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Muñecas sexuales y violencia hacia las mujeres: una oscura relación

Fue en el pasado Salón Erótico de Barcelona que vi, por primera vez, una muñeca sexual.

Además me acuerdo que una amiga sexóloga me invitó a meter un dedo por el orificio que imitaba la vagina para comprobar cómo se parecía a la realidad.

Y sí, mucho.

muñeca sexual

ROSEMARY DOLL

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La muñeca parecía mirar al infinito mientras descubríamos que hasta su piel tenía esa textura aterciopelada, tan similar a la nuestra.

Sabía que era un juguete sexual, pero es que parecía muy humana.

Ya no era como esos modelos que salieron cuando empezó el furor por las muñecas sexuales, que parecían flotadores de color rosa con la cara pintada por un niño de Art Attack.

Aquello era como estar en el principio de lo que podría convertirse en Blade Runner, una sociedad formada por humanos y replicantes.

Y, por supuesto, algo me rechinaba.

Siendo tan parecidas, lo único que podría faltar en apariencia, para sustituir a una mujer real, era el calor corporal y la respiración.

Dos características que muchas empresas, especializadas en muñecas, también permiten añadir a sus diseños.

En tanta similitud veo el problema. Porque al emular seres humanos casi a la perfección, tiendo a pensar que más de uno podría confundirse tratando a las muñecas como mujeres… Y a las mujeres como muñecas.

Y un último estudio realizado por The Journal of Sex Research, que se centró en analizar los comportamientos de hombres heterosexuales que poseen muñecas sexuales, acaba de confirmar mis sospechas.

Se dividió la muestra en dos grupos, los que trataban a la muñeca como su pareja y aquellos que la utilizaban como cualquier otro artículo íntimo.

Fueron los que se sentían en una relación con la sex doll quienes, en la siguiente fase del estudio, mostraban actitudes violentas hacia las mujeres reales.

Tendían a cosificarlas y mostrar comportamientos más hostiles hacia ellas, fijándose solo en el aspecto físico de estas -sin prestarle atención a la forma de ser, conversación, etc- y considerando que las mujeres reales solo buscan aprovecharse de los hombres y hacerles daño.

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Del grupo que pensaba de esta manera, gran parte estaba formado por hombres divorciados o solteros.

A diferencia de las mujeres humanas, consideraban a su muñeca la pareja perfecta y sentían que tenían un vínculo emocional con ella.

En cambio, los participantes del otro grupo, solo veían la sex doll como podían ver un masturbador. No se habían involucrado con ella de manera sentimental.

Los resultados de sus pruebas tampoco mostraban que les afectara a la hora de relacionarse con mujeres, solo eran un juguete sexual más.

Así que mi conclusión es que lo que realmente habría que cuidar es qué se hace con ellas. Una muñeca puede cumplir una fantasía de la misma manera que otros productos ayudan a explorar la sexualidad.

Pero no se pueden seguir adquiriendo como quien compra una mujer ‘a medida’. Sobre todo porque muchos de los que tienen estas muñecas en casa afirman que son «mejores que las mujeres de verdad».

Cuando lo que las convierte en ‘mejores’ es que no hablan, no se mueven ni tienen voluntad -por lo que no se oponen a los deseos de su propietario-, realmente se está comprando que pueden hacer con ellas lo que quieran sin ninguna consecuencia.

Es decir, se fomenta esta idea de que el sexo es un bien más que se puede adquirir en el mercado.

Por el camino quedan olvidadas la intimidad y la empatía, dos cosas que se construyen interaccionando entre las dos partes.

Así como el consentimiento, que es algo que sí es imprescindible para tener sexo con una mujer real.

Mara Mariño

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Si es tu pareja, ¿necesita tu consentimiento?

Te planteo una pregunta: el que era mi novio de aquel momento, estaba tumbado en la cama. Yo me encontraba recostada a su lado.

Estábamos viendo la reposición de una famosa serie de televisión cuando me dijo que si se la podía chupar.

Una pareja sentada en la cama consentimiento

PEXELS

En aquel momento, con toda la pereza del mundo de estar en la postura perfecta sin ganas de nada que no fuera seguir tumbada, le dije que no me apetecía.

Se incorporó y empezó a decirme que cómo podía ser tan egoísta. Que si me lo pedía era porque lo «necesitaba», porque «estaba pasando un mal momento», porque aquello le haría «pensar en otra cosa».

