Archivo de octubre, 2020

¿Cada cuántos días hay que bañar a un bebé?

Llegan las ocho de la tarde y en tu cabecita una voz se pregunta: «¿Lo baño hoy o lo dejo para mañana?». En ese momento un angelito aparece en tu hombro derecho y te dice que mejor hoy, no vaya a ser que llame la abuela para preguntar qué tal ha pasado el día su nieto y se entere de que se ha ido a dormir sin haberle metido un buen fregao; mientras, en el otro hombro aparece un diablillo que te intenta convencer de que no pasa nada por dejarlo para el día siguiente, que suficiente has tenido ya con levantarte a las 6.30 am, trabajar hasta las 5 pm, hacer de animadora infantil el resto de la tarde como para ahora montarse un spa para niños cuando a ti lo que te apetece es espanzurrarte en en el sofá y ponerte Netflix.

La pregunta en cuestión tiene mucha más miga de lo que podáis imaginar, o al menos eso me parece a mí, ya que muchos padres y madres nos preguntan en consulta cada cuánto deben bañar a sus hijos entre otros menesteres de higiene infantil. En este post intentaré poner un poco de sentido común al asunto, pero sin perder la perspectiva médica, que al fin y al cabo es la que a nosotros nos atañe.

¿Por qué hay que bañar a los niños?

Desde el mismo momento en que los niños nacen cabe la posibilidad de que se ensucien. De hecho, tras el parto se encuentran impregnados en líquido amniótico y sangre de su mamá que antes o después habrá que lavar de sus pequeños cuerpecitos.

Y a medida que se abren paso a la vida empiezan a surgir otras situaciones que pueden hacer que el bebé esté sucio o no huela bien, como esa caca enorme que le mancha toda la espalda, un pis a modo de fuente que le moja la tripa o regurgitaciones de leche que no es que huelan especialmente bien. Más adelante, cuando empiezan a tener algo de autonomía para desplazarse por si mismos, lo normal es que se arrastren por el suelo y se conviertan en una escoba atrapapolvo. Y si pensamos en cómo se ponen con la alimentación complementaria ya no te quiero ni contar.

A partir de los dos o tres años suelen volver del parque hasta arriba de barro, manchas de césped y vaya usted a saber qué más… Y al acercarse a la adolescencia, quizá ya no se manchen tan a menudo, pero su olor corporal se transforma en algo parecido a un vestuario de gimnasio.

Todas estas situaciones nos deben hacer pensar que en los niños hay que mantener un mínimo de higiene corporal (o quizás aspirar a un máximo). Y hasta que se hagan mayores y sean ellos los que decidan cada cuánto se deben duchar, somos los padres los que debemos tomar la decisión de cuándo pasarlos por el agua y jabón de la bañera. En la mayoría de las ocasiones esto dependerá de si el niño está limpio o sucio.

La piel de los bebés es delicada (y también la de los niños y los adultos)

Aunque no lo parezca, la piel es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano. Entre otras muchas cosas nos sirve de barrera física contra las agresiones externas del mundo en el que vivimos. Por eso tenemos vello corporal -que nos protege del frío-, pelo en la cabeza -otro buen aliado contra el frío, pero también contra los golpes– o cejas y pestañas -que proporcionan protección a los ojos-.

Por otro lado, como si de una mano de pintura invisible se tratara, nuestra piel está recubierta por una finísima capa de grasa que proviene de las glándulas sebáceas que hay en ella y que nos aísla de la humedad y otras inclemencias meteorológicas, además de protegernos de contaminantes externos o algunas sustancias irritantes. Los niños poseen esta capa protectora al igual que los adultos, pero cuanto más pequeños son, más delicada es su piel ya que los mecanismos para reparar esa cubierta cutánea son todavía inmaduros.

Los jabones con los que nos lavamos son capaces de disolver la capa de grasa que cubre la piel, por lo que un exceso de limpieza podría eliminarla por completo y dejarla desprotegida, tanto en niños como en adultos. Con esto no quiero decir que no haya que lavar a los niños, pero nos debe hacer pensar que no hace falta frotarles como si hubiera que sacarles brillo ya que podría ser contraproducente.

Baño diario: ¿sí o no?

