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Toda una vida sin punto G

Cada poco tiempo salen nuevas noticias del punto G: «Qué es y dónde encontrarlo», «Las cosas que no sabías de él» o «¿Cómo afecta el tamaño a la hora de estimularlo?».

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Esa obsesión silenciosa por dar con botón del placer lleva dando vueltas desde los 80, cuando se afirmó que existía esa zona erógena. El problema es la expectación que se ha desarrollado a su alrededor.

Mi parte favorita del debate es que ahora los expertos se plantean si eso del orgasmo vaginal no será más bien un mito, ya que no se ha podido demostrar hasta el momento.

Más allá de las investigaciones, casi parece que, siendo mujer, si todavía no te lo has encontrado, has fracasado en la relación con tu vagina.

Lo mismo que si nunca has tenido un orgasmo acompañado de squirt o eyaculación femenina.

Sinceramente, dar con mi punto G no es algo que me haya producido curiosidad. Supongo que será porque, vía externa, tengo orgasmos tan buenos como para no echar nada en falta.

Quizás le estamos demasiada importancia cuando lo cierto es que no necesitamos emprender la odisea de dar con puntos secretos inalcanzables.

¿No es mejor entender qué es lo que sí nos funciona más que en pasarnos toda la vida agobiadas por encontrar algo que ni siquiera tenemos la certeza de que exista?

Que para tener mejor sexo igual nos saldría a cuenta olvidarnos del punto G y centrarnos en lo que sabemos que desencadena el clímax, como el clítoris, por ejemplo.

Duquesa Doslabios.

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«Las fotonovelas son una combinación entre los relatos eróticos y el porno común»

Las películas, las novelas, los relatos, las revistas… La pornografía se ha hecho con todas y cada una de ellas llevándolas a su terreno. No son las únicas. Existen géneros híbridos, igual de morbosos, que despiertan a partes iguales nuestra imaginación y nuestro deseo.

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Para Diego Duron, el fundador de Fotonovelasxxx.com, el atractivo de este formato reside en su erótica oculta: «En contar la historia más a fondo. La historia y la parte gráfica se complementan. Se puede ver la escena a todo color, pero también qué hay detrás de ella, como los diálogos o los pensamientos».

Eso es algo que, en su opinión, diferencia la foto novela de la pornografía convencional. «Yo pienso que las fotonovelas son como una combinación entre los relatos eróticos y el porno común, cogen lo mejor de ambas partes y lo combinan de la mejor manera posible», dice.

Y es que el valor añadido del erotismo que hay más allá del mero intercambio sexual es algo que pesa fuerte en la foto novela erótica.

«Tratamos de hacer darle al público un poco más de fantasía, de juego de diálogos, miradas, seducción, etc… No estamos en contra del porno explícito, pero sí pensamos que debe haber un balance entre la historia y el sexo. Que ambas partes sean importantes y que no se deje de lado una u otra», dice Diego asegurando que es lo que hace falta para destacar frente a las películas porno de las grandes productoras.

El trabajo del fotonovelista no se limita a buscar escenas de películas ya existentes, sino crear toda una historia a su alrededor: «Las fotonovelas son únicas porque hacen que el usuario se meta en la piel de los protagonistas, que la fantasía sea más viva ya que te mete en la historia».

Una característica en la que siente que también superan a la novela erótica, ya que según Diego: «No les puedes dar un rostro o un cuerpo a los protagonistas, algo que le quita un poco de encanto».

Convertirse en fotonovelista de erotismo está al alcance de cualquiera: «Nosotros le damos la oportunidad a todo el mundo de mostrar su trabajo. Aunque pedimos un cierto nivel de material, no somos muy exigentes, pero tampoco publicamos cualquier cosa».

De entre sus artistas, destaca dos autores de habla española hay varios autores que tienen mucha imaginación, algo imprescindible ya que los ingredientes, según él, son los siguientes: «Una buena narrativa, buenos diálogos, una historia consistente y, sobre todo buenos personajes. En una historia erótica los protagonistas deben tener personalidad, pero también ser atractivos físicamente».

Solo hay que leer un par de obras para descubrir que es un producto creado en su mayoría, para un público masculino con muchos tópicos machistas heredados de las películas X. El creador de la web es consciente y confía en poder girar las tornas en un futuro cercano.

