Ecos de sociedad anónima Ecos de sociedad anónima

"Padres comerciantes, hijos caballeros, nietos pordioseros"

«I have a dream»

Tuve la enorme suerte de vivir en Washington DC entre los años 1960 y 1963 y, aunque era niño, ya tenía cierta conciencia de lo que ocurría a mi alrededor. Además de ser uno de los momentos más felices de mi vida por el «american way of life» para un niño en aquel entonces, tuve la ocasion de vivir acontecimientos en aquella epóca que me marcaron para siempre.

La TV fue el cómplice necesario de los de mi generación para conocer lo que ocurría en el mundo. Que la OPEP naciera (1960) no fue para mi nada especial. Que EE.UU. ayudara a intentar invadir Cuba (1961) a un grupo de cubanos me pareció algo propio de una pelicula de acción, pero reconozco que no fui consciente de la muerte de más de 100 personas. El levantamiento del muro de Berlín (1961), y los consiguientes intentos fallidos (con resultado de muerte) de escapar del Este, me resultaron aterradores. No entendia que se pudiera levantar un muro sin techo y para separar a familias enteras. El lanzamiento de Yuri Gagarin (1961) al espacio en una capsula del tamaño de un aseo supuso para mi lo más parecido a lo que para mis hijos seria la «Guerra de las Galaxias«. En 1961 también cae Trujillo en Republica Dominicana; fue mi primer contacto con las chocantes imágenes de personas blandiendo las armas en alto, gritando, en señal de victoria sin disparar y desfilando en camiones. Muere Marilyn Monroe también en 1962: me parecía una mamá muy guapa que no se comportaba como una mamá.

Llega la «crisis de los misíles« (1962) y sufro por primera en mi vida auténtico pánico. En el colegio (Maret School) nos avisan de que existe un riesgo real de guerra nuclear con Rusía, ya que muy cerca de los Estados Unidos, en Cuba, se ha descubierto que los rusos (Nikita Jrushchov) tienen bases de misiles. Y aparece John F. Kennedy anunciando en la TV el riesgo y conminando a la población a protegerse. A partir de entonces, suenan todos los días las escalofriantes sirenas de bombardeo en la ciudad de Washington DC, como en las películas de guerra, para fomentar los simulacros y movilizar a la población. En el colegio nos obligan a llevar mantas para protegernos (¿?) de ataques estando a cielo abierto y nos enseñan a cubrirnos de derrumbes en las edificaciones en los sótanos («basements«). En casa hacemos acopio de cantidades  ingentes de comida, por si acaso. Ir al colegio se convierte en algo terrible al principio hasta que, al ver que pasan los días y nadie nos ataca, esperamos los simulacros como una diversión.

Acaba el riesgo y terminan los simulacros, pero se inicia la Guerra de Vietnam en 1962 y las movilizaciones de soldados. En Washington DC no lo vivo como algo que me vaya a afectar. Mi madre me asegura que yo no voy a ir a la guerra; y si lo dice mi madre ¡es verdad!, así que me quedo tranquilo. Muere Juan XXIII en 1963 y me conmociona. Era el único representante de Dios en la tierra que yo conocía, y no entendía como -siendo así- se podía morir.

 

John F. Kennedy y Black Jack ante el Capitolio. Fotografía de David Schwartz. Fuente: John F. Kennedy Library

John F. Kennedy y Black Jack ante el Capitolio.
Fotografía de David Schwartz. Fuente: John F. Kennedy Library

 

El 22 de noviembre de 1963 nos encargaron en el colegio hacer un relato sobre la visita del presidente John F. Kennedy a Dallas. Entre otras cosas, nos pidieron que tuvieramos mucho cuidado en describir los detalles. Lo ví en directo en la TV en mi casa. Así que recuerdo que murió a las 12h30 en punto, que Jacqueline Kennedy intentó tapar su cuerpo con el suyo para que no le dieran más disparos, que la comitiva aceleró y que a las pocas horas dijeron que había muerto. Para mi fue como una «película de tiros» y no entendía si era verdad o mentira ni porqué querían que muriera en la «peli«.

Pero en las siguientes horas fui consciente de la gravedad del magnicidio y todos los medios lo dieron con gran solemnidad. Hubo mucho luto. Recuerdo que en el desfile del armón por las calles de Washington DC caminaba triste el caballo desmontado de Kennedy, sin nadie a sus riendas. Con el tiempo me enteré de que Kennedy era alérgico a los caballos, y que «Black Jack» no era suyo sino un caballo del ejército especializado en funerales, regalo del gobernador de Pakistan. El día del funeral en la Catedral de Saint Matthew me llamaron para que me preparara para ir a cantar, pues era uno de los «solos» del coro de la catedral, pero nadie vino a recogerme.

 

Martin Luther King (derecha) y John F. Kennedy (izquierda) (Fuente: RollingOut.com)

Martin Luther King (izquierda) y John F. Kennedy (derecha) (Fuente: RollingOut.com)

 

El anterior trabajo que me habían pedido en el colegio había sido describir lo que significaba el discurso de Martin Luther King de agosto de 1963, después de la marcha sobre Washington DC «por el trabajo y la libertad«. Se titulaba «I have a dream«, y aun estamos lejos de que se cumpla del todo ese sueño que es el de muchos.

 

5 comentarios

  1. Dice ser Yankee

    Buen relato.
    ¡Qué época tan atribulada!

