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¿Por qué durante el sexo ‘más intenso’ se traduce en ‘más violento’?

Que nuestra sexualidad está condicionada por los referentes que nos rodean, es algo que -teniendo en cuenta el furor por el BDSM tras ‘Cincuenta sombras de Grey’ entre otras cosas- nunca me atrevería a negar.

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Las películas, las series de televisión o incluso los sucesos de actualidad (las violaciones grupales han disparado las búsquedas de estas prácticas en páginas web de pornografía) nos pasan factura mental y sexual.

Un ejemplo que os voy a comentar os va a resultar más que conocido.

En más de una ocasión, en pleno arranque pasional cuando estás queriendo subir todavía más la temperatura del polvo, he pedido aumentar la intensidad.

Seguidamente me han dado un cachete a mano abierta (ojo, que me encantan), me han cogido las muñecas con fuerza, me han tirado del pelo o me han sujetado del cuello.

Y es que actualmente, el resultado de la traducción de más intenso entre las sábanas no es otra que un sexo más violento.

A estas alturas de la película, la de mi vida, y conociendo un poco a las personas que han pasado por ella, entiendo que no son otra cosa más que fruto de una educación sexual basada en repetir lo que han visto en la pantalla del ordenador o del teléfono.

Sin embargo, llegado el momento de reflexionar sobre el camino que nuestra sexualidad ha tomado, hay que pararse y echarle un vistazo a los pasos, porque están algo torcidos y aún se pueden enderezar.

Intensidad, según el diccionario de sinónimos, es potencia, vehemencia, entusiasmo, magnitud… En ningún caso encuentro palabras que recuerden a la rudeza.

Así que la próxima vez que os pidan intensidad, o que queráis ponerla en práctica, apostad por sacar los pies del tiesto en el que llevamos metidos hasta ahora y aumentar el ritmo, mirar fijamente a la otra persona, acariciarla en esa zona que le pierde o salir a la terraza a seguir haciéndolo.

La pasión se puede conseguir de muchas maneras. Aunque las agresiones puedan formar parte del juego, no son la única alternativa.

Duquesa Doslabios.

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Queridos políticos, necesitamos más educación sexual

Cuando digo que la educación sexual es una asignatura pendiente para los españoles, no hablo solo de manera figurada.

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Por desgracia, en los programas electorales, no es una de las prioridades. Hablar de medidas para aumentar el empleo, sostener las pensiones o mantener un sistema sanitario al alcance de todos entran en las primeras propuestas a tratar.

Otras ideas son de segunda categoría, y, la sexualidad, muchas veces, ni entra.

En la visión de la educación afectivo-sexual de cada partido en las últimas elecciones, o hay menciones breves o, directamente, encuentras vacíos.

Como si fuera algo que no mereciera importancia cuando es algo que, desde pequeños, nos afecta y nos condiciona, porque nos acompañará el resto de nuestra vida.

Algo tan fundamental de recibir, que, todavía me encuentro compañeros y amigos que a sus casi treinta años, me preguntan cómo es posible que las mujeres podamos hacer pis si llevamos puesto un tampón.

Contra esto, solo el PSOE y Unidas Podemos lo consideraron lo suficientemente importante como para darle un espacio en sus respectivos programas.

El partido de Pedro Sánchez incluía una prevención de la violencia de género y el respeto a la diversidad afectivo-sexual.

Por su parte, Podemos buscaba un especial énfasis en la educación afectivo-sexual dentro del sistema educativo.

Mientras que el PP y Ciudadanos mantenían esta educación fuera de sus puntos, la idea de Vox con algo de relación con este tema consistía en activar un pin parental.

En crear un permiso de las familias cuando los hijos fueran a recibir comunicación sobre valores éticos, sociales, cívicos, morales o sexuales.

Igual ahora que las enfermedades de transmisión sexual están por las nubes, que recibimos una educación que viene de la pantalla de nuestro teléfono móvil sin ningún tipo de control, y que no sabemos cómo gestionar todos los cambios sociales que están sucediendo, empezando por aceptar el consentimiento, deberíamos empezar a reivindicar que ocupara un espacio mayor en los compromisos de los partidos.

