Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La lucha de las mujeres de la barriada keniana de Korogocho

Sería injusto que proyectase sombra alguna sobre la belleza y la generosidad de Nairobi, ciudad por la que paso en numerosas ocasiones a lo largo del año y por la que siento un profundo afecto.

Después de estar en Congo, Sudán o Somalia, recoger las maletas en el aeropuerto Jomo Kenyatta, volver a cargar la tarjeta Safaricom del móvil en la tienda de revistas que vende los números de The Economist con una semana de atraso y tratar de que el taxista de turno me cobre mil doscientos chelines en vez de dos mil, tiene siempre el sabor de un regreso a casa. Las acacias de ramas como manos abiertas hacia el cielo, que flanquean Mombasa Road rumbo al centro de la ciudad, reverberan a bienvenida.

Después llegan los zumos de frutas de la tercera planta del Ya Ya Centre, las compras en el supermercado Nakumat del Sarit Centre o del Westgate, las cenas con los amigos en alguno de los tantos buenos restaurantes de Westlands, las posteriores copas en el Black Diamond, Havanna y Red Tape, y, por supuesto, los partidos del Barça el sábado o el domingo en la primera planta del Gypsys o en el más colorido Simmers, plato de nyama choma con patas fritas de por medio (previo pedido de que cambien de cadena y saquen la omnipresente Premier League).

Posibilidades de esparcimiento, descanso y encuentro con amigos que poco valor tendrían si no estuvieran acompañadas por la cercanía, la simpleza en el trato y la buena predisposición que sin excepción han mostrado los habitantes de la ciudad hacia el muzungu que escribe estas palabras. No recuerdo roce ni incidente alguno desde que la empezara a frecuentar hace más de un lustro. Algo inusual en una ciudad de semejantes dimensiones.

Planeta slum

Pero Nairobi tiene otra cara. Y no me refiero a los insufribles atascos ni a los habituales cortes de luz, sino a que, como tantas otras urbes de los países en desarrollo, ofrece una suerte de compendio, de resumen, de las abismales diferencias sociales que avergüenzan a nuestro mundo.

Una calle, un terreno baldío, un muro y un par de askaris de uniformes apolillados y miradas somnolientas, separan a los ricos de los pobres. Korogocho, como se dice en kiswajili: “hombro con hombro”.

El 40% de los habitantes de Nairobi reside ven barrios de chabolas. El más grande de estos asentamientos es Kibera, en el que rodé el documental Villas Miseria a lo largo de tres años. Las historias de Patrick Kimawachi, Kunja, Sharon y Phoebe que aparecieron por primera vez en las páginas de este blog en 2006. También conocimos Mathare, territorio kikuyu, ni tan vasto ni populoso como Kibera pero sí convulso en los tiempos que estaba dominado por la secta de los munghiki.

Hace uno meses tuve la posibilidad de acercarme a otro barrio de chabolas, llamado justamente Korogocho. Así viven sus 200 mil habitantes, hacinados, hombro con hombro. Lo que más impresiona al entrar es la montaña de basura que se eleva a un costado: Dandora, el mayor vertedero de Nairobi. Y las sombras de las mujeres que escarban entre la basura.

Las mismas osamentas rendidas a la inmundicia, a los desechos, que plasmamos en estas páginas en La Chureca de Managua y en las periferias de Recife y Dhaka. Otra seña de identidad de la parte más relegada del mundo.

El objetivo de la visita era realizar un reportaje a un grupo de mujeres que han decidido rebelarse contra la violencia sexual (en la imagen). Su extraordinario trabajo, en la próxima entrada.

Foto: HZ.

Kenia y la Corte Penal Internacional: un avance hacia el final de la impunidad en África

Fueron los eventos más trágicos y sangrientos de la historia keniana desde la independencia de Gran Bretaña en 1963. El 28 de diciembre de 2008, un día después de las elecciones, el candidato Raila Odinga (perteneciente a la etnia lúo), encabezaba los recuentos. Dos jornadas más tarde, la Comisión Electoral daba la victoria a Mwai Kibaki (etnia kikuyu), presidente el país. Las acusaciones de fraude, que ya estaban el prensa, se intensificaron. La violencia se extendió por buena parte de la geografía de Kenia.

