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Cuando el pasado te golpea en la cara

Hacía casi cinco años que no se veían. No es que su relación durase mucho, unos 12 meses de idas y venidas, pero fue de las que hacen temblar los cimientos de las catedrales del cuerpo. Y del alma. Una de esas pasiones que dejan huella. La ruptura fue tan inevitable como dolorosa para ambos, y aunque no hubo excesivo ruido, cualquier tipo de amistad entre ellos era sencillamente imposible. No por nada, sino porque eran incapaces de tenerse delante sin acabar mezclados y con la piel atada. Célula a célula.

Así que se dijeron adiós y el tiempo fue pasando haciendo su trabajo. A ella le llegó alguna vez alguna noticia lejana a través de algún conocido, pero poco más. “Sigue siendo el príncipe de la pirámide”, le comentó alguien en una ocasión. Y a ella, pese a ser la abeja reina, le escoció.

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Eso ha sido todo en cinco años de existencias divergentes. Pero el azar, ya se sabe, es caprichoso, y este verano los llevó a coincidir, cada uno con su respectiva pareja, en un avión con rumbo a Croacia a donde ambos iban a pasar sus vacaciones. Los mismos días y los mismos sitios. Dubrovnik y las islas de korkula y Miljet. Maravillosa esta última, por cierto. El caso es que allí estaban, los dos frente a frente en la cola para embarcar. Tras la sorpresa inicial, fueron inevitables los saludos y las presentaciones. Y el azar, lejos de conformarse con eso, quiso también que las dos parejas tuvieran asientos muy cercanos.

El novio de ella, ajeno al antiguo vínculo entre ambos, no paró de hablar con él en todo el viaje y para cuando este hubo terminado, parecían amigos de toda la vida. La novia del susodicho tampoco parecía estar al tanto. Es más, todos se mostraban encantados de haberse conocido, excepto ella. Aquello la hacía sentir incómoda. Para cuando quiso darse cuenta su chico había propuesto quedar a cenar y tomar una copa. A fin de cuentas, sus hoteles estaban relativamente cerca… Los dos se miraron, pero antes de que pudieran decir nada la chica había aceptado encantada.

Y aunque trató de hablarlo con su novio, al que quiere, tuvo miedo de herirlo, de que este lo interpretase mal, y sin saber cómo esperó uno y otro día sin saber manejar aquello y ahora no sabe qué hacer con la enorme bola de nieve. Se vieron todos varias veces, como si nada, e intercambiaron teléfonos. Un número que ella aún se sabía de memoria. Ahora, ya de vuelta en Madrid, su novio y su ex, si es que puede llamarse así, se intercambian bromas por WhatsApp y planean quedar para jugar al tenis. Ella quiere llamarlo, abordar con él el tema y explicarle que no se siente cómoda con la situación, pero tiene miedo. Mejor dicho, se tiene miedo. Entretanto, ha empezado a soñar con él. Sueños tan turbios como excitantes. Y en algún lugar, los cimientos de una catedral han empezado a temblar. De nuevo.