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¿Mis mejores citas? Las menos parecidas a una ‘de película’

A diferencia de lo que Hollywood podría haberme hecho creer, mis mejores citas no han sido montada en un descapotable con los brazos al viento o tirándome champán sobre el cuerpo en un jacuzzi.

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La preferida, hasta la fecha, fue recibiendo el día, a las cinco de la mañana, por un parque de Madrid desde el que se veía mi ciudad como si se tratara de un cuadro puntillista.

Con brillos que titilaban en lo lejos allá donde se podían distinguir la Gran Vía o la Almudena solo a la vista de nosotros dos, como si nadie más existiera en el mundo.

Grandes citas han sido en coche, recorriendo las calles durante horas, porque hacía demasiado frío para andar.

Sin sospechar en aquel momento que aquello podía ser considerado cita romántica, se convertiría en una de mis favoritas con Hit FM como banda sonora y semáforos que marcaban excusas para besarse continuamente.

En los primeros puestos, no puede faltar la que pasé sentada en una plaza de Malasaña. Con un batido de frutas en la mano y una buena conversación en la boca que terminó, aún no sé cómo, en la cama de un hotel.

Y sí, el desayuno estilo continental era maravilloso, pero aquel reencuentro junto a mi balcón favorito de Velarde no tuvo precio.

Otra de ellas no necesitó flores, bombones, una lista de reproducción personalizada, ni un plan demasiado elaborado.

Solo un horno y un pescado marinado en un piso universitario -donde la limpieza brillaba por su ausencia- pero la frase «Me gustas» relucía por todos los lados.

Con esto digo que no sea exigente con las quedadas, pero sí que mis favoritas hasta el momento no han necesitado de mucho, solo de la persona adecuada.

Duquesa Doslabios.

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Toda primera cita debería empezar por comer una hamburguesa

De todos los sitios, de todos los planes, de todo Madrid, ir a tomarnos una hamburguesa fue la primera cosa que hicimos juntos. Nuestro comienzo.

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No lo sabía entonces, pero sería el mejor plan para conocerte, o, al menos, para darme cuenta rápido de que el estómago era una de las vías más directas para conquistarte.

Ni Burger, ni McDonalds, ni Goiko Grill: un mercado de Malasaña fue el elegido para alejarnos de las más típicas y buscar algo de calidad, ya que eras nuevo en la ciudad.

Porque mi objetivo, el que pudiste adivinar si leías entre líneas entonces, y el que sigue siendo a día de hoy, es descubrirte lo menos conocido de aquí.

Que el veganismo no era lo tuyo me quedó claro cuando tu elección fue una hamburguesa de buey. Quién te iba a decir que, años más tarde, me verías a mí pidiendo lo mismo, solo que de lentejas y quinoa.

Si la tortilla -con o sin patata-, funciona a la hora de hacerte una idea de si tienes futuro con tu acompañante, con la hamburguesa pasa lo mismo.

O eres de huevo o de tomarla sin huevo. Te gusta con pepinillo o lo aborreces. Y, en el peor de los casos, de esa gente que incluso teniendo una buena carne, le echa ketchup.

La escogiste con el típico pan de semillas de sésamo pero de una carne peculiar. Clásico, pero con un punto sorprendente, muy en tu línea, como eres en todos los aspectos.

Al poco descubrí, con tu ofrecimiento de probarla, que eras (y eres) muy de compartir. Hasta el punto de que somos de esos que piden dos platos que nos vayan a gustar a ambos para catar siempre la mitad del otro.

Que no dejaras ni una miga en la bandeja tachó otra de las cosas de la lista. Tenía ante mí a alguien de buen comer. Si llegaba el momento, ibas a encajar en la familia.

También la hamburguesa me sirvió para analizar hasta qué punto me seguías pareciendo atractivo cuando tenías la boca manchada con un poco de tomate (y me lo pareciste mucho, créeme).

Deduzco que lo mismo te pasó a ti, que me viste pringada casi hasta los codos. Mi técnica, en ese momento, era tan terrible que terminé por comerla medio deshecha.

La particular prueba de fuego gastronómica me permitió fantasear sobre cómo eras en la cama. Viendo cómo la cogías y te la llevabas a la boca -con ganas, de forma casi apasionada-, la imaginación jugó la buena pasada de pensar que es así como podrías llegar a hacérmelo a mí.