«Estamos pensando en convertir una serie erótica que se supone fue creada para mujeres en fotonovela. Sería bastante bueno darle un enfoque femenino a este tipo de material», admite.

«Desafortunadamente, casi en su totalidad, los autores son hombres y eso ha hecho que sea cada vez más complicado encontrar cosas que podrían gustarle a las mujeres. Lo único que hace falta es que se interesen en esto y comiencen a escribir, ya que desde el punto de vista masculino a veces no se sabe a ciencia cierta qué es lo que a ellas les gusta», dice Diego.

¿La clave del cambio? En nuestras manos, afirma: «Hay muy pocas mujeres interesadas en crear porno, no solo en las fotonovelas sino en todo el porno en general. Para que el mercado erótico cambie, las mujeres deben comenzar a crear el material que a ellas les gustaría ver».

«El porno siempre ha sido un mercado egoísta donde lo único que buscamos todos es satisfacer nuestros deseos. Nos hemos enfocado durante mucho tiempo en crear películas solo para nosotros dejando a las mujeres de lado. Lo único que nos hace falta es una opinión femenina que nos guíe para poder incluir, cada vez más, el lado femenino de la fantasía erótica», dice Diego.

Y, mi opinión coincide con la suya. No basta con pedir material que nos gustaría, que nos excitaría o con el que nos sentiríamos realmente identificadas. Tenemos que empezar a crearlo nosotras mismas.

Duquesa Doslabios.

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Un paseo por la librería de orgasmos

Piensa en un orgasmo. Ahora. Así. De repente.

Piensa en un orgasmo este martes por la mañana mientras me lees en el ordenador de la oficina o en el trayecto que haces en el metro para ir a la universidad.

GTRES

¿Cómo es? Déjame adivinar o describirte cómo suena en mí cabeza. Seguro que es estruendoso, rítmico, alto, exagerado… Esa es la palabra clave, exagerado.

Realmente existe un mundo de diferencia entre los orgasmos que nos imaginamos y aquellos que son auténticos al 100%.

Podría parecer que solo consideramos que es orgasmo si es alto, lacerante, ostentoso, con unos gemidos que superen el nivel de decibelios permitidos en la comunidad de vecinos. Y con grandes frases de por medio como «Oh sí», «Más, más», «Dios», «Joder» o cualquier tipo de improperios.

Si no ejecutas toda la performance de sonidos, expresiones y vibraciones guturales, es probable que más de uno te pregunte si te has corrido. Porque claro, ¿cómo va a saberlo si te has limitado a contraer el gesto en absoluto silencio?

Pero no solo de gemidos altos se retroalimenta el orgasmo. Y es algo que descubrí alejándome del porno en la Librería de Orgasmos. Un proyecto de Bijoux Indiscrets que reúne sonidos reales grabados desde el anonimato y representan las diferentes sinfonías que se pueden escuchar en pleno clímax.

Oirás desde jadeos, respiraciones aceleradas o murmullos a suaves resoplidos, pero alejados de aquellas exageradas muestras de placer. Pero entonces, ¿por qué nos resulta más familiar el otro tipo de orgasmo?

Como sociedad en la que el placer masculino lleva años ganándonos por goleada en cuanto a peso, los productos a su disponibilidad (cine, series…) estaban destinados a estimular a ese público al que había que tener satisfecho.

Librería de Orgasmos, Bijoux Indiscrets

De hecho, es tal la importancia del orgasmo que ya hemos hablado de que la mayoría de nosotras los hemos fingido alguna vez a modo de ‘premio’ para que la otra persona se sintiera satisfecha y pudiéramos pasar a otra cosa.

Sin embargo, y aunque claro que puede haber personas que hagan de sus orgasmos auténticas interpretaciones, esa pompa no es otra cosa más que parte de la escena, de la ilusión, de la película, igual que las luces, el maquillaje o la lencería de encaje del vestuario.

Así que hoy, y aprovechando que mañana es festivo, os invito a que, como yo, os deis un paseo por la Librería de los Orgasmos (con cascos si estáis acompañados) y descubráis cómo suenan realmente:

Duquesa Doslabios.

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Masturbación femenina: los beneficios que (aún) no conocías

A veces me da la sensación de que el mundo se está yendo al traste cuando me encuentro en la tesitura de escribir un tema en el que a las mujeres os doy razones para masturbaros.

