Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de octubre, 2012

Debut en los escenarios de «Y mañana… ¿qué?»

Siempre he creído que era mi obligación como narrador no hablar solo para los que ya conocen y están convencidos de la importancia y el atractivo de ciertos temas. Empujar los límites de la forma narrativa para ir más allá, para alcanzar nuevos horizontes y públicos. Quizás por eso siempre he preferido los libros y los documentales a los reportajes en prensa, pues te permiten experimentar con la forma y tratar de llegar a personas que quizás nunca se han interesado por algunas cuestiones.

Fuente: Euskadi 2012

En el programa 13 Objetos, por ejemplo, contaba historias a través justamente de cosas de nuestra vida cotidiana. En el primer episodio era una zapatilla falsa que pasaba de dueño en dueño – desde un taller clandestino, hasta un mercado de falsificaciones, hasta el joven delincuente que las usa y termina en la cárcel – la que me permitía describir la violencia, la miseria y la marginación en Buenos Aires. En mi primer libro, Un voluntario en Calcuta, la pobreza en la ciudad india es reflejada a través de la mirada de sus perros, gatos, cuervos y buitres.

Hace ya unos años comencé un apasionante y fructífero diálogo con el director de teatro Mikel Gómez de Segura. Mi idea en estos encuentros era dar con la vía para cargar mis relatos de lirismo, de hálito poético; para insuflarlos de arte y hacerlos así más universales y accesibles. El objetivo de Mikel era el contrario: quería que su arte pusiese los pies en la realidad del mundo, en los desafíos sociales de nuestro tiempo. Buscaba una base periodística para su narración.

Zapatillas en vuelo

El espectáculo Y mañana… ¿qué?, que estrenamos el viernes en el Bilbao Arena de la capital vizcaína, representa en buena medida la síntesis, el encuentro, de estos dos rumbos que finalmente, tras tantos años de soñar y reflexionar en voz alta, se han fundido y hecho realidad sobre un mismo escenario. En ínfima medida, casi inexistente, por mérito mío, y sí por el de toda la gente que ha trabajado delante y detrás del escenario bajo la batuta de Mikel.

Entre el estreno del viernes y la función del sábado, más de 5.000 personas nos han venido a ver. Gracias a mis compañeros y amigos Jon Sistiaga, Mayte Carrasco y Mikel Reparaz, que confiaron y se animaron a subirse a las tablas para poner entre los cuatro en palabra y recuerdo tantas historias que conocimos en zonas de guerra. Pues de eso va Era bihar… zer?. Es un relato sobre la guerra que hemos puesto en marcha en el 75 aniversario del bombardeo de Guernica. En mi caso, otra vez, la zapatilla es el hilo conductor de los testimonios que rescato del olvido.

Agradeciendo al público en el escenario del Bilbao Arena (Foto: Euskadi 2012)

Y gracias a Mikel y a los dos talentosos directores que lo acompañaron, Kepa Ibarra y Raúl Cancelo, y a todos los artistas de las compañías Traspasos Kultur, Gaitzerdi y Hortzmuga que se dejaron la piel y el talento en escena para representar sobre montañas de zapatillas, tomados desnudos de una bandera como la de Iwo Jima o a lomos un enorme caballo metálico del Apocalipsis. Y asimismo a los jóvenes del coro juvenil Gaudeamus Korala de Gernika, que de forma tan magnífica como aterradora, recrearon el bombardeo de su ciudad.

También a los integrantes de la Fundación 2012, que con su apoyo y entusiasmo han colaborado para que empujáramos los límites de la narración, de la reflexión colectiva sobre la guerra, hasta nuevos horizontes, que al menos yo nunca me había animado a soñar. Eskerrik asko!!

Estreno de «Caminando sobre las bombas» en Canal Plus

Esta vida nómada, un mes aquí, otro mes en el otro extremo del mundo, hace que nunca te aburras pero también que te pierdas situaciones ciertamente estimulantes. El estreno hoy en Canal Plus de «Caminando sobre las bombas», el cuarto reportaje en el que he tenido la posibilidad de trabajar junto a Jon Sistiaga, es una de ellas. A las 21:45, hora en que se emite, estaré volando sobre el Atlántico de regreso a Madrid.

Rodaje el pasado viernes en la provincia del Chaco, Argentina, para TVE.

