parte de la humanidad, más de mil millones de personas, subsiste en estos espacios marginales, que crecen asidos a las grandes ciudades.

La primera en morir fue la madre de Sharon, como consecuencia del VIH, que portan el 30% de los habitantes de Kibera. Su padre se casó con Philis, que estaba a cargo de Sharon cuando la conocí en 2005, y que se lamentaba de no contar con dinero para poder llevar a la niña al hospital.

El año pasado, durante los enfrentamientos postelectorales entre los seguidores de Mwai Kibaki y Raila Odinga, el padre de Sharon murió y ella huyó de regreso a la granja familiar en Kisumu, ya que Kibera se había convertido en campo de batalla entre los kikuyus y los lúos. En este blog seguimos a Philis en el viaje que realizó junto a Patrick Kimawachi a través de Kenia, aún sitiada por la violencia, para reencontrarse con la niña.

Esta mañana, mientras espero el vuelo que me llevará al Congo, he vuelto a Kibera para visitar a mi buen amigo Patrick Kimawachi y averiguar cómo estaba Sharon. Philis me dio la noticia de que murió hace tres meses debido a las enfermedades, aunque lleva tiempo ya recibiendo atención médica.

Sharon es una de las protagonistas de Villas Miseria, el documental que estreno el 5 de octubre. A su memoria estará dedicado. Comparto esto con vosotros sólo porque otros cuatro protagonistas del mismo fallecieron desde que empezara el rodaje en 2005 (entre ellos Dipti Porchás, cuyo testimonio también ofrecimos en este blog).

Comprobaciones con nombre propio y apellido de que esa otra guerra, la que tres mil millones de personas emprenden cada día contra la pobreza, también frustra sueños y anhelos, también mata, aunque lo haga de forma más silenciosa.

(Fotografías: HZ)

Los hijos del odio tribal en Kenia

Cuando un periodista desplazado a una zona de conflicto habla en sus crónicas de “anarquía”, o sólo sabe señalar como causas de la violencia a los “odios étnicos y tribales”, debemos tener la certeza de que no está haciendo bien su trabajo, de que sólo ve y comprende la epidermis de la barbarie, sin ir más allá, sin llegar a sus entrañas. O, al menos, esto es lo que afirma un libro que acabo de leer sobre crímenes de guerra.

Supongo que se refiere a que siempre hay un poder detrás del la supuesta anarquía. Un poder que la alienta y la potencia con la intención de sacarle rédito. Del mismo modo en que inflama los sentimientos tribales, étnicos, nacionalistas, para ganar beneficios.

También se podría afirmar que en aquellos conflictos en que el elemento tribal resulta relevante, la violación sistemática de mujeres siempre se encuentra presente, como una forma de humillar al enemigo, de echarlo de su territorio, de transformarlo étnicamente. Bosnia, Ruanda, Kosovo… y escenarios bélicos actuales cuyos testimonios de agresiones a mujeres hemos podido conocer de primera mano: Sudán, Uganda y el Congo.

Bebés no deseados

En los pasados meses han comenzado a nacer en Kenia los niños de las violaciones que se produjeron durante los meses de diciembre, enero y febrero, en los actos de violencia postelectoral que cubrimos en este blog desde el terreno y que ya denunciamos desde los mismos campos de desplazados.

Un aspecto del conflicto generado por el fraude electoral de Mwai Kibaki, que apenas ha encontrado eco en la prensa. Sí los 1.500 muertos, sí los 600 mil desplazados, pero poco o nada se hablado de las 900 mujeres violadas, en su mayoría por grupos de hombres armados.

Al Jazeera ha hecho el seguimiento a una de estas mujeres. Su nombre es Beatrice. Su hijo ha nacido hace pocas semanas. El hijo también de alguno de esos policías que además de violarla la convirtieron en portadora del VIH.

