Archivo de junio, 2020

¿Desde cuándo pueden los niños tomar yogur?

Llega un momento en la vida de los niños en la que sus padres se preguntan cuándo pueden tomar un yogur como parte de su alimentación. Todos tenemos claro que hasta los 6 meses de vida un bebé puede (y debe) alimentarse solo de leche, ya sea esta materna o una fórmula artificial. A partir del año de edad, el sistema digestivo de los niños habrá madurado lo suficiente para que puedan tomar leche entera de vaca, sin que sea necesario que recurráis a las «de crecimiento» (o tipo 3) que se anuncian a bombo y platillo en los medios de comunicación.

Pero, ¿y qué pasa con el yogur? ¿Pueden los niños tomar lácteos procedentes de leche de vaca antes de los 12 meses? ¿Y los yogures para bebés son «buena idea»? Todas estas son muy buenas preguntas que a lo largo de este este post intentaremos daros respuesta. Vamos a ello!!

¿Qué es el yogur?

El yogur es un producto lácteo fermentado, es decir, a través de un proceso controlado en el que se añaden bacterias a la leche se consigue que la leche en versión «líquida» cambie y se produzca el yogur. Ese proceso es relativamente complejo y no lo vamos a explicar aquí, pero sí que querríamos tranquilizaros si os habéis alarmado al leer que el yogur se fabrica con «bacterias», ya que las que se utilizan para este procedimiento no producen enfermedades en las personas, de hecho, muchas forman parte de la microbiota intestinal de todos nosotros.

Como sabréis, hay muchos tipos de yogures, pero básicamente este producto lácteo cumple dos características que lo hacen diferente a la leche líquida. Por un lado, al fermentar adquiere una textura semisólida, o al menos que se puede coger con una cuchara sin que se desparrame. Y por otro, debido también al proceso de fermentación, las bacterias transforman la lactosa (el azúcar presente en la leche de forma natural) en ácido láctico, lo que le da su característico sabor que a muchos niños (y también adultos) no les gusta. Durante ese proceso, el yogur mantiene gran parte de sus propiedades nutricionales como la de ser una excelente fuente de calcio.

¿Cuándo puedo dar a mi hijo yogur?

La Asociación Española de Pediatría (AEP) nos recuerda en su documento sobre Alimentación Complementaria que a partir de los 12 meses los niños ya pueden tomar leche de vaca «sin procesar» de forma libre. Es decir, cumplido el primer año de vida ya no es necesario que los niños tomen una fórmula artificial de leche, si es que no están tomando pecho. Esto se debe a que a partir de esa edad tanto los riñones como el intestino son lo suficientemente maduros como para tolerar la leche de vaca sin que esta les produzca daño. Ojo, que no estamos diciendo que sea obligatorio dar leche de vaca a los niños mayores de un año, pero los lácteos son una excelente fuente de calcio que los hace un alimento muy completo para la alimentación infantil.

Pero, ¿y el yogur? Porque el yogur no es leche, es «otra cosa». La propia AEP nos recuerda que a partir de los 9 o 10 meses los niños pueden empezar a tomar lácteos procedentes directamente de leche de vaca en pequeñas cantidades, como por ejemplo el yogur o el queso fresco, siempre y cuando la cantidad que tomen no supere el 30% del aporte lácteo al día.

No os preocupéis que no hay que calcular nada. Como hacia los 9-10 meses lo niños suelen tomar más de 500 mL de leche al día, sustituir una de esas tomas por un yogur o una tarrina de queso fresco no va a hacer que superéis el límite recomendado. Ojo de nuevo: dar yogur a los niños no es obligatorio, pero es un recurso que os puede facilitar muchas meriendas y desayunos de vuestros hijos. Lo que sí que debéis evitar son los derivados lácteos estilo pettit-suis, natillas o similares porque, aunque se podrían dar a partir de los 9-10 meses como el queso fresco y el yogur, son alimentos poco saludables cargados de azúcares y grasas que no benefician en anda a vuestros hijos.

