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Ni desnudos ni actividad sexual, pero las redes sociales te censuran igual

Hoy es mi segundo día con la cuenta de Instagram bloqueada. Así que no tiene mucho sentido que os ponga el enlace a mi perfil.

Por primera vez, Instagram ha decidido desactivármela por, lo que puedo leer de las denuncias que he recibido, «ofrecer actividad sexual».

mujer teléfono móvil

PEXELS

Quienes me conocéis y habéis seguido en la red social estos meses, sabéis de sobra que, el tipo de contenido que publico, son memes sobre los temas de los artículos.

Con la única excepción del último de ellos, en el que reflexionaba sobre la violencia de género en relación con el caso de Johnny Depp y Amber Heard.

Lo siguiente que supe tras recibir una ristra de comentarios -bastante machistas en los que se me invitaba a cerrar la boca, dicho sea de paso-, era que mi cuenta había sido eliminada.

Así que me tocó despedirme de la plataforma que más utilizo para compartir mi trabajo en 20 Minutos.

Cuando eso sucedió, se sumó al veto que lleva mi cuenta de Facebook desde el 17 de mayo por subir una imagen de una chica en ropa interior sosteniendo un juguete sexual (puedes ver la imagen aquí, si te pica la curiosidad).

La imagen, que había salido en el diario acompañando la noticia, fue automáticamente eliminada y acompañada de una sanción de un mes sin poder publicar en mi perfil.

Y eso con la correspondiente coletilla de que, una vez recupere el acceso, mis publicaciones no van a salir a todos mis seguidores y mis comentarios, desde ese momento, aparecerán en los últimos puestos.

Por lo que, con el extra de Instagram que no me permitió recuperar mi cuenta pese a la apelación, admito que exploté.

Exploté porque me di cuenta de lo mucho que se defiende la libertad de expresión, siempre y cuando no se meta con el heteropatriarcado.

De la hipocresía de defender también la libertad de cada uno de hacer con el cuerpo lo que se precie, pero una foto de las redes de una marca de juguetes se ve como una amenaza, pese a no ser explícita.

Supongo que, 6 años después de empezar a escribir este espacio, ayer fui consciente -por primera vez-, de lo complicado que es tratar ciertos temas en alto.

Y de poder moverlos en plataformas sociales para que lleguen a tu comunidad.

La frustración por esta censura tan inquisitorial me pudo y busqué consuelo en mi madre, como hago siempre que me cuesta encontrarle sentido a las cosas.

¿De qué me habían valido las horas de esfuerzo, la dedicación a currarme memes divertidos que animaran a la lectura de los artículos o emplear cada día un rato a compartir mi trabajo en todas partes si recibía este trato, si hacían desaparecer todo de un plumazo?

Ella, mi fuelle feminista, lo resumió conciso y rápido antes de colgar: «la lucha sigue».

«La lucha sigue», me repito hoy por la mañana mientras escribo estas líneas. La lucha sigue porque no continuarla sería darle la espalda a las que no pueden volver a decir nada.

A las que han dicho suficiente y aún así han sido encarceladas.

A las que aún no han empezado a decir porque no saben cómo empezar a hacerlo y necesitan quien abra el melón primero.

«La lucha sigue» y no es fácil. Pero eso ya lo sabíamos en el momento que la empezamos y nunca nos frenó para continuarla.

Y esta vez no será la excepción.

La apelación en el caso de Instagram está hecha (queda todavía por ver si me devuelven la cuenta), en el caso de Facebook, solo puedo esperar a que pasen los días.

Mientras tanto, puedes puedes seguirme en Twitter. Sigo vetada de todo lo demás.

¿Es machista tu próxima despedida de soltero?

Este año se casa mi mejor amiga y uno de los requisitos que me puso, cuando estábamos hablando de lo que podría gustarle y lo que no, era que no hubiera penes.

Ni en diademas, ni en camisetas ni pegados a strippers. Veto total a los penes.

despedida soltero stripper

UNSPLASH

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Claro que, de la teoría a la práctica, hay un paso grande.

Porque, curiosamente, cuando entras a una tienda erótica buscando con qué aderezar la fiesta de tu amiga -como me pasó a mí-, son este tipo de artículos los más populares (no los strippers, claro, sino todo lo demás).

