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Lo que el documental de PornHub no cuenta

Yo no sé tú, pero desde que estrenaron el documental Hasta el fondo: la historia de Pornhub en Netflix, tenía pendiente ponérmelo para ver qué había de nuevo bajo el sol (o bajo el paraguas de la pornografía).

PornHub ordenador

20MINUTOS.ES

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Si nunca en tu vida has oído hablar de Pornhub, y para que entiendas el resto del artículo, basta con que sepas que es una web donde se cuelgan vídeos eróticos y es especialmente conocido por las analíticas que saca a final de año extrayendo cuáles son los gustos de su público en función del país en el que se encuentran.

Sí, así fue como descubrí que la categoría milf está en el top 3 de búsquedas más populares.

Peor vamos al documental, una perfecta narrativa de cómo el porno es esa cosa empoderante que permite que una mujer pueda vivir como Georgina Rodríguez trabajando solo unas horas al día delante de la cámara o cómo los intérpretes son ahora sus propios jefes sin depender de una productora.

El documental sabe dónde tocar: los palos de libertad sexual, de hacer con el cuerpo lo que se quiere, no faltan como hilo conductor del discurso.

Tampoco su manera de eximirse de las polémicas de vídeos de menores colgados en contra de la voluntad de estos con la premisa de que no pueden controlar lo que suben porque es una plataforma de libre acceso.

Aunque sea la plataforma quien lo monetice

Hay momentos en los que es todo tan de color de rosa que es como si Disney hubiera estado a cargo de la producción del documental.

Y además por la cantidad de mujeres que vemos defendiendo a capa y espada todas las bondades de su manera de ganarse la vida.

Pero, como cualquier otra película, no es real.

Y ni PornHub es feminista ni la pornografía la máxima expresión del empoderamiento femenino.

Ni todo el romanticismo de la historia edulcorada de la embajadora de PornHub que se pudo comprar una casa, nos desvía de otra gran realidad que no aparece en el documental: la mayoría de los casos no son así.

Porque, si así fueran, las grandes fortunas del mundo serían todos los trabajadores y trabajadoras que vienen del sector de la pornografía.

Pero ese es un porcentaje muy pequeño que es el que puede permitirse una vida de lujo, el que escoge sus horas de trabajo, el que recibe premios por sus vídeos y pagos aparte por sus apariciones en eventos.

¿Dónde están los pisos con varias habitaciones donde chavales de 20 años se pasan metidos 6 días a la semana delante de una cámara, el pan de cada día en Colombia con el boom de las webcams?

¿Los mismos pisos donde salen sintiéndose asqueados, avergonzados, pero con dinero para comer una semana más porque es el único trabajo que les da una fuente de ingresos rápida para una supervivencia de urgencia?

No se habla de que ese contacto tan temprano con unas imágenes demasiado erotizadas son las que hacen que prácticas con violencia de por medio sean las que nos veamos replicando a día de hoy sin saber si nos gustan o no.

Ni de que son caldo de cultivo de ‘Manadas’, como explican Mabel Lozano y Pablo J. Conellie en su libro PornoXplotación.

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Solo porque es más probable que veamos antes un vídeo porno que recibamos una clase de educación sexual que siembre las bases de que el deseo es algo que debemos construir y no reproducir de lo que vemos en la pantalla (y no hemos elegido).

Tampoco se habla de que la gran mayoría de consumidores de la pornografía son hombres, los mismos que luego cumplen sus fantasías que ven en las películas pagando por un servicio sexual.

Son ellos los que tienen la idea de que una mujer está siempre disponible. Bien a través de una cámara web o en vivo y en directo.

El problema es que hablar de esto sería revelar la incómoda verdad de que si esta página sigue con vida no es, como mantienen durante el documental, para darle ‘su espacio’ a la mujer y facilitarle esa independencia.

Es para darle a los hombres lo que desean. Bien una milf, asiática, dominatrix, mujer trans o niña menor de edad.

Mara Mariño

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