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‘Green flags’ en la cama

En varias ocasiones me he preguntado qué era lo que hacía de alguien un buen amante. ¿Era que durara mucho en la cama? ¿Que tuviera unos genitales de escultura griega? ¿Que empotrara?

(Si lees mi último artículo, seguro que esto precisamente no).

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No era ninguna de esas cosas porque, lo que realmente me hace identificar si es o no bueno en la cama, es la química.

El chispazo de la mirada al otro lado de una jarra de cerveza o el aleteo en la entrepierna si te entra un selfie que se ha sacado con el pelo alborotado y la barba de varios días sin retocar.

Esa electricidad, que ya anticipa lo que se viene, es lo primero. Aunque no lo único por lo que doy puntos.

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Si analizo lo que realmente valoro, me doy cuenta de que es aquello que me hace sentir tenida en cuenta. Por eso mi lista de green flags -o luces verdes en el sexo- empieza por que se lave las manos antes de empezar.

Los dedos van a jugar un papel importante, ya te lo digo yo. Qué menos que, se metan por donde se metan (ya luego elegimos si boca y orificio), no añadan más bacterias a la ecuación.

Cuando, al poco de que se dé el primer encuentro, se arrodilla y baja antes que yo, la puntuación sube y sube.

Por mi experiencia, no todos los hombres que me he cruzado en el camino están igual de dispuestos a hacerlo. Así que dar con quien lo haga por iniciativa propia, es una maravilla de la naturaleza.

Un buen amante es quien me ve desnuda y preciosa (y lo repite varias veces). Sentirme deseada es el mejor cohete para la autoestima. Si me regalas los oídos, me vengo arriba hasta el punto de que me transformo.

Salgo de mi piel y soy stripper, dominatrix, sumisa, cariñosa, juguetona, fría, seria, switch o mezquina. Tengo la confianza de convertirme en cualquier cosa con una palabra bien dirigida.

Valoro más que cualquier postura digna del Circo del Sol que se preocupe por si me está gustando. Que pregunte si me está haciendo daño o si va bien así.

Un buen amante es quien quiere saber si estoy cómoda o prefiero cambiar. Quien pregunta qué puede hacer para que llegue al orgasmo. Si me toco yo, me toca él o cogemos un juguete.

Porque esa es otra. La liberación y el universo de posibilidades que se abren cuando propone usar un juguete…

Tengo una colección amplia, y que sea consciente de ello -y quiera usarla para disfrutar juntos– es la mejor de las señales.

Es un cartel gigantesco de «Aquí sí es» porque tiene la mente lo bastante abierta de entender que esto es pasarlo bien por placer. Sin más tabús ni rayadas. Eso queda fuera de la cama.

Buen amante es quien me escucha y entiende los límites. Quien para ante la duda o cualquier negativa. Quien da más fuerte porque lo pido y sabe que es mi manera de consentir un disfrute.

Y que se ría. Que se ría de que suena el colchón, el golpeo en la pared, ese muelle que chirría, el condón que cruje, el aire que sale de la vagina y cuando el escupitajo queda repartido a medio camino, porque no se lanzó con bastante fuerza.

Si pasa todo lo anterior, no es que recuerde el sexo como algo memorable. Inolvidable es la persona con la que tuve ese sexo.

Mara Mariño

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¿Y si la fantasía del hombre empotrador no era para tanto?

Define el amante perfecto, el compañero de vicio ideal, el que fantaseas con tus amigas cuando os ponéis a charlar.

Me juego lo que quieras a que se te viene a la mente la imagen un empotrador (el que sea).

Uno conocido con quien has tenido sexo o uno que, en tu cabeza, tiene que follar a las mil maravillas. Una máquina de penetrar.

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Pero, ¿es el empotrador quien más nos hace disfrutar entre las sábanas?

Porque cada vez estoy más convencida de que, todo este tiempo, estábamos engañadas y no era lo que necesitábamos (aunque sí lo que nos vendían).

Yo soy de las que piensa que el empotrador está sobrevalorado. A la hora de la verdad, lo que nos da placer es otra cosa.

La mayoría de los orgasmos, que solo consigo con una estimulación directa del clítoris, me lo confirman. Por mucho que aparezca un empotrador, ahí no es.

No quito lo placentero del roce, de una buena embestida. Pero que la figura del empotrador sea popular, que todo trate de la penetración beneficia solo sale a cuenta a una mitad de los participantes.