Decía Aristóteles que la virtud está en el termino medio y aplicado al baño de los niños no podemos estar más de acuerdo. Está claro que a los niños hay que asearlos, pero como hemos visto, un exceso de higiene, incluso con productos respetuosos para su piel, puede ser contraproducente. A pesar de ello, la gran mayoría de los niños toleran de sobra un baño al día.

En España lo habitual es que nos bañemos todos los días, tanto los niños como los adultos, inclusos en verano lo hacemos hasta varias veces en las mismas 24 horas. Sin embargo, en los países del norte de Europa lo habitual es bañar a los niños cada 3 o 4 días, seguramente porque tienen climas más fríos que la península ibérica. En mi opinión no hay una opción mejor que otra siempre y cuando se respeten unos mínimos de higiene.

Entre esos mínimos de higiene estaría, por ejemplo, la zona del pañal de los más pequeños de la casa. En este caso, si veis que con las toallitas no es suficiente para que el bebé esté limpio, sí que deberíais lavar esa zona con agua y jabón todos los días, independientemente de cada cuánto les aseéis todo el cuerpo.

¡¡Aplicad el sentido común y no os agobiéis!!

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la decisión de si bañar a un niño todos los días o hacerlo con menor frecuencia la podéis tomar vosotros tranquilamente sin que sea obligatorio hacer una cosa u otra. Es habitual que en consulta muchos padres nos comenten que para sus hijos la hora del baño es un momento agradable y que lo disfrutan mucho, mientras que para otras familias supone un momento de estrés muy grande tanto para el niño como para ellos.

Aplicando el sentido común, y respetando esos mínimos de higiene de los que hablaba antes, haced con vuestros hijos lo que mejor os encaje. Y sobre todo, no os agobiéis ni os sintáis culpables si un día os han dado las diez de la noche y no habéis bañado al churumbel, que podéis dejarlo para el día siguiente sin ningún problema.

Por último, en el caso de que vuestro hijo tenga una piel delicada, como por ejemplo aquellos que padecen dermatitis atópica, puede ser útil desde el punto de vista médico que los baños sean cortos y demorarlos a cada 48-72 horas.

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Dolores de crecimiento: ¿mito o realidad?

«Hola, buenos días. Nos hemos citado porque a mi hijo de doce años le duelen las rodillas desde hace ya varias semanas, sobre todo después de hacer ejercicio, y ha llegado al punto de que no aguanta ni quince minutos del entrenamiento de baloncesto…».

Esta recreación resume la típica consulta al pediatra que en muchos casos acaba con el diagnóstico de «dolores de crecimiento». Pero, ¿realmente esta «enfermedad» existe o es algo que nos hemos inventado los pediatras para desviar la atención de algo que sabemos que acabará pasando con el paso del tiempo y que no tiene mayor importancia? ¿Son los adolescentes unos quejicas o realmente les pasa algo?

La anatomía del hueso en crecimiento

Los huesos largos del cuerpo -como el fémur, la tibia o el húmero- tienen tres partes muy diferenciadas.

  • Por un lado está la parte central, estrecha y circular, y que lleva por nombre diáfisis.
  • Las epífisis son los extremos del hueso, son anchos y en esa zona se encuentran las articulaciones.
  • Por último, a la zona de transición entre diáfisis y epífisis se la conoce como metáfisis.

Los prefijos dia-, epi, y meta- provienen del griego y hacen referencia a opuesto, encima y después de «algo», en el caso de los huesos a la fisis, o lo que es lo mismo, al cartílago de crecimiento.

Por tanto, durante la infancia y la adolescencia (o hasta que se cierran las muñecas, como les gusta decir a la abuelas), el hueso tiene una cuarta parte, la fisis, que es la zona donde se forma hueso nuevo y hace que el niño crezca en altura, la cual desaparece al finalizar la pubertad.

Además, hay otros tipos de huesos en el cuerpo, muchos de ellos pequeños y cortos, como los de las manos y los pies. Este tipo de huesos también tienen zonas de cartílago que permite que estos huesos crezcan a medida que el niño se hace mayor.

¿Duelen los huesos al crecer?