¿Y qué tipo de yogur debería dar a mi hijo?

Basta con pasearse por el supermercado para darse cuenta que existen miles de tipos de yogures diferentes: sabores, texturas e, incluso, el tipo de leche con el que están fabricados. Sin embargo, el yogur natural sin azúcar, el normal de toda la vida, es el más (si no el único) recomendable para dar a un niño a partir de los 9-10 meses. Si tenéis dudas de si os la están colando, basta con que miréis en la etiqueta para comprobar que, de forma aproximada, el yogur natural sin azúcar añadido contiene un 3% de grasa, un 4% de azúcares y un 3% de proteína.

El resto de yogures que encontréis en el lineal del súper no aportan ningún beneficio sobre el yogur natural, además suelen llevar azúcares añadidos o saborizantes para camuflar ese sabor ácido que a muchas personas no les gusta. Si a tu hijo no le gusta el yogur natural sin azúcar, siempre será mejor darle leche antes que un yogur azucarado, que así a lo tonto lleva un sobre de azúcar de los de cafetería añadido por cada ración.

Algunos sabréis que también están comercializados yogures sin azúcar añadido pero que «saben bien». Esto es porque en vez de azúcar, en el proceso de fabricación del yogur se le añade algún tipo de edulcorante. Desde luego que este tipo de aditivos son seguros, sin embargo inclinan al cerebro del niño a tener preferencia por sabores dulces, por lo que tampoco son recomendables.

En resumen: yogur natural sin azúcar, si es que creéis que este alimento debe formar parte de la alimentación de vuestros hijos.

¿Y qué pasa con los yogures «para bebés»?

Muchos también sabréis que existen yogures que se publicitan como aptos a partir de los 6 meses con un slogan muy parecido a «Mi primer yogur». ¿Cómo es posible que un bebé de esta edad pueda tomar este tipo de yogures si acabamos de decir que la AEP no recomienda su introducción hasta los 9-10 meses? La explicación es muy sencilla.

Este tipo de yogures se fabrican con leche de continuación (tipo 2), que es la leche de fórmula indicada para los bebés entre los 6 y 12 meses de edad que no toman pecho. En este sentido son yogures que se pueden dar desde los 6 meses, pero detrás de ellos hay mucho marketing y pocas necesidades reales de lo que necesita un niño.

Este tipo de yogures no son necesarios para un niño. Como sabréis, a partir de los 6 meses un niño debe empezar con la alimentación complementaria, pero la leche sigue siendo el alimento principal. Durante esos meses el bebé irá comiendo cosas nuevas (frutas, verduras, carne, pesado, legumbres…) de manera progresiva. No es una carrera por ver quién come de todo antes, y en ese sentido no pasa nada por esperar hasta los 9-10 meses para darle a niño su «primer yogur normal natural sin azúcar», sin pasar por el «mi primer yogur de leche de continuación» que anuncian en todos lados.

Además, muchos de estos yogures pensados para bebés son de sabores o tienen azúcares añadidos, que como ya hemos dicho antes no son recomendables para niños de ninguna edad.

Y después de todo esto, ¿es obligatorio que le dé yogur a mi hijo?

En la alimentación de un niño pequeño ningún alimento es «obligatorio», ya que lo que realmente es importante es que coman sano y lo más variado posible. En ese sentido, el yogur (o cualquier otro derivado lácteo) es un recurso más como parte de una alimentación saludable, pero de ahí a que los niños tengan que comer yogur todos los días hay un trecho muy grande.

A nosotros nos ayuda mucho a solucionar una merienda o el postre de una cena, pero lo tenemos integrado como un alimento más que podemos ofrecer a nuestros hijos.


