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Sí, mi educación sexual fue algo traumática y el colegio tuvo la culpa

Incluso siendo de las pocas personas de mi generación que ha recibido una educación sexual en su centro educativo, las escasas clases que me dieron sobre el tema son para darle una vuelta.

En la E.S.O., tres horas de educación afectivo sexual en los cuatro años que dura ese periodo fueron toda la explicación que recibí en el colegio sobre protección, menstruación, cambios en el cuerpo durante la adolescencia…

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El bachillerato fue un poco diferente. La clase terminó con una presentación de fotos de fetos. Y no de esos de libro de biología con colores rosados y flechas explicando las diferentes partes.

Fetos abortados.

Así fue como mi colegio, uno de esos religiosos de los que se encuentran en Padre Damián, muy cerquita del Bernabéu, se encargó de lanzarnos el mensaje más contundente: chicas, no abortéis, esto es malo.

Si las clases de la E.S.O. nos sirvieron como toma de contacto, el año de bachillerato, cuando la mayoría rondábamos los 16 y 17 años, debería haber sido una ampliación a modo de refuerzo.

Más que nada porque, aunque no había muchos que ya hubieran empezado a tener sus primeras vivencias, estábamos al caer todos los demás.

Aquel era el momento de que nos recordaran cómo protegernos, cómo cuidarnos, cómo nuestra salud sexual dependería siempre de nosotros.

Porque aquellas breves charlas de hace dos, tres o cuatro años, se nos habían quedado tan olvidadas como la lección de Conocimiento del Medio de la célula eucariota.

Y la mayoría no nos sentíamos lo bastante cómodos con nuestros padres como para sacarles el tema.

Se habla del adoctrinamiento en Cataluña con mucha preocupación. Que en Madrid a los 16 años te obliguen a mirar imágenes de abortos con el beneplácito del centro escolar, no es para nada alarmante.

Quien nos dio la charla no nos permitió elegir, no contó con nuestro consentimiento. «¿Queréis ver algo fuerte? Os voy a poner unas fotos», contestó pulsando el play sin esperar una respuesta por nuestra parte.

Hace 10 años volví a mi clase aterrorizada después de la carne y la sangre, con el estómago revuelto del susto en el cuerpo. A día de hoy, lo recuerdo indignada y enfadada.

No solo por robarme la voluntad de decidir, sino por vender como educación sexual algo cuyo objetivo era condicionarme a tomar una decisión sobre mi cuerpo: la de llevar a su fin un embarazo.

Que mi cuerpo era antes de aquella vida que mío.

No faltó el comentario de la ponente recordándonos que siempre podríamos dar el bebé en adopción. Cualquier cosa menos sesgar una vida de Dios, clásico recurrente del discurso conservador.

Así pasó, que tanto yo como mis compañeros cumplimos 18 años sin saber que podíamos contagiarnos de una ETS de tener sexo oral sin usar un condón.

Pero con la idea clara de que el aborto estaba fuera de la mesa con una experiencia traumática que a día de hoy sigo recordando vívidamente.

Porque eso es lo que consiguió mi colegio: quitarme la idea de que podía elegir utilizando el miedo.

Así que, una década más tarde -no sé cómo lo harán ahora, pero la crítica la merecen igualmente-, opino que deberían haberse ahorrado el amaestramiento.

Educar es otra cosa y se debe hacer no solo enseñando sin sesgos ni fisuras de una forma completa y transparente, siempre desde la libertad del conocimiento pleno y no con la amenaza del miedo.

Duquesa Doslabios.

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