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No eres una media naranja, eres la fruta entera

Estoy harta de las frases tipo Mr. Wonderful que prometen que llegará una persona que repondrá todas mis partes. No soy una cosa rota, las piezas de un rompecabezas incompleto ni una media naranja rodando por el mundo, a la espera de otra que complete mi circunferencia.

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Y ahí reside, para mí, la magia del amor.

En que cuando conocí a mi pareja no estaba buscando alguien que compensara mi timidez a la hora de soltarme con sus altas dosis simpatía.

No necesitaba quien terminara mis frases, sino alguien con quien mis frases se intercalaran en diálogos que nos tuvieran despiertos hasta la madrugada.

Supongo que funciona más el mito romántico de que recorremos la vida a la espera de encontrar esa persona que arregle lo que en nosotros está mal, pero se nos olvida enseñar que no somos el problema.

Ni siquiera cuando la frase es no eres tú, soy yo. Ya que, generalmente en nuestra cabeza suena como «Soy yo, que quiero estar sin ti».

Cuando conocí a mi pareja no estaba ni rota ni perdida. Tenía las cosas claras, fijaos si las tenía claras que le quería a él.

Y, como yo, él tampoco era un pedazo fracturado buscando su polo opuesto. Era (es) un todo. Y lo mejor es que de ese todo ahora puedo disfrutar yo también.

Debe ser que, a la hora de diseñar la estrategia de marketing del amor, si no hay necesidad que cubrir no saben cómo venderlo.

Pero lo cierto es que no es necesaria. Porque esa obsesión por buscar a una persona que nos complementa nos hace pensar que tenemos defectos y carencias que deben ser cubiertas por otros.

La realidad es que todo aquello que nos falte, no depende de terceros, está en nuestra mano solucionarlo.

Así que, retomando la metáfora inicial, en vez de medias naranjas, vamos a empezar a considerarnos, no ya piezas de frutas enteras, sino fruteros andantes.

Y, solo si apetece, con la fruta de otro frutero, que es distinta a la nuestra, hacer la más sabrosa y variada de las macedonias.

Duquesa Doslabios.

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