El crecimiento de un hueso no duele. Si no fuera así, desde el mismo día en que nacemos y hasta que dejamos de crecer, nos estaríamos quejando de que alguna parte del cuerpo nos molesta.

Sin embargo, cuando los niños dan el estirón durante la pubertad, los huesos crecen a una velocidad mucho más alta que durante el resto de la infancia. Durante ese tiempo, el cartílago de crecimiento se pone a formar hueso como si no hubiera un mañana. Y a pesar del ello, esto tampoco duele.

Pero la anatomía del cuerpo humano es muy caprichosa y justo donde hay un cartílago de crecimiento suele insertarse un tendón. Los tendones son la parte final de los músculos desde donde ejercen la tracción que permite que las articulaciones se muevan.

Cuando esos tendones someten a los cartílagos de crecimiento de un niño adolescente a una tracción repetida e intensa puede llegar el momento en que provoquen inflamación y con ello dolor. Es como si el cartílago de crecimiento, que ya de por sí está trabajando más de la cuenta para que el niño pegue el estirón dijera «… estoy aquí dándolo todo para que el niño pegue el estirón y encima el tendón que tengo insertado a mi lado no para de tirar de mi… pues mira, como que no puedo con todo…». Y entonces se inflama, lo que se traduce en dolor. Como os podéis imaginar, esto ocurrirá casi en exclusiva en las piernas -sobre todo en las rodillas y en los talones-, ya que es ahí en donde nuestro cuerpo soporta mayor peso y carga durante el ejercicio.

En la literatura médica nos referimos a este proceso inflamatorio del cartílago de crecimiento por actividad física de diferentes formas, como ostecondrosis o apofisitis por tracción. Nombres muy complejos para el día a día y sobre todo para explicar a los padres lo que les pasa a sus hijos, por lo que al final usamos el término de «dolores de crecimiento».

La enfermedad de Osgood-Schlatter

De entre todos los dolores de crecimiento, la enfermedad de Osgood-Schlatter es la más frecuente y conocida. En este caso, el cartílago de crecimiento afectado se encuentra en la región superior de la tibia, allí donde se inserta el tendón rotuliano, por lo que los niños que la sufren se quejan de dolor en la parte de abajo de las rodillas.

Ocurre típicamente entre los 9 y 14 años de edad, sobre todo hacia los 12-13 años y coincidiendo con el estirón. Es mucho más frecuente en adolescentes que hacen deporte, en donde la incidencia es de hasta el 20%. Los deportes que se consideran un factor de riesgo son aquellos que hacen «trabajar» mucho al cuadriceps, el músculo que se inserta en la tibia a través del tendón rotuliano, como el fútbol, el running, el tenis, el baloncesto o la gimnasia deportiva. Debido a que es una enfermedad que afecta preferentemente a adolescentes que hacen deporte, estos suelen tener una complexión atlética y delgada.

La historia típica de esta enfermedad es la de un chico o una chica adolescente delgado/a que hace mucho deporte y que desde hace varias semanas le duelen las rodillas (a veces puede ser solo una). Este dolor empeora con el ejercicio y mejora con el reposo, llegando en ocasiones a impedir la actividad física. A la exploración encontramos dolor al palpar la zona en donde se inserta el tendón rotuliano, incluso a veces se puede ver cierto grado de inflamación. En general no se requieren radiografías ni otras pruebas para su diagnóstico.

El problema que tiene la enfermedad de Osgood-Schlatter, como todos los dolores de crecimiento, es que no terminan de resolverse hasta que el niño deja de crecer. Os parecerá una tontería, pero es importante que esto lo entiendan los padres, ya que en ocasiones estos dolores dan mucho la lata durante varios meses.

Para calmar el dolor es adecuado ciclos cortos de antiinflamatorios como el ibuprofeno durante 4 o 5 días. El hielo aplicado sobre la rodilla también suelen ser efectivo. Además, el reposo relativo, interrumpiendo la actividad física durante unos pocos días o bajando la intensidad de los ejercicios suelen ayudar.

La enfermedad de Severs

En este caso el cartílago de crecimiento que se afecta es el del calcáneo, el hueso que se encuentra en el pie formando el talón. Allí se encuentra insertado el tendón de Aquíles, que en parte es el responsable de que se produzca esta enfermedad. A diferencia del Osgood-Schalter, la enfermedad de Severs se presenta un poco antes, entre los 8 y 12 años y afecta preferentemente a niños, generalmente de forma bilateral.