En Viaje a la guerra nos desplazamos para contar lo que sucedía desde la propia Kenia (en tantas ocasiones escala de este blog hacia destinos como Etiopía, Congo, Ruanda, Uganda, Sudán o Somalia). Más de 1.300 personas perdieron la vida, y más de 350 mil se vieron obligadas a abandonar sus casas.

El mapa étnico de este país, que se dividía en 42 grupos tribales antes de la aprobación de la nueva Constitución el pasado mes de julio, fue redibujado en base a machetes, linchamientos, arcos y flechas. En la ciudad de Karicho, mayoritariamente kalenjin, fuimos testigos del éxodo masivo de kikuyus, kissi, luhya y lúo. En el barrio de chabolas de Kibera, en Nairobi, de los acciones violentas de la secta mungiki (kikuyu) contra lúos y luhya, que se refugiaron en iglesias y parques.

El camino hacia la paz

No pocos líderes internacionales pasaron por el país en aquellos días. Ban Ki-moon, Condolezza Rice, Jakaya Kikwete… El peso de las negociaciones entre los partidos de Railda Odinga y Mwai Kibaki lo llevó Kofi Annan. Tras numerosas acusaciones cruzadas y postergaciones, el 28 de febrero decidieron crear un gobierno de coalición – Kibaki seguiría de presidente y Odinga ocuparía el cargo creado expresamente de primer ministro – a través de la National Accord and Reconciliation Act.

Guatemala, Argentina, Sudáfrica, España, Ruanda, Bosnia-Herzegovina… son diversas las estrategias que han seguido los países que sufrieron conflictos internos: desde la negación, pasando por la reconciliación y el juzgamiento de los culpables. Una vez superada la violencia, las sociedades deben elegir.

En el caso de Kenia, el parlamento decidió que no fuera un tribunal local el encargado de impartir justicia, abriendo así las puertas a la Corte Penal Internacional (que por primera vez actúa contra políticos y sin responder a un pedido del país o del Consejo de Seguridad de la ONU). Desde entonces, las especulaciones en los periódicos y en las calles han sido constantes. Se hablaba de cuatro miembros del gobierno que serían procesados por Moreno Ocampo.

Nuestro último paso por Kenia, camino a Somalia, coincidió con un hecho que copó la portada de todos los periódicos: en un acto desafiante, William Ruto – una de las figuras más controvertidas del país, ex ministro de Educación Superior apartado de su puesto por corrupción y mencionado siempre en las quinielas de la CPI – viajó a La Haya para preguntar qué cargos había en su contra.

Los acusados

Este miércoles, finalmente, la CPI dio los nombres de los seis principales procesados por la violencia postelectoral. Entre los acusados está el mencionado William Ruto. Moreno Ocampo sostiene que Ruto, junto a otros destacados miembros de la oposición como el actual ministro de Industria Henry Kosgey y el famoso periodista Joshua arap Sang, «comenzaron a planear los ataques a los partidarios del gobierno un año antes de las elecciones».

Ruto es considerado uno de los instigadores de las matanzas perpetradas por miembros de la tribu kalenjin (22% de la población del país), entre las que destaca el que quizás fuera el hecho más atroz de aquellos días: la quema de una iglesia en El Doret que terminó con la vida de más de 50 personas, entre las que se contaban mujeres y niños. Un ataque que recordó a la prensa internacional lo sucedido en Ruanda en 1994.

Del bando contrario, la CPI acusa a Uhuru Kenyatta (hijo del primer presidente del país y actual ministro de Finanzas), a Hussein Ali y a Francis Muthaura de haber organizado “acciones de respuesta contra civiles”. Su principal instrumento fue la secta mungiki, sobre la que tanto escribimos en este blog.

Un mensaje de cambio

Como bien señala Eduardo Molano en ABC, seis nombres saben a poco ya que “la Comisión de Derechos Humanos de Kenia (KNCHR) acusó a cerca de 200 figuras influyentes del país de haber tomado parte en los disturbios”.

Pero esto no dejar de significar un importante avance para Kenia de cara a las elecciones presidenciales de 2012 – en las que no participará Kibaki y que la ONU declaró que podrían despertar una nueva ola de violencia –, si bien gestionar acusaciones tan serias contra dos ministros del Gobierno no será sencillo (algunos parlamentarios están tratando de que Kenia salga del Estatuto de Roma, que el país firmó en 2005).