“Comencé a agonizar cuando descubrí que estaba embarazada. Me pregunté qué debía hacer con el bebé. Una amiga me dijo que no lo matara”, afirma Beatrice.

En estos momentos se ha abierto un debate en Kenia sobre la necesidad de llevar a la justicia a todos los hombres que cometieron violaciones. Los miembros de la coalición de gobierno parecen dispuestos a crear un tribunal especial, así como una unidad de policía integrada sólo por mujeres, aunque hasta el momento ni un solo hombre ha sido llevado a juicio. Y las víctimas como Beatrice no han recibido ayuda alguna.

Destinos cruzados en Kenia

Mientras aguardo el momento de partir hacia la República Democrática del Congo, visito a dos buenos amigos sobre cuya labor y compromiso ya he escrito en varias ocasiones en el blog: Patrick Kimawachi y Agnes Paregio. Dos amigos a los que en los últimos tiempos el destino ha conducido por caminos divergentes, opuestos en fortuna y progreso.

Agnes Paregio, que en el año 2002 comenzó a rescatar a las niñas masai que huían de la ablación genital y de los matrimonios forzados, parece más en forma que nunca. Su proyecto no deja de crecer. Y la primera promoción de jóvenes acaba de salir de la escuela.

“Ahora van a estudiar, van a hacer cursos de formación profesional y volverán a sus familias y pueblos para ser modelos para el resto de las chicas”, explica. “Con esto vamos a demostrar que hay vida sin mutilación genital y que nuestra intención nunca fue arrancarlas de su entorno”.

Nombrada mujer del año por Naciones Unidas en 2005, Agnes, que hace dos años viajó por primera vez a Madrid, fue elegida en las pasadas elecciones nuevamente como consejera del distrito de Narok. “Los masai no participamos en la violencia tribal, por lo que esta región se mantuvo al margen del caos que sacudió al país en enero”.

El peor año de Patrick

A Patrick Kimawachi, que hace 20 años decidió irse a vivir a Kibera para ayudar a los niños huérfanos, últimamente las cosas no le han salido nada bien.

Primero la violencia tribal, que a principios de año lo obligó a huir junto a su esposa y a sus más de 45 pequeños fuera del barrio de chabolas, que fue uno de los principales campos de batalla entre los luo y los kikuyu, como ya contamos en este blog.

Pero el golpe más duro le llegó en mayo, cuando su mujer, y principal aliada en el esfuerzo por sacar adelante a los niños, falleció repentinamente. Una gran pérdida para Patrick, que junto a ella siempre mantuvo la coherencia de vivir en similares condiciones de pobreza que sus vecinos del barrio.

«Se despertó una mañana con la pierna hinchada, sin poder moverla. Cuando la llevamos al hospital, apenas entró, se murió», explica.

Dicen que los problemas suelen arribar todos juntos. Hace apenas dos semanas, el gobierno derribó la chabola en la que Patrick tenía la escuela, el orfanato y la iglesia evangélica. Desde entonces, ha dejado a los niños con los feligreses, y en un terreno pegado a un basural ha comenzado a construir nuevamente la vivienda, con las mismas chapas y maderas que fueron derribadas.

«¿Qué puedo hacer?», se pregunta Patrick con una parsimonia que no causa más que admiración. «Es un mal momento en mi vida. Pero no pierdo la esperanza, tengo que seguir adelante».

El gobierno pretende crear una carretera que conecte Kibera con el resto de la ciudad, por lo que lleva meses tirando abajo casas. Quizás una buena oportunidad para abrir y arrancar de la marginalidad a este asentamiento miserable de 800 mil habitantes, pero no para Patrick, cuyos esfuerzos de toda una existencia de trabajo y lucha han desparecido en poco tiempo.

Non-smoking Nairobi

Nairobi me recibe con lluvia y frío. Esperaba el agua, ya que esta es la temporada, pero no el clima gélido que me encuentra sin abrigo mientras aguardo a que llegue la hora de partir hacia el Congo.