En resumen, a partir de los 9-10 meses a los niños se les pueden ofrecer lácteos precedentes de leche de vaca en pequeñas cantidades. El yogur es el ejemplo más típico, que debe ser siempre natural sin azúcar. Sin embargo, no es obligatorio que los niños tomen yogur, sino que debe verse como un alimento más que ofrecer a nuestros hijos dentro de una alimentación variada y saludable.

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¿Cuándo debería cambiar a mi hijo de la cuna a la cama?

Tener un hijo es un huracán de decisiones para las que casi nadie os prepara y que, casi sobre la marcha, habréis de decidir como si de ello dependiera el futuro de toda la humanidad. La mayoría de ellas están influenciadas por el marketing y la publicidad, pero si os paráis a pensar tan solo un segundo, llegaréis a la conclusión de que no todo es tan necesario como te lo venden y que es probable que no haya una solución perfecta para lo que necesita vuestro hijo, por mucho que la vecina del quinto os diga que a ella eso que también le recomendaron le fue de maravilla.

Como bien sabéis, este no es un blog sobre crianza, es un blog sobre salud infantil, así que muchos estaréis pensando que en qué jardín nos estamos metiendo a la hora de hablar de cunas y de cuándo sacar a los niños a la cama. Y tenéis parte de razón. Sin embargo, esta pregunta nos la habéis hecho con frecuencia y nos hemos tomado la libertad de escribir esta entrada desde el punto de vista de padres, pero también como pediatras. Hablaremos de tipos de cunas, de su seguridad, del colecho, de las caídas de la cama…, pero al final, como todo con los hijos, vosotros tendréis que decidir qué hacer con vuestros angelitos cuando os llegue el momento.

Tipos de cuna

Existen miles de cunas diferentes, sobre todo por su tamaño y el uso que se les puede dar. Una ardua investigación (unos tres minutos mirando en Google) nos ha permitido organizarlas en cinco tipos diferentes. Vamos a verlas:

  • Minicuna: normalmente con un tamaño pequeño de unos 80x50cm. Es muy práctica durante los primeros meses de vida ya que cabe en cualquier rincón de la habitación, además se puede trasportar fácilmente de una habitación a otra (a veces tienen hasta ruedas) para que el bebé se eche la siesta en el salón mientras os veis una serie de Netflix. Tienen un problema, suelen quedarse pequeñas pronto y hay que cambiar a una de mayor tamaño al cabo de pocos meses.
Típica «minicuna». Pequeña y fácil de cambiar de sitio.
  • Moises: algo más pequeña que la minicuna (70x35cm), pero más bonita (para el que le gusten las cestas y los lazos), pero en general poco práctica (se quedan pequeñas muy pronto).
Cuna tipo «moises». Una cuna bonita para quien viva apegado al pasado.
  • Cuna «normal»: la típica de toda la vida que guardan los abuelos en el pueblo de cuando éramos pequeños y que no habría inconveniente en reutilizarla. Tienen un tamaño de 120×60 cm y barreras a ambos lados. Además, suelen permitir poner el somier a diferentes alturas para que, a medida que el niño crece, no se escape de su «cárcel» de madera. El problema que tienen es que son bastante más grandes que las minicunas y que casi ninguna se puede convertir en cama (quitando las barreras) cuando el niño se hace mayor, pero te pueden valer para muchos meses/años. Algunas permiten bajar un poco uno de los laterales para que sean más accesibles y así no os rompáis los riñones a la hora de coger al niño.
Cuna «normal». Con sus barrotes para que el niño no se caiga. El colchón/somier se puede poner a diferentes alturas.
  • Maxi-cuna: muy similar a la anterior pero con un tamaño mayor, en general 140x70cm. También permite poner el colchón a diferentes alturas, por lo que se puede usar incluso si el niño es pequeño. Además, se pueden quitar las barreras de los laterales sin que se desmorone y convertirse en una camita pequeña hasta que decidáis comprar una cama de «niño mayor».
  • Las mal llamadas «cunas de colecho»: su nombre más correcto sería «cuna tándem» o «sidecar», porque o el bebé hace colecho (y duerme en la cama de sus padres) o duerme en la cuna (y por tanto no colecha), pero las dos cosas a la vez no son posibles (a no ser que sea alguno de los progenitores el que se meta en la cuna del niño a compartir el lecho con su bebé). Son cunas adosadas con correas a la cama de los padres para que no se separen con uno de los laterales bajado, lo que permite al bebé pasar de la cuna a la cama con cierta independencia, si es que ya se mueve lo suficiente, y a los padres cogerlo sin tener que levantarse, ideales para que toda la familia pueda descansar. Su tamaño es variable, unos 95×60 cm, entre una minicuna y una cuna convencional. Aunque normalmente se anclan a la cama de los padres, también se pueden usar con independencia por lo que son muy prácticas y duran algo más de tiempo que una minicuna.
Típica cuna «de colecho» adosada a la cama de los padres. Tiene un lateral bajado para poder coger al niño con facilidad, pero también se podría usar como una cuna normal (subiendo el lateral) de tamaño algo mayor a una minicuna.