Si como pareja suya, no era capaz de ver todo eso, si no lo hacía por «el amor que sentía», es que no era «una buena novia».

Bajé la cabeza y se la chupé.

Y ahora la pregunta: ¿consentí a tener sexo?

Accedí, sí, pero de manera coaccionada, sin ninguna gana de hacerlo.

Solo por la presión de su discurso y por haber pulsado una tecla que siempre funcionaba conmigo, la de la culpabilidad de querer ser la mejor pareja.

Accedí y ahora me arrepiento. Porque así no debería ser poner en práctica algo placentero, con un chantaje emocional, haciendo a la otra (o al otro) sentir mal.

Accedí, pero mi consentimiento interno -que no el que puse en práctica- no estaba de acuerdo con mis acciones.

En aquel momento tenía que haber visto que, una persona que recurre a la manipulación para conseguir algo (lo que sea), no era buena para mí.

Pero llegamos a una pareja todavía con muchas cosas que desaprender. La primera es que estar con alguien nos abre la puerta a una barra libre de sexo. Cuando y donde quieras puedes pasar por la estación de sus piernas a recargar o descargar, lo que prefieras.

Y nosotras todavía arrastramos la culpabilidad de que, si nuestra pareja no está satisfecha, puede irse a otro lugar -que es otra persona- a conseguir eso que no podemos darle.

Lo que deberíamos tener claro, en su lugar, es que si esa es la razón por la que alguien se va de nuestra vida, no es la persona que queremos a nuestro lado. Mejor solas que forzadas a follar.

Estar en pareja implica que haya sexo siempre y cuando las dos personas quieran tenerlo por voluntad propia. Si uno de los miembros no está de acuerdo por lo que sea (dolor, sueño, cansancio o que no le apetece y punto), debe ser respetado.

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Que haya sexo en pareja no implica tampoco acceder a cualquier tipo de sexo. No todas las prácticas se pueden realizar sin tener antes una conversación primero asegurándonos de que no cruzan los límites de nadie.

Así que quédate con esto: si ignora tus negativas, si te coacciona, si te manipula, si se enfada si no lo haces, si te amenaza, si te resignas, no estás teniendo sexo con tu pareja. Te está violando tu pareja.

Mara Mariño

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De las violencias machistas que no se ven

La primera vez que mi psicóloga me dijo que había estado en una relación de maltrato, pensaba que, por muy profesional que fuera, estaba equivocada con mi caso.

Yo no me parecía a las mujeres de moretones en los ojos y narices rotas que aparecían en las campañas del gobierno.

UNSPLASH

Quizás porque no era consciente de que la violencia no eran solo los puñetazos en la cara.

Identificar un maltrato psicológico es mucho más complicado. Primero porque somos nosotras mismas las que nos negamos a verlo.

Segundo porque no deja huella por fuera, pero te va mellando por dentro.

Llega un punto en el que dudas de todo. Dudas incluso de la realidad que te rodea porque él es tan convincente diciéndote que las cosas no han pasado, que te planteas si te lo has imaginado.

Te dice que exageras, que estás loca, que ves cosas donde no las hay y, en tu momento de debilidad, empiezas a darte la espalda a ti misma.

A decirte que dejes de hacer o decir, que si quieres que funcione tienes que dejar de imaginar cosas. Incluso te es más fácil pensar que ha salido de tu cabeza que encajar que la otra persona te ha hecho algo.

Porque cuidado como no lo hagas. Los castigos no son solo verle romper cosas y escucharle decir que se pone así por tu culpa. Que es por lo que has hecho o dicho que le has sacado de quicio. Que él no es así y que hay que ver lo que le haces hacer.

Se enfada tanto que te deja de hablar. Que desaparece de tu vida de manera intermitente. Te castiga de la peor de las maneras comportándose como si tú no existieras.

Y luego vuelve para contarte que no puede contigo, que le has llevado al límite y que va a terminar con tu vida. Que seas bien consciente de que eso pesará siempre sobre tus hombros. La responsabilidad de su muerte.

En ese punto oscuro y profundo donde quieres evitar lo que sea para que no se haga daño, te ofrece una alternativa. Comérsela un día, darle esa contraseña, ser él quien siempre te va a buscar cuando sale del trabajo…

Algo que hace porque, según él te quiere como nadie. No quiere que te tropieces con algún indeseable. Y además te subes al coche y pone tu canción favorita. Te la canta y te besa la mano cuando el semáforo se pone en rojo. Te recuerda que es el amor de tu vida.