Aunque la respuesta más simple de por qué mi test de compatibilidad empieza por una hamburguesa es tan sencilla como que se trata de una de mis comidas favoritas. Encontrar a alguien con quien compartir no ya el gusto, sino el amor por ella (ya que pretendo comerla muy a menudo a lo largo de mi vida), me parece un buen punto de partida.

Duquesa Doslabios.

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Las 10 tradiciones pasadas de moda que deberían volver en las citas

Como melancólica amante de lo vintage hay una serie de normas que deberíamos recuperar de las citas que podían tener nuestros abuelos y que, con el tiempo, se han perdido (aplicándolas a la manera que tenemos ahora de pensar respecto a relaciones y géneros, claro).

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Antes, las citas no eran tan impersonales sino que la interacción era mucho más directa de la que vivimos actualmente. No había Whatsapp, Facebook, Twitter ni manera de enterarte de los gustos de la otra persona que no fuera hablando, hablando y hablando.

  1. Llamar por teléfono: y dejarse de teclear. La comunicación a través de la pantalla hace que se pierdan muchos matices, algo que pasa en menor medida si escuchamos la voz.
  2. Vestirse bien: damos por hecho que con vaqueros y zapatillas podemos ir a cualquier lado cuando cuidar los aspectos de la vestimenta demuestra que le damos importancia a la situación.
  3. Llevar flores independientemente del género. Y si no le gustan las flores porque las considera bonitas pero inútiles (como es mi caso) tener otro tipo de detalles como un aguacate o cualquier cosa que se corresponda a sus gustos.
  4. Recogerle en casa también independientemente del género, especialmente si uno de los dos tiene coche y el otro no. Puede parecer algo nimio pero es un detalle que nos hace quedar maravillosamente y no cuesta nada.
  5. Sentarse a cenar en vez de quedar «a tomar algo» así como hacerle saber que estáis en una cita.
  6. Mantener el teléfono fuera de la mesa. Además de que es algo de muy mala educación se utilice con quien se utilice, en una cita el efecto es todavía mucho peor.
  7. Concretar: ni todo vale, ni todo es etéreo. Hoy en día parece que nos asusta llamar a las cosas por su nombre y dejamos abierto el paréntesis para no cerrarnos, pero es importante cerciorarse del punto en el que se está para que nadie se haga daño.
  8. Pequeños gestos de cortesía como ceder el paso, abrir una puerta, colgar un abrigo o pagar la cuenta que también puedes realizar independientemente del género. Recuerda que la buena educación no entiende de sexos, la galantería, ahora, tampoco.
  9. Escribir a mano una nota, una tarjeta o una carta, puede ser con una frase tuya o sacada de Internet si te cuesta encontrar la inspiración, pero esos obsequios son los tesoros favoritos de los que pecamos de románticos.
  10. Presentar a la persona, no ya solo a la familia, que cada vez vive más al margen de nuestras relaciones, también en el caso de que nos encontremos a alguien. No hacerlo es muy maleducado por nuestra parte.

Duquesa Doslabios.

¿Han muerto las primeras citas?

Pido un minuto de silencio. Pero uno de esos de verdad que se hacen ínfimos de lo que te concentras en el motivo por el cual lo guardas.

Pido un minuto de silencio por todas las primeras citas que ya no se organizan. Algo que ha pasado de ser tan habitual, que ni reparábamos en ello, a ser calificado como especie en extinción.

50 PRIMERAS CITAS – INSTAGRAM

Y yo, que no soy de mirar hacia otro lado, que me gusta señalar pecado y pecador, lo achaco, en primer lugar, a la pereza que nos entra por esforzarnos en conocer a una persona, de invertir nuestro tiempo en ella. De escuchar con atención. Porque nos hemos vuelto vagos en el amor y en las relaciones en general. Queremos todo masticado y fácil, para que no se nos atragante. Lo queremos más que rápido, inmediato, si puede ser para ayer, que si tenemos que esperar puede que nos deje de interesar.

Es por eso que le echo la culpa también al pragmatismo del que hacemos gala y que se ha convertido, si bien en una ventaja en el ámbito laboral, en un lastre para el emocional. Porque si ya es difícil competir para hacernos un hueco como profesionales, ¿cómo podemos combatir contra un teléfono que en cuanto sea desbloqueado mostrará solicitudes de amistad, likes, mensajes privados y gente, en general, como nunca antes a nuestro alcance?

