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La primera vez

Querid@s,

Les ruego que tengan a bien prestar atención a este breve pero intenso corto de Borja Cobeaga. Protagonizado por Mariví Bilbao y Aitor Beltrán, fue nominado a los premios Goya en 2001 como mejor cortometraje de ficción. Comentamos la jugada en 10 minutos.

Desternillante guión el del guipuchi. Ole tu coño Mariví. Y si me lo permiten, me cuestiono el título. La primera vez. ¿Para ella o para él?

-Lo siento, estoy un poco nervioso, no sé lo que me pasa. Es la primera vez que me pasa.

A lo que la salada de Mariví contesta:

-¿Esto te ha pasado más veces?

Pues no Begoña (Mariví). Tú eres su primera vez, al igual que él sería la tuya. Al menos, ese era el plan A. Entiendo que no en todas las ocasiones que al imberbe puto le ha tocado desatascar tuberías, las exigencias del guión le hayan obligado a acostarse con alguien que podría ser su abuela.

Divertida escena de la película Gigoló por accidente

¿Qué decir de Aitor? En cuantico ve que la cosa va en serio y no es una broma de cámara oculta, se queda con cara de pastel de boniato ante lo que se le viene encima. Me choca y me hace especial gracia que se saque el preservativo. ¿En qué momento piensa que se le va a empalmar? Con todos mis respetos a la difunta Mariví o a cualquier mujer en su situación.

Yo me tiro horas hablando en compañía de un abuelito o abuelita. Me gusta mucho la gente mayor. Que me enseñen, que me expliquen cómo funcionaba eso del amor en su época, que me cuenten sus batallitas. Me despiertan ternura, complicidad, respeto, adoración. Pero ganas de follar no. Permítanme que insista con el respeto.

Gigoló por accidente

Begoña me recuerda a mi tía Carmen. Murió de vieja (yo quiero morirme así) hace poco más de un año. La pobre se fue a la tumba soltera y entera. Virgen. Un novio que tuvo murió y desde entonces no quiso saber nada de los hombres. No estaba preparada para que le volvieran a romper el corazón. Además, aquella época no era esta, y por lo que me contaba, tuvo que ocuparse de su prima que enfermó en la adolescencia y tardó muchos años en palmarla. Todos esos años, mi tía Carmen estuvo pendiente de ella y cuando se dio cuenta, tenía 70 años y estaba compuesta y sin novio.

Mientras se consumía en la cama y se tornaba en una uva cada vez más pasa, yo intentaba aportarle un poquito de sal, de luz y de vida a esa oscura habitación y esa cama que cada día se la tragaban un poquito más. Y un día le propuse: Tía, te voy a buscar un maromo que te de lo tuyo y lo de tu prima. Con esa gracia que sólo tienen las abuelitas me decía. Menudo disparate hija.

Tía Carmen, aquello no era un disparate. Un disparate fue que tú te murieras sin que te desvirgaran (la flor). Sin saber a qué huele una polla, a qué sabe una polla. Sin que te empotraran, sin gemir con los cinco sentidos. Sin sudar hasta quedarte sin gotas. Sin que te pusieran mirando pa Cuenca (con lo mucho que te gustaba a ti ir a Cuenca), sin correrte de gusto, sin sentir que casi tocas el cielo, sin disfrutar de tu cuerpo serrano y sin hacer el amor. Pero sobre todo, sin volverte a enamorar.

Sólo espero que no te quedaras con demasiadas ganas de no haber sentido en el corazón, la piel y en el coño lo que es la primera vez. La primera vez de todo, tía. De todo.

Que follen mucho y  mejor.

Treintañeros y, sin embargo, vírgenes

“Oh Dios mío, ¡eres una virgen de 30 años!”. Así reaccionaba una horrorizada Jennifer Anniston cuando su amiga Courtney Cox, interpretando a una rolliza Monica Geller, confesaba su secreto mejor guardado en uno de los capítulos de la serie Friends. En realidad era uno que recreaba las vidas alternativas que habrían podido tener cada uno de los protagonistas, pero esa ficción es una realidad para muchas personas. Más de las que creemos.

No hay estadísticas oficiales, y las que hay no son creíbles porque la mayoría miente al respecto, según los expertos. Mienten porque, dejando aparte los que optan por ello por un motivo religioso o porque forman parte de esa minoría considerada asexuales, es algo que les mortifica y les avergüenza. Vivimos en una sociedad hipererotizada en la que el sexo está en todas partes… excepto en sus vidas. No es por nada en concreto, no lo decidieron así, simplemente no se presentó la oportunidad en el momento y las condiciones adecuadas y, cuando han querido darse cuenta, sobrepasan la treintena sin haber hecho nunca el amor.

monica gellerTeniendo en cuenta que en España la edad de inicio en las primeras relaciones sexuales está en torno a los 16 años, es normal que estas personas se sientan, cuanto menos, “distintas”. El problema de este desfase y de ir tan a destiempo es que se acaba por convertir en un lastre, en un tabú que los carga de miedos, inseguridades y complejos. El resultado es un cóctel explosivo que los condiciona y que, en ocasiones, convierte el sexo en la antítesis de aquello para lo que fue creado. Y no, no me refiero a la reproducción. Me refiero a que el sexo tiene que ser algo divertido y enriquecedor, y no un motivo de malestar y angustia.

“Siempre fui muy tímida y reservada. En las pocas ocasiones que tuve no vi el momento adecuado y luego, simplemente, no se ha presentado la oportunidad. Ahora hago balance a mis 31 y siento que he desperdiciado gran parte de mi juventud”, me dice una muy buena amiga. Otra (no tan amiga) me confiesa que se ha “acostumbrado” a la ausencia de sexo y que le da mucha “pereza” solucionar el asunto porque no tiene ganas de “dar explicaciones a ningún hombre”. “Mi handicap”, lo llama. El único chico al que conozco en la misma situación no quiere hablar del tema.

Puede que esté equivocada, pero tengo la sensación de que la losa de una virginidad enquistada es aún más pesada en hombres que en mujeres, el tabú es mayor y, en consecuencia, el estigma y la vergüenza también. Cosas de los convencionalismos y el machismo de la sociedad en que vivimos, no siempre nos íbamos las mujeres a llevar la peor parte.

Personalmente soy de las que piensan que cada cosa tiene su tiempo y que no hay que quemar etapas, pero tampoco eternizarlas. Y aunque no soy quien, si tuviera que dar un consejo a aquellos a quienes haya cogido el toro les diría que cada uno tiene su ritmo y su momento y que, cuando llegue la hora, se aseguren de no sentirse presionados ni por el compañero/a de travesía ni por el entorno. Al fin y al cabo, no estamos aquí para sufrir.