Así que ahí es fácil que bebas de ese afecto, de la taza de casito, de que sonría otra vez y te acaricie.

En ese momento es cuando harías lo que fuera por no volver a ‘sacar’ esa versión de él. Has cedido en tantas otras cosas, que hacerlo de nuevo sobre lo que sea con tal de mantener esa paz, no te parece un sacrificio ni un esfuerzo. Sino la solución definitiva.

Con la diferencia de que, sin saberlo, vuelves a reiniciar el ciclo y, esas subidas y bajadas, te mantienen enganchada. Hasta que decidas salir.

Duquesa Doslabios.

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Cultura de la violación, vamos a por ti

Hace algunos años, vivía en Italia. Primero estudiando y luego trabajando, de forma que pude ver de primera mano una de las cosas que menos me gustaban de allí: el machismo.

Un machismo muy parecido al español, escandalosamente evidente, pero tan silenciado que era casi de mala educación mencionarlo.

En Italia, como aquí, la víctima nunca es la mujer agredida. En todo caso es el agresor.

GTRES

Fue algo que aprendí cuando, uno de esos días en los que iba al trabajo, un desconocido me siguió por el tranvía hasta ponerse a mi altura y tocarme de cintura para abajo en varias ocasiones.

Al increparle en alto con mi italiano básico empezó a llamarme loca, como si me lo estuviera imaginando todo.

Nadie de mi alrededor más cercano hizo nada por mí hasta que distintas mujeres salpicadas por los extremos de la cabina empezaron a gritarle -a una- que se bajara.

Cuando llegué a la oficina, todavía temblorosa, y le conté lo que había pasado a mi jefe, pavesano de pura cepa (aunque podría haber sido de cualquier otra parte de Italia), no solo me llamó exagerada.

Afirmó que debería sentirme halagada de esa clase de atención y que verlo como una agresión me convertía, y cito literalmente, en una radical.

Tres años después, sale en los medios italianos el caso de un empresario de 43 años que drogó, secuestró y violó de todas las formas posibles durante horas -grabándolo en vídeo desde distintos ángulos- a una mujer de 18 años.

Y, como podría pasar en España, las reacciones han ido del “Hay que ver estas chicas de ahora que solo quieren hundir con sus mentiras a hombres decentes, es una cruzada contra nosotros” al “Bueno, pero es que ella fue a cenar voluntariamente con él, que no hubiera ido” y pasando por “Hasta que no haya un veredicto debe primar la presunción de inocencia”.

No solo estos son los discursos que circulan por ahí, es igual de doloroso que uno de los diarios italianos haya sacado el caso entre sus páginas (digitales) refiriéndose a él como un empresario brillante y activo como un volcán que, por culpa de esto, se ha apagado.

De la víctima, que pasará el resto de su vida traumatizada, intentando recomponerse de una cosa tan cruel siendo además juzgada como si fuera la responsable de haber sido violada, nada. Su ‘apagón’ no es digno de mención.

Por suerte, la indignación de otro sector de la población ha mostrado que aquel artículo solo fomentaba la errónea creencia de que son las mujeres las que deben ser puestas en el punto de mira, mientras se exculpa a sus agresores bajo argumentos relacionados con cuestiones que nada tienen que ver con sus actos (como si ser un gran profesional exculpara de haberse portado como un monstruo).

Y es que este tipo de excusas forman parte del discurso que defiende la cultura de la violación, una de las consecuencias de moverse en una sociedad machista que pretende minimizar las agresiones sexuales mediante la normalización y la justificación.

Que Italia, por primera vez, reivindique un caso de ese estilo hasta el punto de que el diario haya borrado la noticia y se haya disculpado, es una buena noticia.

Sobre todo cuando llevan años aceptando titulares que justificaban feminicidios con la retórica del crimen pasional: el «no soportaba vivir sin ella», «no le correspondía» o «en un ataque de celos».

Si nuestro país vecino despierta, nos sirve para refrescar también a este lado del Mediterráneo algunas ideas, empezando por la importancia de reclamar lo que nos parece justo, incluso cuando pensamos que por compartirlo en una red social no va a tener repercusión.

Se empieza por lograr cambiar un titular, un titular que promueve un discurso y, por último, una cultura de desigualdad.