Tras mi última visita, durante las semanas de violencia post electoral, la situación parece haber vuelto a la normalidad. Los turistas abarrotan nuevamente los pasillos del aeropuerto de Jomo Kenyatta. Y la ciudad ha recuperado el ritmo y la pasión que la caracterizan.

Una vez más me he detenido ante el espacio destinado en pleno centro de la urbe a los fumadores. El “smoking point”, como reza el cartel que se alza sobre la cabeza de los transeúntes que se han detenido a apurar un cigarrillo bajo la llovizna.

Quizás fuera porque en enero el país estaba conmocionado, sin gobierno, con más de mil muertos y 300 mil desplazados, pero nadie respetaba la nueva normativa que prohíbe fumar en los espacios públicos.

Ahora sí está en vigor. Apenas salí del aeropuerto – y justo en el momento en que levantaba el mechero para librarme de las 16 horas de forzada abstinencia -, un taxista me informó con alarma que me podría caer una multa de 100 mil chelines o tres meses de cárcel en su defecto.

Hasta en Kibera, donde he estado esta tarde, y que es el barrio de chabolas más grande de África, nadie disfruta los cigarrillos abiertamente.

Allí me encontré una vez más con la miseria extrema de este asentamiento donde el 30% de la gente tiene sida, donde no hay saneamientos, ni sistema de recolección de basura ni electricidad o corriente eléctrica.

Eso sí, por el estúpido espíritu mimético que lleva a tantos países a imitar sólo algunos aspectos de las tendencias que vienen desde el norte, ya pocos de sus habitantes morirán por cáncer de pulmón.

Lo seguirán haciendo cada día, especialmente los niños, por la diarrea, la malnutrición o la falta de acceso a atención médica, pero no lo hará por el humo del tabaco. Ni ellos, ni ninguna de las millones de personas que viven en los barrios de chabolas, hogar del 60% de los habitantes de la capital de Kenia.

Sharon y las guerras de los pobres

Cuatro años han pasado desde esta foto:

Desde los tiempos en que Sharon vivía con su padre y su madrastra en Kibera, el barrio de chabolas más grande del mundo.

Reparé en ella porque estaba constantemente enferma: no veía ni respiraba bien, tenía el cuerpo cubierto de sarpullidos, de pústulas, y había perdido parte de la capacidad de oír.

Su padre, desempleado, carecía de recursos para brindarle una vida mejor. Apenas podía conseguir alimentos nutritivos, y mucho menos aún medicinas.

Sharon, mermada en sus capacidades, no asistía a clases ni jugaba con otras niñas. Era, en este sentido, un reflejo de las durísimas condiciones de la vida en las casas de chapa y cartón, ausentes de agua corriente, de electricidad, de saneamientos, que flaquean desordenadamente las estrechas callejuelas cubiertas de basura que articulan Kibera.

Esta otra foto es de hace tres semanas:

Tras descubrir que la casa de Sharon había sido quemada durante la violencia post electoral que sacudió a Kenia, y que su padre había muerto, partimos con mi buen amigo, Patrick Kimawachi, en busca de Sharon.

Tomamos un avión desde Nairobi – era la primera vez que Patrick volaba – y luego viajamos durante varias horas en coche, hasta alcanzar una región de mayoría luhya próxima a la frontera con Uganda.

Su madrastra, que nos guiaba a través del teléfono móvil, nos había dicho que la salud de Sharon se encontraba peor que nunca.

El encuentro con Sharon

Cuando finalmente llegamos, la niña estaba acostada en una de las habitaciones de la casa de la que su padre, décadas atrás, había partido hacia Nairobi en busca de una oportunidad de progreso.

Aunque llevo años visitando Kibera, es la primera vez que me dirijo hacia uno de los lugares de los que parten originariamente sus habitantes. Un sitio tranquilo, de gente sonriente, amable, en que la naturaleza resulta exultante. Chozas, ganado, cultivos. ¿Por qué entonces tantos vecinos deciden ir a malvivir a los barrios de chabolas de Nairobi?