En este caso, la historia típica es la de un niño de unos 10 años que se queja de dolor en los talones cuando hace ejercicio y que mejora cuando hace reposo o toma un antiinflamatorio. Otra diferencia con el Osgood-Schalter es que estos niños, aunque suelen practicar deporte, no suelen estar muy delgados, de hecho no es raro que presenten sobrepeso. Pensad que el exceso de peso caerá en cada paso en el talón y si además el tendón de Aquíles ejerce su tracción de forma intensa, pues al final el cartílago del calcáneo se inflamará. A la exploración física el niño presentará dolor cuando le palpemos el talón y la parte más posterior de la planta del pie. Tampoco suele ser necesario hacer radiografías.

Esta enfermedad está muy relacionada con el uso de calzado que no sujeta bien el talón, como las sandalias o calzado deportivo excesivamente blando. Además, las botas de fútbol también se han relacionado con la enfermedad de Severs ya que los tacos que tienen en su suela transmiten de forma directa al talón el impacto del pie contra el suelo.

Cuando el niño esta muy dolorido se recomienda tomar antiinflamtorios durante 2 o 3 días y cesar la actividad física si esta era muy incapacitante. Para prevenir que reaparezcan los síntomas se aconseja el empleo de taloneras (unas lengüetas de silicona que se introducen dentro del calzado para que absorban el impacto), además de utilizar zapatos y zapatillas que sujeten bien el talón. También se recomienda que el niño haga ejercicios de estiramiento del tendón de Aquíles.

Dolores que no son «dolores de crecimiento»

Aunque hay otras muchas enfermedades que podemos catalogar de «dolores de crecimiento», no merece la pena que nos metamos en ellas ya que son mucho más raras que las dos anteriores. Sin embargo, si que queremos dejar claro cuándo el dolor de los huesos/articulaciones debe ser evaluado siempre por un pediatra para descartar otro tipo de enfermedades.

Como habéis podido leer, los dolores de crecimiento tienen un curso subagudo, es decir, van cambiando de intensidad a lo largo de varias semanas. Por ello, todo dolor articular de aparición súbita (días) debe ser evaluado para saber qué está pasando. También aquellos dolores que se refieren a otras partes del cuerpo como los brazos, las caderas o columna vertebral.

Por otro lado, los dolores de crecimiento empeoran con el ejercicio y mejoran con el reposo. En le caso de que suceda al contrario, que sea un dolor de mayor intensidad por las mañanas y que mejora a lo largo del día, también debe ser evaluado. Lo mismo ocurre con los dolores articulares que van cambiando de localización: un día me duele la rodilla, otra semana el codo, ahora las manos y más tarde los tobillos…

Además, si el dolor del niño se acompaña de síntomas constitucionales como la fiebre o la pérdida de peso o producen una impotencia funcional importante (por ejemplo que el niño cojee) , no dudéis en acudir al médico.

Y por supuesto, los dolores de crecimiento se producen durante la pubertad. Cualquier dolor fuera de esta edad (por debajo de los 8 años y por encima de los 15) también debe ser evaluado.


En resumen, los dolores de crecimiento existen, aunque se limitan al periodo de la vida en la que los niños pegan el estirón. Suelen estar limitados a las rodillas (Osgood-Schalter) o a los talones (Severs) y empeoran al hacer ejercicio y mejoran con el reposo. Son una enfermedad que puede durar varios meses ya que no suele resolverse del todo hasta que el niño supera la pubertad. Los antiinflamatorios y el reposo son la mejor arma para luchar contra ellos.

Pero no todo son dolores de crecimiento. En el caso de que el dolor muscular/articular se acompañe de otros síntomas o tenga un curso atípico se debe consultar siempre con el pediatra.

Y si queréis leer información de calidad sobre traumatología y ortopedia infantil no dudéis en visitar el blog Mi Nieta Cojea, escrito a cuatro manos por una pareja de traumatólogo infantil y pediatra que son un amor.

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Bibliografía:

¿Qué pescados pueden comer los niños?