Y ahora que hemos repasado «todos» los tipos de cunas, os toca a vosotros decidir cual queréis para vuestros hijos. Pensadlo con calma, que cada familia tiene unas necesidades y un nivel adquisitivo diferente. No hace falta que el niño pase por todas estas cunas, ni mucho menos. Tened en cuenta que los niños crecen y lo que ahora os parece una maravilla, en tres o cuatro meses puede que haya que cambiarlo (y no solo la cuna, sino toda la ropa de cama, …). Al fin y al cabo, lo que necesita un niño es que lo mimen y no tener todas las cunas del catálogo de la tienda de bebés en su casa. Hasta es una muy buena opción pedirle la cuna a alguna amiga o familiar que haya tenido un bebé hace unos meses y acabe de cambiar de cuna. Lo que sí es importante es que comprobéis que están homologadas (todas las cunas que se venden suelen estarlo) ya que esto garantiza que la cuna es segura para que vuestro bebé duerma sin riesgo, por ejemplo, de quedarse atrapado entre los barrotes.

A veces tendemos a comprar una cuna que se «ajusta» al tamaño del niño cuando esto no es necesario. No pasa nada por que la cuna le quede «grande». De hecho, ¿a quién no le gusta dormir en una cama tamaño kingsize?

En nuestra opinión de padres, una buena combinación es una «cuna de colecho» (por que para por las noches es muy practica, por que es más grande que la minicuna y también por que se puede usar de forma independiente) y luego directamente una «maxi-cuna» (ya que te sirve como una cuna cuando todavía el niño es un bebé, pero se puede trasformar en una cama de un tamaño muy digno más adelante). Pero oye, cada uno que tome su decisión.

¿Y qué pasa con el colchón?

Ahora toca ponerse serio y cambiar el chip de padres a pediatras. Sinceramente, como pediatras nos da bastante igual la cuna que elijáis: haced lo que más ilusión os haga o lo que quede mejor con el color de la habitación donde dormís. Sin embargo, en cuanto al tema del colchón y qué debe haber en la cuna mientras vuestro hijo duerme, los pediatras sí que tenemos mucho que opinar.

La única recomendación oficial por parte de la Asociación Española de Pediatría y la Academia Americana de Pediatría sobre la superficie sobre la que tiene que dormir un niño es que sea firme y que no se hunda para prevenir la muerte súbita del lactante, además de que el colchón se ajuste bien a la propia estructura de la cuna. Así de simple. Un colchón que no sea lo suficientemente blando como para que se deforme con el peso del niño. Eso es lo único importante.

Materiales para colchón hay muchos (espuma, muelles, latex, viscolástica…) y varían mucho de precio de unos a otros. Desde uno «normalito» hasta el tope gama que anuncian las infleuncers de Instagram a bombo y platillo. En el fondo, el material que elijáis da bastante igual ya que ninguno ha demostrado científicamente que mejore respecto a los otros la salud de los bebés. Así que de nuevo, comprad el que más os apetezca, siempre y cuando no se hunda. Sí sería conveniente que tuviera una funda por aquello de que algún día vomiten o se les salga el pis y lo podáis lavar con independencia.

