Archivo de marzo, 2020

Decálogo para una vida sexual feminista si no sabes por dónde empezar

En el día de la igualdad por excelencia, estoy segura de que estás reflexionando sobre si realmente eres una persona feminista. Si protestas por la brecha salarial, los techos de cristal, ves a tus compañeras como hermanas (o como iguales si eres hombre), no te cuestionas los logros de una mujer que está en un puesto de poder, ni la sexualizas por su ropa, ya estás en el camino. Pero, ¿cómo aplicarlo a tu vida sexual? Te dejo 10 ideas para que sepas por dónde empezar:

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  1. Orgasmos para todos, que la satisfacción sexual no se dé solo en uno de los miembros de la pareja
  2. Adiós prostitución, combatir la explotación sexual también es dejar de formar parte de la demanda
  3. Más sexo que quieres, menos sexo que crees que deberías querer por lo que has aprendido en la pornografía
  4. Tócate y conócete, entiende que lo que tienes entre las piernas es normal y aprende cómo funciona
  5. Libérate de los estereotipos de tu cuerpo. Da igual que tengas celulitis o estrías en los brazos. Estás aquí para disfrutar
  6. Domina o déjate dominar, la cama es un juego y puedes adoptar el rol que te apetezca
  7. ¿Un nivel más duro? Que no signifique solo violencia, la intensidad se puede transmitir de muchas formas
  8. Ten un juguete sexual, es por tu bien. El que quieras y para esos momentos en los que te lo pide el cuerpo.
  9. Coito sí, pero hay vida más allá. No centres tus encuentros en la penetración, el sexo es un mundo muy variado
  10. Y si quieres tener todavía sexo más feminista, busca a alguien feminista con quien tenerlo

 

Duquesa Doslabios.

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Dime por qué no quiere usar condón y te diré con quién te acuestas

¿Sabes ese momento en el que, por fin, estás a punto de tener sexo con ese tío que te encanta? Acercas la mano a tu bolso y sacas un preservativo. Pero él para de besarte, te mira y dice: «¿Y si mejor lo hacemos sin?».

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Si pidiera que vosotras, lectoras, levantarais la mano si esto os resulta familiar porque alguna vez os ha sucedido, no dudo que tendría pleno de respuestas afirmativas.

Y sí, por suerte muchos están tan preocupados por las enfermedades venéreas (quizás no tanto por los embarazos, que los ven mas ajenos a ellos) como nosotras mismas.

Pero hay quienes van a salir con cualquier excusa para no usarlo. Vamos, una serie de argumentaciones perfectamente hiladas que te convencerán como no tengas las cosas bien claras. Y ahí, amiga, es cuando tienes que mantenerte firme.

En mi experiencia, estas son las justificaciones más comunes que utilizan tipos de chicos muy concretos:

El exagerado o «Me aprieta mucho». Para ese caso, algo tan sencillo como que los compre una talla más grande, lo que normalmente suele ser innecesario. Cuando esto pasa, siempre puedes ponerte un condón a modo de ejemplo como media. En serio, mete el pie y verás que te lo puedes subir hasta por encima del tobillo. Y, permíteme que dude, pero no creo que tu acompañante tenga entre las piernas un aparato incluso mayor que tu pie, ¿no?

El cuentista o «No se me pone dura». Lo bueno es que en las cajas de condones vienen varios (y, si te quedan pocos, puedes ir a una farmacia de guardia a comprar más), así que si se baja la erección es tan sencillo como quitarlo y volverlo a colocar una vez vuelva a estar empalmado.

El dramático o «Es que no siento igual». Vale, pero yo lo que no quiero sentir es que por no usarlo puedo contraer cualquier enfermedad. Si tan tremenda le resulta la privación sensorial, siempre podéis usarlo para la penetración y seguir después sin preservativo. En otras palabras: no pasa nada por terminar con la mano o la parte del cuerpo que se te ocurra (la boca no, que también es vía de contagio).

El mentiroso o «Solo la puntita». La puntita también puede estar plagada de ETS. Y, vamos a hablar claro, es la excusa universal para colártela entera después (y hablo literalmente). Si te va con esa historia y tú te la crees, te aseguro con un 90% de certeza que te va a meter todo cuando esté en plena acción.

El negociador o «Podemos hacerlo un rato sin condón y luego me lo pongo». No, ni un rato, ni un segundo, ni una milésima de segundo. El condón no es algo opcional. La alternativa a no usarlo es no follar, y cuanto más clara seas al respecto, mejor. Aunque sea durante un periodo corto de tiempo el que entre en contacto, el riesgo de contagio sigue existiendo.

Duquesa Doslabios.

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No existen las ‘zorras’, existen las personas enfadadas con mujeres

A lo largo del día escucho tantas veces la palabra «zorra» dirigida a mujeres, que he tenido que hacer el ejercicio de reflexionar sobre ella. Y he llegado a la conclusión de que una zorra no existe.

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Te pongo un ejemplo. Despega los ojos de la pantalla y mira a tu alrededor. ¿Qué ves? La ventanilla del metro, el café del desayuno, tu teléfono, el teclado… Son cosas reales, tangibles. Objetos que seguirían estando ahí si el ser humano se extinguiera de un día para otro.

¿Pasaría lo mismo con una «zorra»? No a no ser que se trate de la hembra del zorro, y te diré por qué.

Una «zorra» es un apelativo que se basa en una construcción social, pero no de cualquier tipo, sino una patriarcal. Esto significa que quien ejerce el papel dominante es el hombre, por lo que la mujer se encuentra siempre por debajo.