Eso es lo único que nos preparará para llevar una vida sexual segura, productiva y satisfactoria.

Duquesa Doslabios.

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¿Te ha soltado una frase-granada? Es el momento de acabar la relación

Si las relaciones nos parecen tan complicadas es porque hay una serie de límites invisibles que no podemos cruzar.

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Mentar a la madre o las capacidades en la cama son temas que, en el caso de que se pongan sobre la mesa, van a terminar con los participantes de la discusión muy mal parados.

Dentro de esas fronteras que no se ven, pero se sienten, con permiso de Un paseo para recordar, están lo que me gusta bautizar como frase-granada.

Una frase-granada es, como su propio nombre indica, una bomba que se lanza en uno de los momentos álgidos de la discusión.

Quien utiliza este tipo de estrategia, sabe de antemano que, en el momento en la que la suelte, las cosas se van a poner feas.

Solo hay que contar unos segundos para que haga efecto y la explosión es inminente.

La diferencia con las granadas reales es que no habrá cuerpos desmembrados, el descuartizamiento habrá sucedido, eso por seguro, pero son heridas emocionales.

Emocionales y mortales, de paso. La recuperación de una frase-bomba es casi imposible para una relación. Se suele traducir en el fin de la misma, o, al menos, en el principio del fin.

Son frases como «Ya no te quiero», «No estoy enamorada de ti», «Nunca serás una buena madre/padre», «No valías nada hasta que te conocí», «Eres una puta»o «No sé por qué me casé contigo».

Ante ellas, y sabiendo que la destrucción está servida, solo queda pararse, coger aire y hacer lo que hay que hacer aunque resulte doloroso solo de imaginarlo.

Aunque, sin duda, más lo sería seguir con la persona que ha soltado la bomba de relojería en forma de frase.

Duquesa Doslabios.

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Hoy se casa mi amor platónico (y no es conmigo)

Hoy se casa mi amor platónico. Joder, si eso no te da perspectiva, no sé qué te la puede dar en esta vida. Se casa y yo estoy a más de mil kilómetros del altar, física y figuradamente.

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Que se casen tus primas, tus amigas, tu círculo íntimo -ese que va cayendo poco a poco como las fichas de un dominó-, lo ves hasta normal.

Pero cuando se casa tu amor platónico, que además te enteras de refilón y casi sin querer, son palabras mayores. Es inevitable que piense en la frase de «lo hace hasta el más tonto».

No porque le falten luces ni mucho menos, al contrario, sino porque, en ese momento, te das cuenta de que ahora sí que se está casando todo el mundo.

¿Y yo? Aquí.

Bien, eso seguro.

Más que bien, diría. Sin prisa por anillo ni nadie que me la meta (hablo de la prisa, por suerte, lo otro ya es otro tema).

Pero lejos del altar del ‘sí, quiero’ del que se sentaba a mi lado en clase. Y lejos del mío propio que, ni siquiera sé si existirá en un futuro o no. Lejísimos.

En la distancia se pueden ver mejor las cosas y apreciarlas en toda su magnitud. Por algo subimos montañas y no nos conformamos con mirar el paisaje desde abajo.

En su cumbre, él la verá a ella, de blanco y con velo. Porque sí, ella siempre me pareció la típica novia que se casaría con velo.

Desde mi cima, el paisaje de mi vida, igual de bonito y espectacular por mucho que no lleve votos matrimoniales de por medio.

Se casa mi amor platónico, yo, no lo tengo en mente ni de lejos y me siento bien por el camino que ha tomado cada uno. Y por el que vamos a seguir recorriendo, aunque lleven a destinos totalmente separados.

No voy a hablaros de que no estábamos destinados, del hilo rojo, del sino predeterminado. Voy a hablaros de la alegría que es ver que se casa hasta tu amor platónico y no entras en bucle ni agobios, porque has comprendido que tu felicidad está en otra parte.

