Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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No celebramos el aniversario de Israel

Mañana se cumplen 60 años de aquel 14 de mayo de 1948 en el que David Ben Gurión se dirigió a una multitud enfervorizada en Tel Aviv para proclamar el establecimiento del Estado de Israel.

Mucho se ha publicado a lo largo de las últimas semanas sobre este aniversario que marcó el final del horror de un pueblo perseguido, acosado, hasta los abismos del exterminio, para dar comienzo al drama de otro, el palestino, que recuerda el 6 de mayo como el día de su tragedia: la Nakba.

Mientras que unos ahora celebran, los otros siguen viviendo en condiciones inhumanas, detrás de barreras, bajo las garras de un bloqueo inmoral, en paupérrimos campos de refugiados, sin derechos más que a callar, a esperar que la desidia, la connivencia y la cobardía de las grandes potencias que también los puso en esa posición, algún día desaparezca.

He leído con interés reportajes y editoriales que conmemoran, recuerdan o censuran aquellas fechas triunfales para unos y lóbregas para otros.

Una vez más he sentido desagrado ante las palabras de algunos – que no considero colegas de profesión, aunque de esto vivan también – y que lo único que hacen es legitimar los abusos del poder, la tortura, la violación de los derechos humanos, de la legalidad internacional, y el entramado de intereses comerciales, armamentísticos y territoriales que esta cuestión asimismo encierra.

No sé qué fines persiguen, y dónde han dejado su capacidad de empatía, su código ético y deontológico. Pero sí los considero responsables, en la escasa medida que el trabajo de periodista permite, de las mentiras que amparan la impunidad, la prepotencia y la sin razón que eternizan el conflicto, que perpetúan el dolor de las víctimas inocentes.

Los señalo como culpables de uno de los aspecto más perversos de esta historia, la manipulación de los datos objetivos, de las cifras, de los estipulado por la legalidad internacional, que transforma ante los ojos de tanta gente mal informada a las víctimas en victimarios.

Reconocer al otro

De todos los textos que he fatigado, rescato uno, por su valentía y lucidez. Apareció el 30 de abril en The Guardian:

«En mayo, organizaciones judías van a celebrar el 60 aniversario de la fundación del Estado de Israel. Esto es explicable en el contexto de siglos de persecución que culminaron en el Holocausto. Sin embargo, somos judíos que no vamos a celebrar.

Seguramente, este es el momento para reconocer la narrativa del otro, el precio que pagaron otras personas por el antisemitismo europeo y las políticas genocidas de Hitler. Como Edward Said enfatizaba, lo que el Holocausto es para los judíos, la Nakba es para los palestinos.

En abril de 1948, el mismo mes de la infame masacre de Deir Yassin y del ataque con morteros sobre civiles palestinos en el mercado de Haifa, el Plan Dalet se puso en marcha. Este autorizaba la destrucción de aldeas palestinas y la expulsión de la población indígena fuera de los bordes del Estado. No lo vamos a celebrar.

En julio de 1948, 70 mil palestinos fueron echados de sus casas en Lydda y Maleh en medio del calor del verano sin comida ni agua. Cientos murieron. Fue conocido como la Marcha de la Muerte. No lo vamos a celebrar.

En total, 750 mil palestinos se convirtieron en refugiados. Unas 400 aldeas fueron borradas del mapa. Pero ahí no terminó la limpieza étnica. Miles de palestinos (ciudadanos israelíes) fueron expulsados de Galilea en 1956.

Miles más cuando Israel ocupó Cisjordania y Gaza. Bajo la ley internacional y sancionada por la resolución 194 de la ONU, los refugiados de guerra tienen derecho a volver o a compensación. Israel nunca aceptó ese derecho. No lo vamos a celebrar.

No podemos celebrar el nacimiento de un Estado fundado en el terrorismo, en masacres, en el desahucio de otra gente de su tierra.

No podemos celebrar el cumpleaños de un Estado que más que nunca hoy se dedica a la limpieza étnica, que viola la ley internacional, que está realizando un monstruoso castigo colectivo a la población civil de Gaza y que continúa negando a los palestinos sus derechos humanos y sus aspiraciones nacionales.

Celebraremos cuando árabes y judíos vivan como iguales en un pacífico Oriente Próximo».

Firmado:

Seymour Alexander, Ruth Appleton, Steve Arloff, Rica Bird, Jo Bird, Cllr Jonathan Bloch, Ilse Boas, Prof. Haim Bresheeth, Tanya Bronstein, Sheila Colman, Ruth Clark, Sylvia Cohen, Judith Cravitz, Mike Cushman, Angela Dale, Ivor Dembina, Dr. Linda Edmondson, Nancy Elan, Liz Elkind, Pia Feig, Colin Fine, Deborah Fink, Sylvia Finzi, Brian Fisher MBE, Frank Fisher, Bella Freud, Catherine Fried, Uri Fruchtmann, Stephen Fry, David Garfinkel, Carolyn Gelenter, Claire Glasman, Tony Greenstein, Heinz Grunewald, Michael Halpern, Abe Hayeem, Rosamine Hayeem, Anna Hellman, Amy Hordes, Joan Horrocks, Deborah Hyams, Selma James, Riva Joffe, Yael Oren Kahn, Michael Kalmanovitz, Paul Kaufman, Prof. dah Kay, Yehudit Keshet, Prof. Eleonore Kofman, Rene Krayer, Stevie Krayer, Berry Kreel, Leah Levane, Les Levidow, Peter Levin, Louis Levy, Ros Levy, Prof. Yosefa Loshitzky, Catherine Lyons, Deborah Maccoby, Daniel Machover, Prof. Emeritus Moshe Machover, iriam Margolyes OBE, Mike Marqusee, Laura Miller, Simon Natas, Hilda Meers, Martine Miel, Laura iller, Arthur Neslen, Diana Neslen, Orna Neumann, Harold Pinter, Roland Rance, Frances Rivkin, Sheila Robin, Dr. Brian Robinson, Neil Rogall, Prof. Steven Rose, Mike Rosen, Prof. Jonathan Rosenhead, Leon Rosselson, Michael Sackin, Sabby Sagall, Ian Saville, Alexei Sayle, Anna Schuman, Sidney Schuman, Monika Schwartz, Amanda Sebestyen, Sam Semoff, Linda Shampan, Sybil Shine, Prof. Frances Stewart, Inbar Tamari, Ruth Tenne, Martin Toch, Tirza Waisel, Stanley Walinets, Martin White, Ruth Williams, Naomi Wimborne-Idrissi, Devra Wiseman, Gerry Wolff, Sherry Yanowitz.

