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¿Qué pasa si son ellas quienes ‘llevan los pantalones’ en una relación?

Me gusta mandar, suelo llevar la iniciativa e intento que las cosas salgan de la manera que yo quiero. Y es algo que aplico también a mis relaciones.

Soy, por mucho que vea anticuada la expresión, quien lleva los pantalones. Y si yo fuera el hombre de la relación, supongo que no pasaría nada. Sería tan habitual que ese fuera mi rol, que a nadie le extrañaría. Pero como soy la mujer, a veces cambia un poco la cosa.

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Cambia porque, por muy orgullosa que esté de tener un carácter fuerte, no siempre la reacción de otras personas me hace sentir bien. Que en mi relación yo lleve más a menudo las riendas, despierta -de cara a los demás- precaución («joder con esta») y casi antipatía.

Mientras que mi pareja (hombre) suele recibir compasión, como si él no tuviera ningún tipo de control en su vida y estuviera supeditado a mis decisiones.

Si me pongo a repasar las relaciones de pareja que hay en mi familia desde mis abuelos, en todas puedo afirmar que son ellas, mis abuelas, tías o incluso madre, las que llevan la voz cantante.

Aunque, en muchos de esos casos, en la sombra. No sé si para que no resultara embarazoso para sus parejas o porque el mundo no estaba preparado.

Ahora me encuentro que lo de que nosotras llevemos los pantalones, tanto o más que ellos, ya se ve con más normalidad (quitando las reacciones que he comentado unas líneas más arriba).

Me tranquiliza que muchos de mi generación ya no se sienten identificados ni con esa frase ni temen el cambio de rol.

En lo que sí estamos de acuerdo -después de un rápido test vía Instagram- es que por muy en desuso que veamos la expresión, coincidimos en que puede que haya relaciones en la que uno de los dos sea más decisivo que el otro.

En mi caso, tengo claro que la personalidad hace mucho. Si ya de por sí soy activa e inquieta y estoy con pareja más tranquila, a ambos nos va a funcionar que lleve yo la iniciativa o que sea quien tire un poco del otro si no le sale tanto.

Claro que si viviera el caso de encontrar a una persona tan movida, tendríamos que ponernos más de acuerdo.

Lo importante de mi reflexión de hoy, el punto al que quiero llegar, es que nos desprendamos de una vez de los prejuicios que pueden implicar ver a una mujer llevar la voz cantante en una relación.

Como os digo, en mi caso, es fruto de la pareja que tenga en el momento y no debería ser considerado como algo negativo para mí (es decir, que no es que controle o someta a la otra persona) ni para él, que tiene poder de decisión en todo momento.

Duquesa Doslabios.

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¿No le van los juguetes sexuales? Esta es la razón por la que deberías huir

Cuando aquella vez saqué del cajón un pequeño vibrador con forma de bala, recuerdo que él se me quedó mirando totalmente descompuesto.

«Pero, ¿de verdad necesitas eso?», me preguntó entre asustado y un poco enfadado. Y si bien necesitar no era el verbo, sí, aquel juguete iba a ser la diferencia entre no alcanzar el orgasmo nunca o conseguir correrme.

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Años más tarde, el día antes de la boda de unos amigos, aproveché mi visita al Salón Erótico de Barcelona para hacerme con un recuerdo para los novios.

Mientras que mi amiga no escondió su emoción cuando abrió el regalo, él parecía molesto. Incluso llegó a comentarme más adelante que aquel detalle daba a entender que su experiencia sexual estaba incompleta.

Era una alerta roja en toda regla. Nerviosismo, sudoración, aceleración al hablar… Características inequívocas de que mi amigo tenía miedo.

Y la razón de su recelo era aquella mariposa de silicona, cuyo objetivo no era otro que el de aportar placer a un momento íntimo.

Pero él formaba parte de esos hombres que ven este tipo de objetos como una amenaza a su masculinidad. Tal y como me hizo saber, no entendía el uso de los juguetes teniendo un pene.

Y aunque sí que hay objetos con forma fálica, que se pueden usar para estimular de una forma parecida, lo cierto es que el abanico de artículos es enorme.