Un pene de peluche en el velo (muy realista además, con cordones negros a modo de pelos), pajitas con forma de pene para que beber tu copa se convierta en la versión mini de una felación, piruetas fálicas, vasos con pegatinas, chupetes, el aviso de que hacen tartas personalizadas con el nombre de la novia encima de un pastel también con forma de pene…

Incluso si es una noche de chicas, el pene tiene que ser el protagonista.

Mi crítica viene cuando es algo que a la inversa no pasa. En las despedidas de soltero, no ves a un grupo de chicos con vulvas como decoración en forma de chapas, bandas o gorritos.

Lo más parecido que puedes encontrar a una referencia sexual femenina, es al futuro novio disfrazado de Satisfyer. Poco más.

Para ellos, los genitales femeninos no forman parte de la noche. O al menos, no en la versión de juguete o plástico.

Es importante puntualizar esto porque es más probable que los vean en vivo y en directo.

Y la stripper que no falte

No hace falta tirar de estadística. Solo necesitamos hablar con nuestros amigos más cercanos para confirmar que sí, es en las despedidas de soltero donde se suelen contratar espectáculos de desnudos (ofrecidos por mujeres, por supuesto).

O echarle un vistazo a la oferta. Mientras que para ellos hay un sinfín de locales y catálogos de mujeres con una ristra de detalles (que si altura, las medidas de su cuerpo, etnia, opción a disfraces de geisha, enfermera, catwoman, policía, marinera o azafata de vuelo…).

En el caso de los boys, además de las dificultades de encontrar sitios donde sean ellos los que se desnuden; haciendo la comparativa, ellos se dedican a esto menos, por lo que las opciones son más limitadas.

Sí, la cosa está desigualada. Otra amiga que se casa este año, puso la misma condición de evitar todo tipo de show que implicara a un hombre quitándose la ropa.

En cambio, en planes de deporte, comida, baile o fiesta, que aparezca un hombre como animador es más que bienvenido. En resumen, contratar a un stripper es, para mis dos amigas, algo con lo que no se sienten cómodas.

¿Se da en el caso contrario que el futuro novio no quiera que sus amigos paguen por algo así porque le genera incomodidad? Me consta que los hay que sí, pero no todos han llegado a ese punto de deconstrucción.

Porque si, socialmente hablando, algo reúne toda buena despedida organizada por colegas, es la expresión de la masculinidad.

El griterío de las voces (que todo el tren, avión, calle, bar o discoteca sepan que están de despedida), el control sobre el cuerpo femenino y la gran potencia sexual en comentarios jocosos o acoso a desconocidas, son cosas que no pueden faltar.

¿Qué tiene de gracioso disfrazar al novio de mujer?

Y no solo el poder sobre la mujer se traduce en pagar a la stripper -porque ya no voy a abrir el melón de que se puedan pagar otros servicios aún más deplorables-, los disfraces son otra prueba de ello.

Lo ideal en una despedida -de ellas o ellos- es buscar algo divertido. Mientras que nosotras vestimos a la protagonista de princesa, patatas fritas o superheroína, uno de los más habituales para el futuro novio es el de mujer.

Esto me llamó la atención especialmente en una de las despedidas que me crucé el sábado. Todos los amigos iban vestidos de tiroleses y el novio llevaba una peluca rubia de trenzas, medias altas y el dirndl, el clásico vestido bávaro.

Otro amigo que ha coincidido con varias despedidas este fin de semana me cuenta lo mismo, al darse cuenta de que el disfraz más repetido, es el de mujer.

Y claro, cuando siendo mujer, te cruzas con algo de este estilo, con un futuro novio llevando peluca, tetas falsas, un vestido que seguramente es de su novia y la cara medio pintarrajeada por sus amigos -que en su vida han cogido un pintalabios-, te preguntas que qué tiene de gracioso.

O, por qué les resulta en su grupito tan divertido que uno de ellos se disfrace de mujer. Que por qué tu género es una caricatura.

Una despedida de soltero feminista, pasaría por dejar a las mujeres fuera de la ecuación siempre y cuando su participación sea o como inspiración para el disfraz o bien porque deben desnudarse a cambio de dinero.

Porque ni somos un chiste ni un bien de consumo. Que es lo que se fomenta si continúas incluyendo esto en tu próxima fiesta o dejando que lo organicen por el grupo de WhatsApp sin decir nada al respecto, no vaya a ser que te llamen ‘cortarrollos’ o te acusen de ser menos machote que el resto.

Luego mándame la foto felicitándome el 8M, claro que sí.

