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Cenas en casa completamente desnudos

Todos andamos en pelota picada por casa en algún momento del día. Al entrar o salir de la ducha, mientras elegimos la ropa, cuando nos quitamos el pijama… Si encima es verano o hace mucho calor, más aún. El umbral del pudor de cada uno es variable, como todo en la vida, pero en este caso también depende de con quien compartamos casa. No es lo mismo vivir solo que en pareja, con compañeros de piso o con tres hijos adolescentes, y claro, eso afecta a nuestras costumbres.

Os meto este rollo porque siempre me he tenido por una persona de mente abierta y dispuesta a luchar contra sus propios prejuicios, pero hace unos días me enfrenté a una situación que me ha hecho pensar a este respecto. Todo empezó con el programa ese de Cuatro, Adán y Eva, en el que según tengo entendido la gente busca pareja en una isla desierta completamente desnudos. Tengo que reconocer que no lo he visto, pese a la curiosidad, más que nada por falta de tiempo. Un par de minutos, a lo sumo. El caso es que mas allá de gustos y opiniones, el tema da para el debate y, como no podía ser de otra manera, ha servido de carnaza en cenas, copas y charlas entre amigos y conocidos varios, a los que siempre sondeo en busca de posibles posts.

GTRES

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Más pronto que tarde la conversación trascendió al programa en sí y los interlocutores acabamos inmersos en una ardiente discusión entre defensores y detractores del nudismo. Ahí estaba yo, que en verano aprovecho siempre que puedo para quitarme la parte de arriba del biquini, defendiendo el derecho de la gente a tomar el sol como le da la gana frente a varios que decían sentirse “agredidos” de alguna manera si alguien se tostaba a su lado en la playa como Dios lo trajo al mundo. En cuanto a si poder o no hacer top-less en una piscina pública, la discusión se calentó aún más.

Y lo cierto es que, aunque bañarse desnudo en el mar y luego secarse al sol es maravilloso, no soy yo muy de quedarme en pelotas del todo en la playa, por muy nudista que sea. No termino de sentirme cómoda, qué le voy a hacer. Cateta que es una… Depende de la compañía y de la playa, en cualquier caso. Pero al final, como con todo, se trata de una cuestión de sentido común, en mi opinión. Este verano, por ejemplo, estaba yo con unas amigas en una playa de Portugal. El sitio era precioso, con kilómetros de arena blanca y aguas cristalinas, pero claro, en pleno agosto el chiringuito de rigor no podía faltar. En torno a él se aglutinaban las familias con niños pequeños y la gente se partía la cara por conseguir una cerveza. Hasta allí nos acercamos mis amigas y yo a comprar agua cuando vimos llegar a una pareja. Extendieron sus toallas a las puertas del chiringo, se quitaron toda la ropa y empezaron a darse crepita el uno al otro. A ella debía de preocuparle bastante que a su amorcito se le quemara el manubrio, porque hay que ver los meneos que le daba… Lo mismo podría decirse de él con las tetas de su amada. Los niños tenían los ojos como platos y sus escandalizados padres ni te cuento. Y digo yo, puestos a elegir, ¿no habría sido mejor tumbarse a disfrutar del verano y del amor unos metros más allá? Porque mira que había playa…

En fin. Pero a lo que iba, que me pierdo. Tras mucho divagar y mucho discutir todo esto con un grupo de personas a raíz del dichoso programa, acabé aceptando la invitación de alguien para ir a cenar a casa de unos amigos suyos que practicaban el “nudismo casero”. Así lo llamó. La idea era que yo lo conociese de primera mano, pudiera hablar con ellos, etc. Me pudo la curiosidad y acepté. Error. Gran error. Que no es que no fueran majos, no, eran majísimos, pero nada más abrir la puerta de la casa y ver a ese señor y a su barriga como un Adán cualquiera con una cuchara de madera en la mano y una paño de cocina colgado de un hombro, supe que me había equivocado. Todos allí, sentados alrededor de una mesa de centro, de esas bajitas, y yo no podía dejar de pensar en lo fácil que era que algún vello de esos pubis que tenía en frente, bien frondosos, por cierto, acabara en el cous-cous de pollo con verduras o en la ensalada con vinagreta de miel. Y como esos pensamientos me quitaron el apetito, no paré de darle al vino para mantener las manos ocupadas. Cuando me invitaron a quitarme la ropa entendí que había llegado el momento de agradecer la cena y marcharme. Al final salí de allí como una cuba y convencida de que eso del nudismo casero no es para mí. No si tengo invitados, quiero decir.