Por Vicky
Edificios bajos, música tradicional o funk, gente de todas las edades tomándose algunos un café y otros un cóctel, luces bajas en todo el centro de la ciudad y una cola kilométrica para comprar entradas en el cine ‘Thision’ (Θησείον), uno de los más antiguos de Atenas. Estas son las vistas que ofrecía siempre la calle Apostolou Pavlou.
Hace ya años que la imagen ha cambiado. Ahora es imposible distinguir quién está esperando en la cola para disfrutar de una noche de grandes clásicos del cine y quién está parado en un puesto de artesanos. Personas, colores, voces, olores se entremezclan y componen ese ambiente caótico que tanto caracteriza a Atenas.
No todos miran ese jaleo con los mismos ojos. Los que callejeamos y los turistas lo consideramos como una parte indispensable de la ciudad. Pero los vecinos y los dueños de las tiendas locales no opinan igual. De hecho, hace algo más de una semana la comunidad de artesanos está amenazada de desalojo, porque según ha afirmado la Policía Municipal “afean el centro histórico”.
Es un debate que se remonta en 2004, año en el que Atenas fue la ciudad acogedora de los Juegos Olímpicos. Fue una auténtica ocasión para el desarrollo del comercio heleno, un momento para explotar la cultura y el ‘genio’ griego. La calle Apostolou Pavlou, ubicada entre el Ágora y la Acrópolis, contaba con unos 50 puestos de artesanos, que después de los Juegos Olímpicos se quintuplicaron.
La situación empeoró después de la crisis económica. La mala prensa que tuvo Grecia en el extranjero, disminuyó de manera significativa la cifra de visitantes en el país. De repente, estos vendedores perdieron los turistas y también a los atenienses que no tenían suficientes recursos para gastarlos en cosas accesorias. Solo pudieron seguir adelante con su negocio los que ofrecían algo realmente original y el resto parecía que solo hacía “ruido”.
Empezó una guerra entre las tiendas físicas y los puestos que se plantaban en la entrada de su comercio. Los primeros aprovecharon la falta de licencia de los artesanos para arrancar una caza de brujas.
Ambas partes han fallado en comunicarse bien, ya que durante los “años felices” y prósperos se dejaron llevar por la corriente. La Asociación de Artesanos y Vendedores Ambulantes había mandado varias propuestas, como pagar un alquiler por el sitio que ocupaban en la calle o hacer los tenderetes uniformes por razones de estética, al Ayuntamiento, pero sin respuesta. En aquel momento no lo veían como un tema que requería una solución urgente y los problemas se acumularon.
Fue en febrero de 2013 cuando por primera vez la opinión pública y el Ayuntamiento se enteraron de la gravedad del problema ante el caso de un hombre senegalés de 39 años, que en su intento de escapar de las autoridades y salvar sus productos se tiró accidentalmente en las rayas de la ‘Renfe’.
Entonces empezaron a acercar a ambas partes para imponer el orden. Hubo varias ideas. Una era que los artesanos se dispersen por todo el centro de la ciudad. La alternativa era que solo se quedaran 80 vendedores en esta calle y que el resto se agrupara en un espacio abierto no muy lejos de ahí. Desafortunadamente, no lograron ponerse de acuerdo.
Mientras tanto, crecía el odio entre ellos y se dividía la opinión de los atenienses. Muchos están en contra de que desalojen a los vendedores, porque creen que esta es una estrategia de los “tres o cuatro millonarios” que controlan el comercio de la zona, del capitalismo duro y del monopolio que quiere eliminar los menos favorecidos y los sin techo de las calles.
Pero también existe una parte de esos “pocos privilegiados” que lucha junto a los vendedores y lo único que pide al gobierno de Atenas, como todos (nosotros) los residentes, es simplemente regular su actividad, ya que recuerdan que antes de su aparición estas calles no tenían la vida que tienen hoy. Su futuro sigue incierto, pero este fin de semana aquellos que han paseado por el centro han vuelto a apreciar las obras de los artesanos, que han vuelto a sus puestos para reclamar su derecho a trabajar.