Mara Mariño

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El problema son los hombres que agreden (y los que les cubren las espaldas)

Es mucha casualidad que todas (o casi) admitimos que hemos experimentado algún tipo de acoso sexual. Pero, curiosamente, no encontrarás un solo hombre que se considere acosador o que admita que se relaciona con ninguno.

La camaradería está por encima de atentar contra la dignidad de una persona, por lo visto.

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(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Y no hay mayor prueba que lo que ha sucedido con el Xocas, el streamer que ha calificado de «estrategia de ligue» que uno de sus amigos fuera de fiesta sobrio, para poder aprovecharse de mujeres borrachas.

Porque el problema no es solo que el Xocas hable ahora de esto. El problema es el Xocas quedándose callado cada vez que ha visto a su amigo hacerlo.

Nos ponen en peligro los tíos que abusan, por supuesto, pero también los que hacen la vista gorda aún sabiendo que, el comportamiento de su colega, no está bien.

Que ellos paren antes de utilizar un estado alterado de consciencia de una mujer, en su propio beneficio, es aprendizaje, fruto de una educación basada en la igualdad y el respeto.

Pero también resulta de ayuda no recibir el apoyo silencioso de los amigos -o a viva voz felicitándoles en internet delante de millones de seguidores-.

Son siempre los mismos. Puede que no silben por la calle, que no se aprovechen del tumulto de la discoteca para deslizar su mano entre tus piernas o que no manden una foto de sus genitales.

Pero son los que no dicen nada cuando su colega pasa fotos de la chica con la que se está liando por el grupo de Whatsapp, los que no responden a quien hace los chistes de traer a las ucranianas a España.

Los que ríen las gracias, aunque no estén de acuerdo, porque es más importante el respaldo de los demás que lo que está correcto, los que hacen oídos sordos cuando una mujer recibe comentarios por la calle porque no la conocen, no es problema suyo.

Los que te escriben que eres un poco exagerada cuando compartes tuits del acoso que recibes en redes por parte de otros hombres, los que piensan que esto del feminismo no va con ellos.

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Y mientras el Xocas blanquea el delito de la violación (recordemos que es también una agresión sexual atentar contra la libertad de la víctima sin que haya violencia o intimidación y sin que exista el consentimiento previo de esta), ensalzándolo, los demás toman apuntes.

Para la siguiente, buscar la más borracha. Y si es el amigo el que lo hace, es un crack, no pasa nada.

Lo que consigue esta mentalidad, una vez más, es cargarnos a las mujeres con la culpa de que, si nos hacen algo, es por no habernos protegido lo suficiente.

Por haber bebido de más, por habernos vestido de menos, por haber dejado que nos acompañara a casa, por no decirle que parara por miedo a su reacción.

Pero cuando ese razonamiento no se acompaña del resto de violaciones, cuando abusan de ti de día, sobria y llevando un chándal, el foco debería dejar de estar puesto en que la víctima se cuide.

Porque da igual lo que hagamos nosotras. Lo único que nos evita protagonizar la siguiente agresión sexual es que él no decida hacerlo.

Y que los demás no miren hacia otro lado, si pasa delante de sus narices, y pueden evitarlo.

Mara Mariño

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No me da miedo volver sola a casa de noche, me dan miedo los hombres

Ayer volvía sola por la noche a casa. Como tantas otras noches. Recorrí las calles principales de la ciudad para luego ir metiéndome por otras más pequeñas y menos transitadas.

Hasta que, ya casi en mi destino, saltó una voz de un grupo de chicos de la acera de enfrente. Un «guapa», una pregunta al aire de a dónde iba sola y que si me acompañaba.

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Como tantas otras noches, se me cierra la boca del estómago.

Haciendo referencia a mi aspecto, marcando que estoy sola en una calle y que, puede venirse conmigo, ha conseguido que me sienta insegura e indefensa. En peligro.

Como tantas otras noches.

Y me pregunto si él es consciente de cómo me siento. Si él, o cualquiera de los que hacen este tipo de comentarios a voces, caen en el que nos resulta intimidante. 

Si no es consciente, y es una oferta sentida, porque realmente le preocupa mi integridad física, la lógica no aparece por ninguna parte.

¿En qué momento necesito un perfecto desconocido para ser protegida de otro perfecto desconocido, que me pueda abordar, mientras vuelvo de fiesta?

