Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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«¿Venderías mi novela en tu librería si me la autoedito?»

Es desolador, queridos. Si día sí y día no lloro por los descatalogados he descubierto que aún me quedan mares de lágrimas para esos libros que no llegarán a ver la luz y para todos esos artesanos de historias anónimos que, tras exhudar tinta en un parto creativo arduo y doloroso, sienten que su criatura nace muerta porque ningún doctor-editor le da las palmaditas que desencadenan ese primer llanto vital con el que el título se pone en circulación.

Ayer se adentró en reginaexlibrislandia un joven con un paquete bajo el brazo. Se detuvo al otro aldo de mi escritorio, desenvolvió su carga con cuidado y dejó sobre la mesa un texto encuadrenado con un canuto de espirales.

Mientras con un primer vistazo fugaz yo calculaba que el ejemplar no tendría más de 150-200 páginas él me sacó de mis cábalas con un cortés:

– Escritor: Disculpa, ¿tienes un segundo?- Regina: Si, dígame.

– E.: Mira, esta es mi novela. Me encantaría que te la leyeras y que me dieras tu opinión. Desde hace dos años he estado enviándola a editoriales y concursos, pero nunca recibí respuestas ni, mucho menos, premios. Yo creo que es buena, pero a golpe de rechazos empiezo a dudar hasta de mi mismo.

– R.: Vaya, lo lamento. Por desgracia las puertas de acceso al mercado editorial son inexistentes para la inmensa mayoría. Muchos premios son ardides marquetinianos y los lanzamientos de temporada están hechos a medida de estudios de mercado.

– E.: Dímelo a mi. El caso es que he decidido autoeditármela, pero antes de empeñarme hasta el cuello quiero saber hasta qué punto vale la pena. ¿Y quién mejor que nadie que libreros para un veredicto objetivo? Y aquí me tienes, pidiéndote que le dediques un par de horas.

– R.: Es un honor, muchas gracias. Claro que me la leeré, pero dame un par de semanas, ¿de acuerdo?

– E.: ¡Cómo no! Te lo adradezco en el alma. Luego volveré y te preguntaré: ¿venderías mi novela en tu librería?

– R.: Ja, ja, ja, de eso ya hablaríamos. Pero, una cosa, ¿has pensado en Internet?

– E.: Por supuesto, imagino que terminaré colgándola de la Red. Pero para quienes amamos los libros y los hacemos -al menos uno, como yo- no hay nada como ver tu criatura en baldas, ¿no cres?

Claro que lo creo. ¿Qué puede haber más hermoso y excitante que el tacto de un libro con la promesa de una ficcion salvo que sea tu historia la que late dentro?

Y vosotros, queridos, ¿qué opinais de éste pobre autor novel? ¿algún consejo para él? ¿Alguno de vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, tenéis vuestras obras o de conocidos enterradas en un cajón? ¿Es Internet la solución?