Y a mi amor platónico y a su pareja, aunque no me lean, les deseo exactamente la misma. Que estoy segura de que la tendrán.

Duquesa Doslabios.

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La glorificación de las relaciones de pareja

Vivir la soltería a partir de cierta edad, esa en la que la mayoría de tus amistades ya se han dado el ‘sí, quiero’, puede resultar un poco agobiante.

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Es el mismo momento en el que, cuando piensas en los noviazgos o ves una pareja cerca, quieres eso.

Ver películas los domingos en el sofá, despertarte en medio de la noche y tener a esa persona a tu lado, citas románticas… Todos esos momentos que solo se experimentan en una relación parecen tener una pátina dorada cuando todavía entras en la categoría de single y no tachas el «+1» en las invitaciones de las bodas de tus amigas.

Sin embargo, es un efecto momentáneo que, en cuanto empiezas a salir con alguien, termina por desaparecer al tiempo.

Lo de las películas está bien, pero te apetece volver a quedar con las amigas de terraceo, te despiertas en medio de la noche por sus ronquidos o porque habla en sueños (cosa que puede pasar tanto a hombres como mujeres) y las citas románticas están bien, sí, pero ir otra vez a cenar comida italiana ya no es tan emocionante.

Y aunque, con esas pequeñas cosas, eres muy feliz, te das cuenta de que era mucho más intenso y vibrante en tu cabeza, cuando no tenías pareja.

Es lo que se conoce como la glorificación de las relaciones.

La glorificación de las relaciones es como cuando recuerdas con fervor el lugar en el que veraneabas en tu infancia, lo vuelves a visitar en la edad adulta y te gusta, sí, pero no te parece tan espectacular como hace años.

Poner los noviazgos en un altar tiene una parte buena y una mala, como todo. La buena es que, cuando se da el caso de encontrarte en pareja, sientes que puedes cumplir esas cosas con las que llevas fantaseando. Y hacerlas, proporciona felicidad.

@alexandre_halle

La mala es que esté tan idealizada la relación, que las alegrías del día a día no superen la película digna de Spielberg que nos hemos montado en la cabeza.

¿La conclusión? Que, puestos a idealizar, pongamos en el altar únicamente el amor propio, que tanto en la soltería como en pareja, es el que debemos respetar y cultivar. Menos, quizás, por encima de las croquetas de tu madre, que esas tampoco decepcionan nunca (permitidme que haga la comparativa con la comida, porque al final comer y amar son ambas cuestión de gusto).

Duquesa Doslabios.

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¿Y si el que no se corre es él?

Que las mujeres solemos tener algo más complicado lo de llegar al orgasmo, es innegable. De hecho, es para muchas tan difícil que, ni por sus propios medios, son capaces de alcanzarlo.

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Y es que biológicamente, nuestros genitales tienen mucho misterio. El hecho de que las cosas vayan por dentro hace que debamos saber exactamente qué es y cómo se estimula cada parte para poder disfrutar plenamente del sexo.

Ellos no tienen ese problema. Lo que llevan a la vista es todo. Lo que ves es lo que hay.

Por ese motivo resulta tan sorprendente cuando es él el que no llega al orgasmo.

La primera vez que me sucedió fue hace bastantes años y en su momento, no supe cómo abordarlo. Cuando le pregunté, más por curiosidad que por otra cosa, recibí un bloqueo informativo por su parte, de lo que interpreté que igual había algo más profundo ahí.

Con los años, y otras situaciones parecidas, empecé a despreocuparme. Porque claro, viviendo en la era de la brecha orgásmica, cuando sexualmente eres tú la que lleva la menor puntuación en la pizarra de orgasmos, una o dos ocasiones en las que solo termines tú, no resultan muy preocupantes.

Cuando se da en varias ocasiones, es fascinante la diferencia entre hombres y mujeres.

