En este siglo XXI donde parece que lo único que cuenta es el dinero, todavía hay personajes capaces de hacer soñar a los demás. De construir bellas historias y milagros que, hoy en día, sólo tienen cabida en los cuentos populares y en la imaginación de los niños.

Puede que Gregorio Manzano sea uno de esos personajes. No conozco a Gregorio personalmente (sólo he hablado con él un par de veces por teléfono), pero puedo asegurar que es un tipo que se viste por los pies por las referencias que me han dado.

El técnico andaluz ha sido capaz de situar al Real Mallorca, un equipo que atraviesa desde hace más de año y medio una enorme crisis institucional, como cuarto clasificado de la Liga, un lugar impropio para un club con un presupuesto modesto y abocado a luchar por la permanencia a principios de año.

Se marcharon Arango y Jurado, dos jugadores clave la campaña anterior. En noviembre, los jugadores y empleados del club dejaron de cobrar. El lío en los despachos era monumental: el empresario madrileño Javier Martí Mingarro adquirió la entidad por algo más de cuatro millones y luego dio la espantada en diciembre, dejando de nuevo el club en manos del abogado Mateo Alemany.

Pese a todo, el Mallorca ha funcionado en el campo. En Son Moix lo ha ganado todo (ocho partidos de ocho), con 22 goles a favor y tres en contra; unos números mejores que los del Barça, el líder de la Liga (22 y 6).

¿El milagro? «Que dirijo uno de los mejores vestuarios que he entrenado en mi carrera profesional», responde Manzano en su blog. El domingo, le espera el Madrid en el Bernabéu.