Succionadores, masajeadores, lencería o incluso juegos de mesa. La variedad es tan grande, que entrar a una tienda erótica es como pasar la tarde en el Ikea. Sabes que con algo picarás, aunque no entiendas el nombre sueco.

Lo que hacía mi amigo era reducir toda su vida sexual a los genitales. Aunque no iba a ser yo quien le explicara que el sexo no gira en torno al pene, me dio lástima encontrarme gente con menos de 30 años con esa mentalidad.

Las películas o las series, grandes fenómenos de la cultura popular, siguen anclados en esa idea de que solo cuenta una relación sexual si se da el coito, dejando el resto de prácticas relegadas a la segunda posición.

Pero no ya solo por el absurdo del falocentrismo, que parece que si no hay penetración, no hay placer.

También por el hecho de la aburridísima vida sexual que le espera a mi amiga con una persona así a su lado. La intimidad es experimentar, variar, probar y repetir de aquello que más nos ha gustado.

Cerrarnos en banda equivale a quedarnos con un solo sabor de helado porque es el único que hemos pedido, cuando la vida nos ofrece toda una carta. Y, como decían siempre nuestras madres, ¿cómo vas a saber que no te gusta si no lo has probado?

Duquesa Doslabios.

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Ligar ya no volverá a ser como antes según las series de Netflix

«Las series hablan de nosotros y nosotros somos como en las series» fue una frase que me dijo mi padre hace poco. Y sí, coincido con él por completo.

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Por un lado, se nutren de lo que vivimos, lo que conocemos, la forma que tenemos de relacionarnos, nuestros anhelos, nuestros miedos…

Por otro, tendemos a sentirnos identificados con lo que sale en la pequeña pantalla, acercándonos a causas, lugares o aficiones nuevas de las que trata la ficción.

Así que casi parece predictivo el hecho de que, al poco de empezar el confinamiento, fueran Love is blind y Too hot to handle dos de las series más vistas del catálogo de Netflix.

¿Significa que nuestra forma de relacionarnos, de conocer gente y de crear conexiones románticas –en definitiva, el amor– está cambiando? Si nos fijamos en sus tramas, parece que sí.

La primera trataba de darle el ‘Sí, quiero’ a un desconocido con el que solo te habías relacionado a través de conversaciones, uno aislado del otro.

Mientras que la segunda reunía a un grupo de solteros en una villa que no podían tener contacto físico sexual, algo que solo estaba permitido si llegaban a crear conexiones emocionales primero.

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Al eliminar las posibilidades de que se diera atracción por el físico o de tener sexo fugaz, los concursantes tenían que conocer a fondo a la otra persona.

Teniendo en cuenta que hemos estado (al menos los madrileños y catalanes) tres meses aislados en casa, recurriendo a formas de ligar alternativas que solventaran la distancia física, hemos vivido, como los participantes de ambos reality shows, nuestro particular proceso de deconstrucción.

Y, aunque ahora vuelve a estar permitido relacionarse en vivo y en directo -aunque sea en grupos pequeños-, como en los programas de Netflix, el contacto físico no entrará en juego hasta pasado un tiempo por cuestión de prudencia o desconfianza.

Es posible que el modelo de usar y tirar aplicado a las relaciones, el fast dating, se haya terminado. O, al menos, hasta que se encuentre una vacuna para el coronavirus.

Duquesa Doslabios.

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Cariño, hemos sobrevivido a la cuarentena

Si me pongo a pensar en lo que ha sido esta cuarentena conviviendo en pareja, no hay metáfora que me parezca más apropiada que la de un viaje por carretera.

Y joder, menudo viajecito hemos tenido.

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Con las prisas y los típicos nervios del principio, solo que, a diferencia de la maleta, teníamos que organizar la casa para lo que parecía el fin del mundo.

«¿Has comprado papel higiénico?», «No quedaba, pero he traído pasta de dientes, que también nos hacía falta».

Empezamos el trayecto sin saber muy bien dónde nos metíamos. Sin mapa de carreteras ni nada que se le pareciera. Y, como en cualquier viaje largo, hemos experimentado de todo hasta llegar al destino.