Las respuestas que recibo son unánimes: porque la tierra no alcanza para todos, porque no hay empleo, porque el gobierno no ofrece posibilidades de educación y asistencia sanitaria. Al admirar la belleza del sitio, comprendo que debe ser mucho más duro aún vivir en un lugar infecto como Kibera.

Sharon se despierta. Le hemos traído algunos regalos. Parece acordarse de nosotros, aunque no sé si es por mis habituales desembarcos en el barrio de chabolas o porque su madrastra le ha dicho que íbamos a venir.

Resulta evidente que Sharon no se encuentra bien. Patrick afirma que es muy probable que tenga sida, por los síntomas y porque su madre murió como consecuencia del HIV.

Se compromete ante la madrastra a llevarla a un hospital para que le realicen los exámenes y a hacer todo lo posible para que se recupere de una vez por todas y logre salir de esa vida sitiada por la miseria y la enfermedad.

Las guerras de los pobres

La madrastra de Sharon nos cuenta cómo fueron los enfrentamientos en Kibera. Cómo un grupo de hombres armados llegaron durante la noche y quemó la miserable casa que alquilaban.

Después de bañarse, de comer, y a medida que transcurre la tarde, Sharon parece encontrarse mejor de salud. Con esfuerzo, caminando lentamente, nos acompaña hasta la parcela de tierra, situada frente a la casa, en la que enterraron a su padre.

Hay un dicho en África, muy conocido, que afirma que cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba. En el caso de Kenia, como en todos los conflictos armados que he conocido en mi vida, la peor parte se la llevaron los más pobres.

Ellos salieron a matar y morir empujados por las miserias de los políticos que caldearon su descontento, su rabia, en pos de absurdas estrategias de poder.

El esperado final de la crisis en Kenia (vídeos)

Más allá de los enfrentamientos aislados, que esta semana se han cobrado una docena de vidas en Kenia, los acuerdos para un gobierno de coalición parecen prosperar.

Acuerdos que hoy, día clave, el parlamento debe ratificar, y que establecerían a Raila Odinga, el candidato del ODM, en una posición que hasta ahora no existía en el ejecutivo keniano: Primer Ministro.

Otras medidas que incluyen:

* Se creará una comisión de reconciliación nacional que investigará la violencia post electoral.

* Se conformará un panel que revisará los comicios del 27 de diciembre

* Y se hará una exhaustiva reforma de la Constitución adoptada por Kenia en 1963, y que por su centralismo y las excesivas atribuciones que da al Presidente, genera descontento desde hace años.

Desafortunadamente, la violencia sexual, que una y otra vez se emplea en todo el continente africano como arma de guerra, sigue afectando a mujeres que se encuentran entre las miles de personas que aún permanecen en campos de desplazados.

El cambio climático

La Fundación Escenarios de Sostenibilidad está desarrollando una encomiable labor de sensibilización sobre el cambio climático en África, además de apoyar proyectos en Kenia.

Cuestión en la que el continente se juega mucho más que cualquier otra región del mundo: la ONU estima que más de 300 millones de personas tendrán que abandonar sus hogares en las próximas décadas como consecuencia del calentamiento global. Desplazamiento poblacional que estará en la raíz de nuevos conflictos armados y tensiones étnicas.

Ya hemos conocido en este blog de primera mano el drama que sufren los nómadas afar en la frontera entre Etiopía, Djibuti y Eritrea.

Una parte minúscula de una problemática que se repite a lo largo del África subsahariana, y que quizás en pocos lugares se hace evidente tan evidente como en el Lago Chad, donde el descenso del nivel del agua ha tenido un impacto brutal sobre miles de familias que dependían de él para subsistir (ha perdido el 90% de su superficie).

