Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de julio, 2012

Rumbo a Afganistán: Diccionario del periodista empotrado (3)

Esta tecera entrega del Diccionario del periodista empotrado podría perfectamente titularse «Comer, follar, cagar», en honor al libro de Elizabeth Gilbert y a la producción que inspiró con Julia Roberts a la cabeza del reparto. Esa clase de película que explica en parte por qué algunos sentimos la recurrente necesidad de tomarnos un avión y sumarnos a un grupo de soldados en el culo del mundo, lo más lejos de cualquier televisión o pantalla de cine.

Soldados de la 101 Aerotransportada descansan tras regresar de una misión en el valle de Tagab, Afganistán. (Foto: Hernán Zin)

Al repasar las notas que tomé la última vez que estuve con la 101 de Aerotransportada de EEUU en Afganistán, me sorprendo al redescubrir la vasta, rica y compleja jerga que manejan los soldados. Como decía en la primera entrada de esta serie, una suerte de idioma con entidad propia que el periodista extranjero debe manejar tanto como el inglés si es que quiere enterarse de algo, en especial cuando las cosas se ponen calientes.

Supongo que esta riqueza de vocabulario no responde a que el ejército de EEUU intente fomentar la creatividad verbal de los combatientes y los tenga todo el día jugando al apalabrados y leyendo a Shakespeare.

Jerga juvenil

Más bien se trata de un fenómeno comprensible: si tienes a unos 100 mil veinteañeros durante meses y años en Afganistán, es lógico que terminen creando su propio metalenguaje, que a su vez está enriquecido por el de otros cientos de miles de jóvenes que estuvieron antes en Vietnam, Corea o la Segunda Guerra Mundial, pues hay expresiones que se usan hoy en día que vienen de aquellos tiempos, y por el prolijo diccionario de acrónimos, neologismos y abreviaturas que a diario usan los militares.

Hasta ahora hemos visto aquí los términos castrenses más formales sobre la distribución de las bases y las tropas. Ahora, las palabras y expresiones más creativas de los propios soldados que están íntimamente ligadas, como no podía ser de otra manera, a la comida, el retrete y el sexo. De allí lo de «Comer, follar, cagar» del título que merecería esta entrada.

Un par de vocablos, para abrir apetito, o todo lo contrario… el resto, en la próxima entrada.

Jesus Cruisers: Si hay algo que no debes olvidar de poner en un mochila o maleta de periodista empotrado es un par de sandalias, sobre todo para cuando vuelvas de alguna misión y debas dirigirte al servicio para tomar una ducha. Sandalias, chanclas, a las que llaman flip-flops y que también responden a un nombre mucho más creativo: cruceros de Jesús o Jesus Cruisers.

Shitter: Una vez que te has puesto el calzado del hijo de dios, te diriges al retrete al que llaman, literalmente, y para no perderse en elelegantes recursos retóricos: cagadero. Si estás en un Outpost puede ser un mero agujero en el suelo cuyo contenido es rociado con gasolina y quemado con regularidad, cosa que hace que los talibanes lleguen hasta a ti por el perfumado olor. En un FOB ya se trataría de un baño en condiciones, eso sí, plagado de moscas y henchido de calor, que estás en Afganistán en plena época de combate y no en el polo norte.

Pisser o Piss-Tube: Se refiere al urinario, y significa «meadero» o «tubo para el pis». Otra vez expresiones más que gráficas.

Como recientemente me comentaba con acierto Jon Sistiaga, el shitter es un ámbito narrativo nada despreciable. Las inscripciones que los soldados hacen en las maderas de los lavabos dicen más de la realidad de la guerra que muchos reportajes.

De hecho, el primer día que estuve empotrado me sorprendió encontrar en los servicios de la base de Bagram carteles que advertían de los pasos que el soldado debía tomar en caso de ser violado. Los escalones que debía subir en la cadena de mando para hacer la denuncia. Sobre este tema, y ya hablando en serio, recomiendo el magnífico documental que de Kirby Dick que acaba de ser estrenado: La guerra invisible.

Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (2)

En estos seis años de conocer de primera mano en estas páginas las entrañas de la guerra moderna, no son pocos los momentos que hemos compartido con soldados. Tanto fuera en Afganistán con los integrantes de la 101 Aerotransportada, con las tropas paquistaníes de la MONUSCO en la República Democrática del Congo, y en Somalia junto a los soldados ugandeses de la Unión Africana en su lucha contra Al Shabab.