Desde recorridos cómodos con buena música y las ventanillas bajadas disfrutando del momento, hasta otros en los que solo queríamos pisar a fondo para que se acabara el día de mierda.

No han faltado en nuestro viaje las curvas. Solo que cambio los giros y volantazos por algún que otro portazo. Siempre fruto del agobio de convivir tantas horas, tan intensamente y en tan pocos metros cuadrados.

Mentiríamos si no reconociéramos que, en más de una ocasión, hemos ido a parar cerca del desfiladero y sin barrera de seguridad a la vista.

Ahora que ya distinguimos la meta de aquel viaje que empezamos a mediados de marzo, tenemos la sensación de melancolía tan propia de cuando llega el fin del verano.

Se acabarán esas horas juntos, que, en nuestro caso, con trabajos cuyos horarios son contrarios, tanta falta nos hacían. Es el fin de las comidas que me preparabas a diario, de las partidas de Catán a media tarde y los entrenamientos a oscuras en el salón.

De abrazarnos y besarnos cuando nos lo pidiera el cuerpo solo dejando a un lado el ordenador.

Pero ya casi hemos llegado. Y, si hubiera una imagen que nos reflejara al final de este ficticio viaje, en ella apareceríamos con la ropa arrugada, sudados y el pelo hecho un desastre.

Porque puede que haya habido momentos en los que la ruta pareciera, de tan difícil, interminable. Pero no me he cansado de que tú fueras el paisaje todo este tiempo.

Duquesa Doslabios.

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El futuro de las relaciones: sexo, citas y amor después del coronavirus

La sed y el hambre son dos de las cosas más difíciles de soportar. Y, estando aislados en casa, hemos llegado a la conclusión de que el contacto humano podría ir detrás de ellas.

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Se habla de la vuelta a la ‘normalidad’, de cómo será salir a la calle, movernos en transporte público, viajar…

Pero, ¿qué va a pasar con la desescalada a nivel emocional?

Esta experiencia nos dejará marcados y no sabemos hasta cuando. Por lo pronto, habrá que despedirse del roce en una cita.

Y eso que, como comunidad, tocarnos es casi fundamental para relacionarnos. Nos hace sentir confiados, conectados como parte de algo y nos ayuda a despedirnos del estrés.

Estar cómodos en la intimidad podría cambiar. Por mucho que en un futuro haya una vacuna, después de las imágenes que hemos visto, los síntomas que conocemos de primera mano y familiares que hemos perdido en estas circunstancias, ¿quién no se lo pensará dos veces antes de cogerse de las manos? ¿Quién no dudaría antes de acercarse a dar un primer beso?

El amor no desaparecerá, pero nos lo pensaremos dos veces.

Aguantando semana tras semana en casa, el sexo ha quedado fuera de carta. En su lugar, hay barra libre de aplicaciones para ligar.

Incluso en estas circunstancias, se ha encontrado una vía de seguir avanzando: hablar. Las videollamadas, chats interminables o citas virtuales lanzan un alentador mensaje: el punto fuerte es tener una buena conversación.

Y si antes no había pie a una segunda oportunidad -teníamos tantas opciones que, ¿quién querría esforzarse en conocer más a fondo si había la mínima duda?-, ahora no nos atrevemos a descartar con tanta facilidad.

O incluso a la hora de volver a retomar contacto con esa antigua pareja a la que, obra de la cuarentena, hay quien se arrepiente de haber dejado escapar.

Duquesa Doslabios.

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No solo de ‘fuegos artificiales’ está hecho el amor

Soy una crecidita niña Disney. Al haber nacido en los 90, Aladdín, Pocahontas, Hércules o La Bella y la Bestia fueron algunas de las películas que marcaron mi infancia, haciéndome soñar con lo de convertirme en princesa.

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Si a eso le sumamos la cultura popular de mi adolescencia -en la que los libros de Crepúsculo idealizaron el romanticismo hasta tal punto de que me pareciera idílica la relación entre un vampiro de cientos de años y una humana-, ¿cómo no iba a salir con la cabeza hecha un lío?

