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¿Alguna vez nos dejarán las redes sociales superar a nuestros ex?

En más de una ocasión, le he preguntado a mi madre qué había sido de sus exnovios. Si terminaron con otra pareja, si seguían solteros, si se mudaron de su ciudad natal, si tenían el mismo trabajo… No lo sabe.

No lo sabe porque ni tiene redes sociales ni intención de tenerlas. Es de esa generación en la que, las rupturas, solían ser sinónimo de no volver a saber de la otra persona por el resto de tu vida.

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Y cómo le envidio por eso.

Instagram, Facebook o incluso TikTok nos habrán acercado en muchos aspectos, pero no ponen fácil lo de perder de vista a una persona.

Da igual que dejes de seguir, que bloquees, que silencies o que le ocultes tus historias. Al final, hay amigos o compañeros de clase en común por las que, de rebote, termina llegándote información. O, incluso a veces, ni siquiera eso.

Buceas por tu red social un día cualquiera y ahí está. En una página de inspiración de bodas que ni siquiera recordabas que seguías.

Vestido de negro o vestida de blanco con otra persona al lado, alguien que no eres tú.

Claro que sabías que ninguno de vuestros futuros iba a transcurrir por el mismo camino, pero que lo supieras y vivieras asumiéndolo no significa que quisieras estar al tanto. De hecho, si algo no querías, era verlo.

Porque una cosa es darlo por hecho, entender que en cinco o diez años pueden pasar muchas cosas y que todos terminamos por rehacer nuestras vidas.

Otra es ver que aquella persona -esa que te hizo pensar que no volverías a poder querer a alguien-, aparece en tu pantalla en el que es uno de los momentos más felices de su vida.

Saber, como si estuvieras presente en aquel mismo instante, todos los detalles: cómo eran los trajes de novios, dónde lo celebraron, cuándo…

Te alegras -porque internamente el punto y final de vuestra historia estaba más que escrito– y te jodes a partes iguales. Si una imagen vale más que mil palabras, esa consigue desestabilizarte por un rato. ¿De verdad era necesario?

Da igual que hayas pasado página. Ahí está la aplastante realidad que no tenías por qué ver, pero el dichoso algoritmo te acaba de arrojar a tu interfaz.

¿La solución? Solo se me ocurre la de mi madre. Borrar todo y vivir una existencia analógica lejos de todo lo que sea tropezarte virtualmente con tu expareja. La única manera de asegurar el «ojos que no ven, corazón que no siente».

Duquesa Doslabios.

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Llamarle por el nombre de tu ex, ¿lapsus o algo más?

La primera vez que mis padres hablaron por teléfono, ella le llamó, erróneamente, ‘Juan Carlos’. Aunque no fue culpa suya (una de sus compañeras de trabajo le había dicho que ese su nombre), la cara de mi padre en aquel momento fue un poema.

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Por suerte, una vez explicado el lío, tuvieron su primera cita que vino seguida de convivencia, matrimonio y el pack de hijos y perro unos años más adelante. Aquel desliz es ahora una anécdota de la que nos reímos en las comidas familiares.

Como digna hija de mi madre, también he pasado por lo de confundirme y ser confundida. Pero en mi caso era más por el parecido de la dicción al tener, casi de seguido, parejas con nombres que empezaban por la misma vocal.

Cuando me ha pasado, no le he dado la más mínima importancia (además de que nunca me ha sucedido en un momento especialmente íntimo).

Pero me consta que no todos nos tomamos el lapsus por igual. A las pruebas me remito con la consulta que me hizo un amigo este martes, que había dejado de hablar a la chica a la que estaba conociendo cuando, en un momento de cachondeo, ella se equivocó llamándole por el nombre de su exnovio.

El término que recibe este fallo es misnaming y, por lo que dicen los expertos, no, no significa que al nombrar a la anterior pareja se sigan teniendo sentimientos hacia ella.

