La tragedia producida por el terremoto en Japón se ha visto eclipsada por uno de sus efectos secundarios: el accidente nuclear de Fukushima.

Resulta sorprendente, si no sospechoso, que toda la atención informativa de la mayoría de los medios del mundo se haya desviado solo hacia Fukushima, cuando el terremoto ha sido tan salvajemente devastador y no sabemos casi nada de los daños causados, más allá de los magníficos y sobrecogedores reportajes audiovisuales producidos por los propios japoneses en el fragor del drama.

No menos increíble ha resultado la disparidad de opiniones en torno al peligro nuclear. No he visto a ningún especialista responder con seguridad a ninguna de las preguntas obvias sobre el asunto. El caso es que parece que no ha pasado nada serio, ni tiene visos de ocurrir.

Pero, ecologistas y periodistas del mundo, unidos, parecen haber ganado la batalla de una nueva y prolongada moratoria nuclear global, y dado argumentos a políticos oportunistas (¡Qué raro suena!) para adoptar medidas demagógicas sin mucho fundamento.

Mientras tanto, no he visto organizarse contingentes de ayuda humanitaria para enviar todo tipo de bienes básicos para los centenares de miles de japoneses y japonesas que lo han perdido todo excepto su dignidad.

Antes de que se me olvide: ¡Comisario Oettingen, dimita!