No quiero ir al recurso emocional fácil de que piense en su hermana o prima pequeña, antes de decir un comentario de ese estilo.

Porque no tiene que ir a las mujeres de su familia para ponerse en mis zapatos. Bastaría con que empatizara conmigo.

Y si es consciente, es quizás la forma de denotar lo evidente.

Que voy sola y que él está ahí, arropado de su grupo de amigos.

Que he llamado su atención y que tengo compañía si así lo deseo (permitid que sospeche de que sea solo para acercarme al portal y desearme felices sueños).

Que con esa propuesta refuerza su ego masculino ante su manada, mirad qué huevos tengo, cómo le entro a las tías, soy todo un machote.

Mientras, el resto de sus amigos, guardan silencio. Ninguno le increpa un «cállate, déjala tranquila».

Cómplices mudos, como los que te encuentras tantas otras noches, haciendo la vista gorda cuando su amigo empieza a sobrepasarse con otras mujeres, metiendo mano en la discoteca.

Yo, ante la duda de si sabe o no que se me ha acelerado el pulso y he apretado el teléfono en mi mano -intentando recordar cómo hacer la llamada de emergencia-, agacho la cabeza y aprieto el paso.

Toda mi atención va dedicada a si oigo sus pasos detrás de los míos. Solo me permito volver la cabeza cuando vislumbro mi edificio.

Sigo sola. No me ha seguido. Suspiro.

Y, como siempre que cruzo el portal, le he escrito a mi amiga “Vete a dormir, ya he llegado”.

Porque anoche fue como tantas otras noches en las que no iba sola. El miedo venía conmigo.

Y, como tantas otras noches, se intercambió por el alivio al cerrar la puerta con llave.

Ayer no me tocó a mí. Pero siempre tenemos la duda de si será en la próxima. O la siguiente. Cualquier noche.

Y ellos están ahí para recordártelo.

Mara Mariño

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Al chico que te mira el ‘bodycount’

Es probable que, si tienes Instagram, te hayas cruzado con su discurso. Una pequeña charla en formato de vídeo en la que dice que tú, como mujer, eres libre de tener las parejas sexuales que quieras.

Pero que tengas en cuenta que si el número es alto, si tu bodycount supera lo esperado, los hombres son libres de ‘descartarte’ como pareja.

Porque la cifra juega en tu contra.

Tik Tok

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

El vídeo es nuevo, pero lo que expresa es más viejo que el sol (y machista también).

Las mujeres éramos botines de guerra, parte del premio conquistado, algo a desear. Siempre y cuando cumpliéramos el requisito de la virginidad, se nos aseguraba que podríamos aspirar a la mayor recompensa: un hombre que nos quisiera.

Eso sí, en su caso lo normal y celebrado era que hubiera dejado una buena ristra de amantes a su paso.

Ahora la idea se ha adaptado a los nuevos tiempos, ya no tienes que llegar virgen al matrimonio. Pero que te hayan tocado lo menos posible, ¿vale?

Como si tu valor dependiera de cuántos penes han pasado por tu vagina.

De tus parejas sexuales, de tus líos de una noche, una tarde o media mañana. De las veces que te has bajado las bragas.

Quiero recordarte que en tu mano está rechazarle. No tenerle en cuenta como pareja si juzga cómo has empleado tu libertad sexual.

Interpreta la próxima vez que te hagan la pregunta como una red flag. Y corre en dirección contraria a quien la haya formulado.

No son esos números los que van a importarle a una persona que te trate con igualdad.

Quédate con quien mire las veces que te ríes al día, las que escribes a tus amigas, quien valore como cuentas el tiempo que pasas dedicándole a tu familia, los libros que te has leído, las series a las que te has enganchado, los países que has visitado y las aventuras que has vivido en ellos.

Puestos a contar, que cuente tus amistades porque también quiere convertirse en amigo de ellas, que calcule tus plantas, porque le sorprende lo mucho que te apasiona tener verde en casa. Que cuente los proyectos que has sacado adelante, sola o con ayuda. Que eche cuentas y sean esas las que le hagan decidirse, no tu número de parejas.

Porque son esas cantidades las que te hacen ser tan única como valiosa.

Mara Mariño

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Vamos a normalizar que los hombres giman durante el sexo

Miércoles 5 de enero. 10 de la mañana. Pongo una película porno conectando los cascos al ordenador para inspirarme.