Y también para todo el continente. Recordemos no sólo el fraude y el matonismo de Robert Mugabe en Zimbabue, sino los recientes conflictos provocados por los comicios en Nigeria, Etiopía y ahora mismo en Costa de Marfil. Al menos existiría un recurso contra la impunidad de los políticos africanos que no dudan en apelar al fraude y la muerte para perpetuarse en el poder.

Foto: Peter Andrew/Reuters

Euforia en Kenia ante la nueva Constitución (y paseo sin detención para Omar al Bachir)

Dos anécdotas para reflejar la euforia colectiva que se está viviendo en Kenia a raíz de la Constitución que hoy comienza a entrar gradualmente en vigor tras un multitudinario acto en Uhuru Park (el mismo parque que en 2008, como contamos en este blog desde la propia Nairobi, albergó a miles de desplazados de la violencia postelectoral).

Constitución que se aprobó en referendo el 4 de agosto y que incluye sustanciales cambios de las reglas de juego que hacen que los kenianos se sientan, según una encuesta publicada esta mañana en The Standart, en el momento de mayor optimismo con respecto al futuro de la última década.

La primera anécdota es de ayer. Estaba entrevistando a Alex Munyere, presidente de la Albinism Society of Kenya (ASK), para un reportaje sobre el asesinato de albinos en Tanzania – que suman 52 en lo que va de año – cuando noté que tenía manchada la uña del dedo pequeño de la mano izquierda. “Si votabas te pintaban el dedo. Y yo me baño con una tirita en la uña porque no quiero que se me vaya la pintura. Quiero recordar siempre ese día, por lo que significa la Constitución para las personas con albinismo, por los cambios que va a traer a nuestras vidas”.

Ampliación de los derechos civiles, limitación de los poderes del presidente, descentralización de la administración en condados, reforma agraria, educación universal, son las transformaciones que promueve el texto del que nadie deja de hablar en Kenia. Creo que pocas conversaciones he tenido en estos días en las que no se mencionara. El único de mis amigos que ha votado en contra – el resultado alcanzó dos votos a favor por cada uno negativo – fue el pastor Patrick Kimawachi, que se opone a que el documento reconozca el derecho al aborto y a la creación de tribunales islámicos.

Caos en el aeropuerto Jomo Kenyatta

La segunda anécdota es de esta mañana. Fue tal la multitud que se congregó en el Uhuru Park para celebrar la Constitución y escuchar al presidente Mwai Kibaki decir que hoy “es el día más importante de nuestra historia desde la independencia”, que no importó que saliéramos tres horas antes de lo previsto, igual llegamos tarde al aeropuerto. Perdimos el vuelo a Kigale. Y el siguiente vuelo en el que conseguimos asiento se demoró dos horas pues la pista se cerró para que despegaran los aviones de los presidentes de países vecinos que asistieron al acto.

Entre ellos se encontraba el sudanés Omar al Bachir, que el gobierno de Kibaki debería haber arrestado en respuesta al pedido de detención por crímenes de genocidio de la Corte Penal Internacional. Paradójicamente, el mismo tribunal liderado por Moreno Ocampo que, a pedido del parlamento keniano, está investigando la violencia que se llevó por delante la vida de mil personas y dejó sin hogar a otras 250 mil en Kenia tras las frustradas elecciones de 2007.

En los televisores del aeropuerto se retransmitieron a todo volumen estos actos que hicieron que lo que se suponía que era un breve viaje de dos horas de Nairobi a Kigale terminase en una larguísimo periplo de media jornada vía Burundi y la renuncia definitiva a cruzar la frontera al Congo esta misma tarde para hacerlo mañana. Sin embargo, pensar que hace pocos más de dos años recorríamos a la carrera los pasillos del aeropuerto Jomo Kenyatta para ir a cubrir las matanzas en Kisumu o El Doret hace que no podamos más que compartir la alegría y la emoción de los kenianos.