Para nosotras, la culpabilidad está asegurada. Lo primero que se nos pasa por la cabeza es que ya no excitamos de la misma manera a la otra persona. Que si la celulitis, que si estoy gorda, que si ya no me quieres (llevarlo al plano afectivo es incluso peor).

Es una diferencia fundamental respecto a los hombres, cuya actitud, viendo que nosotras no hemos terminado suele ser, siempre en el mejor de los casos, la de pensar en cómo mejorar en el próximo encuentro.

Antes de que la paranoia supere la realidad, déjame decirte que tú no eres el problema. Sí, le sigues gustando y mucho.

No es tan sencillo como imaginamos. Hay hombres que no eyaculan si tienen sexo oral, si la chica está encima o incluso otros que pueden llegar a hacerlo varias veces. Igual no son tan sencillos como pensábamos, ¿verdad?

Como a nosotras, factores externos pueden pasarles factura (algo que ya os comentaba en este post), por lo que una situación de agobio o estrés puede impedirles terminar. Incluso si el día es muy caluroso o se encuentra incómodo porque le estás apretando demasiado en alguna parte.

Hay incluso quienes son capaces de, con un increíble control, evitar la eyaculación pasado el punto de no retorno y seguir manteniendo la erección, lo que significa que pueden durar mucho más tiempo.

Por lo que agobiarse, estresarse, culpabilizarse y, en definitiva, hacer de ello una montaña cuando solo es un grano de arena, no es la mejor de las soluciones.

Lo más probable es que, si esa vez no se ha corrido, la próxima vez que tengáis sexo, lo haga como si nada.

Duquesa Doslabios.

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La prostitución, esa ‘gran salida laboral’ según la Universidad de La Coruña

Desde muy pequeñas aprendemos, cada una a nuestra manera, qué es la prostitución.

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Y, aunque nunca llegues a ponerla en práctica, con los años te das cuenta de que, para muchos hombres, tu cuerpo no es más que una mercancía.

Afortunadamente, con la madurez, y, sobre todo, en la era en la que estamos actualmente con tantas voces de mujeres rebelándose a ser relegadas a meros objetos de usar y tirar, cada vez reivindicas más tu cuerpo. El tuyo y el de tus compañeras.

Porque entiendes que, cuanto más rememos todas en la misma dirección, más libres, independientes y seguras viviremos.

Avanzamos a pasos agigantados, pero siempre habrá quienes quieran devolvernos al patriarcado, a ocupar el eterno segundo plano. Esa jaula con barrotes de oro que dice que, si te metes en ella -desnuda, eso sí-, puedes recibir lo que quieras a cambio.

Y el último ejemplo de ello viene del ámbito universitario.

Bajo el nombre Jornadas sobre el Trabajo Sexual, la Universidad de La Coruña quiere llevar el debate de la prostitución a la enseñanza superior, pero ¿realmente está bien planteado?

Solo hay que echar un vistazo al programa para descubrir que, el hilo argumental de las ponencias, busca legitimar y fomentar una actividad que, en España, no es legal (empezando ya por camuflarla poniéndole un nombre menos denostado).

El hecho de que sea una universidad pública quien ofrezca esto se traduce en dos cosas, la primera, que ha sido financiado con dinero de todos y, la segunda, que pretenden hacer de un acto, basado en la explotación de mujeres, una salida laboral a la misma altura que socióloga, profesora, matemática o periodista.

Pero, ¿que una actividad que no es legal se quiera pintar como una opción seria de futuro tiene sentido?

El último estudio realizado en España sobre la prostitución dejó unas cifras muy esclarecedoras al respecto.

Las mujeres son el 90% de las personas que se dedican a ella. Y, de uno de los programas de comando Actualidad sobre esta práctica, saco otra cantidad impactante, el 96% de ellas lo hacen obligadas, ya sea por proxenetas o porque no encuentran otra manera de sobrevivir.

Es decir, de 100 prostitutas, menos de 14 lo hacen por voluntad propia, por decisión personal, porque quieren o porque les gusta. Todo lo demás es coacción o desesperación por salir adelante.

