Archivo de noviembre, 2020

Si todavía estás superando a tu ex, este texto es para ti

Hoy es uno de esos días en los que el tiempo parece haberse coordinado con los sentimientos. Uno gris y pesado.

Nada más subir la persiana un cielo plomizo te da la bienvenida en tu nueva jornada. Aunque eso es lo de menos. No es el día el que pesa, es que, una vez más, en la habitación, solo estás tú.

SPRINGFIELD MAN & WOMAN

Y solo tú, sin necesidad de poderes paranormales, pareces sentir otra presencia, la del fantasma de esa persona que puso punto y final a todo (o que te llevó a ti a ponerlo).

Hoy es uno de esos días teñidos de recuerdos, de los buenos, los que más duelen porque tu cerebro se ha encargado de añadirles una pátina de brillo y banda sonora para hacerlos aún más vivos.

Magníficos, sí, pero tan anclados ya en el pasado como la memoria de un verano familiar con todos tus primos en el pueblo.

Lo que descubres, viendo el hueco de la cama que solo es la prolongación del que llevas por dentro, es que no son las relaciones tan montaña rusa como las rupturas.

Que, de una semana bien, pasas a un par de días con recuerdos-medusa (de esos que por breves que los rememores parecen producir urticaria) al bajón absoluto, el día plomizo también a nivel emocional.

Déjame decirte que esto es -además de nada agradable- lo normal. El salto del rencor a la falsa felicidad de pensar que ya lo has superado, pasa por las ansias de mirar su Instagram, controlar las ganas de escribirle un mensaje, pensarle hasta llorar o familiarizarse con la apatía.

Un proceso enrevesado que, te aseguro, tiene un final, el de asumir que esa persona ya no está y librarte del fantasma.

Hasta llegar a ese momento, date tiempo. Enfréntate a tus sentimientos. No lo escondas debajo del colchón, permítete pensarlo, asumirlo, buscar un momento más apropiado en el que puedas derrumbarte y construirte pieza a pieza.

Ponte en primer lugar y fíate de lo que necesites. Ya sea mantener una amistad como si es borrar su rastro digital de tu vida. Lidiar con lo que mejor te funcione es personal.

Trabaja en quitarle ese barniz brillante que juega tan malas pasadas y recuerda a tu ex con sus 360 grados, los buenos y los malos.

Es ahí cuando aprender marca la diferencia en que tropieces con la misma piedra disfrazada de persona o realmente te escuches.

Si eres capaz de entender por qué has dejado que eso pasara o si te había sucedido antes y, sobre todo, si seguiste con ello pese a sentirte mal, es tu turno. Toca avanzar con esa mochila a la espalda en busca de una historia que no pase por ahí.

Y, si ves similitudes, solo tienes que echar la vista atrás para reconocerla (y alejarte de ella).

Hay personas que pasan por nuestra vida con fecha de caducidad escrita en la frente, aceptarlo y dejarlas marchar forma parte del camino. El siguiente recodo puede ser el bueno.

Duquesa Doslabios.

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Deberías dejarte los calcetines puestos durante el sexo (y la razón científica es sorprendente)

Nunca imaginé que sería yo la primera en defender los calcetines durante el sexo. Más bien, casi podría esperar todo lo contrario.

Sobre todo si tengo en cuenta que son de las primeras cosas que me quito y, si veo que la otra persona lleva puesta, me aseguro de dejarlos tirados por el suelo. Lejos, para que no quepan dudas de cuál es mi postura al respecto.

PIXABAY

Sin embargo me toca retractarme, resulta que llevar los calcetines en ese momento es más beneficioso que perjudicial (por mucho que me corte un poco el rollo).

Las opiniones científicas parecen respaldar su uso. Un estudio de la Universidad de Groningen llegó a esa conclusión y toca que cada pareja se replantee si de verdad merece la pena quitárselos (sobre todo en esta época del año).

Y es que en invierno, llevar calcetines es, más que una opción, la única alternativa a no terminar cogiendo frío.

Tener los pies calientes es lo que consigue que nuestra temperatura corporal se mantenga, aunque bien es cierto que, en los momentos de pasión, el calor no suele ser un problema.

Quizás podría justificar llevarlos pensando en el contraste con el suelo. La sensación de frío también puede ser un freno a la hora de estar cambiando de posición, una razón por la que podría mirarlos con buenos ojos.

Sin embargo, según la investigación de la universidad holandesa, hay mucho más (e igual deberíamos ponerlo en práctica desde ya).

Por lo general, calentar los pies ayuda a que los vasos sanguíneos se dilaten, algo que nos lleva a querer dormir, ya que el cerebro lo interpreta como la señal de que es el momento de dejar de hacer scroll por Instagram y apagar el teléfono.

Sorprendentemente, de la misma forma que aumenta la velocidad de que nos entre el sueño (y nos quedemos dormidos), tendría el mismo efecto a la hora de alcanzar el orgasmo.

Llevando calcetines, un 80% de las parejas que formaron parte del estudio,  llegaron al clímax. Las que no los usaron, lo consiguieron en un 50%.

Así que solo por esa diferencia, ¿no merece ya la pena intentarlo? Eso sí, ojo con los calcetines que escoges.

Si te dejas puestos los que llevas usando todo el día (o esos que tienen un agujero), da igual lo dilatados que tengas tus vasos sanguíneos, la otra persona sí que no va a correrse nunca con esa imagen.

Duquesa Doslabios.