El clítoris: amigo, no enemigo. YOUTUBE

Amiga, lo de que va a producir ceguera, te van a salir granos o pelos en las manos estaba muy bien cuando el doctor Kellog quería evitar que los jóvenes practicaran el onanismo (y al final acabara creando los cereales) pero no es la realidad.

No te va a producir ninguna de esas cosas, obviamente tiene efectos en tu organismo, pero no son los que tu crees. Si es algo que no haces regularmente ¿quieres saber a qué te ayuda?

La masturbación no hace que bajen las probabilidades de que te corras teniendo sexo. Au contraire mon amour, conocer tu cuerpo, saber cómo son tus ritmos orgásmicos y en definitiva saber cuándo hay que seguir porque estás a punto de tocar el cielo (sensorial), es algo que se consigue con una única cosa: la práctica.

Por supuesto que puedes hacerlo con tu pareja, pero estando sola a tu rollo con tu musiquita, tu escena tórrida del libro que estás leyendo y tu mano (empleada en el modo que prefieras), estás más que preparada para pasar un buen rato (o varios).

En pareja te permitirá mejorar la comunicación, más que nada porque es mucho más fácil explicar algo con lo que estás familiarizada que tratar de indicarle a tu acompañante lo que tiene que hacer si tú eres la primera que no sabe ni cómo le gusta.

Los orgasmos producen espasmos en la zona vaginal, lo que consigue que se liberen tensiones musculares. No sabes lo bien que viene eso hasta que estás en plena crisis de “siento que me perforan el bajo vientre con un taladro” tan característico del ciclo menstrual (para algunas).

El ibuprofeno y el paracetamol vienen bien, sí, pero una dosis de orgasmo te permite relajar la zona y que el dolor se vaya antes. Además no tienes que esperar cuatro horas entre uno y otro.

Orgasmo llama a orgasmo, no sé si es un refrán, pero la posibilidad de tener otro se debe a que las mujeres no necesitamos tanto tiempo de recuperación como los hombres. Averigua cuántos segundos necesitas de “descanso” y vuelve a la carga. Porque uno está bien, pero dos (o tres) por el mismo precio, está mejor.

Así que después de leer esto, razones no te faltan. Las ganas son lo único que tienes que poner de tu parte.

Duquesa Doslabios.

¿Un buen polvo? No (solo) gracias al pene

No tengo pene y nunca lo he tenido (me ha parecido importante dejarlo claro nada más empezar ya que la Duquesa Doslabios es una aristócrata muy sexual, sí, pero muy anónima al mismo tiempo), pero si hubiera nacido hombre, tengo claro que habría sido una de mis preocupaciones.

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Lo sé porque siendo mujer pasé toda mi adolescencia preocupada de los tamaños y formas de mi cuerpo: que si el pecho, los pies, las piernas, la nariz, el pelo… Por lo que imagino, de haber sido de género masculino, habría pasado por lo mismo.

Sin embargo, lo referente al miembro masculino parece tener mucha más gravedad. Encuentras divisiones en la talla de condones, apartados específicos en páginas web de pornografía con ejemplos descomunales, consoladores en tiendas de sexo del tamaño de calabacines gallegos

En definitiva, la medida del pene es una cosa que nos rodea. Incluso en esas amenas tertulias con amigas entre té matcha y pasta de anís ecológica (o cerveza y aceitunas) sale en muchas ocasiones el tema de las tallas.

Nos permitimos el lujo de hablar sobre el tema porque, a fin de cuentas, somos quienes los disfrutamos.

Pero mayor parte de nosotras, aunque disfruta de recibir información y animar la cerveza o el café con una buena porra, nos consideramos mucho más  prácticas.

Tanto pensar en el tamaño puede dar a entender que vivimos inmersos en una ‘falofiebre’, cuando, hay veces que lo único que te gustaría es coger al susodicho y decirle «pero que tamaño ni que tamaño y cómeme la boca (u otros sitios), que para eso no necesitas más que los labios«.

Y es que a la hora de la verdad, y por mucho que España sea el tercer país que más intervenciones de alargamiento de pene realiza, nos interesan otras cosas. No dais crédito cuando afirmamos esto, pero es así. Pasado el impacto del primer momento, valoramos en mayor medida la química y a la dinámica del momento.