El pescado es uno de los caballos de batalla a los que se enfrentan los padres cuando toca iniciar la alimentación complementaria de sus hijos. A pesar de que todos sabemos que es una fuente de proteína saludable y que su perfil nutricional es muy sano, en muchas ocasiones cuesta que los niños lo consuman de manera habitual. De todas formas, tan mal no lo debemos hacer cuando España es el segundo consumidor mundial de pescado después de Japón.

En consulta, las dudas sobre este alimento son frecuentes: que si puede dar alergia, que si es mejor el pescado blanco o el azul, que si el mercurio, que si el marisco es mejor evitarlo durante los primeros años… Esperamos que con este post queden resueltas todas vuestras dudas para que el pescado ocupe el puesto que se merece en el menú semanal que con tanto cariño -y más de un quebradero de cabeza- programan los padres para los más pequeños de la casa.

¿Cuándo se puede ofrecer el pescado por primera vez?

Como bien sabréis, durante los primeros seis meses de vida los niños pueden alimentarse de forma exclusiva con leche. A partir de esa edad tomar solo leche resulta insuficiente por lo que se deben introducir otros alimentos en la dieta de manera progresiva. A este periodo se le conoce como alimentación complementaria.

Antiguamente la introducción del pescado se solía retrasar hasta los 9 o 10 meses, sobre todo porque se pensaba que hacerlo antes podía inducir algún tipo de alergia a este alimento. Es cierto que el pescado -junto al huevo y la leche de vaca– figura entre los alimentos que con más frecuencia provocan alergias, sin embargo, la evidencia científica actual señala que su introducción en la dieta a partir de los 6 meses de vida es segura. De hecho, para tener una alergia (al pescado o a cualquier otro alimento) el niño debe tener una predisposición genética, la cual no va a cambiar por introducir el pescado 4 o 5 meses más tarde. En este sentido, el niño que va a ser alérgico al pescado lo será independientemente de si se le ofrece este alimento por primera vez con 6 meses o más adelante.

Por todo ello, la Asociación Española de Pediatría y el comité de nutrición de la Sociedad Europea de Digestivo Infantil no ven motivo alguno para que el pescado se retrase de la dieta de un niño más allá de los 6 meses. La única regla que debería cumplirse es que entre alimento nuevo y alimento nuevo deben dejarse 2-3 días para que en el caso de que aparezca un alergia podamos identificar a qué alimento se debe.

¿Y por qué es bueno que los niños coman pescado?

El secreto de una alimentación saludable radica en que sea lo más variada posible y que las frutas y las verduras sean el alimento principal. En cuanto a la fuente de proteínas podemos ofrecer a nuestros hijos alimentos como el pescado, pero también la carne -ternera, cerdo, pollo, cordero…- las legumbres o los frutos secos.

Y entre estas opciones, el pescado debería estar siempre presenta en la dieta de nuestros hijos al menos 3 o 4 veces por semana. No hay sociedad científica que se dedique a la nutrición infantil que no resalte lo esencial que resulta este alimento en los niños por varios motivos:

  • El pescado es rico en ácidos grasos poliisaturados, sobre todo en omega-3. Este tipo de grasas es de las que se consideran «buenas» ya que previenen enfermedades crónicas en la edad adulta, sobre todo las enfermedades cardiovasculares. Además , los ácidos omega-3 tienen un papel fundamental en el desarrollo neurológico de los niños cuando son pequeños.
  • El pescado es una fuente importante de minerales como el selenio, el zinc, el fósforo, el calcio y el yodo (este último presente solo en productos de origen marino y que resulta necesario para un buen funcionamiento del tiroides) y de vitaminas, como las vitaminas A, D y del complejo B.
  • Además, las proteínas que aporta el pescado a la dieta son de alto valor biológico, es decir, aportan todos los tipos de proteínas que necesita el cuerpo para funcionar de forma adecuada. Este perfil de proteínas también lo aporta la carne, aunque en este caso las grasas que la acompaña son mucho menos deseables…

Como veis, el pescado tiene muchas ventajas, por lo que ya desde estas líneas deberíais incluirlo como un habitual en la alimentación de vuestros hijos.