EEUU, Israel y las lápidas de hormigón que dividen Oriente Próximo

Al recorrer la Cisjordania ocupada desde 1967 por el Estado de Israel, que el próximo día 14 cumple sesenta años de vida, se encuentran a cada paso estas construcciones de hormigón que parecen enormes lápidas.

Todo un símbolo de la marginación por la raza, así como por el mesianismo religioso, los intereses relacionados con el agua, la tierra, la especulación inmobiliaria y la industria armamentística, que sufren los palestinos.

Un símbolo que se repite en Irak, donde los EEUU han desperdigado estas enormes construcciones de concreto por todo el país, replicando el modelo israelí de dominación a través de la segregación y la exclusión a las que, en un giro dialéctico imposible de aceptar desde el derecho y la razón, llaman “medidas de defensa”.

Exportar el modelo

Claro que todas las ocupaciones a lo largo de los siglos han seguido características similares, pero cuando los historiadores miren hacia las primeras décadas del siglo XX, quizás concluyan que el modelo que hoy se ha extendido por Oriente Próximo fue en buena medida creado, ensayado y desarrollado por Israel.

País destacado en la detención preventiva y en la tortura de los ciudadanos de los territorios que no le pertenecen, en el bombardeo de las zonas civiles, y en el desarrollo de tecnologías de última generación para la subyugación de la población dominada.

Un negocio fantástico, tanto para el sector público como para las empresas privadas, que comienza con los aviones no tripulados de reconocimiento y ataque, en los que Israel es sin duda líder mundial, y que exporta a países como India, China, Francia y Suiza por unos 600 millones de dólares anuales.

Siguiendo por los zeppelines de observación, que en algún momento se dijo que EEUU compraría para vigilar la frontera con México, donde la compañía militar israelí Elbit Systems ha conseguido un suculento contrato, y donde en estos días se supo que Blackwater va a establecer una nueva base. ¿Para llevarse su parte del negocio de cazar inmigrantes ilegales?

Para terminar con los cursos de entrenamiento que militares hebreos en activo y retirado imparten en decenas de países, incluido Zimbabue, como explica Justin Raimondo en Antiwar a través del artículo «Israel loves Mugabe».

Todo esto sin contar el armamento convencional, del que Israel se ha convertido en 2007 el cuarto vendedor a nivel planetario con contratos India, Turquía, EEUU y Gran Bretaña que alcanzan los 2.932 millones de euros.

Las vallas de EEUU

Ya en su momento Robert Fisk denunció la participación de militares israelíes en la construcción de los diversos muros de hormigón que dividen Bagdad, pues la sinergia entre ambos países en cuestiones estratégicas y armamentísticas es fluida.

Los bloques de hormigón se producen en la ciudad de Gopala, en el Kurdistán iraquí, al vertiginoso ritmo de 50 toneladas de concreto al día.

La colocación tiene lugar durante la noche, bajo la protección de helicópteros Apache. En algunas semanas se han llegado a instalar unos 2.000, según informa The Washington Post. A tal velocidad que cuando los soldados se paran frente a ellos al día siguiente, aún el cemento está fresco.

El más destacado de estas sucesiones de bloques de hormigón es el que encierra al miserable distrito chií de Sadr City, donde viven 2,5 millones de personas, y cuya puesta en sitio se aceleró últimamente, como informa el New York Times.

Justamente allí tuvieron lugar durante las pasadas semanas enfrentamientos que han dejado como saldo más de mil muertes. La CNN afirma que el 60% de las víctimas han sido mujeres y niños, una proporción de asesinatos de civiles similar a la que Israel obtiene cada vez que invade la franja de Gaza con sus tanques Merkava.

La misma manipulación

Y una respuesta, por parte de las fuerzas castrenses estadounidenses que recuerda al argumento que tan a menudo dan los altos mandos hebreos: “Los terroristas usan a los civiles como escudos humanos”.

En este sentido, la sinergia entre ambos países va más allá del ámbito militar y también tiene lugar en el sector de la propaganda, con el uso reiterado hasta el paroxismo de la excusa del terrorismo para perpetuar la ocupación, y la perversa lógica de culpar al enemigo por las muertes de inocentes provocadas por ataques indiscriminados en zonas civiles.

Esos muros de hormigón con forma de lápidas que florecieron en Gaza y Cisjordania, para luego extenderse al Líbano durante la ocupación, y reproducirse ahora en Irak y Afganistán, son todo un símbolo de los intereses espurios y las mentiras que han cubierto de sangre la región.

Los soldados israelíes podrían haber matado deliberadamente al cámara de Reuters

Justamente ayer comentábamos la importancia de los informes de organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Betselem.

Informes realizados por expertos que no en pocas ocasiones resultan una suerte de protección, de mirada objetiva y razonablemente confiable, ante los intentos de manipulación de los gobiernos cuando se embarcan en acciones armadas.