Pero si no os queréis fiar de mí, fiaos de Plátano Melón que de sexo saben un rato y quisieron tener las opiniones de las mujeres a pie de calle que lo confirmaron: alguien que sepa moverse bien, en detrimento del tamaño. La declaración rotunda de una de las encuestadas lo resume: “No creo en absoluto que el tamaño del pene sea algo decisivo para que haya una relación sexual placentera”.

Un pene garantiza un contacto físico entre dos personas, pero no la conexión. ¿La conclusión de todo esto? Que se le dedique menos tiempo a mirar el pubis y más a mirar a los ojos de la otra persona.

Duquesa Doslabios.

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Quieres que te den unos azotes

(Y no es una pregunta)

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Una de mis prácticas favoritas son los azotes. Desde el momento en el que una de mis primeras parejas me preguntó si me apetecía que me diera «un cachete» descubrí que soy de esas personas que saben apreciarlo y degustarlo como si de un buen vino se tratara.

El hecho de adoptar un rol más pasivo y quedar a disposición del otro y el placer del calambrazo excitante convierten al azote en ese gran aliado en la cama.

¿Que nunca lo has probado? Escoge una palabra, la que más te guste, y úsala como contraseña de seguridad por si uno de los dos se emociona demasiado. Ahora llega el momento de azotar.

Debe ser algo que cuente con el consentimiento de ambos y que se puede realizar de manera aislada en los preliminares o en plena postura sexual.

Olvida las películas porno incestuosas que sacan el azote. No es algo realista (ya que si tu madre era más aficionada a la zapatilla voladora que al cachete).

Para mí, el buen azote es sorprendente, porque llega cuando no te lo esperas pero te lo pide el cuerpo (y la otra persona sabe leerlo). Es energético, porque tiene la fuerza necesaria para que lo sientas pero no como para que tengas que interrumpir la sesión para ponerte una tirita.

Como diría Elettra Lamborghini, es certero ya que da en medio de la nalga con la precisión de un pincel de Picasso.

El poder de dar azotes conlleva una gran responsabilidad ya que puede ser el trampolín a un orgasmo bestial o la manera de cortar el ambiente de manera instantánea si ha sido mal ejecutado.

El azote dado con puntería consigue estremecerte desde las nalgas hasta las pestañas. Y se puede pedir, con la tranquilidad de acierto seguro, cuando el culmen está cerca y se quiere dar un empujoncito extra.

Quien no llora no mama y si no te lo dan y te callas, es más que probable que te quedes sin él, así que lo mejor que puedes hacer es pedirlo sin vergüenza.

Una vez llega el momento, solo queda abrir la mano y ponerla donde el ojo con un movimiento rápido, siempre en el nombre del placer, por supuesto. Y si vemos que eso de los azotes no es algo que vaya con nosotros, podemos optar por pasar y seguir con otras prácticas que nos resulten más placenteras.

Duquesa Doslabios.

Las cosas que he aprendido de sexo a lo largo de mis 20 años

Puedes ponerte a follar mientras haces el amor, con rabia, con fuerza, con desenfreno, con ganas, contra la pared… Pero nunca, mientras follas, podrás fingir que estás haciendo el amor.

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Esa fue una de las primeras cosas que aprendí a lo largo de mi veintena, que más allá de la química, los sentimientos no los podía simular. Aprendí rápido a diferenciarlo, por mucho que las películas y libros de mi adolescencia me insistían en que solo estaba bien hecho el sexo si era con alguien con quien me uniera un sentimiento.

Admito que con los años me he relajado, y es que al principio, la mera idea de tener sexo era sobrecogedora de todo el esfuerzo que implicaba por mi parte.

No sé bien por qué, insistía en comprarme lencería cada vez que conocía a alguien. Y eso sin contar las horas depilando cada zona de mi cuerpo al milímetro para que no hubiera un solo pelo fuera de sitio, que, por aquella entonces, tenía la impresión de que la más mínima aparición de vello corporal cortaría cualquier posible oportunidad de tener sexo.

Pero como os digo, me he relajado. Si bien lo de la lencería lo he dejado para ocasiones especiales, para dar una sorpresa de vez en cuando, la depilación se ha vuelto un tema secundario hasta llegar al punto de que apenas le presto importancia.

Si antes era algo para ellos, para seguir su fantasía de que ahí abajo las mujeres somos lampiñas (también es cierto que mis compañías venían muy influidas con el porno), después empecé a dejármelo como yo quería, ya fuera por gusto o comodidad, y, para mi sorpresa inicial, no cambió nada en absoluto.