(Cada una empieza el día como quiere)

Una pareja está teniendo sexo en el sofá al estilo perrito. Ella gime a tal volumen que me asusto de que alguien de mi familia haya podido oír el sonido.

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Me quito un auricular y compruebo que todo sigue en orden.

Cuando devuelvo la vista a la pantalla han cambiado de postura. Pero hay algo que sigue igual.

Ella continúa expresando el placer a voces mientras él solo suelta algún que otro resoplido. Nada más.

La escena es habitual -la de ellos callados mientras practican sexo- y es algo que se ha repetido durante años en mi vida sexual.

Raras han sido las veces que me he encontrado con alguien capaz de soltarse y gemir.

Cuando papá porno enseña que soltar esos sonidos agudos y con deje casi lastimero es algo femenino, ¿qué hombre se atrevería a replicarlos?

Sorprendentemente, estamos rodeadas de gemidos masculinos en nuestro día a día.

Son los que suelta Nadal cuando juega al tenis, dándole un raquetazo a la pelota con todas sus fuerzas.

Son también los que oyes a los musculosos del gimnasio cuando cogen las mancuernas y hacen press de pecho.

A más peso, más esfuerzo y más alto es el quejido. En ese contexto liberar el sonido no les avergüenza.

Está bien visto gemir si es para probar que estás llevando al límite tu cuerpo, con una demostración de fuerza digna de competición de culturismo.

Pero no para estimular o gozar más con tu pareja. Según la ciencia, ese grito irrefrenable facilita la ventilación pulmonar lo que ayuda a la relajación.

También la comunicación no verbal durante el sexo significa disfrutar más del momento y por tanto, una mayor satisfacción íntima.

Así que dejar salir los gemidos tienen tantísimas ventajas, que es demasiado bueno como para no hacerlo.

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Como una guía sonora, a nosotras nos sirven de indicativo. Sabemos que él lo está disfrutando y eso nos motiva a seguir adelante.

A chupar más hondo, morder más fuerte, lamer más seguido o movernos más rápido.

Como buenas voyeurs, nos gusta verle rendido a lo que está sintiendo. Y no hay nada como el chute de autoestima por ese placer que entregamos -y a la vez nos pertenece por generarlo-.

Que nos pone cachondas, vamos.

Duquesa Doslabios.
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De las violencias machistas que no se ven

La primera vez que mi psicóloga me dijo que había estado en una relación de maltrato, pensaba que, por muy profesional que fuera, estaba equivocada con mi caso.

Yo no me parecía a las mujeres de moretones en los ojos y narices rotas que aparecían en las campañas del gobierno.

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Quizás porque no era consciente de que la violencia no eran solo los puñetazos en la cara.

Identificar un maltrato psicológico es mucho más complicado. Primero porque somos nosotras mismas las que nos negamos a verlo.

Segundo porque no deja huella por fuera, pero te va mellando por dentro.

Llega un punto en el que dudas de todo. Dudas incluso de la realidad que te rodea porque él es tan convincente diciéndote que las cosas no han pasado, que te planteas si te lo has imaginado.

Te dice que exageras, que estás loca, que ves cosas donde no las hay y, en tu momento de debilidad, empiezas a darte la espalda a ti misma.

A decirte que dejes de hacer o decir, que si quieres que funcione tienes que dejar de imaginar cosas. Incluso te es más fácil pensar que ha salido de tu cabeza que encajar que la otra persona te ha hecho algo.

Porque cuidado como no lo hagas. Los castigos no son solo verle romper cosas y escucharle decir que se pone así por tu culpa. Que es por lo que has hecho o dicho que le has sacado de quicio. Que él no es así y que hay que ver lo que le haces hacer.

Se enfada tanto que te deja de hablar. Que desaparece de tu vida de manera intermitente. Te castiga de la peor de las maneras comportándose como si tú no existieras.

Y luego vuelve para contarte que no puede contigo, que le has llevado al límite y que va a terminar con tu vida. Que seas bien consciente de que eso pesará siempre sobre tus hombros. La responsabilidad de su muerte.

En ese punto oscuro y profundo donde quieres evitar lo que sea para que no se haga daño, te ofrece una alternativa. Comérsela un día, darle esa contraseña, ser él quien siempre te va a buscar cuando sale del trabajo…

Algo que hace porque, según él te quiere como nadie. No quiere que te tropieces con algún indeseable. Y además te subes al coche y pone tu canción favorita. Te la canta y te besa la mano cuando el semáforo se pone en rojo. Te recuerda que es el amor de tu vida.