La cobardía de los líderes

En este sentido, siempre me ha llamado la atención cuán pusilánime y contradictoria es la actitud de tantos líderes que, como dijo la gran periodista israelí Amira Hass, deciden que “ellos matarán y otros morirán”.

Por una parte apoyan las decisiones de bombardear zonas altamente pobladas, pero luego no tienen la valentía de asumir las bajas de civiles y se amparan en eufemismos como “daños colaterales”, en argumentos como el empleo de “escudos humanos”, o en el nefasto mantra el siglo XXI, repetido hasta el paroxismo: el terrorismo, en cuya supuesta lucha se cometen crímenes tan atroces como dirigidos a diseminar el terror.

Los cómplices, los serviles

Claro que se trata de una propaganda destinada a quienes ven la televisión, a la hora de cenar, frente a la mesa, y no se cuestionan la veracidad de estas afirmaciones porque buscan la forma de acallar sus conciencias, de sumarse a la mentira colectiva que ellos también repetirán a sus conocidos, amigos y familiares.

Se suele decir que la primera baja de la guerra es la verdad. Sentencia que siempre me ha parecido desatinada. Lo que sucede es que a los políticos se suma el coro mediático de turno, cómplice y servil, que sirve de amplificador de las mentiras.

En definitiva, pierden la razón y la sensatez bajo la avalancha de tergiversaciones y sentimientos exacerbados por el nacionalismo, el miedo, el racismo y el odio. Tiempos oscuros para el pensamiento libre, empático, para los que se oponen al uso de la fuerza y apelan por el diálogo.

Pero la verdad no desaparece. Está allí, en la voz de cada víctima inocente. En su historia, personal, con nombre y apellido, en su retrato. El problema es que esta voz suele encontrar tan pocos amplificadores como gente dispuesta a escucharla de forma honesta.

Contra la mentira

La organización con base en Nueva York, Human Rights Watch, ha mostrado a lo largo de los años su compromiso en la denuncia de los crímenes de guerra.

Lo hizo con respecto a la familia Galia en Gaza. Aunque el coro mediático – al que vergonzosamente se sumaron algunos «columnistas» españoles que nunca han estado en la franja – señalaba que fue culpa de “minas plantadas” por Hamás en una playa pública, lo cierto es que el informe de HRW demostró que no fue así, que los siete integrantes de la familia Galia murieron bajo fuego israelí.

La misma conclusiones que alcancé en Gaza tras entrevistar a testigos y supervivientes, aunque no faltaran los exaltados y delirantes de siempre que hablaban de “imágenes manipuladas”, de “montaje”, como suelen hacer, al igual que sus líderes políticos, en lugar de asumir la verdad, pedir perdón en respeto a los muertos, a los inocentes, sean del color que sean.

O simplemente tener el coraje de decir: “Sí, ha sido consecuencia de nuestra estrategia y la asumimos plenamente”. Opción que me parecería más digna.

No, resulta más sencillo intoxicar, desprestigiar, difamar a periodistas como Lefteris Pitarakis, que se jugó bajo las bombas en Líbano para dar testimonio de la segunda masacre de Qaná en 2006.

Un fotógrafo con una vasta experiencia a sus espaldas que tuvo que soportar los agravios de tantos cobardes que desde la comodidad de sus casas y redacciones lo acusaban en sus periódicos y blogs de manipular las fotografías.

Los muertos existieron. A los supervivientes también las pudimos conocer en Viaje a la guerra. Y el tiempo demostró que los improperios de los aduladores de la sangre y el poder resultaron falsos.

Fadel Shana

Ahora Human Rights Watch ha sacado un comunicado sobre el asesinato la semana pasada de Fadel Shana, cámara de Reuters, en Gaza. Sobre cuya muerte ya se han vertido numerosas falsedades en Internet.

“Los investigadores de Human Rights Watch en el terreno encontraron evidencia que sugiere que la tripulación de un tanque israelí disparó de forma temeraria o deliberada contra el equipo periodístico”.

Comunicado que analizaré mañana junto a otra noticia de gran importancia que podría marcar un punto de inflexión por parte del Ejército de Israel hacia las víctimas civiles de sus acciones armadas.

Fadel Shana, séptimo periodista asesinado por el Ejército israelí

En el cuerpo de Fadel Shana, el cámara de Reuters asesinado ayer por el Ejército israelí, se encontraron dardos de metal de una pulgada de largo, conocidos en el argot militar como “flechettes”.

También había rastros de este armamento, que se desprendió del obús disparado por el tanque hebreo, en el chaleco antibalas que llevaba puesto y en el que se leía en letras fluorescentes la palabra: PRENSA, así como en su coche, claramente identificado como un vehículo empleado por periodistas.

Se trata de un arma controvertida, cuyo uso se trató de evitar ante el Tribunal Supremo hebreo, pero sin éxito. Especialmente, por sus efectos indiscriminados.

Human Rights Watch ha condenado el empleo de esta munición, que despliega cientos de dardos por el aire, en zonas habitadas por civiles. El Tsahal la había dejado de utilizar en Gaza en 2003, aunque luego la rescataría en Líbano en 2006.

En el caso de Fadel Shana, que no hacía más que cumplir con su deber de informar, los dardos le entraron a través del cuello y el hombro, alcanzado su pecho y parte de la espina dorsal. El reportero que lo acompañaba, sonidista, se encuentra en estado crítico.

El editor en jefe de Reuters News, David Schlesinger, afirmó que “la evidencia del examen médico subraya la importancia de una investigación imparcial y honesta por parte del Ejército de Israel y de su gobierno”.