Algunos diréis, «pero es que yo he visto una marca que dice que vende unos colchones que previenen la muerte súbita del lactante y, claro, como no se lo voy a comprar a mi hijo…». Desde luego que estos colchones no son «malos», pero lo importante es que no son mejores que cualquier otro ya que lo que realmente previene la muerte súbita del lactante es que el bebé duerma BOCA ARRIBA sobre una superficie firme, y eso se consigue con cualquier tipo de colchón. Otra vez, mucho marketing detrás de este tipo de cosas…

Así no: bebé durmiendo boca abajo, uno de los factores de riesgo más importantes para el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (Nota: cuando ellos se dan la vuelta solos y se ponen así ya no hay peligro).

Además, también querríamos recordaros que las cunas deben estar despejadas de objetos durante al menos los seis primeros meses de vida (peluches, mantitas de apego y demás). Y por otro lado, la Asociación Española de Pediatría recomienda que los niños duerman en su propia cuna, en la misma habitación que los padres, al menos hasta los seis meses de vida como parte de la prevención de la muerte súbita.

Vale, vale…, pero entonces, ¿cuándo cambio a mi hijo de la cuna a la cama?

Ya os habréis dado cuenta que es muy probable que durante los primeros años de vida de vuestro hijo tengáis que cambiar de cuna para que no parezca una sardina enlatada a medida que crece. Y si habéis sido observadores, todas las cunas están diseñadas con unos elementos de seguridad que impiden que los niños se caigan cuando aprenden a sentarse o a ponerse de pie. Además, muchas permiten ir bajando el somier para que el fondo de la cuna quede más abajo a medida que el niño gana en altura y así impedir que se escape con facilidad.

El quid de la cuestión viene cuando hay que tomar la decisión de cambiar la cuna, esa pequeña cárcel con barrotes de madera que impide que el niño se escape a media noche en busca de una ración extra de galletas de la cocina, por una cama de «niño mayor». Para daros respuesta tenemos dos opciones: la primera como pediatras y la segunda como intento de psicólogos infantiles:

  • En el momento en el que un niño aprende a salirse solo de la cuna saltando los barrotes es mejor pasarlo a una cama bajita. Siempre será preferible que se levante por la noche y os vaya a buscar a la habitación por que quiere dormir con vosotros a que lo intente una vez saltando de la cuna y se pegue un trastazo en la cabeza que os haga ir a urgencias con un brecha en medio de la frente o algo peor. Para algunos será con año y medio, para otros más tranquilos cerca de los tres…, pero al final lo que más os debe hacer tomar esta decisión es la seguridad de vuestros hijos.
  • Y la segunda opción es porque el niño lo pida. Hay niños pequeños a los que no les gusta la cuna, por que tienen hermanos mayores a los que ven ya en sus camas, por que quieren subirse a jugar solos en ese espacio que ya han hecho suyo, por que no quieren sentirse «encerrados» entre los barrotes… Por diversas razones. En estos casos también es adecuado pasarlos a una cama de su tamaño aunque todavía no sepa escarparse de la cuna. Si os da apuro que se caigan porque son muy movidos por la noche, comprad camitas bajas y poned una barrera.

¿Y los que hacemos colecho?

Faltaría hablar de los niños que no duermen en cuna y duermen en la cama de sus padres (sea el motivo que sea por el que lo haya decidido la familia). Si nos seguís, sabréis que tenemos un post sobre cómo practicar colecho seguro que es al fin y al cabo lo que a nosotros como pediatras nos interesa para vuestros hijos. Que cada familia decida cómo quiere descansar.