Por tanto es como si se crean unas jornadas para hablar del enriquecimiento mediante las casas de apuestas obviando conscientemente que, la gran mayoría de personas que lo hacen, terminan con problemas de adicción y arruinadas.

A excepción de ese porcentaje tan ínfimo, el resto de mujeres se enfrentan a una actividad en la que están totalmente expuestas física y emocionalmente, donde son abusadas por hombres que en muchas ocasiones las fuerzan, las hieren y les terminan contagiando enfermedades en el mejor de los casos. Eso si tienen la ‘suerte’ de no ser asesinadas.

Así que por mucho que las jornadas universitarias quieran dar un lavado de cara a la prostitución, lo cierto es que es una ‘profesión’ incompatible con la igualdad.

El programa parece buscar todo lo contrario, darle fuerza a una actividad que somete y esclaviza a las mujeres, aprovechándose de la situación económica de aquellas que están más indefensas.

Quienes han llegado a España para salir adelante o bien han sido traídas como parte de la red de trata de personas.

La prostitución no empodera a la mujer, que no puede poner en su currículum esa experiencia, la paraliza. No le permite desarrollarse profesionalmente o ver proyectada su carrera como en otro trabajo, porque no es un trabajo.

Pienso en mí y en las mujeres trabajadoras de mi entorno. En que hemos sido contratadas en nuestro puesto por nuestra formación. Para la prostitución, en cambio, solo es necesario el cuerpo, que, más que mano de obra, no es otra cosa más que un bien de consumo (del que se abusa hasta el extremo).

Y yo me pregunto que cómo vamos a avanzar en la liberación de la explotación sexual, cómo vamos a erradicar la violencia machista, cuando una universidad quiere normalizar la explotación de mujeres y realmente ofrecerla como una opción de futuro para que sus alumnas (repito, las mujeres somos el 90% del mercado y 96% lo hacen forzadas) vean con buenos ojos la práctica.

Solo hace falta escuchar los testimonios de algunas mujeres que se dedican a ella para entender que no es un trabajo, sino la única opción de sobrevivir. Una vía que es una forma de violencia.

En el momento en el que la dignidad de un trabajador no se respeta, hemos dado con algo que contradice los Derechos Humanos, un motivo más por el que no puede ser considerada, catalogada y mucho menos explicada en una universidad pública como una actividad profesional regulada.

¿Esa es la nueva lección maestra de la universidad pública, que las mujeres dejemos de estudiar, de formarnos, de crecer, de reivindicar igualdad en salarios y que nos metamos a prostitutas para llegar a lo alto?

Duquesa Doslabios.

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‘Gran Hermano’ o cómo grabar una violación por un programa de televisión

Este miércoles reflexionaba sobre la anormal normalidad que, aún hoy en día, se da con las agresiones sexuales y todo lo que conlleva violencia de cualquier tipo hacia la mujer.

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Poco después me entero de que Carlota Prado, una antigua concursante de Gran Hermano, durante su estancia en Guadalix –en plena grabación del programa-, fue violada mientras todo el equipo tras las cámaras, que se turnan a lo largo de las 24 horas del día para no perder detalle, no hacía nada para evitarlo.

Con ínfulas de documentalistas de National Geographic, redactores, realizadores y operadores de cámara dejaron que la ‘naturaleza’ siguiera un curso atroz. Lo que no sabían es que, en ese momento, junto al agresor, se estaban convirtiendo en animales.

No todo vale en el circo mediático, y este ha sido uno de los casos en los que se han cruzado los que debería ser considerados límites: el bienestar físico, emocional y mental de una participante y un delito.

No puedo evitar acordarme de una tuitera que comentaba, hace unos días, que al mediodía, en plena Gran Vía de Madrid, un hombre empezó a insultarla a gritos de manera violenta por haberle respondido a un piropo.

Se sentía sola en una de las calles más concurridas de la capital al ver que nadie hacía nada por pararle los pies al hombre.