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No eres rara ni estás mal hecha si solo llegas al orgasmo tocándote tú misma

Después de mi primer polvo, llegué a una conclusión: el sexo está sobrevalorado. Fue lo que pensaba mientras salíamos de su portal rumbo a mi casa.

¿Y por esto tanto escándalo? Estaba casi decepcionada después de todas las expectativas que me había hecho sobre ello.

LELO

Las siguientes relaciones sexuales me llevaron al mismo razonamiento. No entendía a qué venía tanta excitación. Vale que había disfrutado del momento, de las caricias y los besos, pero a la hora de la verdad, sentía que yo (conmigo misma) me lo pasaba mejor.

No fue hasta que empecé a poner en práctica cómo me masturbaba en la intimidad, que el sexo acompañada despertó otras sensaciones.

Lo hice de manera instintiva, como respuesta natural a aquel cosquilleo que me recorría el clítoris y que, en la postura en la que estaba en aquel momento, nadie prestaba la más mínima atención.

Aquello ya era otra cosa, por fin iba por buen camino. O, al menos, eso pensé durante unos segundos, hasta que mi pareja de aquel entonces me preguntó que qué hacía.

Lo hizo con cara de susto, como si el acto de llevarme la mano a la vulva significara que estaba fracasando como amante.

Una vez vencido el miedo inicial, explicándole que así me gustaba más, nos dejamos llegar y descubrí, por primera vez, que sí, podía tener orgasmos también en pareja.

El único ¿inconveniente?, que tenía que ‘trabajármelos’ yo.

Y sí, digo inconveniente porque en ninguna película había visto a la protagonista disfrutar de aquella manera. Bastaba que se la metieran para que el polvo se convirtiera en una sucesión de gemidos ininterrumpidos hasta llegar al orgasmo.

Tuve que descubrir que no era yo quien estuviera mal, era la ficción la que no reflejaba mi realidad.

No ponía en duda que hubiera quien pudiera encontrar placer -e incluso llegar al clímax- de aquella manera, pero no era mi caso.

Ni el mío ni el de muchas amigas con las que, pasados los años, acabé hablando del tema. Curiosamente, teníamos en común que, solo estimulándonos de forma externa, conseguíamos corrernos durante la penetración.

Esa revelación me llevó a uno de los puntos más importantes de mi vida (sexual) adulta.

Podía seguir haciendo como si nada, cumpliendo los estereotipos y fingiendo mis orgasmos para que mis acompañantes no sintieran que su participación era insuficiente.

Podía normalizar que el sexo aceptado por la mayoría era eso que veía en la tele o en el ordenador y subirme al carro, aunque implicara que no lo disfrutara plenamente.

Pero eso significaría que mi vida sexual compartida resultaría decepcionante, así como una manera de ocultar algo tan natural de mí misma.

Mi decisión, la que sigue vigente hoy en día, fue tomar el otro camino, el de asumir que, por mucho que no fuera como las mujeres de las películas, lo que me funcionaba era igual de válido.

Y no ajustarme a esa imagen no iba a impedirme disfrutar en la cama. Aunque eso implicara que tuviera que hacerme cargo de mis orgasmos.

Duquesa Doslabios.

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¿Y si Netflix quiere que nos cuestionemos la monogamia con ‘Emily en París’?

No sé si te pasa, pero cuando reflexiono sobre la monogamia, no siento que sea algo que haya elegido realmente. Más bien, me he limitado a aceptarla en mi vida sin darme cuenta, con toda la normalidad del mundo.

@EMILYINPARIS

Tampoco existían muchas alternativas a ella.

Cuando, de más adulta, he podido reflexionar largo y tendido sobre ella, he caído en que -por mucho que no me pareciera sostenible una unión cerrada de por vida con una sola persona-, está tan integrada en la sociedad, que es muy difícil vivir de otra manera.

Todos los libros que he leído en mi adolescencia, las películas que he visto o incluso las canciones que he escuchado me hacían llegar a la misma conclusión: el amor verdadero son dos y para siempre.

Cualquier otra cosa que se saliera de ahí, no se podía llamar amor.

Está tan enrevesado este concepto con la exclusividad sexual que, poner sobre la mesa otros modelos de relación, es inaceptable para la mayoría de nosotros (y ya ni os hablo de la opinión que suscitaría en nuestro entorno más cercano).

Quizás por eso lo más subversivo de Emily en París, una de las novedades de Netflix, me parezca cómo plantean el ‘amor a la francesa’: relaciones abiertas.

Por supuesto que la serie es un cliché andante (no faltan las boinas, planos de la Torre Eiffel y cruasanes en todos los capítulos) y los franceses no escapan de él: la seducción es su estilo de vida y son incapaces de ser fieles.

El choque de la protagonista (de origen estadounidense) respecto a sus compañeros de trabajo y amigos en cuanto a las relaciones, es algo que aparece en el primer capítulo y le acompaña hasta el último de ellos.

En la ficción, lo habitual entre los parisinos es tener un matrimonio en el que los amantes están más que aceptados ¡e incluso tienen relación de amistad con ambos miembros de la pareja!

Amor y sexo a varias bandas que se puede resumir en una de las frases de la jefa de Emily: «No quiero el 100% de nadie ni que nadie tenga el 100% de mí«.

Y no puedo evitar pensar que, quizás si estos fueran los referentes de la cultura popular con los que crecemos, tendríamos una idea diferente de lo que son las parejas.

Duquesa Doslabios.

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