Congo, Ruanda, Uganda, Kenia… de regreso en África

Regresamos a África. Regresamos por tercer año consecutivo a la República Democrática del Congo y Ruanda. Y volvemos a un país en el que desembarcamos en los albores de este blog, cuando el LRA continuaba en su territorio, los niños seguían caminando cada noche para huir de la guerra y los campos humanitarios de la periferia de Gulu cumplían veinte años atiborrados de desplazados internos: Uganda. Ahora que los hombres de Kony se han desplazado definitivamente al norte, como vimos el año pasado en Sudán, queremos descubrir de qué manera ha cambiado la vida para los acholi.

Será un mes de viaje, que por ahora está encontrando como obstáculo la nula respuesta por parte de Ruanda a nuestras múltiples solicitudes de visado. La paradoja es que apenas necesitamos pasar unas horas por este país rumbo al Congo.

Tampoco es un mal ejercicio de empatía conocer de primera mano la frustración de no poder cruzar una frontera, ya que es algo que cientos de millones de personas experimentan a diario en todo el mundo (entre ellos amigos indios o africanos que han intentado venir a Europa a dar conferencias y que se han encontrado en nuestros consulados con los mismos silencios y arbitrariedades).

Como estrategia por parte de Ruanda, país que recibe la mitad de su PIB de la cooperación internacional, sin dudas no es la acertada. Debido a sus infraestructuras y su belleza natural tiene un enorme potencial turístico. No pocos beneficios económicos le traería a la tan cuestionada administración Kagame aplicar una estrategia hacia los extranjeros similar a la que emplean sus vecinos en África oriental: Uganda, Tanzania y Kenia. También el viejo debate sobre si la cooperación internacional tiene el efecto negativo de mermar las capacidades e iniciativas de cierto países podría abrirse en este caso.

Hablando de regresos, hoy toca Kibera, el barrio de chabolas más grande de África. Situado en la periferia de Nairobi, hemos estado allí en numerosas ocasiones a lo largo de los cuatro años de vida de este blog. Volvemos a reencontrarnos con buenos amigos como Patrick Kimawachi, pero sobre todo para seguir las consecuencias en la distancia de la violencia postelectoral de enero de 2008. Por la tarde toca entrevista con Hassan Omar Hassan, vicepresidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Kenia. Hablaremos también con él sobre los ecos de aquellos enfrentamientos que causaron más de mil muertos y 200 mil desplazados.

Foto: Niña en las vías del tren de Kibera (Hernán Zin)

Ser homosexual en África (1)

Carente de vastas reservas de recursos minerales y ajeno a los conflictos armados que durante décadas sacudieron a la región, Malawi no suele encontrar sitio en los titulares de la prensa internacional. A pesar de la baja esperanza de vida, la pobreza endémica y el devastador impacto del sida en su tejido social y en las perspectivas de futuras de progreso, la antigua colonia británica de Nyasalandia es una de las naciones africanas a las que el mundo presta menos atención.

Esta suerte de indiferencia crónica parece haberse roto como consecuencia de un hecho tan execrable como necesitado de condena, y que sirve para descubrir la actitud predominante en el África subsahariana hacia los homosexuales.

El pasado lunes, un juez de Blantyre – la ciudad más poblada del país, a la que se considera su capital económica, mientras que Lilongüe es la sede política del gobierno – decidió procesar a Steven Monjeza y Tiwonge Chimbalanga por los delitos de “sodomía, indecencia y prácticas homosexuales”. De ser hallados culpables en el juicio que comienza el próximo día 3 de abril, podrían recibir penas de hasta 14 años de prisión.

Ambos hombres, de 20 y 26 años de edad, se encuentran privados de libertad desde el 28 de diciembre. Dos días antes habían celebrado una ceremonia de compromiso en el municipio de Chirimba, por lo que resulta evidente que la detención buscaba la reprimenda pública, mandar a la sociedad de Malawi un rotundo mensaje con respecto a la aceptación de la homosexualidad.

Presos de conciencia

La defensa sostiene que los hombres fueron golpeados y vejados durante los exámenes anales que pretendían recabar pruebas de los “actos de sodomía”. Representantes de Amnistía Internacional, presentes el lunes en el juzgado junto a miembros de otras organizaciones de derechos humanos, calificaron a los hombres de “presos de conciencia”.