Y aunque es triste que sea de las pocas formas de combatir el machismo, que tiene tantas ramificaciones y defensas hasta de sectores (en teoría) al servicio de la sociedad, estamos en un punto en el que no tenemos otra alternativa que andar con mil ojos y exigir periodismo de rigor, sin excepciones desiguales.

De lo contrario, volveremos al mismo punto en el que estábamos hace unos años.

El de guardar silencio porque, si ni la justicia, ni los medios ni los propios lectores posicionan su credibilidad en el lado que deben.

El de no decir nada para no tener que leer o escuchar que solo lo haces para buscar fama.

El de callar para evitar ser, después de violada, juzgada por limitarte a vivir tu vida sin hacer daño a nadie.

Duquesa Doslabios.

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¿Y si no volvieran a abrir los prostíbulos que ha cerrado el coronavirus?

Mi última semana de vacaciones termina con un regusto agridulce.

PIXABAY

No tanto por la melancolía tan propia del fin del verano, esa que sigo teniendo la suerte de desconocer por la ilusión que me provoca el nuevo curso.

La sensación era producida por aquellas puertas metálicas cerradas, rodeadas de palmeras, que estaban a pocos metros de la entrada principal del hotel.

Recuerdo que, la primera vez que llegamos, pensé que se trataba de un bar de copas.

El nombre -con letras gigantes plateadas o el toldo oscuro que tanto se usa a la entrada de los pubs-, parecían que aquello o era una discoteca o un local para tomar algo, el clásico sitio donde la música no va a ser estridente y el alcohol no (tan) malo.

Ante la perspectiva de poder hacer ese plan durante la estancia, quise comprobar vía Google si debíamos conocer medidas concretas por la Covid o si, simplemente, lo que íbamos a encontrar dentro era un antro de garrafón y suelo pegajoso.

Las reseñas lo aclararon todo. Aquello era un puticlub.

Y, en los comentarios, los puteros valoraban su experiencia como quien escribe una reseña en Tripadvisor tras probar el menú de un restaurante.

«Chicas muy guapas y cariñosas», «Muy lagartas para lo que pagas», «Mujeres muy hermosas para pasar una noche de una gran compañía. Lo recomiendo»…

Uno tras otro, usando nombres de las propias mujeres del local, o hablando de ellas por su nacionalidad, comparaban, comentaban, recomendaban o desaconsejaban.

Incluso hubo quien afirmaba que mejor ir a esos locales, en vez de a bares, por el físico de las mujeres que, a diferencia de las camareras, según el putero, no eran comparables.

«Chicas con un cuerpo estupendo. Mejor gastar el dinero en un club que en bares donde las camareras te sacan el dinero y no tienen cuerpo», decía.

Lo común en todas las valoraciones es que hablaban de las mujeres con la distancia de quien menciona la decoración del restaurante, reduciendo a seres humanos a meros objetos más del lugar. Solo comparables, por las recesiones, a los platos que se critican en internet.

Personas al nivel de la carne.

Otro, el último en escribir, se quejaba del precio tras gastarse 800 € «en chicas» y no poder pagar casi su alquiler. Anteponiendo un deseo como es el sexual, a la verdadera necesidad de tener un espacio donde vivir.

Durante los días que pasé frente al local, pensaba en ellas. Si tendrían comida suficiente, si podrían descansar, si les estarían tratando bien, si estarían sanas, si se habrían contagiado del virus o de algo peor

Y mi conclusión siempre era la misma. Aquel lugar en el que las mujeres eran una mercancía más, donde no eran tratadas como personas sino como cosas que puntuar, donde no tenían ninguna protección, alternativa o libertad, no debería estar cerrado únicamente por el coronavirus (si es que realmente lo estaba).

Debería cerrarse, tanto ese como el resto de clubs, para siempre.

Duquesa Doslabios.

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‘365 días’, ni tan erótica ni sucesora de ‘Cincuenta sombras de Grey’

Cada vez estoy más convencida de que el cine es una de las herramientas más potentes del patriarcado para romantizar la violencia de género.

No dejes de leer todavía, que voy a justificar mi respuesta.

@iammichelemorroneofficial

Desde hace unas semanas, la película 365 días no deja de salir en la lista de las más populares en Netflix. Una popularidad que viene, en parte, por quienes dicen que es la nueva versión de Cincuenta sombras de Grey.

Para que te ahorres el verla, te voy a resumir la trama en una línea: un mafioso millonario secuestra a una mujer con la que una vez soñó y le da un año para enamorarse de el.