De hecho, escribo estas palabras desde el mismo aeropuerto bonaerense de Ezeiza, al que hemos llegado casi arrastrándonos, polvorientos y con las maletas armadas con prisa pues acabamos de concluir una grabación extenuante, que nos ha llevado de una punta a otra de Argentina por segunda vez este año.

Más de 6.000 kilómetros recorridos en 20 días para visitar a los mismos personajes que habíamos rodado ya en el mes de junio. Protagonistas de un nuevo documental que dirijo para TVE y que esperamos que se emita a principios de 2013.

Pero la verdad, para rodajes duros y extenuantes nada como el de «Caminando sobre las bombas». Algunos de sus momentos más complicados ya los narré en estas páginas. Así como algunos de los más lúdicos. La Carretera Número 1 de Afganistán. El trabajo de los desactivadores de bombas. Los testimonios de las víctimas… esta noche. Y quien no tenga Canal Plus, lo puede ver en la web de la cadena.

¡Buen viaje!

El gran teatro de la guerra

Unos frenos que chillan, que se desgarran. Un golpe seco. Y los transeúntes, vendedores ambulantes y vecinos que se agolpan en una de las esquinas de NSC Bose Road. En el suelo, frente al descascarado autobús de línea, el cuerpo de una niña que no debe tener más de siete años. El hombro descolocado. La sangre que le mana de la nariz. Los ojos abiertos.

Ensayos del espectáculo «Eta bihar… zer?». Foto de 2012 Euskadi.

El ruido y la furia de Calcuta han desaparecido abruptamente. O al menos esa es la impresión que dan los rostros de las personas que se amontonan para ver a la niña. Parecen observar en silencio, abducidos de todo lo que las rodea.

El conductor baja del vehículo con expresión ausente, sin resistirse o tratar de evadirse del destino que ya vislumbra. Llegan varios familiares de la niña, descompuestos por las prisas, por el dolor. Una mujer grita. Un hombre levanta a la pequeña, que no reacciona, que está muerta.

La multitud no deja de crecer a nuestro alrededor. Moradores de las aceras, humildes tiradores de rickshaws, coolies, ataviados con lunguis, descalzos. Comerciantes, oficinistas, con sus habituales camisas, sus pantalones pinzados y sus bigotes recortados al milímetro. Niños de la calle en harapos, o que vienen de la escuela, en primera fila. Y mujeres, que van a la compra, que estaban lavando la ropa, machacándola contra el suelo, en una tubería rota de la esquina contraria.

El conductor recibe el primer golpe por la espalda. Y entonces sí parece sacudirse el aturdimiento. Se retuerce, retrocede, intenta huir hacia el interior del vehículo, pero la multitud enfurecida lo alcanza. El vendedor de los boletos del autobús ha desaparecido. Solo un hombre mayor, de barba blanca, trata de proteger al conductor, pero un impacto, con la mano abierta, en pleno rostro, lo aparta.

La condición humana en su forma más vil, cobarde. La manada sorda y anónima que aprovecha para sacar su rabia, su resentimiento, sus miedos. Pero también, como tan a menudo sucede en los países pobres, donde los poderes son corruptos, ineficientes y clientelares, una forma de justicia.

El cuerpo del conductor terminó desfigurado por los golpes. Apenas respiraba cuando llegó la policía con sus lathis de bambú para tratar de poner orden. Un joven cogió las sandalias del conductor y se las llevó.

Era la primera vez que veía algo así pero no sería la última. La primera vez porque Calcuta, ciudad a la que me fui a vivir de joven, resultó ser la responsable de una parte fundamental de mi educación ética, emocional y cultural. Veinte años más tarde, aún la sigo tomando como medida para tratar de comprender la realidad que me rodea.

En Calcuta aprendí que las situaciones extremas tienden a hacer emerger lo mejor y lo peor de la condición humana. Descubrí, la violencia. Sin matices, filtros o atenuantes. La violencia en estado puro.