Si algo se puede sacar en positivo de una historia tan terrible es que por primera en este país – que debe en buena medida su conservadurismo a las décadas de opresiva dictadura de Hastings Kamuzu Banda, antiguo impulsor de la lucha anticolonial – se está debatiendo abiertamente sobre los derechos de los homosexuales. Tanto los líderes de la iglesia anglicana como los políticos se han manifestado en contra, pero en la sociedad civil algo se ha empezado a mover, según demuestra la reciente creación del Centro para el Desarrollo del Pueblo.

Nuestro último paso por Kenia, cuando nos dirigíamos a realizar algunas crónicas sobre la piratería en el Índico, coincidió con un debate similar, que en aquella ocasión fue provocado por el enlace de dos kenianos del mismo sexo en Gran Bretaña. Las reacciones en la prensa fueron de mayoritaria censura, como es de esperar en un país donde el 96% de los adultos dice estar en contra de la homosexualidad.

Aunque nada comparable con su vecino, Uganda, el país de Yoweri Museveni, favorito de Washington, que hasta apenas dos semanas estaba debatiendo un proyecto de ley para criminalizar la homosexualidad y aplicar la pena de muerte.

Foto: Reuters.

Moreno Ocampo pide investigar la violencia postelectoral en Kenia

Fue el momento de mayor naufragio colectivo experimentado por la sociedad keniana desde que consiguiera la independencia de Gran Bretaña en 1963. Semanas de violencia que dejaron más de mil muertos y que redibujaron a punta de machete el mapa tribal del país.

En este blog estuvimos allí, siguiendo desde distintos puntos de Kenia los enfrentamientos que, a finales de 2007 y principios de 2008, se sucedieron como consecuencia del fraude electoral en las elecciones que debían refrendar o sacar del poder al actual presidente Mwai Kibaki.

Las heridas aún son visibles. Todavía hay desplazados internos que siguen en campamentos, que no han recibido un nuevo sitio en el que vivir. La industria del turismo no se ha recuperado, ya que el lento retorno de la confianza se ha topado con la crisis económica mundial.

Hace tres semanas, durante nuestro último paso por el país para investigar sobre la piratería, en la prensa no se hablaba más que de la salida de prisión del líder de la secta mungiki y de la inminente visita de Luis Moreno Ocampo, fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI).

La génesis

El conflicto postelectoral tocó fin gracias a la mediación de Kofi Annan en marzo de 2008. Con mayor éxito que en Zimbabue, los candidatos rivales se repartieron el poder. Parte del acuerdo al que llegaron incluía llevar ante la justicia a los máximos responsables de la violencia. Al no haber cumplido con esta promesa, los parlamentarios kenianos aprobaron la intervención de la CPI.

Ayer Moreno Ocampo pidió permiso a los magistrados de la Corte para dar comienzo a una investigación formal de los hechos. De recibir luz verde, la investigación de los asesinatos y violaciones empezaría en el mes de marzo. El pasado junio, Kofi Annan le entregó a Ocampo una lista con los nombres de los ministros, parlamentarios y hombres de negocio que figurarían entre los principales sospechosos, que no se ha hecho pública pero que ha provocado infinidad de especulaciones en los medios.

Luces y sombras

El proceso iniciado por la CPI resulta negativo para la imagen de Kenia, pues muestra las falencias de su sistema jurídico (la comisión que nombra a los jueces es designada por el presidente, por lo que estos últimos gozan de poca independencia. De no ser así, quizás las disputas de 2007 se podrían haber dirimido ante los tribunales). Además, equipara la pobre capacidad de gobierno del país, antes visto como el motor económico de África Oriental, a la de otros Estados de la región en los que actúa Moreno Ocampo como Congo RDC, Sudán, República Centroafricana y Uganda.

En el lado positivo se podría resaltar que, de cara a las elecciones de 2012, el mensaje es claro aunque Mwai Kibaki no se vuelva a presentar: quien aliente la violencia deberá pagar las consecuencias. Para las víctimas, al menos el consuelo de que se investigará lo sucedido y de que se intentará de juzgar a sus responsables, algo poco habitual en África.

Liberada en Somalia la periodista Amanda Lindhout

La semana pasada, a raíz del final del secuestro del Alakrana, recordábamos a la periodista Amanda Lindhout, que llevaba desde el 31 de agosto de 2008 retenida por un grupo armado del clan hawiye en Mogadiscio junto al fotógrafo Nigel Brennan.