Pescado blanco vs. pescado azul

Esta es otra de las dudas más frecuentes que tienen los padres cuando se enfrentan a qué pescados pueden dar a sus hijos. Durante mucho tiempo a los niños solo se les ofrecía pescado blanco, como el lenguado, el gallo o la merluza, mientras que el pescado azul, como el salmón, el bonito, la caballa, los boquerones o las sardinas, quedaba reservado para cuando se hicieran más mayores.

La (falsa) justificación para esta práctica se basa en que el pescado azul posee mayor cantidad de grasa que el pescado blanco y por tanto podría resultar más indigesto. Es cierto que el cuerpo humano tarda más en digerir aquellos alimentos que contienen mayor cantidad de grasa, pero esto no justifica que no ofrezcamos pescado azul a nuestros hijos desde que tienen 6 meses, sobre todo si el resto de la alimentación es saludable.

Además, el pescado azul es muy rico en vitaminas liposolubles (A y D) y en ácido omega 3 precisamente porque tiene más grasa que el pescado blanco, el cual posee mayor cantidad de vitaminas del complejo B.

La solución a este embrollo de pescado blanco o azul es bien sencilla. Como en otras muchas cosas, en al variedad está el gusto, por lo que lo más recomendables es que se varíe entre estos dos tipos de pescado de forma habitual para disfrutar de los beneficios de ambos.

Pescados a evitar por el alto contenido en mercurio

En octubre de 2019 la AECOSAN (Agencia Español de Seguridad Alimentaria y Nutrición) lanzaba unas recomendaciones sobre el consumo de pescado centradas en que ciertos grupos de personas «vulnerables» evitaran tomar pescados con alto contenido en mercurio. Estas especies son cuatro: pez espada/emperador, tiburón, lucio y atún rojo.

Según las recomendaciones actuales, el consumo de estos pescados debe evitarse en niños por debajo de los 10 años y en mujeres embarazadas. Entre los 10 y 14 años el consumo debe restringirse a 120 gramos al mes (lo que sería una o dos raciones al mes). A partir de esa edad ya no existen esas restricciones, siendo lo recomendado variar las especies y no centrarse en el consumo de un solo tipo de pescado.

De esas cuatro especies, la que más dudas genera es el atún rojo, tanto que muchas familias evitan el consumo de cualquier tipo de atún al pensar que todos son de alto contenido en mercurio. Sin embargo, el atún rojo es de la especie Thunnus thynnus. El resto de atunes no pertenecen a esta especie por lo que no habría problema en que lo consumieran los niños pequeños, como el atún de lata o el bonito.

¿Y qué pasa con el marisco?

Gambas, langostinos, mejillones, calamares, navajas, pulpo… No creo que haya nadie que se pueda resistir a tales majares. Sin embargo, los padres suelen ser muy reticentes a dar este tipo de alimentemos a sus hijos, aunque desde el punto de vista médico y nutricional no existe ningún motivo.

Como pasaba con el pescado, a partir de los 6 meses de vida los mariscos pueden introducirse en la alimentación de los más pequeños de la casa. Está claro que no hay que abusar de ellos (al igual que con el resto de alimentos) y en todo caso ser una opción más dentro de una alimentación variada. De todas formas, no es imprescindible que los niños prueben estos frutos de mar desde tan pequeños, a diferencia del pescado, el cual si que debería formar parte de los habituales de su dieta.

Quizá el único problema que presentan los mariscos es que su textura puede hacer que sean difíciles de masticar ya que son muy fibrosos. En este sentido, es mejor esperar a que hayan cumplido 2 o 3 años para ofrecérselos por primera vez para evitar que se puedan atragantar. Así que ojo con estos alimentos si es que practicáis Baby Led Weaning. Sin embargo, no habría ningún problema en que los trituréis para añadirlos a un puré, aunque, al menos a mí, me resulta aun poco extraño una crema de verduras con un par de gambas pasadas por la turmix.


En resumen, el pescado es un alimento con un perfil nutricional muy saludable que no debería faltar en la dieta de ninguna persona. Además, los niños pueden empezar a consumirlo desde los 6 meses de vida como parte de una alimentación variada. Solo existen cuatro excepciones: pez espada/emperador, tiburón, lucio y atún rojo; por su alto contenido en mercurio, estos pescados deben evitarse hasta los 10 años de vida y en embarazadas.