En Kenia, también los patrones de vida están cambiando en el lago Victoria y en las regiones desérticas del nordeste. Un nuevo factor que pone aún más presión a las existentes tensiones por el control y la posesión de un bien tan escaso como la tierra.

La crisis keniana en perspectiva

Y otro vídeo, también realizado por la Fundación Escenarios de Sostenibilidad, que repasa someramente los terribles hechos acaecidos en Kenia a lo largo de los últimos dos meses.

Hechos que, afortunadamente, parece estar ya próximos a concluir para permitir así que el país que ha sido modelo de prosperidad macroeconómica en la región pueda retomar la senda del crecimiento.

Aunque eso sí, en esta ocasión, esperemos que sea con equidad social y distribución de la riqueza. Sólo de este modo África estará realmente en condiciones de hacer frente a los desafíos que le esperan.

En busca de Sharon a través de Kenia

Cierro las crónicas sobre Kenia con la excelente noticia del acuerdo entre Raila Odinga y Mwai Kibaki para crear un gobierno de reconciliación nacional.

No ha sido una negociación fácil. Ha estado plagada de zancadillas y tensiones, como las que constantemente ponía Martha Karua, miembro del PNU que se enfrentó ferozmente a Kofi Annan, con una formas y una intransigencia que le hicieron ganarse el odio de los lúo. Pero finalmente los líderes kenianos parecen haber rebajado sus aspiraciones de poder y haber elegido lo mejor para su país.

Será un camino infructuoso, con muchos desafíos, veremos si logran recorrerlo. Pero las expectativas resultan sin dudas alentadoras, según Odinga, en seis meses el país podría volver económicamente a la normalidad.

La historia de Sharon

Como colofón a la serie de testimonios recogidos en Kenia, recupero la historia de Sharon, una niña que sufrió en primera persona las consecuencias de la violencia que dejó más de mil muertos y unos 300 mil desplazados.

Sharon vivía en Kibera, uno de los barrios de chabolas más grandes del mundo, y epicentro en la capital keniana de la lucha entre los kikuyus y los lúo.

Fue justamente por este asentamiento plagado de techos de chapas y casetas de chapa, madera y cartón, que Odinga, el candidato del ODM, se presentó a las elecciones del 27 de diciembre que el presidente Mwai Kibaki, por su poder sobre la comisión electoral, manipuló para perpetuarse al frente del Ejecutivo.

A Sharon la conocí hace cuatro años en Kibera, ya que es uno de los lugares que visito cada vez que desembarco en Nairobi, ciudad a la que suelo viajar con asiduidad pues es la base insoslayable para luego partir hacia destinos como Etiopía, Sudán o Uganda.

Seguí su historia porque la pequeña, que por aquellos tenía cinco años, estaba constantemente enferma. Todo un reflejo de lo difícil que es salir adelante en un ambiente tan hostil como el de Kibera, ausente de saneamientos, de agua corriente, plagado de basura.

Su madre había muerto. Su padre, desempleado, hacía lo posible por cuidarla junto a su nueva esposa. Aunque la ausencia de recursos dificultaba que pudieran darle los alimentos y medicamentos que la niña necesitaba.

Hacia la frontera con Uganda

Apenas regresé a Kenia para seguir de cerca los enfrentamientos post electorales, fui a ver al pastor Patrick Kimawachi, que se dedica en Kibera a velar por los niños huérfanos del sida y cuya labor podéis conocer a través del primer capítulo de la serie Un día más con vida.

Los vecinos nos contaron que el padre de Sharon había muerto y que su casa había sido quemada durante las luchas con arcos, flechas y machetes. La pequeña había huido junto a su madrastra hacia la aldea de la que era originaria.

Le pedí a Patrick que me acompañara a buscarla. Saqué los pasajes. Lo llamé a última hora de la noche. Y a las seis de la mañana nos encontramos en el aeropuerto Jomo Kenyatta de Nairobi.