En este blog hemos hablado en otras ocasiones de Amanda, resaltando su valentía y su idealismo. A los 27 años había trabajado como reportera nada menos que en Irak, Afganistán y Palestina, abriéndose paso en un universo violento, dominado por los hombres, sin el apoyo de ningún gran medio de comunicación. Se desempeñaba como freelance, con todas las limitaciones en recursos, seguros, infraestructuras, contactos y respaldos que implica esta forma de ejercer el periodismo.

También habíamos criticado al gobierno de Canadá tanto por intentar, con éxito lamentablemente, que el destino de Amanda poco eco tuviera en los medios de comunicación, como su escasa voluntad negociadora. Estas críticas se hicieron más sentidas cuando salieron las primeras noticias de que Amanda estaba sumamente enferma y de que era posible que estuviera sufriendo abusos sexuales de forma sistemática por parte de sus captores

A raíz del post de la semana pasada algunos de vosotros me escribisteis para mostrar vuestra indignación, para preguntar si se podía hacer algo, si existía algún canal ya organizado para presionar al gobierno de Canadá.

Afortunadamente, esto no es más necesario. Medios canadienses comenzaron a dar hace una hora la noticia de la liberación de Amanda y Nigel, que mañana a primera hora volarán hacia Nairobi. Ojalá que el testimonio que den a la prensa sirva para poner voz y rostro a las consecuencias de los errores que se han cometido en la gestión de un secuestro que no debería haber durado 15 meses.

Las cifras de la guerra contra los piratas del Índico

Desgraciadamente, la lucha contra los piratas del Índico se asemeja cada vez más a un conflicto armado, incluidos partes de guerra periódicos que ponen al día el número de victorias de los bandos, prisioneros y muertos.

En un reciente informe, Bruxelle 2 (L’Europe de la Défense et de la Sécurité) ofrece los siguientes datos generales recogidos entre el 1 abril de 2008 y el 13 de noviembre de 2009:

. Arrestos: 558

. Entregados a la justicia: 285

. Condenados: 52

. Liberados: 148

. Heridos: 19

. Muertos: 41

En los casos de los sospechosos que no fueron entregados a la justicia, primero se los interroga en los barcos de guerra, se destruyen las armas que puedan llevar, se los identifica y se los deja en libertad al no carecer de pruebas suficientes en su contra.

Las entregas a la justicia se han hecho en Kenia, Seychelles, Puntlandia, Somalilandia, Yemen, España, Francia, EEUU y Holanda. Hoy han llegado a Mombasa siete presos más entregados por Francia.

En las cárceles de Yemen

Para entender cómo funcionan estas entregas tomemos el caso de Yemen, en el que participaron fuerzas de Dinamarca, Rusia e India.

. El 4 de diciembre de 2008, la fragata de la marina danesa Absalon recogió del mar a 8 piratas cuya embarcación se encontraba a la deriva en aguas territoriales yemeníes. Los entregó al gobierno de Sanaá.

. En septiembre del mismo año, apenas comenzó a formar parte de la Combined Task Force 150 apresó a diez piratas que tuvo que liberar por no poder llevarlos a que fueran juzgados en Dinamarca.

. El 13 de diciembre de 2008, la fragata india Mysore detuvo a 23 presuntos piratas. De ellos, once fueron liberados por tratarse de pescadores.

. El 14 de enero de 2009, el navío ruso Admiral Vinogradov arrestó a una docena de piratas que entregó a Yemen.

. El 14 de febrero de 2009, el navío ruso Piotr Velicki detuvo a diez piratas que entregó a Yemen.

. El 26 de abril, dos operaciones consecutivas de los guardacostas yemeníes permitió la detención de 15 presuntos piratas.

A partir de los tratados firmados entre Kenia y EEUU y la Unión Europea para juzgar a los piratas en las cortes de Mombasa, la mayoría de los detenidos han sido llevados allí.

El mejor año de los piratas

«En 2009 se cuentan 199 incidentes – incluyendo ataques frustrados o abandonados – con 56 embarcaciones capturadas por diferentes razones por el lado somalí/yemení y al menos 12 ataques ilícitos – incluyendo un caso de fuego amigo – por parte de las fuerzas navales”, explica en su último boletín la ONG Ecoterra.