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Por lo visto, es más un fallo en el sistema de recuperación de información del cerebro que algo consciente. Al estar en compañía de una persona con la que nos sentimos cómodas, ilusionadas y felices, nuestras neuronas van al nombre de la última persona que nos hizo sentir así, por eso hay tantas probabilidades de que se te escape o se lo oigas decir a la persona que estás conociendo.

Lo bueno es que hay esperanza al respecto: no solo termina desapareciendo esa conexión con la expareja según va pasando el tiempo (si lo ha superado, claro), sino que, cerebralmente, eres tú el sucesor o sucesora de esa persona, lo que significa que te ve como algo más que una persona muy simpática con la que tener una gran amistad.

¿Mi conclusión? Que al igual que a nadie le gusta ver su nombre mal escrito en la taza del Starbucks, es mejor no tomárselo como algo personal y pasar del tema.

Mis padres lo hicieron y ahí siguen, con más de tres décadas de amor a sus espaldas.

Duquesa Doslabios.

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Mensajes de tu ex, el efecto secundario de la cuarentena

Al principio empezó como algo aislado, casi anecdótico. Un mensaje de una amiga que te dice “Mira quién me ha escrito” y, acto seguido, te manda el pantallazo de la entrega de Star Wars que nunca escribió George Lucas: Episodio VI, El retorno del exnovio.

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Luego fueron los memes y los tuits, dándome a entender que igual lo de mi amiga no era tan raro como podía parecer en un principio.

Y, finalmente, me llegó el turno a mí. Un regreso del pasado tan inesperado que incluso me hizo dudar si el fin del mundo se encontraba más cerca de lo que imaginaba. No, no se me ocurría otra razón posible para que me escribiera de nuevo más allá del apocalipsis.

Es curioso que, hace unas semanas, os aconsejaba extremar la precaución de contacto con las exparejas. La crisis mundial parecía la excusa perfecta para mandar el deseo de «Cuídate mucho» o un «¿Qué tal ese confinamiento?» para tantear el terreno.

Pero, ¿qué pasa si soy quien ha sabido guardar las distancias y he recibido el mensaje?

Lo primero es mantener la calma. Porque, sinceramente, una de las últimas cosas que esperas es que, después de años, los fantasmas del pasado vuelvan a hacer acto de presencia.

Pero es uno de los síntomas, más que del virus, del estado de alarma. La cantidad de horas que pasamos desocupados al día nos llevan a poner en perspectiva toda nuestra vida, incluso la parte que parecía archivada en los capítulos cerrados.

Como me decía otra amiga, la culpabilidad y la cuarentena no son buenas amigas. Y puede parecer que este es el mejor momento para pensar largo y tendido en lo que hemos vivido y, ¿por qué no?, mirar con perspectiva los errores cometidos y tratar de disculparse por ellos.

En una nueva rutina en la que solo recibimos impactos negativos, es normal refugiarse en el amor que sentimos hacia nuestros familiares y amigos, lo que puede llegar a despertar incluso partes del corazón en las que se encontraban archivados los sentimientos más antiguos.

Esto no significa que quienes vuelvan tengan la misma motivación de querer redimirse por lo que pasó o de intentar echar un poco de arena al fuego -por si se da el caso de que algún día os crucéis por la calle, ninguno tenga que cambiarse de acera-.

Una rápida encuesta vía Instagram me confirma que el aburrimiento hace mella, así como las ganas de tener sexo (esas que no perdemos ni en cuarentena) o la necesidad de rodearnos de personas, aunque sea virtualmente, que vuelven a hacernos sentir a salvo.

Y aunque no es igual recibir un mensaje de aquella persona con la que hubo una historia de amor, que una relación tóxica, decidir si lo que se quiere hacer es responder o dejar en leído, es tan personal como lo ha sido para tu ex poner el mensaje.

La cuarentena es demasiado larga y la vida demasiado corta como para escoger aferrarnos al rencor de los corazones rotos cuando tenemos el poder de repararlos. Aunque eso implique escribir a alguien del pasado para conseguir estar en paz.

Duquesa Doslabios.

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¿Que le mande un mensaje de madrugada a mi ex significa que todavía me gusta?