Soy fruto de todos las historias de amor que han pasado delante de mis ojos y de mis coetáneos. Eso ha conseguido que tuviera una relación tóxica y me resultara imposible verla, por todo lo que había aprendido de lo que se suponía que tenía que ser una pareja.

Desaprenderlo me costó tiempo, dinero y energía, pero meses después de acudir a una psicóloga estaba lista. El amor no era lo que me habían vendido de ‘chico conoce a chica’, el amor más sagrado e importante era el que me profesara hacia mí misma, incluso teniendo pareja.

En este proceso de aprendizaje desde cero, le tocó el turno también a los fuegos artificiales. Ya se empeñan en decírtelo las películas, series, canciones y hasta memes en redes sociales: o es una locura o no cuenta como amor.

Es como si solo las chispas dieran validez a una relación emocional. En realidad, he podido comprobar como el amor va mucho más allá.

Como le explicaba a una amiga, para mí es el concepto ‘chocolate caliente’ versus ‘fuego artificial’.

Los fuegos son sentimientos explosivos, muy vistosos y desmesurados. Te hacen sentir que harías cualquier cosa por esa persona y que el nivel de experiencias conjuntas casi roza la locura. Y, como los propios espectáculos de luces en el cielo, son muy espectaculares, pero breves.

En cambio, para beberse un chocolate caliente, hace falta tiempo. Para calentar la mezcla lo suficiente y después para que se enfríe y poder beberlo sin quemarse. Una vez das el primer sorbo, la sensación dulce te hace sentir abrigo por dentro, casi como si el líquido de la taza te diera un abrazo.

Y aunque no quiere decir que en estas relaciones no haya espacio para la química, para que salten chispas, no lleva el ritmo desmesurado, fogoso y rápido de un fuego artificial. Lo que no significa que no sean igual de válidas a la hora de darles una oportunidad.

En mi experiencia, las relaciones que podrían haber brillado en cualquier cielo, han sido bonitas y muy divertidas, pero poco más.

Por otro lado, mi relación más larga, en la que más feliz he sido, es como tomarse cada día esa taza de chocolate caliente. Simplemente, verle dormir a mi lado me hace sentir en paz con el mundo, ridículamente afortunada por haberme encontrado con una persona tan fantástica. Con la certeza de que estoy en el lugar y junto a la persona con quien quiero estar.

Ha sido ahí donde he encontrado algo real, profundo y fuerte que me impulsa a ser la mejor versión de mí misma cada día.

Y si esa felicidad plena no es amor, dudo bastante que la consiga un espectáculo pirotécnico.

Duquesa Doslabios.

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O acaba la cuarentena o acaba mi relación de pareja

Al menos esa es la conclusión a la que estoy empezando a llegar viendo el panorama.

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Esto comenzó de una manera casi romántica. Unas semanas solos los dos en casa, sin posibilidad de hacer planes con familia o amigos.

Parecía el momento perfecto para volver a conectar, para avivar esa llama que a veces peligra con el ritmo de la costumbre.

En mi cabeza, la teoría sonaba hasta bien. Ya nos imaginaba asistiendo a esas clases virtuales de baile vía Youtube desde el salón.

Escogiendo entre los dos una canción y recordándola, desde ese momento y cada vez sonara, como la de nuestra cuarentena de miel.

Y pasó lo de siempre, que al final mis fantasías parecen dirigidas por John Cusack, mientras que es como si mi vida estuviera a cargo de Tim Burton.

Las comedias románticas están en el extremo contrario en este momento y, como yo, me consta que muchas parejas caminan por la cuerda floja.

Que los dos trabajen, da lugar a discusiones por el espacio. Que solo sea uno el que lo haga, también.

Las tareas domésticas, la logística o incluso dejar o no subida la tapa del wáter… Cualquier excusa es buena para terminar (o empezar) la jornada discutiendo.

Los aplausos de las 20 h y las broncas en cualquier otra franja horaria, son el pan de cada día.

Incluso empiezo a preguntarme qué tan terrible sería convertirme por unas horas en su teléfono móvil. Para que me toquen y me presten toda la atención durante un rato, claro.

Y es que ni Netflix, ni Disney +, ni Amazon Prime consiguen hacerle la competencia a las 6 horas que muchos pasan haciendo scroll en Instagram (algo que se puede extrapolar también al mando de la consola).