Así que ahí es fácil que bebas de ese afecto, de la taza de casito, de que sonría otra vez y te acaricie.

En ese momento es cuando harías lo que fuera por no volver a ‘sacar’ esa versión de él. Has cedido en tantas otras cosas, que hacerlo de nuevo sobre lo que sea con tal de mantener esa paz, no te parece un sacrificio ni un esfuerzo. Sino la solución definitiva.

Con la diferencia de que, sin saberlo, vuelves a reiniciar el ciclo y, esas subidas y bajadas, te mantienen enganchada. Hasta que decidas salir.

Duquesa Doslabios.

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De la sexualización a la falta de conciliación: el machismo de los Juegos Olímpicos

Admito que no soy especialmente forofa de los Juegos Olímpicos, pero los de este año no dejan de sorprenderme.

Y no ya por las destrezas deportivas de personas que, literalmente, parecen hechas de otra pasta. Sino por las reivindicaciones que se están colando entre disciplina y disciplina.

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Han tenido que llegar las competidoras para señalar una verdad que teníamos ante las narices y que no éramos capaces de ver: los Juegos Olímpicos son machistas. Y mucho.

La multa al equipo de balonmano de Noruega hacía saltar las primeras alarmas: sancionadas por no jugar en braga de bikini y utilizar en su lugar pantalones cortos.

Un cambio que contrariaba la norma sobre el uniforme de este deporte cuya parte de abajo del uniforme «no puede superar los 10 centímetros de largo».

¿Hasta qué punto era más importante la imagen que pudieran proyectar que la propia comodidad a la hora de jugar de las atletas?

Un rayo de esperanza era que, por otro lado, las deportistas del equipo de gimnasia de Alemania se presentaran con conjuntos deportivos hasta los tobillos en vez de los clásicos maillots cortos.

Que también se prohibieran los gorros de natación para deportistas con pelo afro por estar fuera de la normativa fue otra prueba más de que, además de machistas, la xenofobia daba la cara en Tokio 2021.

Uniformes aparte, hemos tenido otros momentos que han sacado a relucir cómo todavía nos queda mucho camino por andar en cuanto a las competidoras.

El titular machista sobre la tenista Paula Badosa -donde se mencionaba su antigua relación con David Broncano en línea con su triunfo- también me hizo saltar las ampollas por partida doble, como periodista y como mujer.

Y para rematar la lista de ejemplos, no puedo olvidarme de la decisión de Ona Carbonell. O Tokio o continuar con su lactancia, ya que no podía viajar con su bebé.

No solo denunció en su perfil la nula conciliación, también denunció el tabú que existía sobre compitiendo después de ser madre.

Para quienes me lean con despiste, solo recordarles que el feminismo es libertad.

Libertad de elección de lo que hacer, de si seguir entrenando después de dar a luz, de dejar de hacerlo por tu salud mental como hizo Simone Biles, de poder ir con tu bebé o de elegir libremente con qué atuendo te sientes más cómoda a la hora de competir.

Y no son las atletas las que tienen que conformarse con la ristra de anticuadas normas. Son los Juegos Olímpicos los que deben cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos.

¿Nuestra tarea? Apoyar sus decisiones, hacernos eco de sus protestas, criticar las normativas casposas y abrazar una competición sin desigualdades.

En unos años, los Juegos Olímpicos deberían celebrar el deporte sin poner trabas en el camino de las mujeres que participan en ellos.

Duquesa Doslabios.

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Rocío Carrasco o por qué hablar del maltrato no es suficiente

Hace unos meses compartí en una de mis redes sociales la sesión de fotos que me hizo un exnovio que me maltrataba.

Aquellas imágenes, acompañadas de algunos textos en los que contaba lo que no se veía -mis ataques de ansiedad, pánico, el miedo que me quitaba el sueño o el acoso- hicieron que muchas de mis seguidoras me escribieran.

Algunas preocupadas, queriendo saber cómo había llegado a ese punto, otras para darme apoyo y varias para felicitarme por contar uno de los episodios más oscuros de mi vida.

@salvameoficial

Pero con quién me quedé fue con las que, como yo, habían vivido casos parecidos y compartieron sus experiencias conmigo.

Seguidoras que conocía en persona, pero también otras desconocidas, fueron abriéndose y plasmando, bajo mi publicación, algunas de sus historias. Palabras que me resultaban tan familiares que era como estar leyendo diferentes versiones de la mía.