«A día de hoy hay 12 embarcaciones en manos de los piratas (si bien la pareja británica que lo tripulaba sigue retenida contra su voluntad, el yate Sy Lynn Rival fue abandonado en alta mar por los captores). Los secuestrados suman 270 aproximadamente», continúa.

Si tuviéramos que elegir un conflicto armado con el que establecer un paralelismo, ése sería sin dudas el de Afganistán. Aunque algunos anunciamos en febrero que la llegada de un gobierno islamista a Somalia y el despliegue de las fuerzas navales europeas en la zona harían disminuir la piratería, lo cierto es que la cifras señalan todo lo contrario.

Ambos conflictos gravitan sobre corrupción, miseria y vacío de poder. En ambos conflictos ha demostrado ser un error estimar que la diferencia de armamento y preparación inclinaría la balanza hacia las fuerzas multinacionales.

El dinero de los piratas en Nairobi

No sabría decir cuántas veces he escuchado hablar en los viajes de los últimos cuatro meses a Nairobi sobre el dinero de los piratas, pero puedo asegurar que no han sido pocas. Para algunos habitantes de la capital keniana, cada nuevo edificio que se construye, cada gran negocio que se abre, lleva detrás inversiones conseguidas gracias al secuestro de barcos.

“Ves a hombres de negocios somalíes por todas partes, por sitios donde nunca antes los habías visto”, me comenta un amigo que lleva años en Nairobi y que sigue de cerca la realidad en la vecina Somalia.

Escuchar sus palabras te sugestiona, te hace formar parte de esa suerte obsesión colectiva, y ya si ves a un grupo de jóvenes somalíes en la puerta del Black Diamond mascando mirá a bordo de un Mercedes Benz, te dices que están relacionados con la piratería. Lo mismo si te cruzas con un grupo de somalíes en la quinta planta del hotel Stanley.

Algunos periodistas han investigado esta vertiente del dinero de la piratería que en buena medida es natural por la cercanía entre ambos países, por los porosa que es la frontera (aunque las autoridades kenianas la hayan cerrado), por la presencia de una vasta comunidad de emigrantes somalíes y por la corrupción que impera en Kenia, donde todo parece tener precio.

Eastleigh y la prensa

Shashank Bengali, en The Seatle Times, entrevista a un supuesto pirata retirado en el caótico barrio de Eastleigh, conocido también La pequeña Mogadiscio porque vive allí buena parte de la diáspora somalí.

Ali Abdinur Samo es el nombre del pirata que se habría escapado a Kenia desde Bosaso siguiendo el consejo de sus padres. Ahora comparte piso con otros ex piratas y está pensando en qué invertir lo que le quedó, tras entregar parte a su consternada familia, de los 116 mil dólares que ganó en dos secuestros.

En su reportaje, Bengali cita la opinión de un experto, Stig Jarle Hansen, que confirma que el dinero de los piratas se está invirtiendo en Kenia. Después se desplaza a una oficina de hawala, cuyo empleado le dice que a lo largo de los últimos meses ha recibido diez millones dólares. Es más, el pasado viernes un cliente se fue con medio millón en los bolsillos.

En Pirates, su último libro, Ross Kemp describe cómo funciona el hawala, y habla de que se podría haber empleado para pagar rescates, así como para comprar armas:

Es un sistema sencillo, que se basa enteramente en la confianza. Si el que envía el dinero pierde el dinero no tiene documento legal que lo avale. Es más, hawala funciona completamente fuera del sistema bancario internacional. Y es enorme. Según la ONU, mueve entre 100 mil y 300 mil millones de dólares cada al año. De estos, 15 mil millones se dirigen a la India, siete millones a Pakistán y menos de mil millones a Somalia.

Hawala es popular por una serie de razones. Es más barato que emplear un banco, pues los agentes del hawala cobran menos que los banqueros. Pero lo más importante es que estos hombres no hacen preguntas. Además no guardan registros de las operaciones realizadas por individuos, sino los montos generales que deben a otros corredores de hawala… Así es cómo fue empleado para financiar acciones terroristas y otras actividades ilegales, y los EEUU pidieron mayores regulaciones después del 11S.

