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No es que te haya dado calabazas, es que eres un machista

Estoy pedaleando sobre la bicicleta a que pasen los 30 minutos de rigor antes de irme del gimnasio. En la sala de cardio de mi centro a esas horas no hay mucha gente.

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De hecho estoy sola en mi fila de bicis. O al menos lo estaba. De un salto, a mis espaldas, aparece uno de los cruasanes, uno de los de manual, cabeza diminuta, brazos desproporcionados y desbordando testosterona por cada poro de la piel.

Su aparición me asusta porque ¿quién narices llega de un salto? Sonriéndome se pone en la bici de al lado y veo que empieza a mover la boca. Mis cascos no me permiten oír nada, así que me toca quitarme uno de ellos para escuchar lo que quiere decir y, por tanto, dejar por el momento uno de mis podcasts.

«¿Qué?», le digo. «Holaaa», me contesta. «Hola», digo cortante mientras vuelvo a mi podcast. Pero no es suficiente, vuelve a llamar mi atención. Me quito el casco con más desgana. «¿Qué?». «Do you speak English?», me suelta. «Yes», contesto parca.

Vuelvo a ponerme el casco y retrocedo los últimos 10 segundos para volver a engancharme al diálogo, que, casualmente, también es en inglés. Una tercera vez veo que el cruasán se inclina hacia mí hablándose.

Vuelvo a quitar el auricular y le increpo. «¿Qué?». «What’s your name?» Me dice ignorando claramente mi lenguaje corporal.

«Mi nombre es estoy haciendo cardio y no quiero que nadie me moleste«, le digo en un perfecto inglés mientras coloco el auricular y sigo pedaleando mirando a las pantallas de la sala. Pero siento que farfulla a mis espaldas.

Me giro y veo que está bajándose de la bici con rapidez para marcharse mientras mueve la boca. Libero mi oído para escucharle. «¿Qué dices?», le pregunto.

A mitad de la sala y a voces me contesta girándose. «Que eres tú quien me molesta a mí». Ahí está, justo ahí, el frágil ego de un hombre más de metro noventa y casi 90 kilos.

El armario empotrado ha tenido una reacción de machito herido al nivel de «tampoco estás tan buena», una prueba de su madurez y su autoestima así como de su educación.

Como no ha conseguido su objetivo, su presa, se conforma con otro pequeño placer, humillarme públicamente buscando quedar él por encima de mí para proteger su estima, ya que ha conseguido que un par de personas se giraran a ver quién había osado molestarle.

El mensaje por su parte está claro: como mujer si no te sometes, sufres las consecuencias, y yo las acabo de experimentar en carne propia.

Hablando con varios amigos hombres feministas, y poniéndoles en situación, me confirman que si una mujer les dice que no quiere que le molesten de la manera que yo lo hice, su reacción sería la de pedir perdón y dejar a la persona en paz, pero en ningún caso generar alborotos y mucho menos faltando al respeto.

Hay varias cosas que me molestan del suceso, la primera es que alguien se sienta con la libertad de molestarme, porque lo que hacía esta persona pasando por encima de mis deseos de hacer ejercicio a mi aire, es molestar, cuando ambos estamos en un espacio neutro, lugar en el que pagamos precisamente por hacer uso del servicio que yo estaba utilizando.

No estoy en un evento organizado para ligar de citas rápidas, estoy haciendo ejercicio a mi bola y reivindico que se respete mi derecho de entrenar tranquila.

En segundo lugar, si alguien te dice que no quiere ser molestada, discúlpate, eso antes que nada, y vete. No hace falta que reacciones como un drama king esgrimiendo tu machismo solo para ‘protegerte’ porque, noticias frescas, nadie te estaba atacando. En todo caso la atacada sería yo que he tenido que aguantar cómo invadías mi espacio hasta tres veces.

No digo que no se pueda entrar a gente desconocida en cualquier lugar si sentimos que realmente queremos conocer a esa persona, pero sí que respetemos su voluntad por encima de todo.

El final de esta historia es que fui a quejarme del comportamiento de aquel cruasán con la sorpresa de que su conducta alborotadora se podía seguir fácilmente en su ficha.

Es decir, aquel personaje tenía ya varias faltas de conducta, por lo que con mi queja, y una máquina sin descargar, se le invitó a irse del gimnasio. A día de hoy no continúa entrenando en mi centro, y solo espero que deje un poco de lado las pesas para centrarse más en cómo debe relacionarse con las personas (y mujeres especialmente) que le rodean, que más le valdría un poco de civismo para compensar tanto machismo.

¿Mi conclusión? Sed francas, marcad los límites, siempre educadamente, si sentís que los están sobrepasando. Y si tenéis la mala suerte de toparos con individuos como el que os he descrito, y se comporta como un salvaje, quejaos. No dejéis pasar ni media, porque el tiempo de que calladitas estamos más guapas, o el de sonreír con desdén esperando a que el otro se canse y cesen sus intentos, se ha acabado.

Time’s Up. Ahora toca dar un paso adelante y defendernos. Piensa que si a mí no me amedrentó aquel armario, nadie debería hacerlo.

Duquesa Doslabios.

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