Bibliografía:

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¿Cuánto medirá mi hijo cuando sea mayor?

Si hiciéramos una encuesta a los padres y a las madres que acaban de tener un hijo sobre qué preferirían que fuera su hijo, si alto o bajo, estamos seguros de que la gran mayoría responderían que prefieren que sus hijos sean altos. La verdad es que vivimos en una sociedad en la que el estándar de belleza nos dice que las personas con más altura son más atractivas y, por qué no, con más éxito en la vida. Lo vemos a diario en los anuncios de la tele en donde los modelos, tanto femeninos como masculinos, no es que sean precisamente bajitos. Y no solo eso, para la gran mayoría de los deportistas de alta competición, otro modelo de vida al que muchos miran como algo deseable, ser alto parece una ventaja. En consulta esto se traduce en padres y madres llenos de orgullo cuando les comentas que su hijo tiene un percentil alto de talla.

Sin embargo, si observamos a nuestro alrededor podemos encontrar fácilmente tanto a personas que apenas pasan del metro cincuenta como a los que llegan a los dos metros, y no por ello son mejores ni peores. Y por otro lado, en España la talla media de un adulto varón es de 174 cm y de 163 cm para las mujeres, algo por debajo de la media europea, lo que nos viene a decir que no es que seamos una sociedad de gigantes.

Pero, ¿podemos predecir cuánto medirá un niño cuando se haga mayor? Pues la verdad es que sí, y con un alto porcentaje de acierto. Vamos a verlo con calma.

¿Qué determina la talla de un niño?

La gran mayoría de los niños al nacer miden entorno a los 50 cm. Algunos con un par de centímetros menos o con alguno de más, pero lo cierto es que la longitud de un recién nacido es bastante predecible alrededor del medio metro. Esto se debe a que el tamaño de un bebé al nacer depende sobre todo de cómo se desarrolló el embarazo, es decir, si la madre recibió una nutrición adecuada, si ha tenido alguna enfermedad o si la placenta no presenta ninguna alteración, mientras que la influencia de los genes de los padres es prácticamente nula. Si durante esos nueve meses todo transcurre con normalidad, lo habitual es que el futuro bebé crezca hasta el tamaño que le permite el útero materno dando lugar a un recién nacido de talla estándar. Es decir, durante el embarazo el crecimiento del feto está influenciado por su entorno y no por lo genética que le han transmitido los padres.

Durante los primeros años de vida una nutrición adecuada es el factor más influyente para el crecimiento del niño. En ausencia de enfermedades, podemos afirmar que un niño que come sano y saludable irá creciendo sin mayores problemas. Además, la hormona de crecimiento -la cual no tenía influencia en el crecimiento fetal- irá tomando un mayor papel y será el estímulo principal del crecimiento del niño. De esta forma, entre el 2º y 3er año de vida ocurrirá lo que se conoce como «canalización» del crecimiento, es decir, independientemente de lo que midieran al nacer, cada niño se situará en un determinado percentil en función de la talla de sus progenitores y del propio ritmo de desarrollo. De hecho, al cumplir los tres años, la correlación entre el perecentil de altura por el que discurre el niño y el percentil de talla de sus padres es muy similar.

A partir de esta edad y una vez que el niño se coloca en el percentil que le toca tras la «canalización» que hemos comentado, lo normal es que siga creciendo por él hasta llegar a la pubertad. Durante esos 10-12 años el crecimiento del niño está muy influenciado por su genotipo, es decir, los genes que ha heredado de sus padres y que le programan para tener una talla concreta. Por ese motivo, los hijos de padres altos suelen ser los más altos de la clase, mientras que los que nacieron de padres con poca altura suelen ser los chiquitajos de su aula. Durante este periodo la hormona de crecimiento es el estímulo principal para el crecimiento.

Al llegar a la pubertad ocurre lo que se conoce como «estirón puberal», o lo que es lo mismo, una aceleración en la velocidad de crecimiento. Esto provoca que en dos o tres año el niño gane altura a una velocidad mayor que lo que venía haciendo anteriormente. Este periodo esta dirigido por la hormona de crecimiento, pero también por los esteroides sexuales propios de la pubertad. Como sucedía en el periodo anterior, los genes de los padres también tienen una influencia muy importante durante este periodo.