Base Kutschbach, Valle del Tagab, Afganistán, donde en 2008 estuvimos empotrados junto a la 101 Aerotransportada (Foto: Hernán Zin)

De esta convivencia con militares he aprendido que, en general, sienten una irrefrenable pasión por el papeleo y la burocracia. Inclusive, me animaría a decir, mayor que la pasión que experimentan por las armas. Para todo parece hacer falta un permiso, un informe, un albarán. Un papel rubricado con firma y estampado con un sello, que suba unos escalones en la estructura de mando, hasta para ir al servicio si te descuidas.

El otro descubrimiento que he hecho es que el universo castrense no sólo está poblado por una maraña papeles y firmas y sellos, sino que cuenta también con una ingente cantidad de acrónimos, abreviaturas y neologismos. A tal punto llega la terminología militar, en constante evolución y transformación debido a los adelantos tecnológicos, que por momentos parecen hablar un idioma aparte.

En el caso de los soldados de EEUU, con quienes estaremos próximamente de regreso en Afganistán, casi es más importante conocer la terminología propia que suelen emplear que hablar buen inglés para comprender lo que están diciendo.

Sobre todo cuando están por entrar en combate y su lenguaje no es más que una sucesión de frases truncadas. El momento clave en el que algún soldado anuncia nervioso a través de la radio que hay T-I-C en determinado lugar. Osea, troops in contact.

A la hora de dormir

FOB: Acrónimo de Forward Operating Base, es el lugar donde suele comenzar la experiencia junto a los soldados: la base militar. El FOB más grande en Afganistán es Bagram, que se encuentra en la provincia de Parwan, a media hora en taxi desde Kabul.

Bagram tiene una larga y convulsa historia. Su pista aérea fue empleada por los soviéticos en los albores de la invasión del país en 1979 hasta la retirada en 1989. Durante la guerra civil, la Alianza del Norte la usó para lanzar ataques sobre Kabul.

Ya en los primeros tiempos de la ofensiva de EEUU, la cárcel de esta base militar se hizo famosa en el mundo por la muerte de dos prisioneros denunciada por Tim Golden en The New York Times y explorada en profundidad por el oscarizado documental Taxi To The Dark Side (título que hace referencia a uno de los fallecidos, el taxista Dilwar, de 22 años de edad, y que establece un vínculo directo con las torturas en Abu Ghraib).

Fobbies: En 2008 estuvimos en este blog en el FOB Kutschbach, en el valle del Tagab, junto a la 101 División Aerotransportada. En Afganistán hay más de cincuenta FOB y en Irak había unos cuarenta. Los Main Operating Base (MOB) son bases permanentes de EEUU en el extranjero. Los Forward Operating Site (FOS) tiene menos personal estable y se encuentran en Honduras, Singapur, Bulgaria, Rumania, Gran Bretaña, Marruecos, Túnez y Yibuti.

Outpost: Dentro de esta estructura, los conocidos como Outpost (OP) son los puestos de avanzada. Las condiciones de vida en ellos resultan más duras y precarias que en los FOB. Los miembros de las unidades destacadas en los OP se ven a sí mismos con orgullo, como los que realmente están luchando la guerra, y llaman fobbies a los soldados mejor abastecidos y protegidos de los FOB.

La estrategia que impuso la administración Obama fue reducir el número de OP perdidos en medio de la nada, para centrarse en la protección de los civiles. Poner las tropas donde están los locales. La pregunta que uno se hace es qué sentido tuvieron entonces todas estas vidas perdidas por proteger puestos como el del valle del Korengal, cuyas vicisitudes describe tan bien el documental Restrepo, de Sebastian Junger y del fallecido fotógrafo Tim Hetherington.

Hesco: los FOB y los OP suelen surgir con un grupo de soldados que llegan y acampan en una zona determinada (el sargento Kutschbach murió en 2006 cuando estaban construyendo el FOB al que le pondrían su nombre y en el que estuvimos en 2008).