Si me preguntan qué es la guerra, les diría que es aquel linchamiento de un conductor de autobús del que fui testigo una destemplada mañana en una avenida de Calcuta, pero sostenido en el tiempo. Aquella locura colectiva en la que todo parecía posible perpetuada a lo largo de días, semanas o meses. Latente, sobre la cabeza de los civiles. Aturdidos, mansos, asustados. Exhilarante y brutal para muchos de los combatientes. Espacios de silencio contenido. Y luego furia sin límite…

* * *

El mes pasado en Afganistán. Ahora en Argentina. Y el fin de semana en Bilbao para el espectáculo teatral “Y mañana… ¿qué?”, en el que varios reporteros nos hemos juntado con gente del arte para reflexionar sobre la guerra pues se cumplen 75 años del bombardeo de Guernica.

Para el texto de mi parte de la obra estuve jugando con varias ideas. Una de ellas es la que escribí ahora, en el comienzo de este post… pero al final me decanté por otra que el próximo viernes y sábado se podrá descubrir en el escenario del Bilbao Arena. Estaré junto a Jon Sistiaga, Mayte Carrasco y Mikel Ayestaran.

Kabul Rock

A Kabul le faltan muchas cosas, pero tiene algo de lo que carece Madrid: una gran radio de rock las 24 horas del día. La ya mítica Kabul Rock.

Sí, aunque sorprenda, Kabul – la ciudad del atasco perpetuo y los muros de hormigón, acosada por las bombas de los talibanes, desgarrada por la corrupción y el clientelismo de los señores de la guerra reconvertidos en parlamentarios, la miseria de los niños que rebuscan en la basura y el machismo aberrante que somete a las mujeres bajo los burkas – tiene un espacio en sus ondas en el que te puedes encontrar desde un clásico del maestro Hendrix, pasando por la desgarrada voz de Chris Cornell al frente de Audioslave, para terminar con los hermanos Robinson, cada día más impredecibles, fuera de tempo y volados en The Black Crowes.

Una radio que, lamentablemente, como el poder del propio gobierno de Karsai, tiene un campo de influencia limitado que apenas supera los confines del área metropolitana de la capital. Así que, cuando abandonas Kabul, otra vez te encuentras destinado a la música pastún, que sorprende y realza el paisaje durante un rato, pero que después de unas horas se vuelve soporífera para que los que no sabemos apreciar sus matices o entender sus letras.

Es entonces cuando DJ Sistiaga aprovecha para poner Barricada, banda que suena demasiado encorsetada y predecible para mi gusto, pero que viene bien sin dudas para hacer un poco el tonto y olvidarse al menos unos instantes de todo en un rodaje tan complejo como el de «Caminando sobre las bombas» que, por cierto, se estrena este miércoles 24 de octubre, a las 21:45, en Canal Plus… dicho queda.

En las rutas de la Difunta Correa

Una mujer a cuyo marido las huestes montoneras obligaron a ir a a la guerra entre unitarios y federales allá por 1840. Y que en un arrebato de amor – y para huir del acoso del comisario local – se lanzó a perseguirlo. Un viaje no demasiado bien planificado, todo sea dicho, pues la mujer, que llevaba a su hijo en brazos, terminó por perderse en los desiertos de la provincia argentina de San Juan para morir de sed.

Altar a la Difunta Correa en una carretera de la provincia argentina de Córdoba (Por Hernán Zin)

Quizás lo más curioso de la historia es que esta mujer con tan poco tino para la orientación terminaría convirtiéndose, un siglo más tarde, en una figura de culto y devoción para los camioneros de Argentina y Chile, que le hacen altares junto a la carretera. Afortunadamente, existe otro dios al que rinden pleitesía casi a diario: el GPS. Gire en la próxima a la derecha. Amén.

No, Deolinda Correa, que así se llamaba, no pasó a la posteridad por su escasa destreza para los viajes sino porque cuando la encontraron muerta debajo de un algarrobo, el bebé que llevaba en brazos aún seguía con vida. Continuaba amantándose de los pechos de la difunta Correa, por los que manaba leche según contaron los tres arrieros riojanos que la encontraron.

La enterraron allí mismo, en un paraje conocido como Vallecito, perteneciente a la actual provincia de San Juan. Lugar al que algunos paisanos de la zona empezaron a peregrinar tras conocerse el supuesto milagro de la leche postportem. Hoy, en Vallecito, hay 17 templos dedicados a la que es conocida como la Difunta Correa. Y más de un millón de personas los visitan cada ańo. Las fechas claves: el Día del Camionero, Semana Santa y el Día de los Difuntos.