Dejé de pensar en el sexo como en un escenario donde tenía que dar lo mejor de mí SIEMPRE: probar cincuenta posturas en un minuto, subir una pierna, moverme, tener siempre el pelo perfecto o la luz adecuada para que no se me marcara la piel de naranja. Entendí que mi vida sexual no tenía por qué parecerse a una película porno, que disfrutaba más sin tanto agobio y dejándome llevar.

Me di cuenta de que mi cuerpo era perfecto para el sexo independientemente de arrugas o cicatrices, de kilos de más o de menos, de que tenía que dejarme de complejos porque mi vagina no cambiaba para nada y que el clítoris, menos todavía.

Durante los veinte años me di cuenta de que el sexo estaba sobrevalorado. Que no el placer, sino el sexo, el acto en sí, el «toma y daca», el «mete y saca». Pero claro, al empezar mi vida sexual aquello era el culmen, el broche, el punto final, lo demás son solo paradas breves antes de la última estación. Pero pasan los años y descubres que no todo es el coito, que la mayoría de las veces una buena comida puede ser mucho más espacial (por aquello de que es como antes subimos muchas a las estrellas).

Aprendí a «ser egoísta» en la cama, a mirar por mi placer porque ellos no lo hacían. A tomar riendas en el asunto y dejar de fingir unos orgasmos que nunca sucedían. A pararme y decir «me gusta así», porque con el tiempo, le perdí la vergüenza a hablar y prefería sincerarme antes que seguir con unas interpretaciones que habrían sido de Óscar.

Por animarme a hablar, aprendí a ser sincera y también a ser empática. De mi primer encuentro con un gatillazo, solo recuerdo sentirme incómoda y poner distancia de por medio, los pocos que vinieron detrás me hicieron más comprensiva y que mostrara mi apoyo, lo que, definitivamente, tuvo mucho mejor resultado.

Me di cuenta de que mi número daba absolutamente lo mismo y aprendí a quitarle importancia al hecho de tener sexo en una primera cita, en la número 37 o a no tener sexo en absoluto en meses.

Y es que por último, aprendí que, si a veces no me apetecía, estaba bien y no pasaba nada. Hormonal, emocional o personalmente he pasado por momentos en los que la libido estaba en las nubes y otros en los que no me apetecía ni la de Vladimir (una paja y a dormir). Imagino que, al final, no es que haya aprendido más o menos sobre sexo, sino que, a lo largo de mis veinte años, he aprendido sobre mí.

Duquesa Doslabios.

‘Salir del armario’ como mujer clitoriana

Hay muchos días felices en la vida de una mujer, pero en ninguno me quité tanta presión como el día que descubrí que era clitoriana (no, ni siquiera cuando terminé la Selectividad).

El clítoris: amigo, no enemigo. YOUTUBE

La clitoriana, sin duda, nace, no se hace. Desde que empiezan a formarse sus órganos genitales, su manera de conseguir orgasmos es una u otra. O bien será estimulación indirecta del clítoris (lo que se puede llamar «vaginales») o por estimulación directa.

Cuando empecé a tener consciencia de mi sexualidad, lo de conseguir orgasmos con estimulación directa del clítoris me parecía lo más natural, rápido y práctico del mundo. De hecho, cuando tuve mi primera experiencia sexual no entendía a qué venía tanto alboroto. Entre que era la primera vez también de él y que el pobre no habría encontrado el clítoris ni con un Tom Tom en la mesilla de su cuarto, fue una experiencia normal.

Normal no por «normalidad respecto a norma o regla» sino por «característica habitual» que se empezó a dar en todos mis encuentros sexuales.

Me llamaba la atención que ninguna de mis parejas parecía tener conocimiento, o interés, de cómo funcionaba aquello de la estimulación femenina. De esa manera, el sexo se convirtió para mí en algo placentero, sí, ya que el sexo es mucho más que alcanzar el orgasmo, pero no tan satisfactorio como me habría gustado.

Me quedó claro que si quería disfrutar teniendo sexo con alguien sería yo la que debía hacerse cargo. Así pasó, que la primera vez que deslicé la mano entre las piernas, el chico se quedó paralizado, como si en vez de juguetear con un clítoris estuviera pasándome una araña venenosa entre los dedos.

