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¿Busca su media naranja? Déjese de tonterías

Querid@s,

¿Tiene usted mala suerte en el amor? ¿Por qué no encuentra su media naranja? Dejen de buscarla, la media naranja es un cuento chino.

El verdadero origen del mito de la media naranja se remonta a una obra de Platón llamada El Banquete. En ella, Platón compartía las enseñanzas de Aristófanes, quien contaba que en los albores de todo esto que llamamos vida la raza humana era casi perfecta: «Todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción». Estos individuos mitológicos, recalco mitológicos, podían ser de tres tipos:

  1. Compuesto de hombre y hombre
  2. Formado por mujer y mujer
  3. Unión realizada por un hombre y una mujer, denominado ‘andrógino’.

mmedia naranja

Contaba Aristófanes que «los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses«. Ante tal atrevimiento, Júpiter que quería cortarle las alas a estos osados individuos pero sin cargárselos, dio con la solución: separarlos en dos. (A qué mala hora Júpiter). Hasta aquí todo bien, pero la movida surgió a posteriori cuando, hecha esta división, cada mitad hacía lo imposible para encontrar a la otra mitad de la que había sido cruelmente separada. Cuando se producía el emotivo encuentro, se abrazaban, se unían y les poseía un profundo deseo de volver a unirse en plan siamés con tal efusividad y ardor que, abrazadas, se morían porque no querían ni comer ni beber. No querían hacer nada la una sin la otra. Menudo pastelón ¿no creen?

El cuento chino de la media naranja tiene más años que Matusalén, pero Jesús Puente y ese programa bobalicón llamado Su media naranja nos han hecho mucho pupita la humanidad. El difunto Jesúes Puente no ha sido el único, pes le han sido programas homólogos como Lo que necesitas es amor (todo el mundo necesita amor), Vivan los novios (los novios con marcha…con marcha nupcial) u Hombres, Mujeres y ViceversaLa búsqueda de la media naranja nos ha calado hasta los huesos. Tanto que hoy en día estamos rodeados de mensajes con los que nos bombardean a diestro y siniestro con esta estúpida idea de la media naranja por aquí, la media naranja por allá. El mundo está lleno de medias naranjas que pululan como pollos sin cabeza desesperadas por encontrarse y enamorarse, y capaces de morir en el intento de hambre e inacción. Y esto no puede ser, es altamente peligroso.

¿Acaso no es la naranja una fruta fresca rica en vitamina C y aparentemente inofensiva? Pues no, es mucho más que eso. Es la maldita culpable (metafóricamente) de que el 90% de las personas que habitan la faz de la tierra se pasen la vida buscando esa «otra mitad» de un cítrico amor que en algún momento, ojalá no fuera así, acaba yéndose al garete. Y se va al garete porque nos venden la idea de que todo será perfecto, de que la compenetración será absoluta, que la relación será ideal por los siglos de los siglos. Esa creencia en la media naranja tiene toda la culpita de las bajas autoestimas, de los amores perros, tóxicos y dependientes. Por no hablar de la ansiedad y la angustia que supone andar todo el día buscando la perfección de na relación que no existe.

naranja

Vamos a ver. La búsqueda de la media naranja es una locura insana. Lo siento querid@s, pero la media naranja no existe. Como los Reyes Magos, como el ratoncito Pérez, como los OVNIS. Pero entonces, ¿por qué se empeñan programas de televisión, la industria del cine, literatos, artistas y funambulistas en vendernos la burra?Veamos el argumento de la típica película de nuestros tiempos: Entra usted en Mercadona, Carrefour o Día (según la pela que tenga), está usted a lo suyo, cagándose para adentro en el día de mierda que ha tenido o pensando en las goteras de casa que le amargan la existencia por culpa del vecino, mientras se recrea en el lineal de lácteos de su supermercado de confianza. Lleva media hora buscando el producto con el precio por quilo más barato y como le van a cerrar porque ya se le ha hecho de noche, finalmente se decide. Su mano se dirige hacia el brick de leche afortunado. Entonces todo empieza a sucederse a cámara lenta. Imagíneselo, ¿no les ha ocurrido nunca? Cuando le va a echar el guante a la dichosa leche, se choca usted con otra mano que de entre las 100 leches, ha seleccionado precisamente la misma leche que usted. ¡Vaya, qué casualidad!

Entonces se miran embelesados y usted se queda con la boca abierta. Con cara de corder@ degollad@. Y el otro también. Son el uno para el otro. ¡Por fin ha encontrado su media naranja! ¿Y si encima fuera Bradley Cooper? ¿Ya sería el hombre/mitad perfect@ no? Pues no. Y no me digan que nunca se se han montado su propia película en la que usted es el protagonista de la escena del supermercado. Muchas mujeres son (somos) unas auténticas filmakers y nos montamos en un momento nuestra propia película, que ríase usted de Hollywod.

Los hombre perfectos no existen, ni las mujeres perfectas. No es más que otro de esas quimeras que algún soplagaitas se ha inventado, como si fuésemos mitades de un ser humano casi perfecto separadas por el capricho de algún dios concupiscente. Bajémonos de la parra y dejemos de creer en estas películas de ciencia ficción. Es más fácil que el hombre llegue a Marte en bicicleta que que esto ocurra. Estos encuentros naranjiles, en la vida real, no pasan. Nunca pasan. Jamás. Lo siento, pero yo lo de las medias naranjas ya no me lo trago. Digo «ya» porque hubo un tiempo en el que me lo creía. No me juzguen, era una niña y creía en los cuentos de hadas, en las princesas y en que la  paz en el mundo era posible. Pero ahora no me las trago ni medias, ni enteras. Las medias naranjas sólo sirven para hacer zumo. Y punto. Búsquenlas sólo en la frutería.

Compartan su vida con una naranja (chirimoya o melón) que haga que se chupe los dedos cada vez que se la come y siempre le deja con ganas de más. Aunque a veces no la soporte o quiera exprimirla. No sé ustedes, pero yo no quiero ser la mitad de nada. Porque cuando un amor es verdadero y sano, no se necesita para vivir. Y menos una media parte de algo para completarse. No me sean… y repitan conmigo: Yo me completo.

Y si hemos de ser naranjas, seamos naranjas completas, enteras, sin cortes ni incisiones. seamos naranjas propias e intransferibles, como nuestra identidad. Seamos naranjas libres, orgullos@s de sernos, que no necesitan de mitades, cuartos o cuartos y mitades para sentirnos complet@s. Ni para ser felices, que parece que en los tiempos que corren el que no está enamorado y tiene pareja es un desgraciado.

Que follen mucho y mejor.