Otra investigación, que si se lleva a cabo, se sumará a la larguísima lista de las que ya ha realizado el Ejecutivo de Ehud Olmert. Desde la muerte de la familia Galia en junio de 2006, pasando por la segunda matanza de Qaná en julio o el asesinato de la familia Al Kafarna de Beit Hanún en el mes de noviembre del mismo año.

Indiferencia ante los civiles palestinos

El gobierno de Israel ha dejado en claro en la guerra de Líbano de 2006, y en su actuación a lo largo de los últimos dos años en Gaza, que la Cuarta Convención de Ginebra, que establece el deber de respetar la vida de los civiles en un conflicto armado, no es una de sus prioridades.

El bloqueo mismo de Gaza constituye una violación de la legalidad internacional y el Derecho Humanitario. Como lo es también el empleo de personas a modo de escudos humanos, una práctica habitual de ese ejército que en algún momento de la historia se llamó el “más moral” del mundo.

También en la incursiones armadas en Gaza, el completo desdén por la vida de los civiles se hace evidente para quienes realizamos un seguimiento exhaustivo del número de víctimas.

Entre julio y septiembre de 2006, el Tsahal mató a 450 personas en Gaza, la mitad eran mujeres y niños (aunque luego Ehud Olmert dijera ante el parlamento israelí que eran terroristas, lo que levantó las críticas de numerosas organizaciones de derechos humanos).

Otro reportero muerto

En aquel verano sangriento de 2006, que pasé en Gaza, otro vehículo de Reuters fue alcanzado por las balas israelíes. Y de las guardias que realicé en el hospital Al Shifa, recuerdo el arribo también de conductores de ambulancias heridos, así como de Ibraheem al-Otlah, cámara de televisión alcanzado por varios disparos, cuya tía lloraba a la puerta de la sala de operaciones.

El mismo Fadel Shana ya había sido había sufrido heridas en agosto de 2006, cuando un avión israelí disparó contra el vehículo en que viajaba, también identificado como un coche de prensa. Tenía 21 años. Y podría haber decidido cambiar de profesión, pero siguió adelante.

Rescato de aquel tiempo la entrevista que realicé con el cámara de la agencia Ramatán, Zakaria Abu Hardib, que fue herido en dos ocasiones mientras realizaba su labor en Gaza.

A pesar de no controlar bien el brazo derecho debido a las lesiones, pudo filmar los segundos que siguieron a la muerte de la familia Galia en la playa de Yabalia, en junio de 2006. Material por el que recibió el premio del Rory Peck Trust.

Una reflexión impostergable

El Ejército israelí ha matado a siete periodistas desde el año 2001. El caso más sonado fue el del británico James Miller, que también tuvo la desgracia de filmar su propia muerte.

El último, hasta ayer, Imad Ghanem, cámara de televisión que retrataba cómo sacaban a heridos del campo de refugiados de Bureij cuando fue asesinado en julio de 2007.

Cabe preguntarse si la rabia de los soldados israelíes, ante la muerte de sus tres compañeros, explica de alguna manera que en su incursión ayer en Gaza mostraran tan poco aprecio por la vida de los inocentes como Fadel Shana (o de los cinco niños que también mataron).

También creo pertinente indagar qué impacto tienen en estos jóvenes soldados mensajes políticos que amenazan con un “holocausto” en Gaza, o los llamamientos de ciertos líderes ultraortodoxos a la venganza contra los palestinos. Según el rabino Shmuel Elyahu, «se debería colgar de un árbol a los hijos de los terroristas».

Situaciones que un Estado que se denomina a sí mismo como “la única democracia de Oriente Próximo” y al que se le llena la boca hablando día tras día de “terrorismo”, debería examinar y repensar, tanto como el uso de los «flechettes» en zonas urbanas.

Por ahora, más que reflexiones, lo que deseo es expresar mi admiración y aprecio por todos los profesionales que en Gaza se juegan la vida día a día para contar la noticia.

Se vuelve a cerrar el cerco sobre Gaza

Egipto ha comenzado a articular las órdenes recibidas desde EEUU y ya está cerrando la frontera sur de Gaza. Como escribía ayer, Hosni Mubarak camina por una delicada cornisa: entre la complacencia hacia el país que le da miles de millones de dólares cada año, y la solidaridad que buena parte de los egipcios espera que ejercite hacia el drama humano palestino.

La pregunta ahora es: ¿cerrará del todo la frontera o permitirá el libre movimiento de personas y mercancías? ¿Los informes que maneja la prensa israelí, de grupos armados palestinos que habrían aprovechado para salir y dirigirse a Israel para cometer atentados, nos harán lamentar una nueva escalada de violencia?

El Consejo de Seguridad de la ONU está debatiendo una resolución sobre Gaza. Aunque menciona la seguridad del sur de Israel y el lanzamiento de Qassam, parece que es muy crítico con el comportamiento del gobierno de Israel, por lo que EEUU está impidiendo que el texto vea la luz.

La pugna en los pasillos con los diplomáticos árabes ha estado cruzada de amenazas, según narra The Jerusalem Post. Aunque si miramos la historia reciente, no cuesta vislumbrar que el texto no será aprobado, y que el sufrimiento de los habitantes de Gaza carecerá de su condena en el ámbito internacional.

Nuevo escenario para Israel

Ayer comentaba que Ehud Olmert podría haber hecho deliberadamente coincidir la presión extrema sobre Gaza por la inminente publicación del Informe Winograd sobre la guerra de Líbano de 2006, para distraer así la atención de los ciudadanos israelíes. Informe del que saldría muy mal parado. No sería la primera vez que un gobernante hebreo usa esta táctica.

