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Lo que debes saber si quieres tener sexo en lugares públicos

Si perteneces al grupo de los que pensamos que la vida es demasiado corta como para tener una vida sexual aburrida, seguramente estarás familiarizado con el concepto de tener sexo en lugares públicos o agorafilia, y, si no, te va a acabar picando la curiosidad, que por algo has hecho click en el titular.

PIXABAY

¿De dónde nos viene ese deseo de tener sexo «al fresco»? Apetece por varios motivos: porque hablamos de lugares «prohibidos», porque tiene un riesgo añadido de que nos descubran, o, generalmente la más común, porque el calentón no se aguanta y la cama está muy lejos o que, directamente, no hay disponibilidad de casa. O simplemente porque te apetece, vaya.

De hecho, recuerdo una vez hablando con un caballero que me dijo que lo mejor que podría haber hecho la Iglesia era convertir el sexo en tabú, ya que gracias a eso, era algo tan divertido.

Pero por muy divertido que nos parezca, ¿tenemos que tener cuidado? El Código Penal solo prohíbe la exhibición y provocación sexual y solo tiene sanción si dicha actuación ocurre ante menores o incapaces (además tiene que ser una exhibición obscena de realmente mostrarle a alguien los genitales).

Por tanto, se entiende que si se da una relación sexual de una pareja en un lugar público, la intención no es exhibirse por lo que no es sancionable.

Si bien podemos pasar un poco del Código Penal, debemos atenernos al código cívico, ya que la única regla que deberíamos seguir es que aunque te la estés jugando, procurar de verdad no jugártela. Está muy bien el aquí te pillo, aquí te cepillo, pero intenta evitar traumas innecesarios al resto de ciudadanos inocentes que no tienen el más mínimo interés en ver lo mucho que quieres apretarte a alguien.

Respecto a los lugares preferidos, y según el último estudio de Dr. Ed, plataforma que pone en contacto con doctores vía online, realizado entre 500 americanos y 500 europeos reveló que el lugar más común son los bosques o parques. Qué le vamos a hacer, cuando se dice que la cabra tira para el monte es por algo.

Del monte va seguido el coche, la playa, los baños públicos y el cine, que encabezan los puestos más altos de la lista. Menos habituales son la universidad o biblioteca, en un vestuario, en la piscina, en el balcón, en el trabajo, en el garaje o en el ascensor.

Además, de la cosecha Doslabios, me gustaría añadir azoteas, festivales, probadores, en una celebración familiar o en una discoteca.

Mi propuesta es la siguiente, ¿qué tal si, aprovechando que aún no ha terminado el primer mes del año, incluyes en tu lista de propósitos aderezar tu vida sexual con algún sitio de los comentados?

Duquesa Doslabios.

El día que un fetichista me ofreció dinero por mis calcetines

Siendo de Madrid hasta la médula, no puedo evitar que, de vez en cuando, salga la gata que hay en mí, esa que merodea con interés cada vez que algo le llama la atención. Tengo claro que perderé una de mis siete vidas porque me mató la curiosidad.

Mi instinto por la singularidad me llevó a una conversación vía Instagram con un seguidor que quería mis zapatos, al que, de broma, le había contestado que se los podía prestar (una que peca de gata y de chistosa también). Cuando el susodicho me habló por privado para interesarse por el calzado supe que tenía que sacarle del error.

GTRES

Nada más decirle que se trataba únicamente de una gracia me hizo saber que coleccionaba calzado usado de mujer. Y calcetines usados.

«Duquesa, ataca» me incité mentalmente movida por la curiosidad más absoluta. Mi experiencia más cercana a la podofilia, o fetichismo de pies, era un ex novio que disfrutaba besándomelos (algo que, cuando tienes cosquillas hasta en las pestañas, resulta hasta cierto punto difícil de aguantar).

Le pregunté al follower fetichista cómo funcionaba el tema lo de los calcetines, si al ser usados le gustaba que olieran levemente a pie o le gustaba más conservar calcetines sudados, de esos que casi tenemos de un color diferente cuando nos descalzamos después de entrenar en el gimnasio.

A mi idólatra de pies, muy sibarita él, no le gustaba que el calcetín atufara, sino que mantuvieran el olor ligeramente: «Depende de lo que huelan. Me gusta que huelan a pies pero que no apesten. ¿Me darías unos?».

En seguida le hice saber que aquella no era la manera en la que me habían educado mis padres, en darle calcetines a desconocidos. Cuando me preguntó si me estaba riendo de él insistió en que iba totalmente en serio y que podría pagarme si se los hacía llegar.

Mi curiosidad se despertó otra vez. «¿Sueles pagar a mujeres para que te los envíen? ¿Y pagas por calcetín individual o por el par de calcetines?».  Me respondió que a veces había pagado y que solía adquirir el par. Algo que tiene sentido, supongo, ya que de nada te sirve tener luego por el cajón un calcetín desparejado.

«Diez euros por el par y quince por masaje» insistió. Bueno, al menos con diez euros te da para reponer sobradamente los calcetines por unos nuevos y te sobra para tomarte una copa con una amiga y contarle la experiencia.

Me considero de mentalidad abierta por lo que no juzgué en ningún momento al hombre. Allá cada cual con lo que le guste en la cama siempre y cuando no dañe a nadie más (a no ser que le guste el sadoquismo, claro).

Lo que no iba a hacer era mandarle algo tan personal como un calcetín con mi olor, aunque fuera de pies, ya que prefiero que sea una cosa que disfruten (o no) mis parejas o con quien yo quiera compartirlo.

Además, como buena mujer con dedo libre de anillo pero corazón casado, aquello podría considerarse de cierta manera una traición a mi compañero. «Sigue siendo un acercamiento sexual con otra persona que no es tu pareja» me respondió el Duque Doslabios cuando le saqué el tema a toro pasado para saber su opinión.

Lo último que le pregunté a mi fetichista fue su opinión de los pies de Chiara Ferragni, ya que más de una vez la bloguera ha sufrido acoso en las redes sociales por ellos. «¡Me encantan! ¡Son preciosos!» contestó él entre emojis. Chiara, quédate tranquila. Los que saben del tema te los aprecian.

Duquesa Doslabios.