Conocemos a tantas personas que fácilmente hemos duplicado o triplicado la cantidad de primeras citas que pudieron tener nuestros padres. Conocemos a más personas pero las conocemos menos, lo que hace que no nos queramos esmerar tanto para una primera cita ya que se sucede varias veces al mes. Ahora tiramos de la que es ya la habitual, común y ordinaria pregunta: «¿Te apetece que nos tomemos unas cervecitas?», o incluso para los más directos «¿En tu casa o en la mía?»

Pero quiero reivindicar, en mi nombre y en el de aquellos que nos preocupa que ocurra esta extinción masiva, esas primeras citas especiales más allá de un encuentro en el bar de la esquina. Esas para las que, para empezar, analizabas meticulosamente cada detalle de una conversación para sacar, quizás mencionado entre líneas, las aficiones de una persona que podían ser una pista para organizar un encuentro único y característico.

Aquellas para las que te preparabas a conciencia, como si solo tuvieras esa oportunidad para dar una buena impresión. Esas en las que, si era sorpresa, no sabías ni dónde empezarías ni dónde terminarías la velada. Reivindico una primera cita con un significado detrás, porque él o ella quieren compartir, en concreto contigo, ese momento y ese lugar.

Que vuelvan las primeras citas, lo románticos las estamos esperando con ganas.

Duquesa Doslabios.

A veces las segundas citas son las mejores

Querd@s,

Tras el monumental batacazo con el terror de las nenas (sin duda la peor cita que he tenido en mi dilatada experiencia de citas a ciegas) conocí a Jaime, todo un gentleman. Sabía que toparme con alguien peor que el informático era estadísticamente imposible y demasiado para el body, pero Jaime superó sobradamente mis expectativas. Todo hay que decirlo, yo estaba acojonada y a Dios rogando y con el mazo dando mientras pensaba en la joyita que me podía caer teniendo en cuenta la patética suerte que me había tocado otrora.

Pero esta vez tuve suerte. Jaime era, y sigue siendo, un tipo con clase, educado, simpático, guapete y además de mi mismo pueblo. La bella Jávea. Aunque cada uno es de su padre y de su madre, con Jaime conecté enseguida. Hubo química, buen feeling y lo cierto es que la cita se me pasó volando. Hablamos como lo hacen las personas normales, la conversación fluyó desde el principio, ninguno de los dos tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para mostrar interés por la vida del otro, y me di cuenta de que teníamos tantas cosas en común que la cita me supo a poco.

Además esta vez si pude probar el postre, que estaba de rechupete. Gracias Jaime por el buen rato que pasamos juntos. Me hizo olvidar con creces el mal trago del día anterior y pensar que, a veces, las primeras citas son las peores. Y las segundas, las buenas.

Como ya les he comentado, actualmente me encuentro en Chicago hasta nueva orden. Pero una paellita en el pueblo donde los dos pasamos los veranos no nos la quita nadie.

Diganme que les pareció la cita. ¿A que Jaime mola? No me defrauden y sean sinceros plis. Como siempre.

Aunque en el restaurante de Primeras Citas lo de menos es la comida, les animo a que si están solteros y sus corazones abiertos a encontrar el amor, se sienten en una de sus mesas desconociendo por completo con que partenaire les va a tocar compartir mantel y velada. Y que se dejen llevar en esta especie de ruleta rusa del amorPor malérrima suerte que tengan con la cita que les caiga en gracia, les aseguro que, al menos, se lo pasarán bien. Que no se lo tengan que contar.

Que follen mucho y mejor.

Mi cita con el terror de las nenas

Querid@s,

Nuestro paso (el de Víctor y mío) por el programa de Primeras Citas  (#FirstDatesha dado de qué hablar. Tengo un buen amigo con el que acabo de hablar que hasta me dice que entre tanta cita romántica en la que todo eran risas, jolgorio y buenos modales, la de Víctor y la mía, fue una cita que, como poco, dejaba un desagradable sabor de boca. Como cuando uno se come un limón y no le queda otra que poner cara de pocos amigos y de puro asco.

Está claro que lo que mal empieza, bien no puede terminar. Y les confieso que no fue para menos. No me dedicaré a meterme con él. Creo que las cosas caen por su propio peso y que con su actitud lo dijo todo. Sé que algunos pensarán que yo también tengo lo mío y no les quito razón. Pero nadie es perfecto, ni siquiera ustedes. En mi defensa sólo puedo decir que fui yo misma e intenté ser lo más educada posible. Hasta el postre. Me quedé con ganas de hincarle la dentadura, pero a esas alturas del fatal desencuentro, la velada comenzaba a resultarme del todo insoportable, aburrida y mi acompañante, abyecto y bastante anodino. Torrente a su lado, un perfecto caballero.