Una vez finalizada la pubertad tanto los niños como las niñas crecen muy pocos centímetros más, alcanzando la que será su talla adulta para el resto de su vida. Si os habéis fijado bien, salvo durante la etapa fetal y la primera infancia, los genes de los padres son lo que más influye en que un niño alcance tal o cual altura. Esto nos permite a los médicos predecir con cierta aproximación cuánto medirá un niño cuando se haga mayor siempre y cuando se den condiciones ideales de salud (ausencia de enfermedades y nutrición adecuada). Es lo que se conoce como talla diana familia

El cálculo de la talla diana

Como habéis podido leer la altura de los padres es uno de los determinantes más importantes para la talla de sus hijos. Esa información se trasmite en muchos genes de tal forma que el niño esta programado para crecer hasta cierta estatura. Hay muchas formas de hacer esa predicción, pero la más sencilla de todas es a través de lo que se conoce como talla media parental, cálculo que todos podéis hacer mediante una simple operación matemática: basta con sumar la altura del padre y de la madre y dividirla entre dos.

Una vez que hemos obtenido este resultado, para obtener la talla diana habría que añadir 6,5 cm para los niños y restar 6,5 cm para las niñas. Os lo dejamos de forma más gráfica aquí abajo.

Por último, y una vez finalizado el crecimiento, se considera que ese niño o niña ha cumplido las expectativas de talla cuando su talla adulta esta cinco centímetro por encima o por debajo de la talla diana.

Antes de que empecéis a sacar la calcadora para predecir la talla futura de vuestros hijos cual mago de bola de cristal… hay una cosa que debéis tener en cuenta. Cuando los padres se llevan más de 20 cm de altura entre ellos, el cálculo de la talla diana falla más que una escopeta de feria. En estos casos en los que uno de los progenitores es mucho más bajito que el otro suele pasar que el hijo que tienen en común se parezca a uno de los dos: que sea alto o que sea bajo. Esto se debe a que la genética heredada de uno de los progenitores influye más que la del otro.

¿Y qué pasa si mi hijo es más bajito de lo esperado?

Lo de calcular cuánto medirá tu hijo cuando sea mayor es muy molón: «Pues mi Manolito es muy probable que llegue a medir cerca de un metro ochenta…» y bla, bla, bla… Más allá de lo interesante que puede ser hacerte una idea de cuanto medirá tu hijo cuando se haga mayor, esto de la talla diana es una de las cosas fundamentales que valoramos los pediatras en las consultas de atención primaria.

Desde luego que hay niños que son altos y otros que son bajos, pero lo que hace que se nos encienda una luz a los pediatras es un niño bajito (aunque crezca a una velocidad normal) con unos padres altos. En estos casos, calcular bien la talla diana familiar (midiendo a los padres en la consulta) y hacer una comparación de la talla futura con la actual nos puede poner sobre la pista de que algo esta pasando, es decir, enfermedades que afectan al crecimiento. O al revés, si creemos que un niño es más bajito de lo normal, merece la pena medir a los padres para comprobar si su talla está acorde con la genética que le han transmitido sus progenitores.

En cualquier caso, esa comparación de la talla de un niño con lo que debería medir de mayor no debería hacerse antes de los 2 o 3 años que , como recordareis, es el momento en el que realizan la canalización hacia el percentil por el que crecen el resto de la infancia. De todas formas, un niño con una altura menor de lo esperado por lo que marca la genética de sus padres debe ser valorado por el endocrino pediátrico para analizar qué puede estar pasando.


En resumen, tras el nacimiento, la genética de los progenitores es el factor más influyente para determinar la altura de los niños, siempre y cuando no aparezcan enfermedades crónicas y el niño esté bien nutrido. Mediante la talla media parental podemos calcular de forma sencilla las expectativas de talla de un niño desde la altura de sus padres. En el caso de que el percentil de talla de un niño no sea similar al percentil de talla de su talla diana debemos investigar qué puede estar pasando.

Bibliografía:

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