Y si ella experimentaba esas sensaciones, ¿qué no experimentará Carlota sabiendo que puso su vida en manos de una cadena de televisión y nadie del programa hizo nada para protegerla?

No solo hay hombres que nos violan, algo ya de por sí duro que, como mujeres, nos toca asumir. También hay cómplices -según la RAE persona que, sin ser autora de un delito, coopera con actos simultáneos- que se mantienen al margen. Una serie de testigos mudos, pero no ciegos, de un crimen que, en sus manos, estaba evitar.

¿Qué sacamos de esto? Lo de siempre. Una mujer con un trauma que arrastrará toda su vida, un agresor con una pena que nunca parecerá suficiente y Mediaset dispuesta a pensar en la siguiente edición del programa.

Si grabar una violación en un reality show no es telebasura, yo ya no sé.

Duquesa Doslabios.

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Que te toquen el culo en la discoteca y todo lo que no es ‘normal’ por ser mujer

Todas coincidimos en que es mejor ir con zapato plano en vez de sacar los tacones. «Yo quiero ir cómoda», dice una. Aunque no lo pongamos por escrito sabemos que, en el caso de tener que correr, es preferible ir con un calzado bajo.

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Quedamos poco antes de que abran la discoteca y vienen los dos de turno. «¿Por qué estáis tan solas?», dicen a ese grupo de cuatro amigas.

Sabemos qué hacer en esos casos. El corte más ‘limpio y rápido’, la baza del novio. Una vez saben que «estamos todas cogidas», se van. La excusa de siempre que, cuando surge, te garantiza la ‘libertad’, algo que sabemos todas, por lo que utilizarla es ya normal.

Entramos a bailar. Pedimos copas y recordamos cómo nuestros padres dejaban el vaso en la barra con una servilleta por encima, para que no les echaran drogas. Nos reímos de aquel acto pero no soltamos el nuestro, no vaya a ser. De modo que se convierte en habitual ese baile a una mano mientras con la otra mantenemos la bebida va bien sujeta. Hasta ahí todo normal.

«Voy al baño», dice una. Da igual la distancia al servicio, es una norma no escrita acompañarnos. Son muchas las historias de amigas que, ante las ganas de hacer pis se han alejado y han aparecido en un piso desnudas al día siguiente.

Las colas en los baños de mujeres son siempre infinitas, todas llevamos compañía, como es normal.

Una vez reunidas de nuevo, seguras por la fuerza del grupo, el baile es más pleno. Hasta que, en la décima bajada al suelo -cambiando solo el peso de las caderas de una a otra rodilla-, hay quien nota una mano indiscreta.

Pena que, al girarse, haya un grupo de ocho o nueve chicos. Imposible dar con el autor del roce. Aunque claro, con tanta gente, y bailando hasta el suelo, es normal que se den ese tipo de choques. Que no empiece la paranoia.

Vuelve a notarla y al minuto se arrepiente de haberse puesto minifalda, no como sus amigas -más expertas en materia-, que prefieren los pantalones largos para evitar, como es normal, los manoseos que suelen acompañar aquí, en Valencia, en Cáceres, en Murcia o en Málaga, los acordes de Daddy Yankee. Pero ella no cayó en eso, solo quería estrenar su nueva compra.

Así que se resigna y entiende que el toqueteo será el nuevo normal de la noche.

Las horas se agotan y los pies, incluso sin tacones, también. Es el momento de despedirse. Dos comparten taxi, otra irá en autobús nocturno y la última, que no ha bebido, prefiere coger un coche de alquiler.

Tras los besos y abrazos, la promesa de todas las noches. «Avisad al llegar». Es el voto normal en estos casos en los que la oscuridad todavía hace mella en el cielo.

El coche está más lejos de lo que se pensaba. Tiene que andar sola un trecho e incluso pasar por delante de un grupo de hombres que también acaban de salir de otra discoteca.