Un hombre descubriendo que los genitales femeninos no son solo la vagina. YOUTUBE

«¿Pero qué haces?» me preguntó algo asustado. Cuando le expliqué la situación se encargó (por primera vez) de que ambos lo pasáramos bien. Sin embargo no he tenido la misma reacción con el resto de parejas. Más de uno se ha quedado dolido, y hasta un poco enfadado, diciéndome que sentía que su pene no era suficiente para mí.

Pero es que es así, biológicamente el pene apaña para la reproducción, pero el pene NO ES SUFICIENTE cuando necesitas estimulación directa del clítoris. A no ser, claro, que se trate de un pene con una protuberancia que justo te roce esa zona.

Vivimos en una mentira propiciada por películas y pornografía que nos hace creer solo con que te la metan ya estás tocando las estrellas cuando casi el 70 por ciento de las mujeres no son capaces de alcanzar el orgasmo sólo con la penetración, afirmó en su libro Máaas la sexóloga norteamericana Lou Paget.

Entonces ¿qué pasa con ese casi 70%? ¿Dónde están? ¿Por qué cuando saco el tema con mis amigas soy la única que dice abiertamente «soy clitoriana»? ¿Por qué la mayoría de mis parejas han actuado sorprendidas cuando he hecho la misma revelación afirmando que era la primera vez que se topaban con «una como yo»?

Porque el resto de tus exnovias, o, al menos la mayoría, fingían. Porque es más sencillo dedicarle 30 segundos a la articulación de cuatro gemidos acompañados de respiración acelerada dejándole convencido de que ha hecho un buen trabajo entre tus piernas que dedicarle media hora de conversación al hecho de que para llegar al orgasmo necesitas más dedicación a tu estimulación. Que no significa que él lo haga mal, sino que, por mucho placer que podamos sentir en una penetración, sin la estimulación directa del clítoris no vamos a llegar al orgasmo ni aún con todas las sacudidas del mundo.

Si nosotras mismas no aceptamos en un primer lugar que el placer se puede obtener de maneras diferentes y si luego no somos capaces de comunicarlo a nuestra pareja, seguiremos tomando como veraz la imagen del placer femenino que nos estamos tragando hasta ahora.

Está en nuestras manos (literalmente).

Duquesa Doslabios.

Fóllame hasta las lágrimas

Querid@s,

Lloras en esos orgasmos en los que sientes un maravilloso latigazo entre el coño y el culo y que te hace sentir de puta madre. Son orgasmos empapados de algo profundamente salvaje.

Todos compartimos la misma forma de alcanzar el clímax. Contracciones rítmicas vaginales, contracciones del esfínter anal y la eyaculación definitiva. A pesar de esto, cada persona vive el orgasmo de una forma diferente. A su manera. En el goce sexual hay un ingrediente subjetivo muy personal e intransferible para cada uno de nosotros. Como las huellas de los dedos. Jamás habrá dos orgasmos iguales. Y eso es precioso. Esos espasmos divinos en los que buscas como una loca sabanas a las que agarrarte mientras mueres pequeñamente.

Los orgasmos se viven como una gran explosión de placer y calor que te inunda el cuerpo y sientes que ardes. Algunas mujeres perdemos el sentido durante unos segundos, abandonamos la consciencia y extraviamos nuestro propio rumbo. Una desorientación involuntaria que sabe a gloria. Como cuando uno se va de viaje y se pierde a propósito. Sólo que cuando se tiene un orgasmo, uno se pierde por los rincones de su propia existencia.

Un orgasmo puede tener miles de matices subjetivos. En cada uno  se imprime un colorido distinto, un aroma diferente, una tonalidad propia. Acaso tornasol. O sabor a chocolate. A veces hasta dan ganas de llorar. ¿Por qué lloramos cuando follamos? Puede que usted no haya llorado nunca y piense que la que le habla es una loca. Pero es posible, muchas mujeres lloramos. Se puede llorar antes, durante y después del orgasmo. Especialmente inquietantes son esas lágrimas que asoman tímidamente o con una fuerza desgarradora en la cuenta atrás del orgasmo, si es de los antológicos. Hablo de ese instante en que una viene o se va en forma de una descarga incontrolable de tensión sexual desbordante de serototina, oxitocina, prolactina y endorfinas. Pura felicidad.