Ah, y que una vez tienen sexo, a follar como bestias. Legitima un sexo que arrolla, destroza y hasta maltrata.

Si bien es agradable si te apetece o te va un rollo más intenso, el empotramiento queda romantizado entre las amigas.

Si no te revienta la vagina -y al día siguiente no caminas como un cervatillo recién nacido-, no cuenta.

Igual mi punto de vista es menos popular, pero me encantaría que se popularizara, en vez del empotrador, el que sabe tocarte en condiciones.

Quiero que se reconozca de una vez a esos que saben hacerte un sexo oral de fantasía, que consiguen que se te olvide hasta que se ha puesto a llover y te has dejado fuera la ropa tendida. Los auténticos expertos en lengua (y no la castellana).

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Los que circulan por tu clítoris a una velocidad digna de autopista y van cortando los hilos de lucidez que te atan al cerebro para que, lo único que alcances a sentir, sea el centro de tu cuerpo, palpitando al ritmo que te marca.

Son quienes se merecen para mí, el máximo reconocimiento. Porque el pene está muy bien, nadie lo duda.

Pero que sepa leerte, entenderte, tocarte, estimularte, complacerte, beberte, comerte y correrte, le da de vueltas a cualquier empotrador.

Mara Mariño

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Más políticas de igualdad, mejor sexo

Hace poco debatía con un amigo sobre los millones que irán destinados al nuevo plan que ha aprobado el Gobierno.

Teníamos puntos de vista muy diferentes. Mientras que él veía que otros asuntos podrían necesitar antes ese dinero, yo sostenía que ya tocaba que se hicieran más políticas feministas.

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Y es que iban a ser una de las razones por la que el sexo de todos va a mejorar.

Pero, ¿qué tienen que ver los 20.000 millones con lo que pase en tu vida íntima? Yo te lo cuento.

Ser mujer no es tan estupendo como te lo pintan los anuncios de compresas. En el momento en el que por comprarlas, ya nos hacemos con un producto cuyo IVA es el mismo que el de ir al cine, nacer mujer te hace ser más pobre que nacer hombre (¿para cuándo una política que lo reduzca, por cierto?).

A eso súmale que llegas a una empresa. Eres mujer, el perfil perfecto para trabajar con clientes que quieren proyectos de cara al público. Que necesitan una imagen. Y piensan en ti, por supuesto.

Ya les tocará a tus compañeros de carrera hombres los proyectos grandes. Los que mueven dinero. A ti bastante que te han dado eso.

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Te frustras, te fastidia la situación, la desigualdad. Algo te quema por dentro. Y llegas a la cama y no conectas con tu cuerpo. No paras de pensar en ese trabajo que te quita más horas de vida que dártelas.

En que el compañero junior recién contratado cobra más que tú. En que, desde que eres madre, te desplazan de los proyectos importantes porque creen que tu único compromiso es con la familia (incluso cuando en esos equipos hay personas menos comprometidas que tú).

No puedes conciliar porque la teoría es preciosa, pero tu empresa no la pone en práctica. Vas a matacaballo a todo y pasas el día sintiendo que te faltan horas para poder respirar.

Así pasa. Que no te centras, no disfrutas, no te corres porque el tío que tienes enfrente no solo puede permitirse una hipoteca, vivir por su cuenta, también ha aprendido que tiene el poder, que puede hacer contigo lo que quiera.

No ha recibido una educación de respetarte, de frenar ante un «no». Si existiera, si la tuviera, no te frenaría ese miedo de que puede usar su fuerza -casi siempre mayor a la tuya- en tu contra.

Porque disfrutas más en la cama sin la señal de alarma de que puedes ser asesinada si sigues tu calentón y te vas con ese desconocido. Porque es algo que tantas veces te frena.

Pero sin irme al peor de los casos, es también la educación de no llamarte «guarra» en cuanto sales por la puerta de tu casa. Porque tu placer es tan válido como el suyo y, gracias a esas enseñanzas que deben ponerse en marcha, el deseo femenino dejaría de estar mal visto y señalado.

Si la pedagogía igualitaria nos llega -por favor, que llegue-, si las brechas salariales empiezan a disminuir, si vamos menos agobiadas, menos estresadas, menos precarias, más independientes económicamente, estaremos más tranquilas, más relajadas, más predispuestas a pasarlo bien entre las sábanas.