Lo que pude comprobar es que, cuando una mujer habla de esto, se abre y se sincera, saca lo más crudo que ha vivido con una pareja y lo pone sobre la mesa, hay quien tras sufrir algo parecido que se anima a sumarse al diálogo.

No sé si es el efecto ‘bola de nieve’ o que nos sentimos cómodas confiando entre nosotras, incluso cuando no existe amistad de por medio, al tratarse de un tema tan crudo.

Si eso pasó en mi cuenta personal, Rocío Carrasco ha llevado el fenómeno a otro nivel.

Admito que me he voy enterando a trompicones de las entregas del programa. Y aunque no estoy muy puesta en la vida de las celebridades del país, hay un dato que explica la importancia de su testimonio.

Desde que Rociíto ha empezado a hablar por televisión, las llamadas al 016 subieron en un 42% tan solo una semana después de que se emitiera el primer episodio.

Una mujer hablando de cómo había sido maltratada se tradujo en unas 2.050 consultas telefónicas pidiendo información o ayuda, en un incremento de los mails al correo electrónico (016-online@igualdad.gob.es) y al WhatsApp (600 000 016).

Quizás no soy una gran fan de Telecinco o, más allá, de los programas que suele hacer Mediaset. Pero dar la oportunidad de contar su versión, con la influencia que siempre ha tenido la hija de Rocío Jurado y, sobre todo, de narrarlo en un medio nacional, habla por sí solo.

Este problema es interseccional. Afecta a la rica, a la pobre, a la que no tiene estudios, a la que tiene tres carreras, a la empresaria y a la cajera. Afecta a las mujeres en general.

Y mientras Rocío sigue dejándonos en shock con sus palabras, se hace más evidente que no solo necesitamos espacios para alzar la voz ante un maltrato, sino medidas al respecto.

Hablar de ello es el primer paso para ponerlo sobre la mesa, identificarlo y señalarlo. Pero no es suficiente con eso.

Necesitamos cambios: una educación feminista, desterrar el machismo de nuestra sociedad, un nuevo enfoque para las generaciones que vienen…

Si no lo ponemos en práctica, solo nos quedará hablar en redes sociales, pequeños grupos o en televisión, consolarnos entre nosotras y seguir llamando a líneas de ayuda. Y eso es ponerle la tirita a una herida, pero en ningún caso ponerle solución al problema.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, 10 reflexiones para que te liberes un poco (más) este 8M

En un 8M en el que las madrileñas no podremos salir a la calle (aunque a las 20h circulan convocatorias para que bajemos a los portales de nuestras casas para seguir convirtiendo la ciudad en una manifestación), toca reflexionar sobre el papel de la mujer en la actualidad.

Y toca reflexionar porque todavía se escucha que ya lo tenemos todo conquistado, que tenemos los mismos derechos, que podemos llegar a los mismos empleos o que incluso cada vez hay más amos de casa que se encargan de la crianza de los pequeños.

Lo comentaba hace unos días, seguimos teniendo pendientes muchas desigualdades. En discursos, a la hora de relacionarnos, en la cama o incluso ante los ojos del capitalismo mediante los anuncios.

SAVAGEXFENTY

Así que para empezar el Día Internacional de la Mujer, quiero animarte a que luches desde casa. Porque la mayor revolución del feminismo no es que te eches a las calles o grites consignas, es la que sucede en tu cabeza la primera vez que descubres que existe un sistema que te discrimina que se llama Patriarcado.

Mi forma de hacerlo ha sido engancharme a Libres, una serie de Arte.tv (es gratuita y la encuentras en la web) que tiene 10 episodios con un solo objetivo: abrirte los ojos de los temas que tenemos pendientes.

Así que he recopilado las 10 reflexiones que más me han llamado la atención -una por capítulo-, para que te animes si no a verla, a plantearte cómo es que las cosas siguen tan desequilibradas cuando, aparentemente, no deberíamos quejarnos por tenerlo ya ‘todo’.