Porque hay muchas maneras de follar. No siempre, normalmente casi nunca, pero a veces, cuando se alinean los planetas y los astros pactan mágicamente, cuando se conecta de verdad con alguien y con el universo, cuando un@ se enamora del@ otr@ mientras folla, un@ siente que alberga entre sus piernas uno de esos polvos tan virtuosos que conmueven, tan intensos que son capaces de ablandar y suavizar los esguinces del alma, que son los que más duelen.

El sexo, intuyo, es un catalizador. También quitapenas y medicina redentora. Porque alivia la piel, sacia las ganas y consuela el alma cuando uno se siente desgraciado. El sexo (el buen sexo) es todo lo que no es feo, egoísta, malvado y ruin. Es todo lo que no duele ni lastima. Bendito lenitivo que mitiga el dolor y amengua tormentos.

Confieso que he llorado unas cuantas veces. Confieso que me gustaría llorar infinitamente más de lo que lloro y no dejar de hacerlo nunca, pero eso no es algo que se escoja. Ocurre o no ocurre, así de simple. Es un llanto involuntario, son lágrimas inmigrantes que no saben de donde vienen ni hacia dónde se dirigen. Quizás más allá de los confines de nuestras propias parcelas.

La primera vez que lloré fue mientras hacía el amor con mi primer novio. Mi padre se había muerto sin despedirse hacía ya unos meses. No eran buenos tiempos. Sin duda los peores hasta ahora. Estaba apenada todo el día porque se despidió a la francesa y me quedé con dos de sus frases que las tengo grabadas a fuego en las entrañas: Hija, se me va la vida (horas antes de palmarla) y Si no fueras mi hija me casaría contigo (esto me lo decía prácticamente cada día). Sorprendentemente también estaba cachondísima y ansiaba sexo a todas horas. Mi novio se había marchado a vivir al extranjero y esa era la primera vez que nos veíamos después de varios meses. Después de olerle tanto y tan profundamente que su esencia se me había metido en ese hueco que hay entre la nariz y el cerebro, hicimos el amor en la cama de sus padres. Por la tarde, con las luces encendidas y tumbada sobre él, sentía que se me acababa el aire. Mientras follábamos pensé que iba a morirme de tanto amor.

Empecé a notar como un conmovedor y larguísimo orgasmos me catapultaba, y me acariciaba las alas como si fuera una mariposa. Le sentí de verdad, le deseaba sobreexcitada, acelerada y con la respiración entrecortada. Sentí un brutal latigazo entre el coño y el culo y me di cuenta de cuánto le quería, de que estaba tan dentro de mí que podía atravesarme el alma. Y de repente fui consciente de que estaba encharcada de felicidad como nunca y me entraron unas enormes ganas de llorar. Lloré. Lloro al recordarlo. Lloraba porque me sentía viva de cojones. Ahora creo que también lloraba porque sabía que aquello no duraría para siempre. Pero qué bien me sentaba.

Mi amiga Micaela, que es una de esas mujeres entre un millón, dice que cuando llora es porque siente que está pasando a una fase más allá. Que está jugando en otra liga, un polvo Champions League. De repente siente que se va, que se la llevan a otra parte. Ayer mismo me contaba “El otro día lloré. Tuve un orgasmo brutal. Es como volver de ese placer. No querer volver, pero de repente vuelves. Es maravilloso. Es un llanto a la vida. Es un llanto brutal. Es rematadamente maravilloso. Es de los llantos más bonitos que hay.”

Lo que mi adorada Micaela me contó me recordó algo. También lloré la última vez que me acosté con el amor de mi vida. Ese que tuve, no retuve y jamás volveré a tener. La última noche que pasamos juntos me metí en su cama con mucha ansia. Quería que me atravesara el cuerpo literalmente e hicimos el amor. Y lloré. Esta vez lloré después de correrme gloriosamente. Lloré lágrimas negras. Lloré amargamente como lo hace el cielo en una tormenta perfecta porque esta vez, mientras follábamos, me di cuenta que ya no le quería. Al menos no de esa manera loca e irracional en la que le había amado hasta darme cuenta de que ya no quedaba nada de lo que sentía por él. Me dio mucha pena darme cuenta de que se nos había acabado el amor. ¿Cómo es posible? Con lo mucho y bien que le quise. Siempre pensé que le querría para toda la vida, que tendría suficiente amor a borbotones para regalarle el resto de su vida. Y de la mía.