Podremos llegar a casa y dejar el trabajo y las inseguridades fuera. Cerrar la puerta y que seamos solo nosotras y el sexo. Con quien sea.

Mara Mariño

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Si es tu pareja, ¿necesita tu consentimiento?

Te planteo una pregunta: el que era mi novio de aquel momento, estaba tumbado en la cama. Yo me encontraba recostada a su lado.

Estábamos viendo la reposición de una famosa serie de televisión cuando me dijo que si se la podía chupar.

Una pareja sentada en la cama consentimiento

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En aquel momento, con toda la pereza del mundo de estar en la postura perfecta sin ganas de nada que no fuera seguir tumbada, le dije que no me apetecía.

Se incorporó y empezó a decirme que cómo podía ser tan egoísta. Que si me lo pedía era porque lo «necesitaba», porque «estaba pasando un mal momento», porque aquello le haría «pensar en otra cosa».

Si como pareja suya, no era capaz de ver todo eso, si no lo hacía por «el amor que sentía», es que no era «una buena novia».

Bajé la cabeza y se la chupé.

Y ahora la pregunta: ¿consentí a tener sexo?

Accedí, sí, pero de manera coaccionada, sin ninguna gana de hacerlo.

Solo por la presión de su discurso y por haber pulsado una tecla que siempre funcionaba conmigo, la de la culpabilidad de querer ser la mejor pareja.

Accedí y ahora me arrepiento. Porque así no debería ser poner en práctica algo placentero, con un chantaje emocional, haciendo a la otra (o al otro) sentir mal.

Accedí, pero mi consentimiento interno -que no el que puse en práctica- no estaba de acuerdo con mis acciones.

En aquel momento tenía que haber visto que, una persona que recurre a la manipulación para conseguir algo (lo que sea), no era buena para mí.

Pero llegamos a una pareja todavía con muchas cosas que desaprender. La primera es que estar con alguien nos abre la puerta a una barra libre de sexo. Cuando y donde quieras puedes pasar por la estación de sus piernas a recargar o descargar, lo que prefieras.

Y nosotras todavía arrastramos la culpabilidad de que, si nuestra pareja no está satisfecha, puede irse a otro lugar -que es otra persona- a conseguir eso que no podemos darle.

Lo que deberíamos tener claro, en su lugar, es que si esa es la razón por la que alguien se va de nuestra vida, no es la persona que queremos a nuestro lado. Mejor solas que forzadas a follar.

Estar en pareja implica que haya sexo siempre y cuando las dos personas quieran tenerlo por voluntad propia. Si uno de los miembros no está de acuerdo por lo que sea (dolor, sueño, cansancio o que no le apetece y punto), debe ser respetado.

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Que haya sexo en pareja no implica tampoco acceder a cualquier tipo de sexo. No todas las prácticas se pueden realizar sin tener antes una conversación primero asegurándonos de que no cruzan los límites de nadie.

Así que quédate con esto: si ignora tus negativas, si te coacciona, si te manipula, si se enfada si no lo haces, si te amenaza, si te resignas, no estás teniendo sexo con tu pareja. Te está violando tu pareja.

Mara Mariño

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Las 20 mentiras sobre el sexo que todos hemos escuchado

El sexo es como un idioma: se aprende practicándolo.

Y si repetir una y otra vez no es lo único que se necesita para mejorar, sí que ha hecho que descubriera la cantidad de mitos que me he llegado a creer desde que empecé hasta hoy.

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1 – Que era virgen y solo me podría ‘quitar’ la virginidad un hombre.

2 – Que mi vagina siempre debe oler a rosas o estar recién lavada con agua y con jabón. Que el pene igual. Que ese olor particular, que empapa la habitación, es algo sucio.

3 – Que si no hay penetración en algún momento, no cuenta como tener sexo. No, ni aunque te haya follado con la boca o con los dedos.

4 – Que sin penetración, no podía llegar al orgasmo en pareja.

5 – Que todo acaba en cuanto él se corre, porque no se puede seguir. Que solo queda limpiarse con el papel y ponerse a otra cosa.

6 – Que si no hay amor, no se puede tener sexo. Que hay que esperar a tener una conexión emocional más profunda porque solo con atracción física no basta. O es de guarras.

7 – Que si te dejas dar por detrás, también. Que él nunca se queda con la que tiene sexo anal.

8 – Que en el sexo lésbico no hay que usar protección porque no hay riesgo de quedarte embarazada. Que no hay anticonceptivos para la vulva.