  1. El esperma es solo comparable a un jugo divino. Olvida el zumo de apio de las famosas o el smoothie cargado de antioxidantes. ¿Cuántas veces has leído (normalmente porque te los han pasado) artículos sobre los beneficios del esperma? Que si bueno para la piel, que si reduce el cáncer de mama… No verás estudios de la importancia de vaciar la copa menstrual de tu compañera de un sorbo ni de lo placentero que podría ser para nosotras untarles la cara de flujo. La adoración y exaltación sexual de los fluidos es un carril de un solo sentido.
  2. Las dick pics o fotos de penes no son una forma de conquista. No te las manda ese chico que lleva secretamente enamorado de ti desde el instituto y desea convertirse en el padre de tus hijos. Tampoco importa si quieres recibirla o que no la hayas pedido en absoluto, es una forma de demostrar su poder. Si nosotras mandáramos fotos de nuestras vulvas, teniendo en cuenta la no educación sexual que han recibido muchos, a más de uno le costaría identificar qué es eso.
  3. El conservadurismo del mommy porn o por qué los cuentos de amor modernos pasan por castigar a las mujeres. Se ha popularizado un BDSM suave (gracias a romances eróticos anticuados que se han adaptado) pero solo somos nosotras las que recibimos el mensaje de adoptar el papel de sumisas. Un rol bajo el que según estas historias, solo con el control físico, emocional y sexual de un hombre podemos liberarnos.
  4. Estamos en 2021 y la sangre de los anuncios de compresas se sigue cambiando por un líquido azul. Cada mujer pasa aproximadamente 2.250 días con la menstruación y sigue siendo un tabú que está apartado de toda clase de representaciones culturales. No solo en los anuncios, también en las películas pornográficas las actrices introducen una esponja para evitar que salga una sola gota. Si nosotras estamos acostumbradas a bajarnos las bragas y ver sangre tantas veces al año ¿la sensibilidad de quién protege entonces mantenerla oculta? Correcto, a la de ellos.
  5. El audio que se filtró en los premios Goya deja de manifiesto cuánto trabajo queda por hacer en este punto: la mujer solo tiene validez bajo la mirada masculina. Y es un valor asociado al físico, es decir juventud y cuerpo. La identidad femenina solo existe si se puede esgrimir como trofeo. Da igual que seas una actriz reconocida o una cantante de fama mundial si solo se te ve como «puta» por llevar tatuajes.
  6. Lo que nos lleva al control de peso y una vida en la que las dietas son conocidas para la mayoría de nosotras. Y, si no las dietas, las restricciones alimentarias. «Mejor no me pido postre», «No voy a repetir» o «Solo una patata frita», son pensamientos que se nos pasan por la cabeza por el miedo a engordar. Y por mucho que estemos en la era del bodypositive, también hay que decir que los cuerpos supuestamente curvy que se popularizan en pasarelas o como modelos de lencería, tienen proporciones poco realistas.
  7. Entre las sábanas, la brecha se manifiesta en forma de orgasmos desiguales y una concepción de la vida sexual que parece que todo gira alrededor de la penetración mientras que el resto de prácticas son solo un preliminar. Mientras que los hombres viven su vida íntima con orgullo, entre las mujeres todavía pesa el ocultar la cantidad de parejas. Sorprendentemente, recae en nosotras la responsabilidad de romper la rutina, de innovar para que él no se canse. Porque si es solo para un hombre, tu pareja, sí está bien visto que te sueltes la melena.
  8. La bisexualidad es solo aceptable si es entre dos mujeres (e incluso aplaudida y celebrada) mientras que los hombres se horrorizan cuando insinuar que, en un botellón, se besen entre ellos. Curiosamente, la mayor cantidad de porno lésbico es consumida por hombres.
  9. Muy relacionado con el punto anterior se encuentra la eterna disyuntiva por el ano. Es una zona que tenemos por igual todos pero que sigue relacionándose con la humillación (¿cuántos insultos se te ocurren relacionados con ‘dar por culo’?). Eso consigue que forme parte del inconsciente colectivo y que, como hombres -aka los que están por encima en la sociedad- no esté bien visto decir que su novia les ha metido un dedo por ahí y lo han flipado.
  10. El pelo está prohibido (si eres mujer). Ya que la mayoría de barbudos son hombres, relacionamos virilidad con vello corporal y se tacha por completo como cualidad femenina -cuando todos tenemos una capa de vello más o menos fina-. Desde pequeñas las muñecas nos recuerdan que solo podemos tener pelazo en la cabeza y el capitalismo se sube al carro colándote en la cabeza la idea de que con sus bandas de cera o cuchilla depilatoria conseguirás la confianza que te falta para no perderte ese plan de playa o piscina con tus amigas.

Duquesa Doslabios.

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