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Vive cada historia de amor como si fuera la última

Siempre en la línea de querer por encima de mis posibilidades, después de mi última relación pensaba que no habría un después. Que aquello no iba a tener fecha de caducidad, que no llegaría el punto final.

Y cuando acabó, me tocó hacer cambio de armario emocional. Guardar el amor -quién sabía hasta qué temporada- y sacar en su lugar todas las dudas que iba a llevar puestas a partir de ese momento.

Las de qué viene ahora, cómo voy a volver a querer a otra persona, si podré volver a confiar o si me volveré a enamorar.

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Sin prestarles mucha atención, no fue hasta que empezaron a llegar otras personas que pasaron de ser pensamientos sueltos a una retahíla diaria y machacona, como cuando se te pega una canción y no puedes cantar otra cosa.

Mi problema es que esas preguntas pesan, me pesan porque es muy reciente mi estancia en ambos lados. El bueno, el de vivir de sentimientos como único sustento y saber que solo viéndole vaciar el lavavajillas, yo tocaba la felicidad con los dedos.

Y el oscuro, el de aprender a vivir recogiendo los trozos de un amor que se ha roto al mismo tiempo que lidiaba con el dolor que conllevó perder a alguien que, en mi cabeza y corazón, era mitad.

Mis dudas no vienen solas -no iban a ponerme las cosas tan fáciles, las muy cabronas- vienen con miedo. Uno insondable que me hace sentir pequeñita. Hasta el punto de que a veces me come y arrolla por el camino.

El miedo de estar volcándome de nuevo, de abrirme y confiar lo más privado de mí y, de paso, regalar a mi círculo más cercano, esas personas que se vuelcan tanto como yo misma y abren puertas sin reservarse el derecho de admisión.

Y no es tanto por compartirme y que sepa que lloro con todas y cada una de las películas musicales que me pongan. Es por volver a apostar y que salga mal.

Por seguir dando tumbos entre personas con las que, por mucho que quiera con todas mis fuerzas, nunca llegan para quedarse conmigo.

No quiero repetir patrones, caer en los mismos errores una y otra vez y volver a la música de Leiva de madrugada. Soy de las que prefieren pensar que llevan la lección aprendida y, actuando en consecuencia (que no es consecuencia, es prudencia), no volverán a verse en una igual.

Como si envolver mis decisiones en papel de burbujas fuera a librarme de una hostia emocional. La ingenuidad…

Porque ni es algo que dependa de mí ni una enseñanza que me dé la certeza de que aquello no va a volver a pasar.

Se me olvida que es algo que no solo se escapa de mi control (como si hubiera algo que pudiera vigilar a estas alturas…). Cambiar el orden y la velocidad a la que quiero hacer las cosas se opone a serme fiel a lo que quiero y a dejarme llevar.

Que madurar no era dejar de sentir y rendir al 25% de capacidad sentimental.

Pero, sobre todo, por la vida en sí misma. Que solo es una y va al vuelo. No espera a que supere mis pérdidas.

Arrolladora y urgente, ya está aquí con la siguiente oportunidad. Y toca cogerla y darlo todo como si fuera la última vez que vas a latir por alguien.

Porque un día será así.

Duquesa Doslabios.

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