9 – Que si solo haces sexo oral, no hay riesgo de que te contagies de nada.

10 – Que el tamaño del pene importa. Y la duración también.

11 – Que para dar placer a una vagina, tienes que hacer mete-saca. Muy rápido, como si inflaras una rueda de bicicleta con una bomba de aire.

12 – Que son ellos los que siempre tienen más ganas. Que a nosotras nos apetece (o nos gusta) menos.

13 – Que la píldora anticonceptiva es tu mejor amiga. Que vas a tener una vida sexual increíble y no va a afectar a tu libido para nada. Y si afecta, tienes que comportarte como si nada.

14 – Que es como en el porno.

15 – Que si ya has dicho que sí, no puedes decir que no si de repente, o por lo que sea, cambias de idea. Que no le puedes dejar ‘a medias’.

16 – Que el sexo en el agua es una pasada. Que ya sea en la ducha, piscina o bañera, el líquido ayuda a que todo sea más fluido.

17 – Que es algo muy limpio y aséptico cuando en realidad terminas en una mezcla de flujos, semen, sudor y babas (y siempre pringarás tus sábanas).

18 – Que la vagina siempre está preparada para tener sexo. Que no cambia ni la facilidad a la hora de lubricar ni su posición según el momento del mes.

19 – Que usar juguetes sexuales significa que no estás satisfecha con tu pareja. Que no vas a poder volver a disfrutar del sexo sin ellos. Que son para pervertidas.

20 – Que lo que hace que seas un buen amante son las ganas, en vez de la comunicación, la reciprocidad o la confianza.

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El tabú del placer anal y un corazón con tirita, lo que me dejo sobre sexo y amor en 2021

Con un sonriente selfie después de haber llorado en varios momentos de la noche. Así empezaba mi 2021.

Estaba afrontando la ruptura más complicada de mi vida con un pensamiento claro: no volvería a enamorarme, aquello había sido bastante.

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El mundo de la soltería no me sentó bien -nunca lo ha hecho, por otro lado-. Me abrí Tinder.

Me recordó lo frío que era todo, lo superficial de un swipe left y que ni un swipe right seguido del «Es un match» significaría que tendría química con la otra persona.

Me hicieron ghosting. Y breadscrumbing. Y benching.

Y todos los comportamientos que se te puedan ocurrir acabados en «ing» para una única cosa: tenerme en el banquillo con el mínimo esfuerzo.

Me quité Tinder.

2021 fue, de alguna manera, parecido a mi 2014 en el momento que identifiqué un patrón controlador por parte de alguien que pasó por mi vida brevemente.

Confirmé que todos los tóxicos empiezan de la misma forma y esquivé la bala. Lección aprendida, siguiente.

Este año me saqué de encima un montón de prejuicios. De los demás y de mí misma.

Probé cosas que nunca me habría imaginado haciendo. Y os escribí sobre ellas.

El placer anal pasó de ser un conocido, con el que me veía pocas veces al año, a una materia en la que me especialicé. Fui a un local de intercambio de parejas, saqué a paseo mi lado bisexual por una noche y tuve sexo en la calle.

Varias veces.

Me quité de encima todas esas tonterías que me encadenaban sobre mi cuerpo.

La depilación nunca me importó tan poco, estar más fuerte que la otra persona menos. Al igual que un kilo extra o si justo tenía el pelo sucio la noche que me coincidía acompañada.

Me acepté y sentí aceptada cuando llegó alguien que besó todos mis complejos. Y me dijo que le encantaban y quería repetir de comerme todos ellos.

En 2021 me abrí en Instagram más que nunca sobre mis juguetes sexuales, mis vivencias, recibí historias de mis seguidoras que me emocionaron, otras me hicieron llorar de rabia y deseé poder abrazar a quienes me las mandaban.

Decirles que no estaban solas, que viví eso mismo. Que van a superarlo. Que pueden con todo lo que puede con ellas.

Sin buscarlo, tuve sentimientos por dos personas al mismo tiempo. Iba dejando de querer a una mientras empezaba a querer a otra.

Me llevé una ostia de realidad. Mi corazón funcionaba por encima de sus posibilidades.

Eso no le impidió prenderse, volver a latir con fuerza, acelerarse haciendo caso omiso de mis miedos.

Todo por un par de ojos verdes (cuando nunca he sido de miradas claras).