Los fines de semana los carga el diablo, especialmente a partir de las dos de la madrugada cuando hay algún factor que dispara tu melancolía.

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Puede ser una canción, tu grupo de amigos, el alcohol o que estabas repasando los stories mientras hacías cola en el baño y algo te ha venido a la cabeza relacionado con esa persona.

Intentas evitarlo, pero en ese momento tu botón mental de seguridad está desactivado y lo haces. Abres Whatsapp o la bandeja de entrada de tu red social estrella y le escribes un mensaje.

Puede que en las siguientes horas no sientas ningún tipo de arrepentimiento. Incluso un poco de orgullo por haberle dado ‘esquinazo’ a tu cerebro haciendo algo que igual habías pensado anteriormente.

El problema viene al día siguiente, cuando repasas las conversaciones y la ves ahí. ¿Significa eso que todavía tienes sentimientos cuando pensabas que estaba más que superado?

La noche ha podido desinhibirte, pero eso no implica que sigas sintiendo amor por la otra persona. De hecho, quizás lo que te ha movido a hacerlo ha sido más el miedo que otra cosa.

Analiza la noche. Personas que hablan de lo bien que están con sus parejas o incluso salir con amigos que están felizmente comprometidos puede despertar en ti la alarma inconsciente de «¿y si de verdad era él?».

No solo tu entorno de ese momento puede llegar a afectarte. ¿Tu familia es de esas que aprovecha las reuniones para acribillarte a preguntas de si has sentado la cabeza? También esa presión puede llevarte a escribir a la última persona con la que te sentías en zona segura.

Lo mismo pasa con aquella canción o el recuerdo que te asalta a traición.

Puede que con las explicaciones y el análisis de daños, tengas la tranquilidad de que lo tuyo con tu ex sigue estando en el pasado, ¿pero ahora qué?

No contestarle siempre es una opción que habla por sí sola. No le va a hacer falta mucho más para entender que, si después de escribir eso, has cortado el contacto, no ha sido más que una reacción fruto de un momento.

O también puedes optar por la alternativa más madura y comentarle, al día siguiente, que te disculpe y no te lo tenga en cuenta, que ese mensaje estaba fuera de lugar y que te queda mucho en lo que trabajar a nivel personal.

Vale, posiblemente pases un poco de vergüenza, ¡pero que tire la primera piedra quien nunca haya cometido el error de escribir a su ex de madrugada!

Duquesa Doslabios.

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Hombres y mujeres, ¿por qué reaccionamos tan diferente ante una ruptura?

El 2020 no ha empezado de la mejor manera. Una de mis amigas -de esas que más que amiga parece hermana- ha roto con su pareja.

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Está en ese momento en el que, cada vez que encuentra algo de él, se echa a llorar.

La reacción de su ex, en cambio, no podría ser más distinta. Además de tratar la ruptura con mucha frialdad, ya se ha bajado una aplicación para ligar.

“¿Es que él no siente lo mismo?”, me pregunta mi amiga, sin entender cómo es posible que, tras dos años juntos y convivencia bajo el mismo techo en países diferentes, estén en momentos emocionales tan opuestos.

Pero lo cierto es que hombres y mujeres solemos reaccionar de manera muy diferente cuando se trata de lidiar con una separación.

Cuando yo misma, o alguna de mis amigas, ha terminado la relación con su pareja, empieza la fase de desahogo. Con una, con otra, con la madre, por Whatsapp, vía llamada telefónica o en una cafetería del centro comercial, preguntándose, durante horas, qué fue lo que no funcionó.

Son unos días en los que necesitas sentirte arropada tirando de las que más te (y os) conocen.

En el caso de ellos hay un impedimento mayor: socialmente no está bien visto que un hombre se derrumbe tal y como hacemos nosotras.

Siempre tienen que demostrar su entereza y raro es que llamen a su amigo para llenarle el hombro de lágrimas (aunque hay casos de todo tipo, por supuesto).