El aislamiento está consiguiendo más parejas al borde de la ruptura que la crisis sentimental antes de que empiece el verano.

Si lo que te gustaba menos de la otra persona pasaba más desapercibido, con cada uno inmerso en su rutina, estando las 24 horas juntos, es imposible no descubrirlo. Y una vez lo encuentras, no puedes hacer como si no lo hubieras visto.

Quién nos iba a decir que solo hacía falta aislarnos en casa, en compañía de nuestra pareja, para averiguar si la relación cojeaba.

Duquesa Doslabios.

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¿Seremos capaces de querernos como nuestros abuelos?

Empiezo la semana con el regusto más amargo, el de un adiós que no esperaba tener que dar hasta dentro de muchos años. Pero el coronavirus ha trastocado los planes de vida de mi abuela.

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Si ya de por sí ha sido dura la distancia física, que no ha permitido que nadie de mi familia pudiera estar con ella, he intentado reducirla vía telefónica buscando y ofreciendo ese apoyo que tanto necesitábamos en aquel momento.

No podía faltar en la lista de llamadas el nombre de su marido, mi abuelo.

Aquella no fue una conversación larga, pero había algo que tenía que decirle, además de que le quiero. Quería darle las gracias.

Gracias porque llevaba años cuidando de ella. Por ser quien controlaba las pastillas que debía tomar, por cocinar, por avisar en el caso de que se cayera, respirara mal, de que algo fuera de lo habitual pasara.

Si algo sé es que para él no ha sido fácil. Vivir con una persona que tiene alzhéimer te obliga a sacar una paciencia y una fuerza que ni sabías que tenías.

Y con esto no digo que fuera una relación de película. Sé que hubo momentos difíciles y retos a los que no muchos matrimonios han tenido que enfrentarse.

Con todo, mi abuelo estuvo ahí. A veces con más energía, otras rezongando, pero siempre ahí, hasta el final.

Exactamente igual que mi otro abuelo, convirtiéndose para mí en dos grandes ejemplos de que el amor va mucho más allá de subir las fotos juntos a una red social.

Es ese amor cotidiano que se construye, más resistente que ningún otro, en las alegrías y penas del día a día.

En compartir la cita del telediario de las 9, en ir del brazo a ese pasito tan lento de quien se adapta a la poca movilidad de la otra persona, en quedarse al pie de la camilla cuando uno de los dos pasaba por el hospital.

Así que de esta pérdida saco en claro que, dentro de lo devastador que ha sido, he tenido suerte.

He podido ver durante muchos años cómo se querían. Más o menos cariñosos -quizás hasta a su manera-, pero sin dar nunca la espalda a la otra persona, la mayor lección de amor que podrían enseñarme.

Duquesa Doslabios.

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¿Y si me equivoco de persona? ¿Y si no es la correcta?

De pequeña pensaba que el amor sería mucho más fácil si, al nacer, nos pusieran un código y, a la persona de nuestra vida, exactamente el mismo. Descubrirla sería tan sencillo como ir comparándolos (¡y qué cantidad de tiempo ahorraríamos con historias que no van a ninguna parte!).

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Pero por desgracia para mi «yo» de 8 años -y por suerte, en general- el amor escapa a todo tipo de control.

La duda de si la persona que está a nuestro lado es la correcta, con la que realmente queremos pasar el resto de nuestra vida, puede ser una pregunta que nos repitamos en más de una ocasión.

Como dice un amigo mío: «¿Y si hay alguien más apropiado, más idóneo, ahí fuera?»

Es imposible saberlo nunca al 100%, ni siquiera cuando has construido todo con alguien: una casa, una familia, un universo. Incluso en esos casos, está el ejemplo del divorcio tardío que viene seguido de matrimonios, todavía más posteriores, porque han encontrado de nuevo el amor.

El miedo a no estar con la persona correcta se cuela en nuestra cabeza. A veces es un susurro y otras irrumpe a voces.

Sobre todo porque antes no había tantas opciones a la hora de mantener una relación, tanto tiempo libre ni tantas conexiones con personas de diferentes parte del mundo a las que puedes llegar usando únicamente un teléfono.