He vuelto a reír a carcajadas, a sentirme especial, querida y deseada. A bailar acompañada. A responder al telefonillo con una sonrisa en la cara. A jugar, a viajar, a embarcarme en la locura que es confiar.

En 2021 me ha tocado la lotería sentimental.

Si ahora echo la vista atrás, y me pides que haga balance, te diría que ha sido un buen año.

Y que por pena que me dé que termine, creo en que la fortuna de coincidir con el amor en un partido de voley en la Barceloneta, solo acaba de empezar.

Duquesa Doslabios.
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¿Por qué mi cabeza me boicotea los orgasmos?

Es inexplicable el sabotaje que a veces ejerzo sobre mi persona cuando se trata de llegar al orgasmo. Te pongo en situación.

Me lo estoy pasando bien. Bien nivel la ropa está ya por el suelo, el tanga seguramente perdido debajo de la cama y tengo una cabeza entre las piernas.

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Además, tengo una almohada para estar aún más cómoda y no hay nadie más que nosotros dos en casa.

Respiro hondo y veo cómo mi caja torácica sube y baja. La imagen de mi pecho y su pelo es tan estimulante como las sensaciones que me recorren el cuerpo.

Y, de repente, mi cerebro, hasta ese momento desactivado, cobra vida propia y empieza a hablarme.

«Estás tardando mucho», «No sé, yo creo que hoy no es el día», «Mejor haz otra cosa, no te vas a correr«…

Los pensamientos intrusivos me cortan el rollo hasta el punto que las predicciones mentales se cumplen. Ya no consigo llegar al orgasmo.

Por mucho que él esté ejecutando el cunnilingus perfecto, que el momento y el lugar acompañen y que esté con el deseo por las nubes, siento que el clímax se me escapa cuando le doy vueltas a la cabeza.

Nuestra práctica compartida más visceral necesita que la mente esté en un lugar tranquilo, casi como si se apagara.

Por esa razón, el primer consejo que te puedo dar es dejarte llevar intentando frenar los pensamientos.

Despedirse de lo que genera tensión y esas ideas que solo sirven para distraer y centrarse en las sensaciones del cuerpo.

Pero si no funciona y la vocecita interna se sigue colando en tu polvazo, puedes aprovechar que el cerebro tiene ganas de trabajar y reconducirlo.

Cambia la dirección y acude a esos pensamientos que te excitan, a tus fantasías. Cierra los ojos con fuerza y que sea tu consciente el que potencie lo demás.

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Y ya puesta a que se cuelen ideas negativas, puedes plantearte también la práctica al revés. En que bajo ningún concepto quieres tener un orgasmo y que si notas como cada vez crece más el placer, estás fallando.

Aquí la psicología inversa también puede ser la solución. Siempre resulta estimulante el pensar que estás haciendo algo ‘prohibido’ (aunque sea por ti)…

Duquesa Doslabios.
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Qué hacer si no quiere salir del sexo vainilla (y tú sí)

La curiosidad sexual puede ser algo que traemos de serie o un despertar que llega en algún momento de la vida.

Y, por mucho que haya cosas que se puedan hacer en solitario, no hay nada más satisfactorio que poder compartir nuestros fetiches o apetencias.

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Pero, ¿qué pasa cuando la pareja no está en ese punto bien porque no le motiva especialmente o porque prefiere un sexo más convencional?

Como no todos tenemos el mismo gusto sexual, un buen ejercicio es preguntarle a la pareja en qué está interesada de cara a introducir cosas nuevas en la cama.

No solo sus posibles fantasías, también cuáles son sus límites, con qué siente seguridad y con qué no.

Sentir comprensión ante nuestro punto de vista, amor, cariño y apoyo tanto para quien propone como para quien recibe la propuesta de innovar, es algo que puede facilitar las cosas.

La idea es dar con una zona de confort para ambas personas en la que los deseos aparezcan en el punto de mutuo consenso.

Recuerda que tu vida íntima es una carretera de dos direcciones.

Quizás probar el BDSM no sería algo que entraría en nuestros planes, pero ¿por qué no experimentar si la otra persona está interesada?

Es también una manera de descubrir qué más puede gustarnos y abrirnos a nuevas experiencias.

¿Un buen punto de partida? Ir a cualquier tienda erótica, mirar sin prisa, preguntar y decantarse por algún juguete sexual e ir probando.

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Si la experiencia es agradable para ambos, se puede continuar investigando. En el caso de que no también hay que hacer un ejercicio de empatía y no forzar una vez se ha probado (o incluso si no se quiere).