Mamá y su bebé practicando colecho

Sin embargo, sí que hay una cosa que nos preocupa del colecho. De vez en cuando aparece por Urgencias algún niño que se ha caído de la cama de sus padres al hacer colecho, y como bien sabréis, la altura a la que están los colchones de los adultos es bastante considerable, con el consecuente posible traumatismo craneal de mayor o menor gravedad. Hasta que el niño no se voltee por si solo es difícil que se caiga, pero el ser humano es un animal muy confiado… Y llega el día en el que pones a dormir a tu hijo de ocho, nueve o diez meses en la cama, como lo habías hecho todos los días de su vida al iniciar la noche, y te vas a cenar y descansar de la ardua jornada laboral. Y al rato oyes un golpe y antes de llegar a la habitación ya sabes lo que ha pasado…

En nuestra opinión, si hacéis colecho con niños que pequeños, las camas deben estar a ras de suelo. De nada sirve rodearlos de cojines a modo de barrera. No lamentemos una caída con una lesión grave cuando se podría haber evitado. También podrías poner barreras a las camas done hacéis colecho, pero pasa un poco lo mismo que con las cunas, que llega el día en el que aprenden a saltarlas.

¿Y cuándo dejar de hacer colecho? Pues esta es una decisión que también tendréis que tomar vosotros como familia y en la que los pediatras tenemos poco que opinar. Por ejemplo, en Japón -una sociedad en la que el colecho es un práctica habitual para todas las familias- esperan a que sea el niño el que tome la decisión (hacia el inicio de la primaria coincidiendo con los 6-7 años), pero hay familias que están encantadas y que lo mantienen más tiempo. Aquí que cada uno haga lo que quiera.


Y ya está, no hay que darle más vueltas a lo de las cunas y las camas. Mucho sentido común y seguridad para vuestros hijos.

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Bibliografía:

¿Desde cuándo pueden beber agua los bebés?

Ahora que llega el buen tiempo y empieza a hacer calor, muchas madres se preguntan si sus hijos pequeños pueden beber agua para calmar la sed que creen que tienen, en un intento de resfrescarles un poco el espíritu. Porque quizá en Gijón, con la brisa del mar y alguna que otra tormenta, no haga falta, pero en Sevilla, a 43º a la sombra, ¿quién no le daría un buen lingotazo a la fuente del parque para apaciguar el calor del verano? Seguro que todos.

Antes de meternos en faena vamos a dejar claros un par de conceptos. A lo largo de este post nos referiremos como «bebés» a aquellos niños que todavía toman lactancia (ya sea materna o artificial) como la parte fundamental de su alimentación, que como bien sabréis son los menores de un año. Por tanto, el título de esta entrada se podría cambiar por «¿cuándo pueden beber agua los niños menores de un año?»… De esa edad en adelante haremos mención al final de este artículo. Vamos a ello!!

Las necesidades de líquidos de un bebé

Una de las cosas que te grabas a fuego cuando estudias pediatría es la cantidad de mililitros (mL) que necesita un niño según su peso para cubrir sus necesidades hídricas diarias. Es lo que se conoce como regla de Hollyday y nos sirve a los pediatras, por ejemplo, para calcular el suero que tenemos que poner a un niño al que van a operar de una apendicitis para que no se deshidrate, pero también para calcular qué cantidad de leche debería tomar un bebé para mantenerse bien hidratado y crecer de forma adecuada.

Otra cosa que seguro que sabéis es que hasta los 6 meses de vida, los bebés sanos son capaces de alimentarse solo de leche, ya sea materna o artificial. De ahí que la recomendación tanto de la OMS como de la Asociación Española de Pediatría sea la de esperar hasta esa edad para iniciar la alimentación complementaria, es decir, los alimentos diferentes a la leche.

