El martaki clama desde las muñecas de los griegos por la primavera (acerca de las supersticiones y la tradición)

Por Vicky

Es una tarea obligatoria en la guardería, una costumbre que te la recuerdan en casa y también la propuesta fija de cada año en las revistas de moda sobre cómo actualizar este clásico. Casi todos los griegos celebran la entrada de la primavera y el mes marzo llevando un martaki en la muñeca de su mano.

Es una tradición que tiene sus orígenes en la antigua Grecia, en concreto en los misterios eleusinos. Estos estaban basados en un mito protagonizado por Deméter, la diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad. Su hija, Perséfone, fue secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo, y su madre desesperada se puso a buscarla descuidando sus deberes. Entonces, la tierra se heló y la gente pasó hambre: el primer invierno. La fertilidad volvió a la tierra cuando Deméter retomó sus labores: la primera primavera.

Uno de los rituales de los misterios eleusinos era poner un hilo en la mano derecha y oro en el pie izquierdo, para representar de esta manera el final y el inicio de los dos estados opuestos; la vida y la muerte. Rezaban para que su paso de una etapa a la otra fuera de una manera protegida y controlada, sin sufrir el horror de la pérdida.

Hoy, se lleva una pulsera de hilos blancos y rojos que forman un lazo en cualquiera de las dos manos, del 1 hasta el 31 de marzo. Su significado también ha cambiado. Se supone que los niños deben hacerlo el último día de febrero y llevarlo el primer día de marzo antes de salir de su casa. Así el sol, de mayor intensidad de luz, no va a ‘’quemar’’ su rostro y si consiguen conservar el martaki hasta el final del mes, tendrán suerte y serán protegidos todo el verano y hasta que los rayos del sol vuelvan a debilitarse por la llegada del invierno. Cuando es 31 de marzo el martaki se quita y se deja encima de un rosal para que lo recojan las golondrinas y construyan su nido con él. Otra vez encontramos los valores de amor, protección, vida y la consideración hacia la naturaleza.

A pesar de que haya pasado a aplicarse solo a los niños, es una costumbre de la que muchos mayores siguen disfrutando. Algunos dicen que lo hacen por no perder el niño que llevan dentro y otros por ser supersticiosos. Y la verdad es que no conozco un país con más tradiciones contra los  posibles males que te pueden pasar en la vida que Grecia.

Encontrar un trébol, tocar madera, romper un espejo, pasar debajo de una escalera, que alguien te eche mal de ojo, abrir el paraguas bajo techo o ver una lechuza por la noche. Hay un sinfín de supersticiones que no importa de dónde provienen, nos las aplicamos todas y nos encanta acumular nuevas supersticiones en nuestra cultura.

Quizás pensaréis que cada uno es libre de tener sus creencias, pero dejadme avisaros de que algunas pueden producir cierta sorpresa ya que no siguen ningún razonamiento. Por ejemplo, nadie se va extrañar viendo a alguien intentando evitar pasar debajo de una escalera pero sí me han mirado raro cuando he escupido tres veces al escuchar una mala noticia (simular escupir, nunca regar a la gente). Lo peor es cuando me piden explicaciones por lo que acabo de hacer y sé decirles que es por una costumbre de mi país, pero no soy capaz de contarles por qué se escupe o por qué se hace tres veces.

Y esto es lo curioso con las supersticiones. Parecemos esclavizados y torturados cuando las circunstancias no nos permiten evitar no pasar debajo de la escalera o ver cómo se rompe un espejo, pero no sabemos decir de dónde viene este mal presentimiento que nos apodera. Las cosas suelen ir a peor cuando encima no se puede compartir esta angustia, ya que en España no he encontrado el mismo apoyo frente a las supersticiones.

Con los años he llegado a la conclusión de que se trata de algo psicológico. Algo muy parecido a los tics. Es decir, tenemos la necesidad de hacer cosas absurdas de corta duración a sabiendas de que lo podemos controlar en parte, aunque en el momento que nos invade esta necesidad ponemos gran esfuerzo para remediarlo. Por ejemplo, sé que cuando alguien en España dice una cosa a la vez que yo, me apresuraré a tocar algo rojo aunque sea disimulando. Ya no me hace falta decir en alto ‘’toca rojo’’ ni que sepan que lo estoy haciendo por pura superstición a no discutir con esta persona en el futuro. Lo sé yo y eso me basta. Al igual que sigo estrenando cada marzo mi martaki, aunque todos crean que es solo un accesorio.

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