Un ministro de su gobierno ya ha salido a decir que lo sucedido estos días es una “oportunidad” para que Israel se desvincule definitivamente del destino de Gaza, como informa The Indepenent. Quizás intenta convertir el fracaso en la política de castigo colectivo en una victoria.

Lo que sí parece claro es que la administración Olmert se ha visto constantemente superada por las consecuencias de sus actos como sucedió en Líbano en 2006. Y que no ha sido capaz de prever las reacciones de Hamás o Hezbolá, lo que abriría una nueva etapa en la región. Situación que sin dudas llevaré a Israel a replantearse sus estrategias en el futuro.

Dialogar

Las preguntas retóricas que me hacía ayer con respecto a Hamás suscitaron un encendido debate en este blog. Lejos estoy de tener la más mínima estima hacia esta organización, pero sigo sosteniendo que, ya que había ganado las elecciones y que llevaba meses protagonizando una tregua unilateral, lo interesante por parte de la UE hubiese sido tomarse tu tiempo en lugar de secundar la postura de EEUU.

Buscar y potenciar a los sectores moderados dentro del grupo integrista, que podría haber cambiado como consecuencia del ejercicio del poder, en lugar de dar alas al gobierno de Ehud Olmert para que pusiera en marcha el bloqueo y la operación militar que no ha conducido más que a una escalada brutal de muertos y sufrimiento.

Cuando se trata de buscar la seguridad, de defender la vida de inocentes, de uno y otro lado, creo que el diálogo debe ser perseguido hasta las últimas consecuencias. Y que las etiquetas y la propaganda deben ser dejadas de un lado. Pero para eso se necesitan líderes lúcidos y valientes, algo de lo que parece carecer en política exterior esta Europa tibia y sin rumbo.

El mismo error que se cometió hace dos meses al dejar fuera de Annapolis a Hamás, como bien señala Lluís Bassets en El País.

Levantar la voz

Pero dejemos a un lado las pasiones enfrentadas que suscita este tema. Para todos aquellos que quieran levantar su voz, se han convocado dos manifestaciones en Madrid de las que me hago eco.

Ambas piden que se termine el castigo colectivo en Gaza. Y, más importante aún, que se vaya de una vez por todas al fondo de la cuestión: el fin de la ocupación que se perpetúa desde 1967.

* Concentración en solidaridad con la población de Gaza y toda Palestina que se celebrará el próximo sábado a las 21:30 en la Plaza del Dos de Mayo en el centro de Madrid, con velas encendidas por Gaza contra el bloqueo y el silencio.

* Concentración ante la Embajada de Israel el próximo lunes 28 de enero a las 19:00. Calle Velázquez 150.

Sí, así es, debe terminar la ocupación israelí de Palestina

Regreso de pasar el día rodando en uno de los barrios de chabolas más conflictivos de Buenos Aires. En la radio, las últimas informaciones:

El punto de partida para unas negociaciones permanentes parece claro: se debe terminar la ocupación que comenzó en 1967, aseveró el presidente norteamericano George Bush.

Oír para creer. Quizás el locutor se equivocó. Quizás estoy tan cansado que no he escuchado bien. Cambio de emisora. La noticia se repite .

Aunque resulte imposible de creer, George Bush, el presidente de EEUU, que tanto daño ha causado a la región, y que siempre aparece tan ajeno a la realidad, ha dado en el centro de la diana. ¡Ha dicho que la OCUPACIÓN debe terminar!

El cartel

Sigo adelante en el coche, y encuentro un cartel en una esquina porteña que me llama la atención, que me hace frenar. Resplandece ilusorio en la penumbra del atardecer porteño.

Me bajo, le saco una foto. ¿Una señal? ¿Una señal de que el mundo quizás empiece a comprender la verdad? De que no se trata de la «paz», como siempre se dice, de que palestinos e israelíes no puedan vivir codo a codo, sino de una ocupación que lleva ya 40 años y que no termina.

Una ocupación que tiene lugar desde 1967 del territorio en el que los palestinos deberían haber construido su Estado según lo estipulado por Naciones Unidas en su Resolución 181 de 1947, que daba el 55% del territorio del Antiguo Protectorado Británico a los judíos y el 45% a los árabes(A partir de 1967, el 22% le quedó de hecho a los palestinos mientras que el 78% fue otorgado a Israel. ¡Un magro 22% que le ha sido negado durante las últimas cuatro décadas! Y del que si algún día recibe algo será un 18 o 19% como mucho. ¿Por qué tanta ambición desmedida?).

Una ocupación que contraviene la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Una ocupación «colonial» en toda regla: con sus intereses económicos y militares, con ese componente mesiánico que hace que Dios “legitime” su permanencia en un territorio que no le pertenece, y con la constante demonización de los habitantes autóctonos – a los que se presenta como «salvajes» -, cuyas tierras fueron ocupadas aunque poseen títulos de propiedad legales sobre las mismas.

Una ocupación que al finalizar permitiría crear un Estado palestino viable, y no la serie de bantustantes escindidos en base a consideraciones raciales, por puestos de control y por una férrea vigilancia militar, que hacen imposible cualquier atisbo de un país palestino próspero, y que es lo que hoy existe, como quería Ariel Sharon.

Una ocupación que la prensa mundial ha ocultado sistemáticamente con toneladas de mentiras, de tergiversaciones, hablando de «paz», dando noticias de bandas de música mixtas entre palestinos e israelíes, como si la región estuviera biblícamente condenada a la violencia, cuando el mayor problema son los colonos israelíes que viven en territorio palestino, cuando ellos deberían ser el centro de la noticia.

Los colonos

Los 8 mil colonos de Gaza ya se han ido. Los 446 mil colonos que están en Cisjordania – muchos de ellos llegados desde EEUU, Argentina o Rusia – no se marchan por razones que ya han explicado en este blog israelíes tan lúcidos como Amira Hass, Gideon Levy y Meir Margalit.