«Hola bebé, ¿te acompaño?». Risas del grupo, él se ha puesto casi enfrente suyo. Ella le esquiva y aprieta el paso, mirando con desesperación el mapa del móvil para localizar el vehículo.

Por mucha rabia que le dé confesarlo, ese tipo de encuentros son lo normal cuando vuelve a casa. El miedo apretándole la boca del estómago durante los últimos metros antes de abrir la puerta -que muchas veces alcanza corriendo- se ha convertido casi en el denominador común, lo raro es que no le digan algo. El broche de siempre a sus veladas con amigas.

Finalmente llega a casa, es la última en hacerlo. Escribe que ya está en la cama y aprovecha para revisar por última vez Instagram. El chico al que le dijo su perfil le ha escrito un mensaje. Uno detrás de otro, viendo que ella no le contestaba.

Que si quiere terminar la noche por todo lo alto. Que por qué no le contesta. Que hay que ver estas feminazis que se asustan por todo. Que quién se cree que es. Que es una zorra calientapollas por haber bailado así. Que tampoco está tan buena. Que ojalá se muera.

Y ella apaga el móvil y se va a dormir después de pasarle el pantallazo a sus amigas, que, poco o nada extrañadas, le dicen que así son muchos tíos. No les sorprende a estas alturas porque tienen en sus bandejas de entrada textos parecidos. Es hasta normal.

Solo que nada de lo descrito como normal en este texto lo es. Por mucho que socialmente hayamos aprendido a normalizar las agresiones sexuales, las intimidaciones, es el momento de desaprenderlo.

Que lo normal empiece a ser no tener miedo porque no haya ningún motivo para ello.

Duquesa Doslabios.

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Es hora de despedirse de los amores de verano

Posiblemente es uno de los sabores más amargos que trae septiembre. El trago que más cuesta, después de haber adquirido la costumbre de degustar el mojito, las tapas a pie de playa o el helado en la vacía ciudad.

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El verano se acaba, y con él los posibles amoríos que hayan podido tener lugar.

Por mucho que pensemos que podremos sobrevivir al otoño, es probable que se quede en algo de las vacaciones, lo que supone un golpe que debemos encajar.

Una de mis mejores amigas tiene claro que, en el caso de las historias de amor, lo mejor es asumir que no son tanto los amores sino más bien el verano.

Y, por mucho que, en su día, me costara creerlo, viéndolo con perspectiva me resulta imposible no darle algo de razón.

El destino diferente al habitual, los planes alternativos como pueden ser ver el atardecer delante del mar o un paseo romántico a la luz de las estrellas en medio del campo, no son tanto la persona sino instantes que, de por sí, llegan a emocionarnos.

Es decir, que, con ese tipo de momentos, lo más normal es que tendamos a ‘enamorarnos’, o a tener sensación de enamoramiento, mucho más que si se trata de una cita tomando cervezas en el 100 Montaditos de tu calle de siempre.

No es él o ella, es el momento y el lugar, todo es mucho más intenso y, emocionalmente, hasta nuestro estado de ánimo es distinto.

Sin más responsabilidad que la de decidir al día siguiente en qué lado de la playa poner la sombrilla, cualquiera se siente lo bastante relajado como para mantener conversaciones durante horas o disfrutar estando en silencio, simplemente deslizando un dedo sobre el dorso de una mano ajena.

Una serie de pequeños placeres que, con el acelerado ritmo de vida y el estrés diario, no solemos permitirnos.

Vale que en esta época del año hemos podido tener la suerte de dar con alguien especial, pero preguntarse hasta qué punto es la persona y hasta dónde llega todo lo demás, hace mucho más sencillo poner las cosas en su sitio.

Así, es posible meter esa historia en el cajón de las anécdotas de las vacaciones, junto al salto de diez metros de altura que daba miedo o la noche con el concierto de Liam Gallagher en una capital europea.

Esa es la manera de que, en el futuro, recordarlo no sea doloroso, sino algo mágico que se ha vivido y que forma parte, no tanto de la magia del amor, sino de la magia del verano.

Duquesa Doslabios.

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