Os parecerá una tontería, pero ¿cómo puede entonces mantenerse un niño tan pequeño bien hidratado si sólo toma leche? Pues aquí es donde la naturaleza hace su magia, porque ¿sabéis qué? Cerca del 90% de la composición de la leche materna (y también de la artificial) es agua, lo que garantiza que el bebé toma líquidos suficientes siempre y cuando se respete la lactancia a demanda.

Pero si la leche es agua casi en su totalidad, ¿puedo darle entonces agua a mi bebé?

Seguro que a más de uno le habrá saltado esta pregunta a la cabeza y tiene toda su lógica, sobre todo a los que alimentáis a vuestros hijos con leche artificial: si para preparar un biberón pongo unos polvos en un recipiente con agua, ¿que tiene de malo que le de un poco de agua sin más? Parece lógico, ¿verdad? Incluso, «¿qué más dará un lingotazo de agua en vez de la teta de mi mamá? Así la dejo descansar un rato…».

El problema surge porque los bebés más pequeños notan hambre cuando se les vacía el estómago, a diferencia de los adultos que nos damos cuenta de que queremos comer de forma diferente. Si a un bebé que pide le damos unos buchitos SOLO de agua, su cuerpo pensará que está comiendo y es probable que luego no reclame una toma cuando realmente le toca, ya sea de teta o de biberón.

Por eso los pediatras repetimos como un mantra «la lactancia debe ser a demanda», lo que garantiza que el niño toma los nutrientes que necesita, pero también los líquidos que le hacen falta. En verano, cuando hace calor y el niño tiene más sed, esta será más frecuente, así como cuando tiene una gastroenteritis ya que las necesidades de líquidos son mayores. Por eso es muy habitual que durante la época estival los bebés reclamen más tomas de lo que hacían habitualmente. Además, recordad que la primera parte de una toma de lactancia materna tiene sobre todo agua, por eso esas tomas «extra» que hacen en verano os puedan parecer solo un chupito comparadas con las que hace cuando os vacían el pecho entero.

¿Y que pasa a partir de los 6 meses?

Entre los 6 y los 12 meses de vida, los niños realizan una transición entre la lactancia exclusiva a comer «de todo», es decir, como un adulto. En ese proceso la leche va perdiendo protagonismo hasta que, al rededor del año de vida, no representa más del 30% de la ingesta calórica diaria (no os volváis locos que no hace falta que calculéis nada). A este periodo de la vida se le conoce como alimentación complementaria.

Como os podéis imaginar, si la leche, que era la fuente única y principal de líquidos para un niño menor de seis meses empieza a perder protagonismo, algo habrá que hacer para que el niño no se deshidrate. Pero no os preocupéis que está todo pensando.

Los alimentos que acompañan a la leche como parte de la alimentación complementaria también contienen agua. Por ejemplo, las frutas son casi todo agua: las fresas un 91%, la manzana un 84%, la naranja un 88%… Y en cuanto a las verduras: las judías verdes un 90%, el calabacín un 95%, la zanahoria un 88%… Además, ¿quién hace un puré de verduras en seco? Todo esto pone de manifiesto que aunque un niño no tome leche para comer o para merendar, parte de la ingesta hídrica que necesita la compensa con los propios alimentos que ha comido.

De todas formas, sobre todo en los niños que toman lactancia artificial o en aquellos que toman materna y su mamá no está presente, no está de más que a partir de los seis meses se les ofrezca (ojo, ofrecer no es forzar a beber) un poco de agua en las comidas, como parte de los líquidos que deben tomar a diario.

¿Y qué es mejor: con vasito o biberón?

Habréis visto en las tiendas para bebés multitud de cacharros para enseñar a los niños a beber: que si vasitos con boquilla, que si vasitos 360º, que si tazas con asas ergonómicas, que si biberones de agua…

La verdad es que da un poco igual lo que utilicéis cuando llegue el momento de ofrecer agua a vuestro hijo. Sin embargo, tenéis que pensar que no es lo mismo tomar teta o un biberón, que tomar un vaso de agua. Así que cuanto antes empecéis el entrenamiento de «tragar» agua como un niño mayor, pues mejor que mejor.