Era la primera vez que Patrick, que por decisión propia había decidido pasar la mayor parte de su vida junto a los pobres de Kibera, viajaba en avión. Ante las máquinas de rayos equis y los chequeos de seguridad se enfrentó con cierta perplejidad. Nada ayudado por mis constantes pedidos a que se diera prisa, pues se había hecho tarde y podíamos perder el vuelo (en la puerta se había encontrado con un amigo de Kibera con el que se había dedicado a conversar durante un buen rato).

En el avión no tuvo miedo. Al contrario, observó maravillado el valle del Rift, que se desplegaba espléndido a nuestros pies. Y luego, el vasto espejo de agua que da vida al lago Victoria, pues nuestro viaje nos conducía hacia la frontera con Uganda. En una aldea perdida en la provincia Occidenal se suponía que estaba Sharon, cuyo estado de salud, según nos habían dicho, se había deteriorado notablemente.

A lo largo del vuelo, yo oscilaba entre la fascinación de ver a Patrick allí en la ventanilla, deslumbrado como un niño, y la incertidumbre de no saber cómo se encontraría Sharon. Otra de las tantas víctimas inocentes de la violencia en Kenia.

Continúa…

Las sectas en Kenia: una amenaza para la paz

La existencia de grupos armados que se mueven en la penumbra del poder constituye una de las mayores amenazas para la paz en Kenia.

Aunque aún está por determinar judicialmente el grado de implicación que han tenido en la ola de violencia electoral que conmocionó al país tras las elecciones de diciembre de 2007, no son pocos los especialistas que sitúan a estas sociedades secretas y sectas detrás de algunas de las acciones más brutales.

Su génesis está relacionada con los rituales tradicionales de iniciación de los jóvenes de los distintos grupos tribales. Rituales que suelen incluir el uso de armas, aunque no de fuego.

También parecen tener su razón de ser en la ausencia de acción del Estado en barrios de chabolas y zonas marginales, donde se desempeñan como vigilantes brindando protección a los vecinos y cobrándoles impuestos, del mismo modo en que sucede, por ejemplo, en las favelas de Brasil, tanto por parte de los paramilitares como de los traficantes del Comando Vermelho o Tercero Comando.

Asimismo, se las vincula con la violencia que asola cíclicamente a zonas como Monte Elgon, donde los enfrentamientos se deben a la escasez de tierra.

Si bien la mayoría de ellas fueron prohibidas en 1992, no se descarta que puedan recibir apoyo político. Y existen crónicas periodísticas que denuncian la presencia de estos grupos en actos electorales.

Los mungiki

El nombre de esta secta kikuyu se escucha a todas horas en Kenia. “Los mungiki vinieron por la noche con machetes y nos echaron de nuestra casa”, me dice una familia a la que encuentro en la carretera que conduce a Kisumu, abarrotada en lo alto de un camión junto a sus pertenencias.

Creada en 1980, su nombre quiere decir “multitud”. Y, en teoría, esta organización secreta, cuasi religiosa, busca recuperar los valores africanos tradicionales, que vinculan a la lucha por la independencia otra organización mayoritariamente kikuyu: los mau mau. De ellos han heredado la costumbre de dejarse el cabello largo en lo que luego se dio a conocer por la música reggae como el estilo “rasta”.

Después de la violencia post electoral, aparecieron varias crónicas en los medios de comunicación de ataques de los mungiki, en las zonas de preeminencia kikuyu, a mujeres que llevaban minifaldas. No sólo pretenden que vuelvan a los vestidos tradicionales africanos, además abogan porque regrese la mutilación genital femenina, prohibida por ley en Kenia.

A lo largo del 2007, los mungiki protagonizaron una campaña de terror a través de la decapitación de sus adversarios, a la que el gobierno de Mwai Kibaki – que también pertenece a la etnia kikuyu – respondió con fiereza.