Para erigir las paredes de lo que será la base o puesto de avanzada emplean una vasta cestas de alambre forrada de plástico que recibe el nombre de hesco (que se aprecian en la foto de este post). Para darles peso y resistencia a la munición enemiga, los hesco se van rellenando en muchos casos con piedras que los soldados rompen con sus palas y levantan empleando cajas de municiones.

A la hora de comer y a la hora de los tiros, en una próxima entrada…

Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (1)

Nunca falta el amigo o conocido que cuando dices que te vas a ir «empotrado» con las tropas de EEUU en Afganistán, suelta una risita burlona. Por un extraño giro del lenguaje, en su cabeza empotrado es sinónimo nada más y nada menos que de sodomizado, para decirlo con cierta elegancia. O sea, no vas a ir «empotrado con» sino que serás «empotrado por» los soldados. Supongo que cada uno proyecta sus propias fantasías sobre el plácido e inocente discurrir del relato ajeno.

Empotrado junto a la 101 Aerotransportada en el Valle de Tagab, Afganistán, en julio de 2008.

Como vimos en estas páginas hace unos años, justamente después de «empotrarnos» con la 101 Aerotransportada en Afganistán, no se trata algo nuevo. El mismísimo Robert Capa se sumó a los integrantes de la compañía E, pertenecientes al 16 Regimiento de la 1ª División de Infantería, en el arribo a la playa de Omaha el 6 de junio de 1944.

Así que aunque tomó relevancia con la invasión de Irak de 2004, lo cierto es que es una práctica tan antigua como este mismo oficio. Ya en el siglo XIX los cronistas se sumaban a los militares para ir a la guerra.

Supongo, otra vez, que después depende de cada uno dejarse empotrar o no narrativamente por los soldados. Hacer el esfuerzo de recorrer el país en busca de otros puntos de vista desde los que contar la historia. O, simplemente, ser crítico con esos militares que quizás hasta en un momento te protegieron o te salvaron la vida. Saber librarse así de cierta lógica sodomía afectiva e intelectual.

Incrustado y encamado

El término en inglés tampoco ayuda a quitarle connotaciones no deseadas al asunto. Se dice «embed», lo que a simple vista parece querer decir «encamado». Osea, que compartes lecho con la unidad a las que sigue. Lo cual, lamentablemente, en algunas bases muy pequeñas o puestos de avanzada, es literal dada la falta de espacio que duermas codo con codo con la soldadesca.

A empotrado y encamado podríamos sumarle «incrustado», que de vez en cuando aparece en crónicas periodísticas y que tampoco suena demasiado agradable. En este caso, las asociaciones sexuales o de otra índole las dejo en manos de los lectores. A ver qué sombras proyectáis sobre la palabra.

Visto en perspectiva, no resulta llamativo que exista un término propio para describir este asunto, pues si algo caracteriza a los militares es su pasión por las armas, por el papeleo y por crear su propio metalenguaje en base a neologismos y acrónimos impronunciables.

Si nada se tuerce, la cuenta atrás para viajar a Afganistán sigue corriendo y en poco tiempo más estaremos de regreso en el Hindu Kush. Así que es esta una gran oportunidad para que recuperemos y ampliemos el Diccionario del periodista empotrado que comenzamos en 2010 (aquel mismo año hicimos también un Diccionario carcelario argentino, cuando estuvimos fatigando los penales de Buenos Aires en busca de historias).

La mayoría de los términos que componen nuestro Diccionario español-empotrado ofrecen no poco lugar para la reflexión sobre la lógica de la guerra en el siglo XXI, como veremos a partir de la próxima entrada.

Rumbo a Afganistán: las Fuerzas Especiales y los amuletos de la guerra

Pocos países más fascinantes y a la vez tan terribles como Afganistán. De la belleza de sus paisajes, de la supervivencia de sus tradiciones más coloridas, a la brutalidad de la guerra, el hambre y la postergación sistemática de la mujer. Una realidad compleja, contradictoria, que inspira no pocas lecturas para tratar de desentrañarla, para intentar vislumbrar su esencia.