Ya para empezar, solo pensar en que un desconocido que ha soñado conmigo me mantenga retenida a la fuerza durante un año (o el tiempo que sea en realidad) me parece escalofriante.

Pero ahí empieza la capa de purpurina: el actor que interpreta al protagonista no tiene nada que ver con los que suelen salir detenidos en las noticias. Es guapo, joven, está en forma y se compromete a no tocarla hasta que ella se enamore de él. ¿Todo un caballero? Todo un lavado de cerebro.

Mientras una sucesión de escenas que parecen salidas de Pretty Woman -por aquello de que él le compra todo tipo de cosas-, ponen el lazo al objetivo de sacarle el romanticismo a un delito, muchas de las espectadoras de la película afirman fantasear con secuestros.

Que una mujer vea este tipo de películas y sueñe con protagonizar algo así es como si una persona homosexual comienza a fantasear con agresiones homófobas porque hay una película que las expone como parte de una historia romántica.

Si eso parece una barbaridad, ¿por qué esto no?

Y eso solo en cuanto al hilo conductor. En la película no faltan estereotipos de industria pornográfica como violaciones, violencia física durante el sexo y por supuesto la premisa de que lo que más desea la víctima es practicarle una felación a su secuestrador.

No que le hagan un buen cunnilingus de esos en los que terminas sudada, con el pelo enmarañado y despatarrada, no. Viendo que así es cómo se representa el deseo femenino, da la sensación de que las personas autoras la ficción saben poco o nada de lo que realmente nos excita a las mujeres.

O quizás es que, una vez más, estamos ante el nuevo ejemplo de adoctrinamiento por parte de la cultura popular y sus productos de éxito. Violencia física, sexo sin consentimiento y una relación sexual en la que el pene es el centro.

¿Y lo peor? Que esta ficción tenga cabida en una plataforma del alcance de Netflix.

Una historia tan vieja, casposa, machista y cansina que de verdad hace que me pregunte por qué no parece haber interés en sacar tramas nuevas en las que se inviertan los papeles.

En explorar otros tipos de relaciones que no estén basadas en un hombre dominante y una mujer sumisa, que nos conviertan en sujetos activos y no en las habituales víctimas. Unas ficciones que nos empoderen, no que nos sigan doblegando.

Porque aunque solo sea una película, el cine nos moldea, nos enseña y nos sirve de referente. Así que yo pregunto, ¿son estas las relaciones que queremos? ¿No es una forma de perpetuar relaciones desiguales entre hombres y mujeres?

Duquesa Doslabios.

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¿Qué hay de pegar cuando sufres maltrato por parte de tu pareja?

El caso de Amber Heard y Johnny Depp me resulta familiar. Una pareja, loca de amor al principio, que termina envuelta en una espiral de violencia donde hay que meter, como no podía ser de otra manera siendo dos celebridades, a la prensa y el impacto mediático que eso conlleva.

PIXABAY

De la segunda parte no puedo decir nada, pero puedo hablar (y mucho) de la primera. Sobre todo porque, después de vivir en tus propias carnes una experiencia de ese estilo, reconoces a la primera algunas cosas de las relaciones tóxicas.

La última pieza del puzzle, ha conseguido que los fans del actor den un suspiro de alivio: se han filtrado los audios de Amber en los que admite haber pegado al actor.

Como si eso fuera a todo lo que se reduce el problema. Como si eso la convirtiera automáticamente en la agresora.

No puedo evitar pensar en mi caso. En lo que habría dicho sobre nosotros mi expareja si hubiéramos sido estrellas del universo celebrity.

Más que seguramente, en defensa de su ‘inocencia’ habría declarado que, la última vez que nos vimos, recibió una bofetada por mi parte.

Bofetada que le di cuando, tras pedirle que no se acercara a mí, intentó besarme a la fuerza.

Su reacción se me clavó en el alma. En vez de responder con violencia, como había visto todas las veces hasta ese momento, se tapó la cara gritando que le había pegado, que cómo había sido capaz de hacerle eso.

La culpabilidad por un lado, y la incredulidad por otro, me ahogaban por dentro. Yo, que soy contraria a la violencia física. Yo, que tan mal lo había pasado cada vez que él me había puesto -o incluso acercado- la mano.

¿En qué me convertía que yo hubiera recurrido a la violencia? ¿En una maltratadora? ¿En alguien como él?