Los colonos tienen que irse de Cisjordania para cerrar la afrenta histórica, la más profunda de la heridas, y para comenzar a construir un camino justo y transitable. Claro que para tomar una decisión de semejante dimensión política sería necesario un líder israelí fuerte y valiente, no como Ehud Olmert, que es despreciado por sus conciudadanos debido a la corrupción y al fracaso en la guerra del Líbano.

Porque aunque buena parte de la sociedad israelí esté a favor de terminar con la ocupación, lo cierto es que el poder de los colonos, de los extremistas religiosos, es tal, que juega en su contra.

Y es allí, en los intereses que colisionan dentro de la propia sociedad hebrea, donde sí se encuentra la complejidad de la cuestión, a la que hay que sumar la presión de una parte de la diáspora que se opone al final de la ocupación.

Así, el cartel que descubrí en Buenos Aires sería un símbolo del pasado, del momento en que el destino de dos pueblos se encontró, de forma violenta, plagada de mentiras, de bajos intereses que no los representan a uno y a otro, para luego separarse, para luego vivir, esperemos que sí, en PAZ.

Por cierto: ¿quién habrá sido el ingenioso miembro de la municipalidad que, entre las miles de arterias que surcan la ciudad de Buenos Aires, decidió que estas dos se debían cruzar?

El compromiso moral de un médico en la guerra

El doctor Ibrahim Faraj habla de la guerra con pesadumbre, sin enfatizar su compromiso humanitario, su coraje. A medida que el relato progresa, mi admiración hacia él aumenta. Resulta un contraste abismal con esa otra parte del conflicto armado, cobarde, ausente de frenos morales, que se dedicó a bombardear objetivos civiles, a lanzar misiles desde las asépticas salas de control de los aviones no tripulados.

Un contrapunto que he descubierto también en otras guerras. La valentía de los conductores de ambulancias, de los miembros de la Defensa Civil, de los médicos de la Cruz y la Media Luna Roja, en contraposición al supuesto arrojo de los hombres de armas. Sin más defensa que un chaleco antibala, que el logo de una agencia humanitaria pintado a un costado del vehículo, se arriesgan en medio de las balas y los misiles para salvar a las víctimas. Y, por la lógica con que se están desarrollando los enfrentamientos bélicos en el siglo XXI, cada día sufren más ataques y bajas. En la guerra del Líbano, dos ambulancias fueron bombardeadas. En Gaza, como he narrado en este blog desde el terreno, las bajas entre el personal médico son algo cotidiano.

De los recuerdos que recupera el doctor Ibrahim de los 33 días que pasó en el hospital Hiram operando a las víctimas de la guerra, el que más me impacta es la del pequeño Nabil.

«La aviación israelí declaró una tregua de tres horas. Como no tenían coche, Nabil, su madre y su hermano cogieron sus maletas y partieron a pie hacia Bint Jbeil para ver si alguien los podía ayudar a huir», me explica el doctor Ibrahim. «Un helicóptero les disparó un misil mientras avanzaban por la carretera».

«Después de que los hirieran caminaron durante once kilómetros hasta llegar a un lugar donde les hicieron las primeras curas antes de traerlos aquí. Operé a los tres, a la madre, al hermano y a Nabil. Nabil era el que estaba en peor estado. La metralla le había perforado la mejilla», continúa.

«Este es él después de la operación», me dice con satisfacción. «Tiene seis años. Todos los meses me llama desde EEUU. Allí le dijeron que, como habíamos hecho un buen trabajo, no lo tenían que volver a operar. Se fueron del país sin nada, con lo puesto».

Desde el sur del Líbano, históricamente pobre y relegado, han salido miles de inmigrantes rumbo a África, Europa, Asia y América en busca de una oportunidad de progreso. Hay aldeas en las que el 70% de la población vive en el extranjero a lo largo del año y regresa para pasar las vacaciones (justo cuando comenzó la guerra del año 2006). El paisaje de la región, con sus grandes caserones y sus Mercedes Benz último modelo, habla de los emigrantes libaneses que prosperan en el extranjero y que mandan su dinero a casa. Se estima que el mundo hay ocho millones de libaneses, mientras que apenas cuatro millones residen de forma permanente en el país.

Eso explica que las evacuaciones de ciudadanos europeos y norteamericanos articuladas desde el puerto de Tiro fueran tan multitudinarias. Miles de personas con pasaportes de EEUU, Reino Unido, Canadá, Francia o Italia, tuvieron al menos la suerte de poder huir. Para los estadounidenses, como fue el caso de Nabil y su familia, se dio la paradoja de que los misiles con qye los atacó la aviación israelí fueran sufragados con el dinero de sus propios impuestos.

Rescatar a la propia familia

«El primer de guerra me llamaron del hospital. Bajé, operé a un herido, y volví a mi casa, que está a seis kilómetros, en Bazuyeh, el lugar donde nació Hasan Nasralá», me dice el doctor Ibrahim. «Volví a casa, comí, y me volvieron a telefonear. Entonces le pedí a mi mujer que me hiciera una pequeña maleta con ropa por si me tenía que quedar a dormir».

«Después no pude regresar, aunque mi mujer estaba allí con mis hijos. Y para mí, te lo digo, todo niño es importante, es como mi hijo. Por eso llevé con mi propio coche a Nabil hasta el barco. Por eso ahora me llama todos los meses desde EEUU. Pero escuchar a mi propio hijo que me llamaba por teléfono y me decía: “Papa ven a buscarme que no quiero morir”, fue una cosa deprimente, muy deprimente. Porque el no comprende por qué tú no lo puedes ir a buscar».