Si esa cita hubiera tenido lugar sin cámaras y en un contexto normal, ya les aseguro que servidora se hubiera esfumado en el preciso momento en que el informático hizo su estelar entrada en el restaurante. Para los que se lo pueden preguntar, les confirmo de antemano que yo no estaba ahí para buscar novio. Entre otras cosas, porque esas cosas no se buscan. Yo estaba ahí para pasármelo bien, para conocer gente y probar suerte en esto del amor vía un programa de televisión. También a hacer televisión, con mejor o peor suerte– y a intentar darme a conocer, pues a mis treinta y cinco primaveras sigo diciéndole a mi madre que quiero ser artista. Y también a intentar que sean más los lectores que se dejen caer por este blog que siento mi casa.

Por si no quedó revelado en el programa, antes de la cita- según él mismo me afirmó ni corto ni perezoso- había amenizando su velada bebiendo birras con un colega en el parque y que a él las morenas no le gustaban, preferencia que ya había comunicado de antemano al programa y no entendía porque no había ahí una rubia para él. Comentarios zafios inundaron nuestra maravillosa velada. La verdad es que me lo pase hasta bien, pero me dio pena ver cuan profundo puede descender la condición humana con tal de dar de qué hablar.

Lógicamente no sale todo, pero «mi cita» me deleitó con comentarios tan ofensivos que entiendo que la cadena ha decidido omitir. Pero echando mano de aquel refrán manido pero escrupulosamente certero, no ofende quien quiere, sino quien puede. No les entretengo más por hoy. Sólo espero que nadie se encuentre en la fastidiosa tesitura de compartir un desencuentro con un@ señor@ de semejante calaña. Ni siquiera en la televisión.

Resultó que inmediatamente despues de la fatídica cita, los reponsables del programa me dijeron que mi cita verdadera se habia puesto enferma justo antes de que comenzara la grabacion y que el terror de las nenas era el sustituto. Se disculparon conmigo y me confesaron que se habían equivocado con él, a pesar del casting que sí realizó. Fueron muy amables y me pidieron que me quedara un día más y que al día siguiente tendría la cita con el chico que habían buscado ex profeso para mí. Así tuve la oportunidad de probar suerte una vez más en esto del amor y me atreví con una segunda cita a ciegas. Lógicamente infinitamente mejor que la del informático. Ni a la suela de los zapatos le llegaba el terror de las nenas al caballero que tuve el placer de conocer al día siguiente. Por si les apetece, se emite este jueves, o viernes. Ya les contaré…

Que follen mucho y mejor.

Follar o no en la primera cita, una muestra absoluta de micromachismo

Querid@s,

Estoy emocionada por este nuestro primer encuentro en el que ya les digo de antemano no voy a hacerme la estrecha. Seré una facilona. Pero hablemos de otros encuentros, hablemos de la primera cita. ¿Follan o no follan ustedes en la primera cita? Sinceramente espero que no vayan ustedes con este planeamiento entre ceja y ceja cuando quedan con alguien que les hace tilín.

Muchos se han pronunciado ya al respecto, como hablar es gratis. Al parecer la Universidad de Harvard ha elaborado un estudio que dice que abrirse de piernas en la primera cita puede dañar las relaciones a largo plazo. Ya estamos con las universidades americanas y con los dichosos estudios. Llámenme mujer de poca fe, pero no me creo na.

Cada cual que haga lo que le dé la gana. Personalmente, en algunas primeras citas tengo sexo y en otras no. Pero nunca es una cuestión que me plantee a priori. En este sentido, nunca voy con planes premeditados a estos interesantes encuentros. Pero….considero que esta dicotomía es una muestra absoluta de #micromachismo en nuestras vidas cotidianas.

Ernie Kovacs y Edie Adams en Take a Good Look.

Entiendo que el planteamiento de follar o no es para ellas, pues qué duda cabe que al caballero no se le juzgará por meterla o que se la metan en la primera cita. Yo lo que me plantearía es la finalidad de esta pregunta. ¿Cazar al hombre? ¿Ser respetada? ¿Que no piensen que eres una guarrilla? Sinceramente, a mí me parece una soberana mamarrachada lo de juzgar la integridad moral de las féminas por la rapidez con la que se bajan las bragas.