    23 noviembre 2013 | 16:22

  2. Dice ser martini

    Yo era apenas una niña de dos años cuando pasaban todas estas cosas. Fué una época con mucho sobresalto. Lo que está claro es que la muerte de Kennedy convulsionó al mundo, y como dice el autor, hubo mucho luto.

    23 noviembre 2013 | 16:50

  3. Dice ser PANA44

    Fui un observador de privilegiado de esos acontecimientos, ya cursaba estudios en la Universidad en Norte América, y el 99% de los que analizamos los Hechos llegamos a una sola Conclusión : Se Trata de un Magnicidio producto de la más Importante Conspiración del Establecimiento Estadounidense de Derecha, contra un Presidente de USA, que quizá solo trataba de ordenar el Comportamiento del Estado. vgg

    23 noviembre 2013 | 22:34

  4. «Ahora que culmina el primer recorrido de corta y miente sobre los restos del estado de bienestar y que el presidente nos anuncia desde fuera de España lo bien que nos va a los españoles con las consecuencias de sus desastres de sastrería, la Junta de Castilla y León culmina la jugada, imitando a la Comunidad de Madrid, y decreta la liberalización de los horarios comerciales en las denominadas zonas de especial afluencia turística. Esta decisión pone en peligro el comercio. Dudo que el gobierno de la comunidad haya hecho bien las cuentas, porque no estoy seguro de que las grandes superficies creen empleo, si se compara el que crean con el que se destruye con su implantación.

    Está de moda liberalizar, o sea, eliminar cuantas barreras y cortapisas sean posibles para que la capacidad de acción que tenga cada uno sea la que determine su supervivencia o desaparición en el mercado. Me pregunto si esto no conlleva que el pez grande se coma al chico; si favorecer a los grandes no supone perjudicar a los más débiles y si esto es justo, o sea, si no atenta contra el bien común; si sobrevivirá el individuo a la potencia de la concentración de capitales que tanto abunda -y más que veremos-; si estas decisiones proceden de la libertad y la conciencia recta de nuestros gobernantes, y hasta dónde alcanza la influencia de los lobbys; si en Castilla y León necesitamos centros comerciales abiertos los siete días de la semana; si estamos construyendo –o consintiendo- una sociedad que vive únicamente para que nuestras tarjetas de crédito exuden día a día en un maratón permanente; si el futuro de esta comunidad autónoma se encuentra en dejar todo el espacio posible a los grandes centros comerciales y en la destrucción del comercio de proximidad; si el modelo de sociedad que queremos es el que nos incita a pasar todos los días de la semana en el interior de espacios sin ventanas, construidos para que nadie se escape sin comprar; si el consumismo es el presente que nos sacará de donde estamos y si es el futuro que deseamos para nuestros hijos y nietos, y para el planeta.

    No puedo dejar de preguntarme si el modelo de comercio representado por las grandes superficies nos permite comprar con libertad, y nado entre sombras cuando me fijo en la disposición estratégica de los productos, en la rotación cíclica de las secciones, en la música que lo inunda todo, en el uso de la luz y de los colores, en la ausencia de dependientes especializados en las distintas secciones, incluidas las cajas, donde comienza a haber supermercados sin trabajadores que estén al frente de cada una de las cajas registradoras. Dejo en la sombra de la duda, para quien quiera responder, los tipos de contratos que tienen los trabajadores en estas superficies comerciales o el estrés al que están sometidos, que no es algo despreciable.

    A tanto liberal de peluquería que abunda por nuestros lares se le ha quedado corto el liberalismo de Popper, fundamentado en la defensa y respeto de la racionalidad y en el diálogo y han cogido por las hojas el rábano de los postmodernos más acérrimos, que defienden a los cuatro vientos la competitividad, la desregulación y la disminución del Estado. El modelo de vida americana saca a las personas de las ciudades para conducirlas en tropel a los grandes centros comerciales y las encierra en grandes edificios. Un tipo de despersonalización que los poderosos nos imponen como si fuera el paradigma de la libertad personal, y es que siempre hay quien disfraza a la sociedad del rebaño con ribetes dorados.

    El “liberalismo salvaje” hace que los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos. Se necesitan reglas de comportamiento y, si fuera necesario, también la intervención de Estado para corregir las desigualdades más intolerables. […] Hemos creado una civilización que ha deparado un progreso material portentoso y explosivo, pero lo que fue economía de mercado ha creado suciedad de mercado”. Son palabras que acabamos de escuchar, pronunciadas por el Papa Francisco.

    ¿Será que estos liberales, tan católicos ellos, defensores hasta hace poco de cuantas tesis procedían de Roma, considerarán a este Papa como un no cristiano? Se extiende el modo de vida americano, pero habrá que pensar si no tiene los pies de barro como la burbuja inmobiliaria, Lehman Brothers o la economía especulativa».

    por Tomás Guillén Vera
    Filósofo
    Nadar entre las sombras 09 de Octubre de 2013

    28 noviembre 2013 | 20:13

  5. Dice ser Karla GD

    Esta no es un época en la que haya vivido, pero los relatos son tan reales que parecíera que estuve en ese lugar y en el momento en el que lo cuentas.
    Los años 60’s fueron realmente importantes en el desarrollo de la humanidad tantos eventos tanto catastróficos como de beneficio para la humanidad y para una raza que en ese tiempo parecía no tener derecho alguno en esta tierra.
    Eventos que petrificaron al mundo, pero que a final de cuentas son parte de la historia de la humanidad.

    06 diciembre 2013 | 23:39

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