«Al final los fui a recoger con mi propio coche», afirma. «Me metí por las plantaciones de bananas, de naranjas. Era más fácil venir de Bazuyeh a Tiro, porque los israelíes decían, están huyendo. Pero yo tenía que ir en la dirección contraria. Y, además, no había carretera, la habían destruido».

«No era una guerra limpia, porque no existen las guerras limpias. Pero aquí no luchaban dos ejércitos. Aquí los israelíes bombardeaban las casas, las fábricas, las centrales eléctricas, las autopistas, los hospitales, las ambulancias, los coches. Era una guerra entre una gente indefensa y una potencia militar. Aquí cerca bombardearon una fábrica que hacía suero para los hospitales. ¿Por qué? A sesenta kilómetros al norte de Beirut bombardearon una fábrica de leche. ¿Por qué? Fue una guerra muy sucia».

«Mi mujer y mis hijos tienen pasaporte italiano. De la embajada me llamaban y me preguntaban: “¿Dónde están?”, “¿Cómo están?”, pero no venían a buscarlos. Tampoco lo hicieron los americanos ni los ingleses. Fui yo quién tuvo que llevarlos al puerto. Lo mismo que sucedió con Nabil, el niño estadounidense. Me llamaban y me decían: ¿Cómo está el niño? Y yo les pedía que lo vinieran a buscar, pero ellos me explicaban que tenían miedo, que era muy peligroso».

«Como te explicaba, era el último barco que partía con extranjeros desde Tiro. Se decía que los israelíes iban a ocupar el sur de Líbano. Y yo llevé a mi familia ese día, el 22 de julio. El embajador me decía: “Ven tú también”. Pero yo no fui. Subí a mi mujer al bote de goma, que los llevó hasta el barco. Iban más de cinco mil personas. Italianos, españoles, franceses, canadienses, estadounidenses. Mi obligación era quedarme aquí, con los heridos, por eso soy médico«.

La guerra a través del móvil (2)

Sigo escuchando el relato del doctor Ibrahim Faraj. Observo las fotografías que me muestra a través del teléfono móvil. «De los 33 días que duró la guerra apenas dormí 33 horas«, me comenta. «Y no sólo por el estrés, por los heridos que no dejaba de llegar, sino también por el zumbido de los aviones no tripulados que volaban a todas horas por encima del hospital. Terminaba de operar, bajaba al refugio para tratar de descansar y los escuchaba. Era enloquecedor”.

“Tenemos un negocio aquí en la puerta del hospital, lo has visto al entrar. Ni siquiera nos atrevíamos a ir allí, aunque está a cincuenta metros, porque les teníamos mucho miedo a los aviones no tripulados», sigue. «Antes, para nosotros eran aeronaves espías, de reconocimiento, que sólo volaba para grabar imágenes. En este guerra llevaban tres pequeños misiles pero con un poder destructivo brutal.

A este joven le disparó un misil un avión no tripulado. Iba en su moto. Le tuvimos que amputar la pierna. Fueron terribles las acciones de los aviones no tripulados en este guerra».

Israel es puntero a nivel a mundial en el desarrollo de los aviones no tripulados, quizás porque tienen la posibilidad de emplearlos a diario en Gaza o en el Líbano (donde siguen violando el espacio aéreo libanés casi a diario, lo dice la prensa y yo los he escuchado, a pesar del alto el fuego).

Conocidos también como “drones” o “MK”, no son pocos los países que en los últimos tiempos le han hecho importantes compras de estos aviones, a los que se considera los nuevos protagonistas de los conflictos armados. Entre ellos, lamentablemente, España.

Armas prohibidas

«Sobre todo a través de los aviones no tripulados, los israelíes lanzaron bombas que no conocíamos», me explica. «En la RAI 3 me hicieron una entrevista y les dije que nunca había visto nada así. Yo trabajé como médico en tres guerras. Nunca había operado heridas de esta clase«.

Le cuento acerca de la denuncia que hice el año pasado en este blog y en la revista Interviú sobre la utilización por parte de Israel en Gaza de un nuevo armamento desarrollado por los EEUU basado en el tungsteno y conocido DIME (Dense Inert Metal System). Saco un ejemplar de mi libro Llueve sobre Gaza y le muestro las fotos del cuadernillo, ya que en esta obra pude ahondar más en la investigación sobre el empleo de estas armas de efecto devastador y supuestamente cancerígeno.

“Sí, aquí también se emplearon”, me dice y me muestra imágenes terribles (que prefiero no publicar en el blog). “Cuando vinieron los periodistas de la RAI 3 fui el primero en hablar de este tema. Y te digo por qué. Llegó aquí una joven de 18 años que gritaba del dolor. En apariencia no tenía nada, apenas unas marcas en la piel pero no dejaba de quejarse. Yo decidí operarla. El director del hospital decía que no era necesario, pero yo insistí. Le dije que me hacía responsable. Cuando abrí a la joven descubrí que tenía el intestino destruido en 20 partes”.

Son las mismas denuncias que hace un año me hizo el doctor Juma Al Saq en el hospital Al Shifa de Gaza: la ausencia de restos de metralla en las radiografías, la destrucción de órganos internos. Todos esos elementos que tanto desorientaban a los médicos palestinos. Ellos me decían exactamente lo mismo Ibrahim Faraj: que nunca había visto heridas de esa clase.

La guerra como motor creativo

Los conflictos armados, como muchos argumentan, para la defensa del propio territorio, para alcanzar objetivos políticos, pero, por qué negarlo, como campo para la gestación y perfeccionamiento de nuevas tecnologías, tanto se trate de aviones no tripulados como de sistemas DIME. Y no me refiero sólo a Israel sino a buena parte de los países desarrollados que gestionan un porcentaje significativo de sus presupuestos en investigación a través de las Fuerzas Armadas.