Lo más habitual, como el ex de mi amiga, es que enseguida ocupen su agenda con planes y citas que les hagan distanciarse -al menos por un tiempo- del dolor de la pérdida.

No es una fase larga, tarde o temprano también terminan enfrentándose al luto. Y, por mucho que mi amiga ahora mismo no lo vea, a él va a pasarle tanta factura como a ella, aunque quizás no en el mismo momento ni de la misma manera.

A fin de cuentas, ellos también tienen su corazoncito y, como nosotras, deberían sentirse libres de poder romperse sin ser tildados de débiles.

Duquesa Doslabios.

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¿A qué viene esa obsesión que tenemos por ‘ganar’ después de una ruptura sentimental?

Hace unos días coincidí con uno de mis exnovios. Estaba acompañado de su nueva pareja y, una parte de mí, evaluaba la situación.

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Es imposible no hacer una reflexión de tu vida (y de la suya) cuando suceden este tipo de encuentros.

El “¿Y si..?” se cuela en tu cabeza. “¿Y si no hubiéramos roto? ¿Y si todavía estuviéramos juntos? ¿Estaríamos también casados o solo compartiendo piso?”

Porque, por muy feliz que estés con tu vida en la actualidad, ha sido una persona por la que ha habido una serie de sentimientos.

Algo que te lleva a preguntarte cómo os habéis desenvuelto después de la ruptura. Pero, sobre todo, quién ha ganado con el cambio.

Casi podría parecer que, una vez terminada la relación, da comienzo una competición en la que solo uno puede ganar.

¿El objetivo? Coronarse como el que sale mejor parado, ya sea por tener otra pareja con la que la relación ha llegado a nuevos puntos de compromiso, ascender en el trabajo o mudarse a Australia (oficialmente el país más guay del mundo desde 2017).

Es quizás una manera de crearnos la rivalidad (y, sobre todo, de querer considerarnos siempre los vencedores), repetirnos que hemos tomado la mejor de las decisiones siguiendo cada uno por un lado. Sentir seguridad por nuestra situación a modo de confirmación extraoficial.

Aunque al final existen tantos tipos de victoria como personas. A lo mejor, para alguien, ganar es haber pasado por el altar, para otra persona no haberlo hecho, tener varios hijos o no tener ninguno y adoptar un perro. O incluso la victoria de estar soltero.

Así que igual más que entrar en competición con tu ex, entra en competición contigo y pregúntate si estás donde quieres y con quien quieres. Si la respuesta es afirmativa, ya has conseguido el mayor triunfo.

Duquesa Doslabios.

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Gracias, siguiente

Hablar bien de tu ex es algo que parece, en mi caso, más que complicado, imposible después de que desaparezca alguien con quien hemos tenido una relación.

Y sin embargo, es de lo que trata la última canción de Ariana Grande, de pararnos a reflexionar sobre las relaciones pasadas y quedarnos solo con lo bueno. Sin el reproche, sin el dolor, solo con el agradecimiento de lo vivido y aprendido que nos ha vuelto la persona que somos ahora. Y eso, es algo que merece la pena agradecer.

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Así que gracias a V por enseñarme lo erótica que puede ser una película de terror en la última fila del cine. Gracias por volverme creativa estrujándome la cabeza para hacer planes divertidos cuando no teníamos más dinero que los 6 euros de paga semanal. Gracias por cumplir todas mis fantasías de adolescente, como enganchar un candado con nuestros nombres en el puente a dos calles de mi casa, aunque ahora me parezcan ridículas.

Gracias a K por animarme a sacar la mejor versión de mí, terminé en ese voluntariado gracias a él y fue una de las mejores experiencias de mi vida. Gracias por enseñarme lo que era el sexo, el de verdad. Gracias por prepararme un baño de espuma enseñándome que el amor es también estar ahí cuando la otra persona ha tenido un día de mierda.