Como romántica empedernida, soy de las que anima a ponerse en manos del sexto sentido y hacer un experimento sencillo. Basta con escoger cualquier noche en su compañía y mirar mientras duerme.

Imagina ver esa cara todos los días desde ahora. En invierno, en verano, en Navidad, cuando estrenen la próxima película de Marvel, cuando te levantes con un trancazo, cuando haya una comida familiar…

¿Sientes una mezcla entre ilusión, ganas, expectación y, ante todo, felicidad? No busques más.

Y ya que nunca tendremos la seguridad de que la de ese momento es ‘la historia de amor’, la auténtica, ¿por qué no vivirlas todas con la misma intensidad como si lo fueran?

De la misma manera, forma parte del camino salirse en algún momento del sendero principal y conocer otros paisajes.  A todos se nos puede venir a la mente esa persona que, en el fondo, tanto la cabeza como el corazón, coincidían en que no iba a ninguna parte.

Pese a ello, hemos seguido adelante, ignorando el aviso. Porque lo bonito de la vida también son las equivocaciones.

Duquesa Doslabios.

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Toda primera cita debería empezar por comer una hamburguesa

De todos los sitios, de todos los planes, de todo Madrid, ir a tomarnos una hamburguesa fue la primera cosa que hicimos juntos. Nuestro comienzo.

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No lo sabía entonces, pero sería el mejor plan para conocerte, o, al menos, para darme cuenta rápido de que el estómago era una de las vías más directas para conquistarte.

Ni Burger, ni McDonalds, ni Goiko Grill: un mercado de Malasaña fue el elegido para alejarnos de las más típicas y buscar algo de calidad, ya que eras nuevo en la ciudad.

Porque mi objetivo, el que pudiste adivinar si leías entre líneas entonces, y el que sigue siendo a día de hoy, es descubrirte lo menos conocido de aquí.

Que el veganismo no era lo tuyo me quedó claro cuando tu elección fue una hamburguesa de buey. Quién te iba a decir que, años más tarde, me verías a mí pidiendo lo mismo, solo que de lentejas y quinoa.

Si la tortilla -con o sin patata-, funciona a la hora de hacerte una idea de si tienes futuro con tu acompañante, con la hamburguesa pasa lo mismo.

O eres de huevo o de tomarla sin huevo. Te gusta con pepinillo o lo aborreces. Y, en el peor de los casos, de esa gente que incluso teniendo una buena carne, le echa ketchup.

La escogiste con el típico pan de semillas de sésamo pero de una carne peculiar. Clásico, pero con un punto sorprendente, muy en tu línea, como eres en todos los aspectos.

Al poco descubrí, con tu ofrecimiento de probarla, que eras (y eres) muy de compartir. Hasta el punto de que somos de esos que piden dos platos que nos vayan a gustar a ambos para catar siempre la mitad del otro.

Que no dejaras ni una miga en la bandeja tachó otra de las cosas de la lista. Tenía ante mí a alguien de buen comer. Si llegaba el momento, ibas a encajar en la familia.

También la hamburguesa me sirvió para analizar hasta qué punto me seguías pareciendo atractivo cuando tenías la boca manchada con un poco de tomate (y me lo pareciste mucho, créeme).

Deduzco que lo mismo te pasó a ti, que me viste pringada casi hasta los codos. Mi técnica, en ese momento, era tan terrible que terminé por comerla medio deshecha.

La particular prueba de fuego gastronómica me permitió fantasear sobre cómo eras en la cama. Viendo cómo la cogías y te la llevabas a la boca -con ganas, de forma casi apasionada-, la imaginación jugó la buena pasada de pensar que es así como podrías llegar a hacérmelo a mí.

Aunque la respuesta más simple de por qué mi test de compatibilidad empieza por una hamburguesa es tan sencilla como que se trata de una de mis comidas favoritas. Encontrar a alguien con quien compartir no ya el gusto, sino el amor por ella (ya que pretendo comerla muy a menudo a lo largo de mi vida), me parece un buen punto de partida.

Duquesa Doslabios.

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