Un fenómeno que no es nuevo, que ha formado parte de la identidad del hombre desde los albores de los tiempos. Imposible soslayar el hecho de que muchos de los adelantos técnicos de los que hoy gozamos en nuestra vida cotidiana fueron creados y perfeccionados debido a los conflictos armados. Entre ellos, paradójicamente, algunos de los que permitieron al teléfono móvil del doctor Ibrahim captar las imágenes del horror de la guerra. Supongo que el odio, el antagonismo y la violencia son mucho más estimulantes a la hora de dar vida a nuevas invenciones que la concordia y la paz.

Continúa…

La guerra a través del móvil (1)

El doctor Ibrahim Faraj emplea las fotografías que guarda en su teléfono móvil para contarme cómo vivió la guerra del año pasado entre Israel y Hezbolá. Durante los 33 días que duró el conflicto armado, realizó 126 operaciones. “Sólo un paciente se murió”, me dice con orgullo.

La mayoría de las imágenes que se suceden en la pantalla resultan desgarradoras: la luz mortecina del quirófano, miembros amputados, vísceras. El doctor se detiene en algunas de las historias. “Este es un niño de la ciudad de Naqura. Llegó quemado junto a su hermano».

«Cuando terminó la guerra vino junto a su madre para darme las gracias. Al principio yo no lo reconocía», continúa después de haber pasado a la siguiente fotografía .»Su aspecto había cambiado muchísimo. Por suerte, está muy bien».

«No hay guerras limpias, pero esta guerra ha sido una cosa bruta. Yo no he visto nada igual. Terminé con una depresión», me dice. «Era una guerra dura, atroz y, para mí, sin significado. Cuando estaba en el segundo año de medicina fui testido de la invasión de Beirut de 1982. También vi y trabajé en la guerra de 1993. Después en la del 96. Pero de esta guerra salí deprimido. Tantos civiles heridos, sobre todo niños, quemados, destrozados. Y no entiendo el motivo«.

«Al inicio de la guerra la situación no era tan mala, no era tan peligroso moverse. Pero luego fue imposible. Apenas los israelíes veían un vehículo en la carretera le disparaban. No venían más periodistas. Ni siquiera las ambulancias tenían el valor para salir. Los heridos llegaban en coches particulares. Viejos, descascarados», sigue Ibrahim.

«No recuerdo cuándo sucedió exactamente pero un día llegó un Fiat muy antiguo. Tanto que no se sabía de qué color era. Venía de Kasimiye. Traía cinco heridos. Iban tres en el asiento de atrás, uno en el delantero junto al conductor y otro en el maletero. Pero escucha un poco…”, me dice y hace una pausa. “Sólo uno estaba vivo, el que iba en el maletero. Los otro cuatro habían fallecido en el camino. Se habían subido con vida pero habían llegado muertos”.

Continúa…

Un médico en la guerra del Líbano

La entrada del hospital de Hiram. Situado en las afueras de la ciudad de Tiro, fue uno de los centros de atención médica a los que llegaban los heridos durante la guerra del pasado año entre Israel y Hezbolá. Pero no sólo eso, en sus sotanos se congregaron más de quinientas personas que vinieron en busca de refugio.

En contraposición al silencio y el orden que hoy imperan aquí, en este plácido día estival, me imagino la escenas de caos y desesperación que se vivieron hace un año. Las ambulancias que se sucedían en la puerta, que frenaban violentamente para que bajaran los heridos. Las familias que venían aterradas, a pie o en coches, cargadas con las pocas pertenencias que habían podido rescatar. Los periodistas que se acercaban para buscar historias.

Después, a medida que progresaba el conflicto, el miedo ante la escasez de agua, de medicinas, los cortes de luz y los ataques israelíes cada vez más cercanos. Ya ni los reporteros ni las ambulancias se animaban a llegar al hospital pues la aviación hebrea había amenazado con disparar a todo lo que se moviera.

Y un médico. El doctor Ibrahim Faraj, cirujano formado en Génova, Italia, durante 13 años, que pasó la guerra en el hospital. Jefe del departamento de cirugía, realizó 126 intervenciones en apenas 33 días. «No bebo, no fumo, pero en aquel tiempo fumaba todo el tiempo y por las noches aceptaba un vaso de vodka de los compañeros. Dormía una hora al día», me explica.

Uno de los testimonios más extraordinarios que he recogido en este año y medio de viaje a la guerra. Por su decisión de quedarse cuando todos huían, por su compromiso moral. «Mis hijos me llamaban por teléfono, me decían, papá, cuándo nos vas a venir a buscar, pero yo les decía que aquí había gente que me necesitaba más. Era muy duro para mí no estar con mi familia en momentos tan difíciles», afirma en un italiano de cadencia típicamente genovesa y acento árabe.

Unos recuerdos, los del doctor Faraj, que vamos reconstruyendo gracias a las fotografías que guarda en el móvil. Recuerdos que comienzan con la historia de Nabil, un niño estadounidense, hijo de libaneses, que había venido por primera vez a Líbano de vacaciones.

Mientras huía de la ciudad de Bint Jbeil, junto a su hermano y su madre, lo alcanzó un misil. No sólo el doctor Faraj le salvó la vida, sino que lo cogió en su coche y lo llevó hasta el puerto, donde el pequeño se sumó a los millares de extranjeros que huyeron de la guerra rumbo a Chipre. «A veces Nabil me llama por teléfono desde EEUU. Quiere que lo vaya a visitar. Nos hemos hecho muy buenos amigos», me dice.

Continúa…