Gracias a A por quererme tanto a pesar de las diferencias. Por hacer que apreciara el country y el hip hop aunque antes me negara con cualquiera de ambos estilos. Por enseñarme a comprometerme por primera vez, por descubrirme el deporte aunque no le cogiera el gusto hasta más adelante. Por escribirme una canción. Ni la Carolina de M Clan ni la Eloise de Tino Casal se sintieron en su día lo mitad de especiales que me hiciste sentir.

Y, ¿por qué no? Gracias a R por ser tan impulsivo, por hacerme vivir un amor que hacía palidecer a las comedias románticas, por hacerme sinvergüenza y atreverme a lanzar el tanga por la ventana, por enseñarme, a su manera, el valor de la vida.

Cruzarme con ellos por el camino ha ayudado a que cada vez tuviera más claro el mío sabiendo que, aunque no iba a transcurrir al lado de ninguno de ellos, sería, tras compartir un trecho, un camino en el que me sentiría más cómoda, más completa en diferentes aspectos pero sobre todo más yo.

Y tú, ¿qué le agradeces a tu ex?

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¿Qué hay detrás de la felicitación navideña de tu ex?

La Navidad se caracteriza por una cosa en especial. No es el turrón extraño que saca cada año Vicens, la lotería que nunca toca pero casi, las cenas interminables o los juegos de mesa que enfrentan a más familias que los retos virales del tipo «¿De qué color es el vestido?».

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La época natalicia se caracteriza por el mensaje inesperado de tu ex después de un periodo de tiempo sin ningún tipo de contacto.

Te puede pillar en el baño, a punto de hincarle el diente a una gamba pelada o celebrando la cuenta atrás hacia el Año Nuevo que siempre (siempre, siempre) te sorprenderá.

«¿Pero qué quiere ahora?» Suele ser lo primero que se nos pasa por la cabeza ante lo que, por lo visto, es tan solo una inocente felicitación navideña (que además va con tiernos emoticonos incluidos).

Si esto te resulta familiar, te han «Marleyado», que es el nombre que le han puesto en honor al fantasma Jacob Marley, que visita a Scrooge en Un cuento de Navidad, la obra de Charles Dickens.

La visita de los fantasmas de las exparejas o Marleying, según la web de citas Eharmony, sucede a una de cada diez personas de las que fueron encuestadas, y el 8% de la muestra afirmó que eran los que habían dado el paso a la hora de contactar.

Los factores que se barajan son varios (aunque David Guapo lo tendría claro: tu ex te quiere chuscar). La oportunidad por la proximidad, ya se sabe que todos volvemos a casa por Navidad, hace que haya quienes quieran ver si se puede reavivar unas llamas. Otra razón es la soledad, y es que ver a todas tus hermanas emparejadas (y a una que encima sospechas que tiene la cintura más ancha y no porque se esté pasando de polvorones) hace que te entre la melancolía de «Pero qué bien que estaba yo con mi ex».

Por mucho que las fiestas nos permiten acceder a la barra libre de escribir a las exparejas, piensa antes de contestar en qué punto te encuentras. A fin de cuentas, si no te convence, siempre puedes quedarte en devolver los buenos deseos y no dar más bola a la situación. Gracias y buen trato, valen mucho y cuesta barato

Duquesa Doslabios.

Cuando el pasado te golpea en la cara

Hacía casi cinco años que no se veían. No es que su relación durase mucho, unos 12 meses de idas y venidas, pero fue de las que hacen temblar los cimientos de las catedrales del cuerpo. Y del alma. Una de esas pasiones que dejan huella. La ruptura fue tan inevitable como dolorosa para ambos, y aunque no hubo excesivo ruido, cualquier tipo de amistad entre ellos era sencillamente imposible. No por nada, sino porque eran incapaces de tenerse delante sin acabar mezclados y con la piel atada. Célula a célula.

Así que se dijeron adiós y el tiempo fue pasando haciendo su trabajo. A ella le llegó alguna vez alguna noticia lejana a través de algún conocido, pero poco más. “Sigue siendo el príncipe de la pirámide”, le comentó alguien en una ocasión. Y a ella, pese a ser la abeja reina, le escoció.