Varios meses en la psicóloga me ayudaron a resolver mis dudas. Ni era violenta ni maltratadora por naturaleza. Aquella bofetada no había sido más que el valor de, por primera vez, recurrir a la defensa propia.

Puede que en ese momento él no hubiera mostrado una reacción violenta, pero como tantas otras veces, empezaba a sobrepasarse usando la fuerza en contra de mi voluntad cuando ya le había pedido que no me tocara, que no se acercara, que no me lo hiciera.

Ver a mi ex novio llorando en el asiento delantero del coche, por aquella bofetada, que no fue más que la prueba de que no estaba dispuesta a seguir dejando que abusara de mí, hizo que mis cimientos se tambalearan.

Más tarde comprendí que sus reacciones y las mías no jugaban en la misma liga.

Porque había una gran diferencia entre nuestros usos de la violencia. Cada vez que él me había cogido, estrangulado, tirado al suelo, amenazado con un filo, inmovilizado, reventado algo a golpes hasta hacerse sangre con las manos a lo largo de esos meses, había sido para someterme, asustarme, callarme o ‘castigarme’.

La única vez yo la usé contra él (y con una bofetada, que no le quito peso, pero no fue precisamente un puñetazo en la cara) fue para hacerle ver que solo necesitaba a una persona para protegerme: yo misma. La misma que hasta ese momento se había dejado controlar.

Una reacción que solo quería decir: «Este cuerpo es mío y voy a protegerlo de ti».

Duquesa Doslabios.

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Las mujeres queremos que se sepa

Hace dos días, ‘tropecé’ virtualmente en Instagram con una frase con un color rojo de fondo que llamó mi atención. «Que se sepa», ponía. Así de atrevido, conciso y directo.

GTRES

Una declaración de intenciones que ha puesto en marcha Devermut, la pareja de youtubers que hace un año sacaron un libro en el que cien mujeres contaban sus historias.

Esta vez han vuelto a la carga con un estudio que pretende batir récords con la mayor encuesta del mundo sobre la violencia sexual que las mujeres experimentamos a diario, ya sea con el piropo callejero de turno o el que te manda genitales por mensaje privado.

En QueSeSepa.org encontrarás una serie de preguntas totalmente anónimas con un objetivo concreto: reflejar una realidad que ni políticos ni medios, están interesados en contar.

Y como periodista, muchas veces me avergüenzo de lo poco y mal que se trata el tema de la violencia de género en mi sector. Este espacio y la encuesta son pequeñas formas de plantarle cara a algunas de las malas artes de mi profesión.

No ha sido fácil. Hay preguntas que despiertan emociones que, en mi caso, llevaban años enterradas. Pero si quiero que esto cambie, hay que hacer de tripas corazón y marcar lo que ha pasado.

He participado porque quiero que se sepa todo. Quiero que se sepa que sin haber cumplido todavía los 10 años un desconocido me metió mano en el Metro, que a los 15 un hombre paró el coche y me invitó a subir, que de pequeña recuerdo a un señor de la piscina pública haciéndome fotos en bañador.

Que hace cinco años mi empareja me hacía chantaje para que me abriera de piernas, que tuve sexo con un ligue de una noche al que le iba el rollo violento porque me daba miedo que me hiciera algo que me negaba.

Y aunque muchas de esas cosas las sabe mi familia, mis amigos y hasta mi antigua terapeuta, algunas de ellas han salido por primera vez en la encuesta. La última que os he contado, por ejemplo.

Quiero que se sepa porque me ha tocado escuchar que no lo he dicho, que por qué me callo. Pues es el momento de que nos escuchen, de que hablemos, de que sepan. De que definamos entre todas esa violencia de género, la misma que todavía hay quienes nos niegan en la cara.

Toca que si no tienen interés en encuestarnos, en dejarnos hablar, en invitarnos a expresar nuestra opinión o en dejarnos hacerlo desde la comodidad de casa (los estudios a pie de calle, sobre asuntos tan delicados, no permiten que las mujeres podamos responder en muchas ocasiones de manera sincera), con la seguridad del anonimato, podamos hacerlo ahora por nuestra cuenta. Sin pedir perdón ni permiso. Con un par de ovarios.

Solo admitiendo que hay un problema y evaluando cuáles son sus dimensiones, podremos empezar a pensar en soluciones.

Duquesa Doslabios.

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