Discúlpenme, pero no entiendo nada. Vamos a ver. Pongamos que el hombre en cuestión quiere tener sexo en la primera cita. Y lo tiene. Pero luego le parece que ella es un poco zorra por tener sexo en la primera cita. Ella hace lo mismo que él, ella hace lo que él quiere, que también es lo que ella quiere) y luego es una mujer que acaba siendo descartada automáticamente de la agenda de las posibles relaciones por tener sexo en la primera cita. Sigo sin entender nada ¿Qué me he perdido? De nuevo, #micromachismo.

Yo follo en la primera cita si me apetece, más que nada porque nunca hay demasiado sexo. Yo creo que hay que follar cuanto antes. Primero porque no hay tiempo que perder, la vida se nos escapa y los polvos también. Segundo, porque es muy importante tener una relación amorosa/sentimental con una persona con la que les guste irse a la cama. A dormir y a lo que no es dormir.

Señoras y señores, que no me digan a mí a estas alturas de la vida que no debo follar en la primera cita. Porque follaré si me da la gana. Porque sienta de maravilla. Porque es lo que quiero. Porque sí. ¿Y por qué no? Porque no hay nada de malo. Porque digo yo que robar, matar, mentir y corromper es peor no?

Querid@s, hagan ustedes lo que les pase por las narices. No consulten con nadie, sólo con su piel, su corazón y sus sexos. Y a ver qué les dicen. Y al que no le guste, que no mire. O no folle. Pero desde luego, yo no respeto al caballero que considera que no valgo la pena por abrirme de piernas en la primera cita.

Que follen mucho y mejor.

Sexo en la primera cita, ¿Sí o no?

El simple hecho de tener que plantear esta pregunta implica que hay muchas cosas que aún no se han superado. Y eso que los tiempos han cambiado mucho… Pero visto lo visto, no lo suficiente. La cuestión la planteo porque el fin de semana pasado un amigo me contaba emocionado que, tras quedar por primera vez con una chica, había echado el polvo de su vida. Primera vez con esa chica, quiero decir, no me interpretéis mal. Lo típico: amiga de un amigo a la que conoce en una fiesta, charlan, se gustan, se despiden porque tenían planes distintos para después pero se dan el teléfono. Al día siguiente él la llama para tomar algo, quedan y, unas cuantas cañas y tapas después, acaban en la cama. Les debió de ir muy bien, porque ambos están más que contentos y piensan repetir.

pareja en la cama

ARCHIVO

El caso es que ayer, comiendo con unos compañeros de trabajo, saqué el tema a modo de anécdota y más de uno me dijo que a ellos les “tiraba para atrás” que una chica accediera a practicar sexo en la primera cita. “Si es solo para guarreo no me importa, pero si la chica me interesa para algo más, prefiero que no sea de las lanzadas”, me dijo uno en particular. La frase en sí no me pudo parecer más desagradable, machista y desafortunada. Pues anda que yo contigo, ni a coger billetes de 500 me iba, pensé.

Mi malestar aumentó cuando comprobé que algunas de las presentes, además, me reconocían luego en privado que alguna vez se habían aguantado las ganas por miedo a quedar ante su cita como “facilona”. Como si por ejercer libremente tu sexualidad con otro adulto merecieras menos respeto o fueras menos digna de ser tenida en cuenta para vete tú a saber qué.

Hay quien prefiere esperar porque cree que un acercamiento lento aumenta la magia del encuentro íntimo; quien piensa que así la pareja tendrá más futuro y quien opina que, a más espera, más deseo y fantasía. Todas son opciones válidas. No estoy diciendo que haya que acostarse por narices con el otro/a en la primera cita; lo que estoy diciendo es que cada uno tiene derecho a hacerlo o no, dependiendo de si le apetece, quiere o si le da la real gana, sin tener que ser juzgado por ello. ¿Sexo en la primera cita? Pues habrá veces que sí, habrá veces que no, habrá veces que te lleve a una segunda y una tercera y puede que hasta la eternidad… Quién sabe. Y si alguien opta por no hacerlo nunca porque así lo decide y así lo piensa pues perfecto también, pero que no juzgue a los demás ni les cuelgue etiquetas.

Porque en el sexo, como en todo en la vida, cuanto menos prejuicios haya, mejor. Y porque las etiquetas son muy fáciles de poner pero muy difíciles de quitar y algunas pesan para toda la vida.