Siempre que he llorado he sido plenamente consciente de que estaba viva en todos los sentidos y a todos los niveles posibles de la palabra “viva”. He sentido ese instante por todos los poros de mi piel y en cada puto centímetro de mi cuerpo. Incluso en recovecos perdidos que había olvidado que existían. Sin embargo, no conozco a ningún hombre que haya llorado. No lo digo a malas, simplemente nunca he conocido a ningún hombre llorón. Será que ellos no lloran. No lo creo.

Una última pregunta para terminar. ¿Qué es lo que un@ se deja en cada orgasmo? Yo me dejo la vida, parte de mí, por eso es como si me muriera pequeñamente. También siento que me voy a otro sitio. Creo que cuando uno se corre a lo grande es como si te montaras en una máquina del tiempo que te permite correr o volar y te lleva a cualquier otra parte. Un lugar en el que quieres quedarte para siempre. Pero sólo permaneces unos instantes, que siempre saben a poco. Saben tan bien y están tan ricos, que saben a demasiado poco. Y entonces lloras, porque no puedes controlar el llanto. Desnud@ en cuerpo y alma, libre de todo estigma, no tienes que esconder esas lágrimas. Morriña de esos instantes de felicidad infinita. ¿Nada más amargo que lo que perdí? Sentimos que estamos donde queremos estar y con quien queremos estar. Que podríamos morirnos en ese preciso instante y tan contentos.

Y sentimos que alcanzamos el cielo con la punta de los dedos. Que podemos rasgar las nubes y atravesarlas.

Dicen los franceses que el orgasmo es como morirse pequeñamente, de ahí la pétite mort. Pero sin dolor. Quizás por eso también se llora, porque se está muriendo un poquito. Para mí es como pegarle un bocado a la vida tan grande que no me cabe en la boca. Es tanto lo que siento que incluso después de vaciarme, de irme, venirme y correrme, todavía queda felicidad dentro de mí. Y para sacarla, no me queda otra que llorar. A veces como una descosida. Si alguna vez follamos y me hacen llorar, no se asunten ni me pregunten. Que mi llanto no les desconcierte. Ya saben por qué lloro. Simplemente sigan amándome. Si alguna vez follamos, fóllenme hasta las lágrimas. Como habrá confianza, fóllame hasta las lágrimas.

Que follen mucho y mejor.

Gemir o no gemir, esa es la cuestión

¿Sexo sonoro o placer silencioso? El debate, más bien facilón, surgió a raíz de la noticia de hace unos días sobre una mujer británica, Gemma Wale, a la que han mandado dos semanas a prisión por montar un escándalo cada vez que hacía el amor. Bueno, en realidad ha ido a prisión por hacer caso omiso de las advertencias del juez, que la había instado anteriormente a no ponerse a gritar como Tarzán en mitad de la noche, como denunciaban los vecinos. Pero no me extiendo en los detalles porque a estas alturas esa noticia ya la conoce todo el mundo…

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GTRES

El caso es que, como decía, las aventuras y desventuras de esta mujer a consecuencia de su fervor sexual acabaron por sacar a relucir las preferencias de cama de media oficina. Y, como siempre, el resultado de hacer ese tipo de preguntas al personal fue de lo más variopinto. De todo hubo en la viña del señor, por decirlo de alguna manera, pero lo cierto es que, en el caso de los hombres, la mayoría admitió que esperaban y querían gemidos a la hora del sexo, aunque sin exagerar. “Tampoco se trata de que cante la Traviata, ya sabes, una cosa normal…”, explicaba uno mientras asentían varios. “Yo es que si gritan demasiado me suena a falso y me empiezo a rallar”, decía otro. Pero también había quien prefería el silencio. “Tú es que vas de tántrico”, le reprocharon algunas… “Que va coño, es que si no me desconcentro”. Un par de ellos, por el contrario, confesaron que le molaban los gritos, cuanto más altos mejor, independientemente de si eran de auténtico placer o fingidos. Jaca grande ande o no ande, que dirían en mi tierra…

Ellas, por su parte, coincidían en que la mayoría de hombres no gemían, sino que más bien gruñían o bufaban, cosa que ellos negaban. Pero la conclusión fue más o menos la misma: como diría Aristóteles, en el punto medio está la virtud. Al final me fui y los dejé ahí, en una guerra abierta entre gemidos y gruñidos. Yo creo que más de uno y de una acabaron un poco acalorados, con tanto debate. A saber dónde acabaron… Y cómo.