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Eso ha sido todo en cinco años de existencias divergentes. Pero el azar, ya se sabe, es caprichoso, y este verano los llevó a coincidir, cada uno con su respectiva pareja, en un avión con rumbo a Croacia a donde ambos iban a pasar sus vacaciones. Los mismos días y los mismos sitios. Dubrovnik y las islas de korkula y Miljet. Maravillosa esta última, por cierto. El caso es que allí estaban, los dos frente a frente en la cola para embarcar. Tras la sorpresa inicial, fueron inevitables los saludos y las presentaciones. Y el azar, lejos de conformarse con eso, quiso también que las dos parejas tuvieran asientos muy cercanos.

El novio de ella, ajeno al antiguo vínculo entre ambos, no paró de hablar con él en todo el viaje y para cuando este hubo terminado, parecían amigos de toda la vida. La novia del susodicho tampoco parecía estar al tanto. Es más, todos se mostraban encantados de haberse conocido, excepto ella. Aquello la hacía sentir incómoda. Para cuando quiso darse cuenta su chico había propuesto quedar a cenar y tomar una copa. A fin de cuentas, sus hoteles estaban relativamente cerca… Los dos se miraron, pero antes de que pudieran decir nada la chica había aceptado encantada.

Y aunque trató de hablarlo con su novio, al que quiere, tuvo miedo de herirlo, de que este lo interpretase mal, y sin saber cómo esperó uno y otro día sin saber manejar aquello y ahora no sabe qué hacer con la enorme bola de nieve. Se vieron todos varias veces, como si nada, e intercambiaron teléfonos. Un número que ella aún se sabía de memoria. Ahora, ya de vuelta en Madrid, su novio y su ex, si es que puede llamarse así, se intercambian bromas por WhatsApp y planean quedar para jugar al tenis. Ella quiere llamarlo, abordar con él el tema y explicarle que no se siente cómoda con la situación, pero tiene miedo. Mejor dicho, se tiene miedo. Entretanto, ha empezado a soñar con él. Sueños tan turbios como excitantes. Y en algún lugar, los cimientos de una catedral han empezado a temblar. De nuevo.

 

Encontrarse de repente con el fantasma de un amor perdido

Fue como ver un fantasma. Estábamos las dos sentadas en una cafetería, una de esas de Madrid con mucha solera, cuando él entró con una mujer. No sabría decir si era una amiga, una compañera de trabajo o una novia. Se advertía cierta complicidad entre ellos, pero en ningún momento les vi darse un beso ni nada por el estilo. Yo no sabía quién era él, no lo había visto en mi vida, y no me habría parado a mirarlo ni un minuto si no hubiera sido por ella.

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Al principio no me di cuenta. Luego la vi quedarse pálida, con la mirada fija y las palabras que estaba pronunciando ahogadas en su garganta. “¿Qué te pasa, Laia? Parece que hubieras visto un muerto”, le dije, un poco asustada. Y en parte, así era. “¿Ves ese hombre, el de jersey gris y pantalón negro? Ese hombre era mi marido”. Yo ni si quiera sabía que hubiera estado casada. Entonces me vino a la cabeza, como un latigazo, aquel maravilloso libro de Sándor Márai, La mujer justa. Estaba ocurriendo exactamente la mismo, solo que en una cafetería madrileña del año 2014 en lugar de una del Budapest de mediados del siglo XX.

Laia no me ha contado qué fue lo que ocurrió entre ella y aquel fantasma. “Aquello pasó en otra vida”, me decía. Luego supe que no hacía tanto; unos tres años, más o menos. Salvo que no había vuelto a verlo, no me dio ni un detalle. Solo la certeza de un amor fallido, de un proyecto fracasado, de una apuesta perdida. La historia me llevó a reflexionar sobre mis propios fracasos y me pregunté si, en su situación, me habría impactado tanto. La respuesta fue que no, pero claro, yo sigo teniendo relación con mis exnovios (que no sexo). Con todos mantengo el contacto de una u otra manera, y eso cambia las cosas, supongo. Bueno, con todos menos uno, pero eso ya es otra historia.