Lo que más se suele omitir del relato es que el hijo de Deolinda Correa murió al poco tiempo de haber sido rescatado de sus manos.

Ranking santero

Décimo día del segundo rodaje que dirijo este año para Televisión Española en Argentina, y cuyo resultado espero que pueda ver en enero. Recorremos parte del sur de Argentina. Luego nos dirigimos la centro del país, a Córdoba y San Luis. Y ahora estamos en ruta hacia la provincia del Chaco, vecina a Paraguay.

Esta mañana, por primera vez nos encontramos con un altar de la Difunta Correa. Montañas de botellas de plástico que los devotos le dejan para pedirle milagros. «Cada día se ven menos altares», me explica uno de mis acompañantes.

Lo que podría parecer una razón de alegría, pues todo retroceso de la superchería y el pensamiento mágico es siempre celebrado por quien escribe estas palabras, en realidad no lo es ya que el retroceso de la Difunta Correa ha sucedido como consecuencia del avance de otro santo pagano, el Gauchito Gil, a cuyos altares ya dediqué algún que texto aquí.

Figura también milagrosa, ausente asimismo de trasfondo moral, cuya única función es recibir pedidos de favores, el Gauchito Gil tenía defectos mucho más censurables que la mala gestión de los viajes: era un delincuente que, carente de valor para luchar en la guerra, había decidido huir del frente. Tiempo después lo cogieron y lo mataron.

Tras tomar fotos del altar de la Difunta Correa, volvemos al coche, solo para descubrir que se nos ha pinchado un neumático. Un par de horas más tarde, un pájaro se estampa contra el parabrisas. «Deberíamos haberle dejado algo de agua a la Difunta», dice uno de mis acompañantes sin tener en cuenta que además aquí, hoy, llueve a mares.

De talibanes a barras bravas

Hace poco más de un mes viajábamos en estas páginas hacia el sur de Afganistán, a través de la Ruta Número Uno. Con más de 200 muertos en los que va de año, y ataques con explosivos casi a diario, la carretera que une Kandahar y Kabul representa todo lo que se ha hecho mal en el país del Hindu Kush desde que la guerra comenzara hace 12 años (aniversario que se cumplió el pasado sábado).

Rumbo al sur de Afganistán a través de la Carretera Número Uno, junto a desactivadores de explosivos del Ejército de EEUU.

El día 24 de octubre, Canal Plus estrena el documental de Jon Sistiaga “Caminando bajo las bombas”, que es fruto de aquel viaje a las fauces del conflicto afgano en el que nos centramos en la labor cotidiana de los desactivadores de explosivos en la Ruta Número Uno.

Casi sin pausa, en un triple salto mortal, ahora empiezo otro viaje. También hacia el sur, pero dos continentes más a la derecha, y por la Carretera Nacional Tres. Un viaje al sur de mi Argentina natal para terminar el documental que empecé a rodar en el mes de junio y que será emitido próximamente por Televisión Española.

Esta tarde, en la Carretera Nacional Tres rumbo al sur de Argentina.

En estos dos días que llevo en Argentina, me he puesto al día con respecto a las llamadas barras bravas, sobre las que tanto escribimos en este blog.

Un prestigioso periodista me aseguró que Pablo Álvarez, alias Bebote – que nos agredió con sus hombres a Sistiaga y a mí en el mes de abril durante el rodaje del reportaje “Barras bravas” – se encontraría prófugo de la justicia en Europa. Y que su segundo en la barra de Independiente recibió un disparo.

También recibió un disparo Mauro Martín, líder de la barra de Boca Juniors, al que Rafael Di Zeo sigue esperando para arrebatarle el puesto al frente de La Doce.

Por último, un escándalo que ha sacado los colores al Gobierno argentino. Miembros de la barra brava de Quilmes entraron al campo con un ataúd y un joven muerto en su interior, hijo de uno de los cabecillas del grupo que murió mientras era perseguido por la policía tras un robo. El presidente del club ha sido uno de los ministros más agresivos, deslenguados y soeces de Cristina Kirchner en las últimas dos legislaturas. Ahora está en el Congreso.

Más allá de las promesas del Ejecutivo argentino de erradicar la violencia del fútbol, los barras bravas siguen actuando con absoluta impunidad, amparados por el poder. Nada ha cambiado.