Archivo de febrero, 2017

Unos Goya digeribles y predecibles

Los Premios Goya de este año fueron como una película de sobremesa de esas que te engancha y no te permite dormir la siesta, porque en su momento se estrenó en los cines con un éxito aceptable, pero que no pasó de ahí. Que está bien ejecutada e interpretada y poco más. Dani Rovira presentó sus terceros premios consciente de que iba a ser mirado con lupa. Y como la gala en sí, optó por no salirse de un guión establecido y políticamente correcto en comparación con la pasada edición de los ‘cabezones’. Solo los tacones rojos que exhibió como tributo a las mujeres en el cine fueron el único momento discordante de su noche, porque lo que pensaron él y sus guionistas como un guiño a las féminas se convirtió en un taconazo en toda regla.

Pero por todo ello, estos Goya no pasarán a la historia. Los premios concedidos fueron los esperados, quizás con la única sorpresa, grata, de ver cómo una actriz de la solvencia y la solera de Emma Suárez se llevaba dos Goya por dos películas diferentes. Y con un homenaje merecido a Ana Belén, que convirtió su discurso en un ‘ego’ monólogo, pero que se le perdona por el propio ego del personaje. Una tercera mujer dio el momento más emotivo: la cantante y actriz Sílvia Pérez Cruz cantándole a los desahuciados en agradecimiento como mejor sabe a su premio a la mejor canción original.

En una noche en la que el ministro de Cultura reía en la grada, también Almodóvar, la presidenta de la Academia, Yvonne Blake (que hizo gala de un español mejorable y de un discurso igual de plano que la entrega de premios) y hasta el director de la orquesta en directo puesta sobre el escenario, el único que lloraba era J.A.Bayona por los 9 Goyas conseguidos por Un monstruo viene a verme. Competir con una producción de Hollywood en los Goya es hacerlo en superioridad de condiciones.

Hasta Penélope Cruz reía las saboridas bromas que le dedicó Rovira. Y ponía unas caras a la cámara que rivalizaron, y mucho, con las que puso Winona Ryder en los Premios del Sindicato de Actores. Más bien fueron caras de Bélmez.

En conclusión, fue una gala bonita de ver, soportable, y poco emotiva. Sobraron los tacones, el número musical que parece que han de poner siempre con calzador durante los intermedios entre galardón y galardón, hacer un ‘gag’ justo antes de la emisión del obituario y el beso en la boca entre Rovira y su ‘aíta’ Karra Elejalde. Lo mejor de la noche, sin duda, el merecido protagonista: el cine español.

Gazpacho a la Pantoja en ‘El Hormiguero’

Trancas y Barrancas se tomaron esta semana un gazpacho ‘a la Pantoja’ en El Hormiguero. Y puede que les haya repetido el plato, al igual que al propio programa. Porque la invitación de Pablo Motos a la tonadillera en su primera entrevista concedida en televisión, tras salir de la cárcel el pasado mes de marzo, le ha hecho un flaco favor al programa.

Estábamos acostumbrados a ver a actores de Hollywood jugando a científicos y hablando con hormigas, todo en tono desenfadado, amable y blanco. Cansaba por repetitivo pero caía bien. No hacía daño a nadie.

Pero este cambio de registro de Motos para romper en audiencias dando una exclusiva con la Pantoja propia de ‘Sálvame Deluxe’ y encima sin preguntas incómodas, sino con un peloteo obsceno, ha sido demasiado. Ese día debieron flipar hasta las hormigas.

La entrevista, que ocupó todo el programa, tuvo momentos memorables de vergüenza ajena. Motos y Pantoja actuaban como si fueran íntimos. Se abrazaban, adulaban y reían sin límite. El «dientes, dientes» propio de la sevillana funcionó a las mil maravillas ante la cámara. Hasta Motos le dio un pico a su invitada, suponemos que llevado por el desenfreno del momento.

El público del ‘falso directo’ lo llenaron con una caravana de mujeres seguidoras a muerte de la artista, que no paraban de jalear hasta la tontería más tonta que tuviera que ver con su diva. No se habló de la palabra ‘cárcel’ ni por asomo y sí mucho de su nuevo disco, para gran alegría de su discográfica. La cantante tuvo piropos hasta para las hormigas, a las que besaba y gritaba: «¡Ay mis niños!». También entró por teléfono su hijo Kiko Rivera para acabar de subir el tono pelotero del homenaje en vida de la artista.

Perder, lo que se dice perder, perdió menos la Pantoja con este espectáculo, porque va escasa de credibilidad. Pablo sí que restó en eso. Y rompió por un día la dinámica de un programa desenfadado que con solo una mala elección de invitado se puede convertir en algo insufrible. Y falso al límite. Un fraude. Vergonzoso.

El único momento de verdad fue la actuación de la cantante con dos temas. Todo el respeto para con su arte. El resto es totalmente prescindible en televisión. Eso sí, apunten: cinco millones de espectadores. Objetivo cumplido.