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Año nuevo, vida nueva, ¿nuevo amor?

Balance. Eso es lo que suele hacer el personal en esta época del año, cuando aprovechan el cambio inminente en el calendario para soñar con dejar atrás sus problemas, conseguir sus objetivos y hacer todo tipo de promesas. Muchos se conforman con proponerse cambiar de trabajo, apuntarse al gimnasio o dejar de fumar. Otros fantasean con cambiarse de piel y de vida, como si el nuevo enero viniera con la redención bajo el brazo, dispuesto a conjurar todos los males y borrar toda mácula de nuestra estela, poniendo la felicidad al alcance de nuestros dedos.

Beso

GTRES

Por la parte que me toca, este que se acaba ha sido para mí, como ya os he dicho en alguna ocasión, un año de cambios. Un año de ruptura y renacimiento, de búsqueda y de hallazgos, de llantos y de risas, un año de inconformismo y evolución.

Y aunque me han hecho daño (ni más ni menos que a cualquiera), lo único que pido al 2014 es que las cosas sigan pasando. Con lo bueno y con lo malo, con su sal y su pimienta, pero que ocurran, que sucedan. Que la vida se mueva y no se quede quieta, aunque a veces escueza.

Porque lo que más temo es que no me pase nada, que el tiempo pase anodino, sabiendo de antemano el contenido de los días, perder el margen para improvisar, para hacer un quiebro. Porque tenerle miedo al dolor es tenerle miedo a la vida. Y nada hay que te ate más a ella que todo eso que sucede cuando conoces a alguien que te acelera el pulso y te nubla la razón. Alguien que te sacuda el corazón y la cama y te deje el regusto suficiente para recrearte durante días, macerando el recuerdo antes de dormir. Nada de amores baratos. Ese es mi propósito para el nuevo año.

Feliz 2014.

Pasiones que dejan huella

Hay pasiones que marcan, que no se olvidan. Tatuajes emocionales que llevamos ocultos en los pliegues del alma y de la vida, grabados a fuego a golpe de besos y piel que un día fue nuestra y cuyo recuerdo aún hoy, años después, nos estremece. Casi siempre por dentro, pero a veces también por fuera.

Estas pasiones, por definición, no suelen durar mucho. Y menos mal, porque de otra forma, no sobreviviríamos. Es imposible vivir mucho tiempo en esos niveles de intensidad, de ansiedad, de deseo. Sí, ese que hace que te duela el cuerpo de las ganas, de la necesidad extrema de mezclarte con el otro y perderte en su olor, en su cuerpo. Deseo del que provoca mono. Ese deseo.

TangoEstas pasiones, por las razones que sean, suelen ir unidas a circunstancias que las dificultan. Amores imposibles, casi siempre. O al menos eso es lo que se cuentan a sí mismos algunos de sus protagonistas cuando les falta el coraje y la valentía para intentar que dejen de serlo. Imposibles, digo.

El consuelo es que, al no ser sometidas a las erosiones y estragos del paso del tiempo, estas pasiones quedan suspendidas, grabadas intactas en la gelatina de la memoria. Y en momentos de necesidad y vacío, los afortunados que hayan tenido la suerte de experimentarlas pueden al menos mirarse al espejo y decir: “Yo he sentido, yo he amado, yo he vivido”. Porque vivir no es solo que el corazón te bombee y te mande oxígeno al cerebro. Para vivir, hace falta mucho más.

Hoy, mientras buscaba algo para leer entre los libros de mis estanterías, me tropecé con uno que creía olvidado, una selección de letras de tangos de 1.897 a 1.981. Un regalo. Al abrirlo, me arrojó a la cara sin compasión una vieja dedicatoria. Alguien, hace años, me la escribió cuando estuvo de viaje en Buenos Aires. “El tango es belleza, es intensidad, es seducción. El tango es compenetración, es conexión, es unión. Vos sos tango. Tú y yo fuimos tango”.

Cerré el libro y me estremecí.