Por Vicky
¿Recordáis la película Mi Gran Boda Griega? La de historia de amor entre dos personas de distintas etnias, griega y estadounidense. Sin más spoilers, hay final feliz para la pareja cuando consigue superar los obstáculos culturales que se interponen en su relación. En mi opinión, es la típica película romántica que ensalza el poder del amor contra todo. Menos una cosa. La parte cómica ronda alrededor del carácter conservador del padre de la novia y sus manías. La más destacable es su necesidad de demostrar que todo tiene un origen griego.
Sea por concluir que hemos sido los primeros en abordar una idea -la que sea- o por haber aportado mucho en la evolución de la misma, los griegos nos enorgullecemos demostrando que nuestro toque da el matiz diferenciador a las cosas. Esta costumbre se practica a nivel de un deporte. Es muy típico en las comidas familiares como tema de conversación para romper el hielo y para hacer que todos los comensales participen activamente y dialoguen. En realidad, no se intenta llegar a ninguna parte. Es como un juego de conocimientos, en el que se pone a prueba el culto de la otra persona pero sin intención de ser un pedante. Es por pura diversión. Pero un tipo de entretenimiento con el que si alguien no está familiarizado, en el mejor de los casos puede extrañarse… en el peor ofenderse.
Como en cualquier deporte, todo requiere su práctica sea para salir ganando en el juego o para saber cómo salir corriendo de este antes de enloquecerse. Y vengo aquí con este post para tranquilizar los ánimos ante una incertidumbre histórica. No hace mucho que leí una noticia que explicaba lo que hace años escuché en una de esas ‘’sesiones de juego’’ en Grecia y además con el mismo argumento: «Jesús en realidad era griego y se llamaba Apolonio».
Según un nuevo documental de Amazon, la vida del personaje histórico de Apolonio de Tyana tiene muchas similitudes con la de Jesucristo, como la conocemos a través del Nuevo Testamento. La última vez que escuché esto en una mesa, hubo quien se rió a carcajadas, hubo quien se enfadó por haberle herido sus sentimientos religiosos y hubo quien no perdió tiempo para seguir buscando evidencias. En esto consiste el juego. Partir de una hipótesis que impacte e intentar hilar todo de alguna manera, sonando lo más riguroso posible. “La proximidad geográfica con Belén lo deja claro… el idioma que se hablaba en la época era el griego… el pelo largo y rizado…”. El juego alcanza su máximo interés y atención de audiencias cuando se mete con grandes misterios de la vida como este. No puede haber respuesta y se espera hasta que no se puedan rebatir los argumentos (tenemos un ganador) o hasta que se cambie de tercio.
Es un pozo de imaginación y creatividad. El Día de San Valentín también me regaló un momento de ‘diversión griega’. Unos antiguos compañeros me descubrieron que en realidad San Valentín es una leyenda católica y que el verdadero Cupido era cristiano y ortodoxo, es decir griego. Para ser más concreta, eran dos los santos: Priscila y Aquila. Eran una pareja que fueron mártires bajo la acusación de la idolatría. No se separaron en ningún momento, ni traicionaron uno al otro y finalmente murieron el 13 de febrero. Según mis compañeros, el verdadero San Valentín se celebra el 13 de febrero.
Esta fascinación para reforzar la identidad de una nación y la necesidad de demostrar su grandeza a la primera oportunidad que se presenta en el camino, siempre me ha maravillado. De una cosa que sí puedo enorgullecer es haber logrado de escapar por un momento de esas mesas delirantes. En España, a no ser por el fútbol y por alguna bandera en el balcón, no se suele practicar este deporte o será que se practica al revés. Quién es mejor de quién dentro del país o quién debería irse primero. Cosas que pasan…
Creo que si se cuidan los límites y se sigue el ejemplo peliculero -actitud satírica y humorística- hasta se le puede sacar la gracia al asunto y que todo pase a ser divertido de verdad.