Organizaciones de Derechos Humanos, entre las que se encuentra Aministía Internacional, denuncian la desaparición y tortura de miles de supuestos componentes de esta secta, cuyas actividades fueron descritas exhaustivamente por periódicos como The New York Times.

Los talibán

Compuesto por miembros de la etnia luo, constituye el segundo grupo armado urbano más numeroso de Kenia. Actúa en los distritos marginales de Mathare, Huruma, Baba Dogo y Kariobangi.

Se supone que nació como una respuesta al poder de los mungiki. Si bien no cuenta con juramentos de fidelidad, ni parece tener una agenda cultural, su accionar se basa también en la extorsión de los conductores de matatu (minibuses), en este caso los que recorren Juja Road.

Los miembros de los talibán se reconocen y comunican a través de un código de señasque realizan con las manos. Como armas, emplean machetes y garrotes. Se estima que, tras las fallidas elecciones, quemaron al menos cien casas de kikuyus en Mathare.

El equivalente a los talibán, pero en el barrio de Kibera, son los conocidos como Bagdad Boys. También en este asentamiento marginal tiene una gran influencia la secta Kosovo, integrada además por miembros de la comunidad luhya.

La última gran organización urbana es la que recibe el nombre de Jeshi la Mzee aka Kamjesh, que se diferencia del resto por su composición multiétnica. Y que, al igual que las otras, se articula en base a la extorsión y la fuerza.

En 1992, el gobierno keniano prohibió a 18 grupos armados. No todos pueden ser considerados sectas en el sentido estricto de la palabra, ni actúan de la misma forma ni con el mismo espíritu. El resto, que describiré en la próxima entrada, se desempeña en las zonas rurales.

El poder de las sectas secretas en África

Aunque apenas encontró reflejo en los medios de comunicación internacionales, lo cierto es que, durante las semanas de violencia post electoral en Kenia, la gente de a pie no dejaba de hablar los mungiki, la secta o sociedad secreta perteneciente a la etnia kikuyu cuyo accionar ya describí exhaustivamente en este blog.

Se les atribuían los peores crímenes perpetrados por los kikuyus en respuesta a los asesinatos de los lúos y kalenjin después de que el candidato opositor Raila Odinga viera cómo Mwai Kibaki presionó a la comisión electoral para que maquillase los resultados de las votaciones. Entre otros, la muerte del diputado Mugabe Were. Aunque, principalmente, las matanzas en las ciudades de Nakuru y Naivasha.

Una y otra vez escuché decir que los mungiki se estaban entrenando en Uganda, y que volverían armados para iniciar una guerra civil. Escuché a niños, en campos de refugiados y barrios de chabolas, hablar con horror de esos hombres con cabello rasta como los Mau Mau, que decapitan a sus adversarios, que controlan buena parte de asentamientos marginales como Mathare y Kibera, que afirman luchar para que África vuelva a sus valores tradicionales. Entre otros, la mutilación genital de las mujeres, probíbida por ley en Kenia, y abandonada por los kikuyus por la influencia colonial.

Según un informe de la Oscar Foundation, publicado en 2007, este es el listado de sectas que existen en el territorio keniano y que fueron prohibidas por el Gobierno:

1. Mungiki

2. Taliban

3. Kamjesh

4. Chinkororo

5. Sungu Sungu

6. Jeshi la Embakasi

7. Tharaka Community

8. Amachuma

9. Saboat lands Defense Force (SLDF)

La presencia en África de estas sectas o sociedades secretas, no debe ser menospreciada. Y aporta otro plano de análisis a la ola de violencia que a partir del 27 de diciembre provocó más de mil muertos en Kenia.

En próximas entradas, además de narrar mi encuentro con los chinkororo, el grupo armado ligado a la tribu de los kisii, intentaré describir cómo funcionan algunas de estas organizaciones no sólo en Kenia, sino en el resto del continente, y qué desafíos implican para el futuro de esa África próspera y en paz que tanto deseamos.