El deseo no puede estar por encima del respeto.

Duquesa Doslabios.
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Cuidado con meterse objetos que no están diseñados para el ano

Cada vez tenemos la mente más abierta y nos atrevemos a experimentar en la cama.

Es algo que demuestra cualquier catálogo de series en streaming, el boom de tiendas eróticas o que ya podamos hablar del Satisfyer sin sonrojarnos.

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Otra evidencia de esto se encuentra en los hospitales. Nos sirve como ejemplo el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido, que llevó la cuenta de objetos atascados en el ano de sus pacientes.

Según el Daily Mail, la cantidad en 2020 duplicó todos los que habían tenido que extraer en la década anterior.

Así que sí, ya podemos decir que el sexo anal está dejando de ser tabú.

El problema es que en plenas ganas de experimentar, dé por introducirse lo primero que venga a la mano.

Ese es un error muy grave, ya que solo los juguetes anales están diseñados para usar en esa zona con seguridad.

Es más, tanto los plugs como los estimuladores de próstata vienen con un tope que siempre queda fuera del recto.

Ese apéndice que se usa para tirar, evita que se pierda el juguete por dentro del intestino grueso, lo que puede producir lesiones graves o incluso la muerte.

Más curiosa que el perfil de paciente que suele ir a urgencias con algo atascado (el 85% son hombres de 20 años o de 50), son los objetos que se usan.

Cepillos de dientes, latas de spray, juguetes infantiles y huevos son los más frecuentes. El problema viene porque esos objetos tan cotidianos e inocentes fuera del año, son un auténtico peligro.

Al quedarse atascados en el intestino pueden llegar a perforarlo. Esto significa que las bacterias puedan llegar a otras partes del cuerpo causando una infección.

Así que, mejor tomar nota de estos casos y usar solo para el sexo anal los artículos pensados para multiplicar el placer del ano sin riesgos.

Si todavía hay alguien que no se encuentra preparado para ir a una tienda erótica y pedir un juguete anal, no hay problema.

Las webs online son igual de efectivas y hacen un envío discreto, no tiene por qué enterarse nadie de la familia.

Duquesa Doslabios.
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Si tiene los ojos cerrados durante el sexo, ¿está pensando en otra persona?

En varios foros encuentro esta pregunta, la prueba de que a veces entra un miedo irracional en el momento que nos sentimos más expuestos.

Pero, ¿tiene sentido que nos preocupemos por esto?

Voy a ponerme del lado de quien duda, de quien ve a su pareja retorcida de placer -con los ojos fuertemente cerrados-, y se plantea que por su cabeza pase alguien que no sea él (o ella).

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Y es que tener sexo con una persona que queremos es algo tan íntimo, que todas nuestras inseguridades tienen vía libre.

Si se estará fijando en la celulitis, en esa zona con pelo que pocas veces ha visto una cuchilla o si le parecerá alguna parte del cuerpo pequeña, son pensamientos intrusivos que pueden llegar a paralizarnos.

Sin embargo, tener o no contacto visual depende de muchas cosas. Por lo pronto, es el mejor método para centrarse en las sensaciones.

Con el sentido de la vista privado, parece más sencillo prestarle atención a los demás.

Al oído, al gusto, al olfato, pero sobre todo al tacto. Especialmente si es el que se da en el piso de abajo.

Sin mirar, no hay distracciones. Evitas cruzar la vista con la lámpara del techo y recordar que aún no has comprado la bombilla. Solo está una agradable oscuridad y el contacto incendiario que te despierta por dentro.

Por otro lado, abrirlos y mantener los ojos clavados, es algo también ligado a la intimidad.

Una concesión de verse en ese momento tan vulnerable y encontrarlo lleno de erotismo. También la forma de recordarle a la pareja qué es lo que tanto nos gusta de ella, dándole impulso a su autoestima.

Pero y aún en el caso de que esos párpados bajados significaran que hay una fantasía detrás, ¿es de verdad para alarmarse?

Dejarse llevar por una idea que nos excita, funciona de maravilla en la cama.

Es más, precisamente lo bueno que tiene la imaginación es que está solo en la cabeza y se puede usar como gatillo para disparar aún más las ganas.

Por placer, para concentrarse, para excitarse más… ¿Qué más da el motivo si el resultado es que esa persona disfrute en mayor medida de la experiencia compartida?

Duquesa Doslabios.
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