Entre mito y realidad

Por su parte, Amos Kareithi, periodista de The Standart, realiza una investigación sobre la forma en que el capital somalí se está invirtiendo. Da cuenta de la fiebre de construcciones que están teniendo lugar en Eastleigh, y que salta a la vista para quien recorre el barrio con asiduidad. Lo mismo afirma con respecto a la ciudad de Mombasa.

Lo único que parece fallar en todas estas teorías es la cantidad de dinero que genera la piratería. Se estima que el año pasado los rescates alcanzaron entre 100 y 150 millones de dólares. O los piratas saben invertir muy bien su dinero y multiplicarlo rápidamente, o no parece que sea una suma suficiente para tener el impacto que muchos vislumbran en la economía de la capital keniana, que tiene un PIB de 57 mil millones de dólares. Más aún si se tiene en cuenta que en las negociaciones de los rescates también participan intermediarios en Londres y Dubai.

Por otra parte, aunque Somalia lleve 17 años en guerra, los clanes han sabido conservar viento en popa algunos negocios como el tráfico de qhat y la armas, según da cuenta Peter D. Little en su obra Somalia: Economy Without State. Así que resulta difícil saber cuál es la verdadera procedencia de las inversiones somalíes.

Sí es de suponer que los ingresos de la piratería hayan revolucionado la fisonomía de la ciudad de Eyl, como ya hace meses comentamos en este blog, donde ha generado una industria de la que viven centenares de personas. También que los piratas de a pie, los “soldados” o “mano de obra”, que dividen entre sí un 30% de lo ganado, huyan a Nairobi y lo inviertan. Qué hacen con su dinero quienes financian los ataques, resultan difícil de saber.

Lo que parece ser cierto es que las teorías sobre Nairobi responden a ese halo de fascinación que genera la piratería, que nos lleva a dedicarle montañas de textos, mientras que el verdadero drama, la guerra en Somalia, apenas recibe atención.

El hombre del millón de chelines

Como si se tratase de un extranjero en su propia tierra, cuando recorre las calles del barrio de chabolas de Kibera, Wycliffe Ambeyi escucha que los vecinos lo llaman muzungu (voz kiswahili que significa “hombre blanco”). Si lo acompaña este reportero a lo largo del camino, no falta el ingenioso que le dice guiñando el ojo: “Eh muzungu, que te has traído a tu hermano”.

Pero Wycliffe recibe otros apodos que no sólo hacen alusión al inusual color de su piel, sino que le recuerdan los brutales crímenes que en los últimos años se han cometido contra albinos en la vecina Tanzania.

“Algunos me llaman hot cake, bromeando sobre el valor que tiene mi cuerpo para los tanzanos. Tengo un amigo que me dice que soy el hombre de la piel del millón de chelines”.

¿Cómo lo afectaron los crímenes que se cometieron en Tanzania? Explica que desde que supo de ellos a través de las noticias se ha sentido más discriminado y observado que nunca. También dice que tiene miedo, pues no ve reacción alguna por parte del gobierno de Nairobi, algo que sí hizo el ejecutivo de Dar el Salaam.

“Me preocupa que esta idea de que nuestra piel es un talismán para hacerse rico y de que partes de nuestro cuerpo sirven para curar el sida cruce la frontera y se expanda por Kenia”, continúa.

Que haya quienes creen que los albinos pueden tener algún poder para terminar con el HIV resulta paradójico en el caso de Wycliffe, según delata el “Cuaderno de vida” que yace sobre la angosta mesa que recorre de un lado a otro la chabola en la que pasa las horas junto a su mujer, Phoebe, y sus dos hijas: Mary Ann, de dos años, y Grace Amondi, que acaba de cumplir seis.

“Mi vida no ha sido sencilla. Desde que nací lucho contra la discriminación. Sonrío, hablo, me hago amigo de las personas para demostrarles que soy igual que ellas, que no tienen nada que temer, que por ser albino no soy más débil ni menos trabajador. Por eso todo lo que ha pasado en Tanzania es tan negativo. Alimenta unos mitos sobre nosotros que si se propagan nos pueden llegar a costar la vida”.

(Foto: HZ)

Continúa…