Podríamos llenar ríos de tinta con las broncas, gritos, insultos y faltas de respeto que estamos presenciando en el que podría ser la edición de Gran Hermano más verdulera de las 17 que hemos visto en España. No en vano, somos un país de récord en ediciones de este reality.
Pero mientras Bea, Adara y Meritxell se desgañitan en la casa, como lo hicieron antes de salir Bárbara o Clara, hubo un concursante que protagonizó el momento posiblemente más fake (falso) de lo que llevamos de edición.
Miguel, el estilizado chico gallego que entró con un secreto en la casa, y que bebió sin éxito los vientos por Pol, se despedía hace pocos días de su peluquín para mostrar su alopecia a la audiencia del programa y al resto de concursantes. Miguel se rapó la cabeza con una máquina tras deshacerse de su prótesis capilar en forma de frondoso tupé, y después procedía a quemar el peluquín en el jardín de la casa como si estuviera haciendo una queimada.
Pero la perfomance no se quedó ahí, porque no fue muda. Miguel se puso a gritar que ya era «libre» y «me quiero» y empezó a darle besos al espejo que utilizó para raparse. Es decir, a lo Dorian Gray de Oscar Wilde, se besaba a sí mismo en el cristal. No se recuerda desde hace tiempo una muestra de amor propio similar y tan ridícula dentro de un reality, ni una autoafirmación tan barata de autoestima de lo que se suponía que era una liberación personal y de un complejo, que resultó de todo, menos sincera.
Que Miguel tenía este papelón preparado desde antes de entrar en Guadalix se sabe de antemano. Pero que Gran Hermano haya comprado semejante pantomima para ilustrar la edición solo habla de un declive de la autenticidad del producto, que dejó hace mucho atrás aquello de «experimento sociológico» para entrar en el terreno del circo.
Miguel se rapó el pelo y quemó el peluquín: «Soy libre» #Gala12GH17 pic.twitter.com/TbBTFiVQ2Q
— Gran Hermano (@ghoficial) 24 de noviembre de 2016