Tampoco pasa nada por hacerlo poco a poco, pero si que es importante que tengáis en la cabeza que los niños se hacen mayores y cuanto antes les quitemos los vicios de bebé, pues mejor que mejor, que luego queremos hijos autónomos a los que no les hemos dado esa oportunidad.

Y si os estáis preguntando que si hay que hervir el agua o debe ser mineral… supongo que ya sabéis que no es necesario. Basta con que ofrezcáis a vuestros hijos la misma que tomáis vosotros: si es del grifo porque vivís en Madrid y dicen que el agua es maravillosa, pues fenomenal; si vivís en zona de costa y no os gusta el sabor y tomáis embotellada, pues tampoco pasa nada… Normalización y sentido común.

¿Y a partir del año de vida?

Como decíamos, a partir del año de vida los niños están sobradamente preparados para comer como un adulto, y en ese sentido el agua es la bebida que no debe faltar en la mesa cuando se sientan a comer o cenar. No pasa nada porque también les deis un poco de leche como parte de esas comidas, pero recordad que esta “bebida”, además de agua, contiene hidratos de carbono, proteínas y grasas que podrían sobrealimentar a vuestro hijo si es que solo tenía sed. Al fin y al cabo, la leche es una fuente no desdeñable de calorías que se debe dar (si es que esta es vuestra decisión) como parte de un alimentación sana y equilibrada.

El problema que tienen los niños pequeños de uno o dos años es que tienen pocos recursos para pedir lo que necesitan, y podría ocurrir que tengan sed y no tengan acceso al agua. Por eso es muy importante que se la ofrezcáis de vez en cuando (otra vez, ofrecer no es forzar), para que beban si es lo que les apetece (por ejemplo, podéis llevar una cantimplora con un vasito en el carro cuando salgáis de paseo para que no os pille desprevenidos). A media que se vayan haciendo mayores estarán más capacitados para transmitiros lo que quieren, de hecho, la palabra «agua» es de las primeras que aparecen en el vocabulario infantil.


En resumen:

  • Hasta los seis meses de vida no se recomienda que los bebés tomen agua ya que con la leche materna o la artificial se cubren las necesidades diarias de líquidos que un niño necesita.
  • Entre los seis y los doce meses, cuando se comienza con la alimentación complementaría, los bebés pueden empezar a beber agua con las comidas en pequeñas cantidades, manteniendo la leche como el aporte hídrico principal.
  • Una vez cumplidos los doce meses la cosa se invierte y es el agua el principal líquido que un niño debería beber.

NOTA: como habéis podido leer, no hemos mencionado ningún otro liquido que no sea agua o leche, ya que no se recomienda que los niños pequeños (y seguramente tampoco los adultos) tomen bebidas para hidratarse diferentes a estas. Otra cosa es que de forma puntual, nos tomemos un refresco que de vez en cuando sienta de maravilla.

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En este directo de Instagram repasamos con la Dra. Yaiza Cuba (odontopediatra) todo lo que tenéis que saber sobre salud e higiene bucal en la infancia. No os lo perdáis!!

Mensajes importantes que debéis mantener en la cabeza:

  • La caries es una disbiosis (desequilibrio) entre la saliva (factor protector) y las bacterias que producen ácido desde los azúcares de la dieta.
  • La forma de prevenir la caries disminuyendo la ingesta de azúcares y con el cepillado dental.
  • Los dientes en los niños deben lavarse desde la salida del primer diente.
  • Siempre se debe usar pasta con flúor con al menos 1.000 ppm; no os fijéis en las edades que ponga en el tubo.
  • Los dientes se deben cepillar al menos dos veces al día; el cepillado más importante es el de antes de dormir.
  • Los cepillos de dientes deben cambiarse al menos una vez cada 4 meses.
  • Un buen momento para hacer la primera visita al odontopediatra es en torno al año de vida.