Es decir, «zorra» no es otra cosa más que el antiguo «bruja» con unas pequeñas diferencias. La palabra que invocaba a la hechicería tenía un objetivo claro: eliminar a aquellas mujeres que pudieran suponer una amenaza por cualquier motivo, ya fuera su influencia, su posición, sus actividades o, simplemente, en aquellas que no eran muy apreciadas por los vecinos.

Una palabra tan poderosa (perdonad el juego, pero hablando de brujería tenía en bandeja la expresión) que servía para quemarla viva y sacarla de en medio. En otras palabras, el paraíso de los hombres que consideraban a una mujer un peligro para su existencia.

Puede que «bruja» se haya quedado anticuado y ya no sirva para subir a la receptora del apelativo a la hoguera.

¿La nueva estrategia? Buscar una nueva palabra que sirviera para ‘quemar’ socialmente a aquellas que no se sometieran, ya sea en redes sociales, en la universidad, en el trabajo ¡y hasta en el colegio!

Para «zorra» no hay un significado unánime, es un término que sirve para todo. Y con todo, me refiero por supuesto, a todo lo que esté sujeto a ser criticado.

«Zorra» puede ser la que tontea en un bar. «Zorra» es la que te rechaza porque no le gustas. «Zorra» es la funcionaria que te dice que te has equivocado de centro de la Seguridad Social. «Zorra» es la que es infiel (si es a ti o a otra persona es lo de menos). «Zorra» es la que aprueba el examen a la primera. «Zorra» es la que perrea hasta el suelo con Daddy Yankee. «Zorra» es a la que le dan el trabajo cuya entrevista no pasaste.

¿A qué conclusión se puede llegar? Que cuando se usa ese término es fruto de algún sentimiento negativo que puede ir desde la envidia al deseo, pasando por el rencor.

De hecho, se ha vuelto tan famosa la palabra que, como «bruja», incluso las propias mujeres la usamos entre nosotras para desprestigiarnos.

Al final, como apuntó un amigo mío: «No existen las zorras, solo personas enfadadas».

Duquesa Doslabios.

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¿Qué hay de pegar cuando sufres maltrato por parte de tu pareja?

El caso de Amber Heard y Johnny Depp me resulta familiar. Una pareja, loca de amor al principio, que termina envuelta en una espiral de violencia donde hay que meter, como no podía ser de otra manera siendo dos celebridades, a la prensa y el impacto mediático que eso conlleva.

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De la segunda parte no puedo decir nada, pero puedo hablar (y mucho) de la primera. Sobre todo porque, después de vivir en tus propias carnes una experiencia de ese estilo, reconoces a la primera algunas cosas de las relaciones tóxicas.

La última pieza del puzzle, ha conseguido que los fans del actor den un suspiro de alivio: se han filtrado los audios de Amber en los que admite haber pegado al actor.

Como si eso fuera a todo lo que se reduce el problema. Como si eso la convirtiera automáticamente en la agresora.

No puedo evitar pensar en mi caso. En lo que habría dicho sobre nosotros mi expareja si hubiéramos sido estrellas del universo celebrity.

Más que seguramente, en defensa de su ‘inocencia’ habría declarado que, la última vez que nos vimos, recibió una bofetada por mi parte.

Bofetada que le di cuando, tras pedirle que no se acercara a mí, intentó besarme a la fuerza.

Su reacción se me clavó en el alma. En vez de responder con violencia, como había visto todas las veces hasta ese momento, se tapó la cara gritando que le había pegado, que cómo había sido capaz de hacerle eso.

La culpabilidad por un lado, y la incredulidad por otro, me ahogaban por dentro. Yo, que soy contraria a la violencia física. Yo, que tan mal lo había pasado cada vez que él me había puesto -o incluso acercado- la mano.

¿En qué me convertía que yo hubiera recurrido a la violencia? ¿En una maltratadora? ¿En alguien como él?

Varios meses en la psicóloga me ayudaron a resolver mis dudas. Ni era violenta ni maltratadora por naturaleza. Aquella bofetada no había sido más que el valor de, por primera vez, recurrir a la defensa propia.

Puede que en ese momento él no hubiera mostrado una reacción violenta, pero como tantas otras veces, empezaba a sobrepasarse usando la fuerza en contra de mi voluntad cuando ya le había pedido que no me tocara, que no se acercara, que no me lo hiciera.

Ver a mi ex novio llorando en el asiento delantero del coche, por aquella bofetada, que no fue más que la prueba de que no estaba dispuesta a seguir dejando que abusara de mí, hizo que mis cimientos se tambalearan.

Más tarde comprendí que sus reacciones y las mías no jugaban en la misma liga.

Porque había una gran diferencia entre nuestros usos de la violencia. Cada vez que él me había cogido, estrangulado, tirado al suelo, amenazado con un filo, inmovilizado, reventado algo a golpes hasta hacerse sangre con las manos a lo largo de esos meses, había sido para someterme, asustarme, callarme o ‘castigarme’.

La única vez yo la usé contra él (y con una bofetada, que no le quito peso, pero no fue precisamente un puñetazo en la cara) fue para hacerle ver que solo necesitaba a una persona para protegerme: yo misma. La misma que hasta ese momento se había dejado controlar.

Una reacción que solo quería decir: «Este cuerpo es mío y voy a protegerlo de ti».

Duquesa Doslabios.

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