Soldado de la 101 Aerotransportada, Valle del Tagab, Afganistán. Junio 2008 (Hernán Zin)

En estas páginas hablamos hace unos años de algunos de los libros más destacados sobre el país del Hindu Kush. Libros que estaba leyendo justamente antes de nuestro primer desembarco en Kabul. Aquel viaje iniciático en el que conocimos, entre tantas otras historias, la situación de las mujeres quemadas en Herat y la explotación laboral de los niños que hacen ladrillos en el sur, para a terminar empotrados con la 101 Aerotransportada del Ejército de EEUU en el valle del Tagab.

El regreso de las Fuerzas Especiales

En estas noches de desvelo estival, previas a un nuevo viaje a Afganistán, leo y releo Soldados a caballo, otro extraordinario libro de la editorial Crítica (que es, junto a Debate, la que mejores títulos de no ficción publica en España, incluído el extraordinario Los buenos soldados de David Finkel).

Lo más destacado de esta obra es que cuenta la génesis de la invasión de Afganistán a través del testimonio de los primeros soldados que pusieron pie allí. Miembros de las Fuerzas Especiales que buscaban la lealtad de los señores de la guerra de la Alianza del Norte para enfrentarse a los talibanes.

Tras el descrédito de la guerra de Vietnam, en las que fueron responsables de las mayores atrocidades contra civiles, las Fuerzas Especiales habían quedado relegadas. Fueron las prisas de Donald Rumsfeld por poner soldados en el terreno – una fuerza tradicional, de 50 mil hombres, hubiese demorado seis meses – la que llevó a volver a contar con las Fuerzas Especiales como punta de lanza en una invasión.

Y lo más seguro es que, cuando el año que viene las potencias occidentales empiecen a retirar a sus hombres, sean las Fuerzas Especiales las que queden a sus espaldas luchando con los soldados del Ejército afgano contra los talibanes.

Un anillo de rubíes…

Ayer, noche especialmente calurosa en Madrid – pero nada en comparación con lo estimulante que se pone el clima en el sur de Afganistán -, leía un fragmento de Soldados a caballo que empieza en la página 68, en el que el autor, Doug Stanton, habla del amuleto que usan las Fuerzas Especiales: una alhaja.

– Este anillo ha atravesado el infierno y ha vuelto – dijo Lambert -, lo han llevado en sus manos hombres que están muertos o retirados, hombres de cuyo trabajo no se hablará hasta dentro de muchos años, si es que alguna vez se menciona.

El principal amuleto de aquellas dos unidades del Grupo V de las Fuerzas Especiales que pusieron pie en Afganistán antes que cualquier otro soldado de estadounidense, era una anillo de rubíes que había estado en Bolivia, Panamá, Vietnam, Tailandia, Pakistán, el Congo Belga, Bosnia.

Según explica el libro la única advertencia era que el hombre al que se escogiera para llevar el anillo de guerra tenía que traerlo a casa a salvo. «Era poco menos que brujería al estilo militar», sentencia.

…y un reloj

Si bien en alguna que otra ocasión describimos desde el Congo los rituales mágicos de las milicias mai mai, es curioso pero en este blog en el que hemos desmenuzado y conocido de primera mano hasta los aspectos más triviales de la guerra, en muy pocas ocasiones nos hemos referido a los amuletos, tan presentes en todos los conflictos, y más evidentes aún en los africanos. Así que en este nuevo desembarco en Afganistán podría ser una asignatura a cubrir, a retratar: los amuletos de los soldados.

Más allá del componente esotérico, místico, folclórico inclusive, estos objetos nos hablan de las incertidumbres, aspiraciones y miedos de los que los llevan puestos. ¿Quiénes se los regalaron? ¿Qué historia tienen detrás? La guerra es sin duda el escenario más incierto, brutal y paradójico de la condición humana. Y ante tantas incertidumbres tiene cierto sentido aferrarse a algo, así sea un anillo de rubí, una moneda de la suerte o un rosario.

En mi caso, tengo varios amuletos. Uno más evidente que el resto: un reloj marca Fossil con correa de cuero marrón que llevo puesto en cada viaje desde que lo comprara el 22 de enero de 2006 en La Paz, Bolivia, cuando La Voz de Galicia me había enviado a cubrir el ascenso al poder de Evo Morales. Un reloj que no parece ya capaz de aguantar más golpes, más cambios y arreglos, pero que regresará próximamente también al Hindu Kush, quiera o no, pues sin su compañía se me haría mucho más difícil emprender este nuevo viaje a la guerra.